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autor: Leopoldo Alas "Clarín" etiqueta: Cuento textos disponibles


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Medalla... de Perro Chico

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¿Que no conocen ustedes a la de Casa-Pinar? ¡Pues si no se ve por ahí otra cosa! Ella es la golondrina que sí hace verano.

En cuanto asoma agosto, se presenta Agripina Pinillos, hija de la marquesa viuda, y pontificia, de Casa-Pinar.

Es una golondrina que no viene de África, a no ser que África empiece en Pajares. Viene de tierra de Campos o cosa así: es hige life... de tierra, y, a todo tirar, de Toro.

Todos los veranos aparece con una protesta que no se le cae de los labios, a saber: que por milagro de Dios no está en San Sebastián o en Ostende o en Corls..., eso, en fin, donde la señora de Cánovas.

Todavía da la mano como se daba el año ochenta y tantos, es decir, como quien da una coz con los remos delanteros. Si no fuese por la moda, ese ídolo que reconocieron los griegos, la de Casa-Pinar sería una perfecta hermosura. No es la Venus Urania, es la Venus... snob.

Sí; representa el snobismo... de cabotaje.

Porque no sale de nuestras costas.

Quiere ser más figurín que estatua.

Entre Fidias y el modisto mejor de París, ella no vacilaría: se pondría en manos del modisto.

Cuando se ve desnuda, se desprecia. Y vuelve a ser el pavo real, satisfecho de sus plumas, cuando se ciñe el ridículo traje de baño y se pone el sombrero que la convierte en un patache a toda vela, o el gorro ignominioso que la hace parecerse a un frasco de esencias. ¿Queréis que os salude la de Casa-Pinar, ya que tenéis el honor de tratarla y ser acreedor de su señora madre, por ejemplo?

Pues en vano aspiráis a tal privilegio... si lleváis chaleco al balneario.

Es necesario, para que Agripina os honre con algo más que una imperceptible inclinación de cabeza, que os presentéis con zapatos blancos, de tela y con semicírculos de charol, con faja chillona y camisa churrigueresca terminada por cuello blanco de los que dan garrote al dar vuelta.


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3 págs. / 5 minutos / 114 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

El Número Uno

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Como planta de estufa criaron a Primitivo Protocolo sus bondadosos padres. Bien lo necesitaba el chiquillo, que era enclenque; a cada soplo de aire contestaba con un constipado, y era siempre la primera víctima, el primer caso, el nominativo de todas las epidemias que los microbios, agentes de Herodes, traían sobre la tropa menuda de la ciudad. Era el niño seco, delgaducho, encogido de hombros, de color de aceituna; un museo de sarampión, viruelas, escarlatina, ictericia, catarros, bronquitis, diarreas; y vivía malamente gracias al jarabe de rábano yodado y a la Emulsión Scott. Parecía su cuerpo la cuarta plana de un periódico; era un anuncio todo él de cuantos específicos se han hecho célebres.

Y con todo, se notaba en el renacuajo un apego a la existencia, un afán de arraigar en este pícaro mundo, que le daba una extraña energía en medio de sus flaquezas; y prueba de la eficacia de esta nerviosa obstinación se veía en que siempre se estaba muriendo, pero nunca se moría, y volvía a pelechar, relativamente, en cuanto le dejaba un mal y antes de caer en otro. ¡Con la décima parte de sus lacerías cualquiera hubiera muerto diez veces, y, caso de subsistir, habría presentado la dimisión de una existencia tan disputada y costosa!

Pero lo mismo Primitivo que sus padres se empeñaban en que tan débil caña había de resistir a todos los vendavales, y resistía a costa de sudores, cuidados, sustos y dinero.

D. Remigio, el padre, no concebía que el mundo sobreviviera a su chiquitín; y habiendo tantas cosas buenas, sanas, florecientes sobre la tierra, creía que el plan divino sólo se cumpliría bien si llegaba a edad proyecta aquel miserable saquito de pellejos y huesos de gorrión, donde unas cuantas moléculas se habían reunido de mala gana a formar pobres tejidos que estaban rabiando por descomponerse e irse a otra parte con la música de su oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, carbono y demás ingredientes.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 110 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Voto

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El drama se hundía. Ya era indudable. Los amigos que rodeaban a Pablo Leal, el autor, entre bastidores, ya no trataban de animarle, de hacerle tomar los ruidos que venían de la sala por lo que no eran. Ya no se le decía: «Es que algunos quieren aplaudir, y otros imponen silencio». El engaño era inútil. Callaban los fieles compañeros que le estaban ayudando a subir aquel que a ellos les parecía calvario. El noble Suárez, el ilustre poeta, vencedor en cien lides de aquel género... y derrotado en otras ciento, estaba pálido, tembloroso. Quería a Leal de todo corazón; era su protector en las tablas; él le había aconsejado llevar a la escena uno de aquellos cuadros históricos que Pablo escribía con pluma de maestro, de artista, y con sólida erudición. Creía, por ceguera del cariño, en el talento universal de su amigo, de su Benjamín, como él le llamaba, porque veía en Pablo un hermano menor.


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9 págs. / 15 minutos / 107 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Yernocracia

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Hablaba yo de política días pasados con mi buen amigo Aurelio Marco, gran filósofo fin de siècle y padre de familia no tan filosófico, pues su blandura doméstica no se aviene con los preceptos de la modernísima pedagogía, que le pide a cualquiera, en cuanto tiene un hijo, más condiciones de capitán general y de hombre de Estado, que a Napoleón o a Julio César.

Y me decía Aurelio Marco:

—Es verdad; estamos hace algún tiempo en plena yernocracia: como a ti, eso me irritaba tiempo atrás, y ahora... me enternece. Qué quieres; me gusta la sinceridad en los afectos, en la conducta; me entusiasma el entusiasmo verdadero, sentido realmente; y en cambio, me repugnan el pathos falso, la piedad y la virtud fingidas. Creo que el hombre camina muy poco a poco del brutal egoísmo primitivo, sensual, instintivo, al espiritual, reflexivo altruismo. Fuera de las rarísimas excepciones de unas cuantas docenas de santos, se me antoja que hasta ahora en la humanidad nadie ha querido de veras... a la sociedad, a esa abstracción fría que se llama los demás, el prójimo, al cual se le dan mil nombres para dorarle la píldora del menosprecio que nos inspira.

El patriotismo, a mi juicio, tiene de sincero lo que tiene de egoísta; ya por lo que en él va envuelto de nuestra propia conveniencia, ya de nuestra vanidad. Cerca del patriotismo anda la gloria, quinta esencia del egoísmo, colmo de la autolatría; porque el egoísmo vulgar se contenta con adorarse a sí propio él solo, y el egoísmo que busca la gloria, el egoísmo heroico... busca la adoración de los demás: que el mundo entero le ayude a ser egoísta. Por eso la gloria es deleznable... claro, como que es contra naturaleza, una paradoja, el sacrificio del egoísmo ajeno en aras del propio egoísmo.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 102 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Un Repatriado

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Antonio Casero, de cuarenta años, célibe, Doctor en Ciencias, filósofo de afición, del riñón de Castilla, después de haber creído en muchas cosas y amado y admirado mucho, había llegado a tener por principal pasión la sinceridad.

Y por amor de la sinceridad salía de España, por la primera vez de su vida, a los cuarenta años; acaso, pensaba él, para no volver.

Véanse algunos fragmentos de una carta muy larga en que Casero me explicaba el motivo de su emigración voluntaria:

«...Ya conoces mi repugnancia al movimiento, a los viajes, al cambio de medio, de costumbres, a toda variación material, que distrae, pide esfuerzos. Ese defecto, porque reconozco que lo es, no deja de ser bastante general entre los que, como yo, viven poco por fuera y mucho por dentro y prefieren el pensamiento a la acción.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 102 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Amor'è Furbo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Era la época en que el drama lírico, generalmente clásico o bucólico, hacía las delicias de la grandeza romana.

Orazio Formi, poeta milanés, educado en Florencia, y después pretendiente en Roma, alcanzaba por fin en la capital del mundo católico el logro de sus esperanzas bien fundadas. Brunetti, su amigo, compositor mediano, escribía para las obras líricas de Formi una música pegajosa y monótona, pero cuya dulzura demasiado parecida al merengue, decía bien con las larguísimas tiradas de versos endecasílabos y heptasílabos que el poeta ponía en boca de sus pastores y de sus héroes griegos.

Formi creía en una Grecia parecida a los paisajes de Poussin; en cuanto a los dioses y a los héroes se los figuraba demasiado parecidos al Gran Condé, al ilustre Spínola y a Francisco I. Veía a Eurípides a través de Racine; amaba a Grecia según se la imponía la Francia del siglo de oro.


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18 págs. / 31 minutos / 102 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Caballero de la Mesa Redonda

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Ya hacía frío en Termas—altas; se echaba de menos la ropa de invierno y las habitaciones preparadas para defendernos de los constipados y pulmonías; el comedor, largo y ancho como una catedral, de paredes desnudas, pintadas de colores alegres que hacían estornudar por su frescura, tomaba aires de mercado cubierto.

Se bajaba a almorzar y a comer, con abrigo; las señoras se envolvían en sus chales y mantones; a cada momento se oía una voz imperativa, que gritaba:

—¡Cierre usted esa puerta!

Los pocos comensales se apiñaban a la cabecera de la mesa del centro, lejos de la entrada temible. Detrás de la puerta de cristales que comunicaba con el vestíbulo de jaspes de colores del país, se veía, como en un escaparate, la figura lánguida del músico piamontés, de larga melena y levita raída, que unos dedos flacos y sucios por las cuerdas del arpa. Las tristes notas se ahogaban entre el estrépito del viento y de la lluvia, que azotaba de vez en cuando los vidrios de las ventanas largas y estrechas.

Diez o doce huéspedes, últimas golondrinas valetudinarias de aquel verano triste de casa de baños, almorzaban taciturnos, apiñándose, como buscando calor unos en otros. Al empezar el almuerzo sólo se hablaba de tarde en tarde para reclamar con voz imperiosa cualquier pormenor del servicio. Los camareros, con los cuales ya se tenía bastante confianza para reprenderles las faltas, sufrían el mal humor de los huéspedes de la otoñada, como ellos decían. Se acercaba el día de las grandes propinas, y esto contribuía al mal talante de los bañistas, a darles audacia y tono de déspotas, y también a la paciencia de los criados.


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28 págs. / 49 minutos / 101 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Señor

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Capítulo I

No tenía más consuelo temporal la viuda del capitán Jiménez que la hermosura de alma y de cuerpo que resplandecía en su hijo. No podía lucirlo en paseos y romerías, teatros y tertulias, porque respetaba ella sus tocas; su tristeza la inclinaba a la iglesia y a la soledad, y sus pocos recursos la impedían, con tanta fuerza como su deber, malgastar en galas, aunque fueran del niño. Pero no importaba: en la calle, al entrar en la iglesia, y aun dentro, la hermosura de Juan de Dios, de tez sonrosada, cabellera rubia, ojos claros, llenos de precocidad amorosa, húmedos, ideales, encantaba a cuantos le veían. Hasta el señor Obispo, varón austero que andaba por el templo como temblando de santo miedo a Dios, más de una vez se detuvo al pasar junto al niño, cuya cabeza dorada brillaba sobre el humilde trajecillo negro como un vaso sagrado entre los paños de enlutado altar; y sin poder resistir la tentación, el buen mística, que tantas vencía, se inclinaba a besar la frente de aquella dulce imagen de los ángeles, que cual mi genio familiar frecuentaba el templo.

Los muchos besos que le daban los fieles al entrar y al salir de la iglesia, transeúntes de todas clases en la calle, no le consumían ni marchitaban las rosas de la frente y de las mejillas; sacábanles como un nuevo esplendor, y Juan, humilde hasta el fondo del alma, con la gratitud al general cariño, se enardecía en sus instintos de amor a todos, y se dejaba acariciar y admirar como una santa reliquia que empezara a tener conciencia.


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20 págs. / 36 minutos / 100 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Rey Baltasar

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Don Baltasar Miajas llevaba de empleado en una oficina de Madrid más de veinte años; primero había tenido ocho mil reales de sueldo, después diez, después doce y después... diez; porque quedó cesante, no hubo manera de reponerle en su último empleo, y tuvo que contentarse, pues era peor morirse de hambre, en compañía de todos los suyos, con el sueldo inmediato... inferior.—¡Esto me rejuvenece!—decía con una ironía inocentísima; humillado, pero sin vergüenza, porque «él no había hecho nada feo» y á los Catones de plantilla que le aconsejaban renunciar el destino por dignidad, les contestaba con buenas palabras, dándoles la razón, pero decidido á no dimitir, ¡qué atrocidad! Al poco tiempo, cuando todavía algunos compañeros, más por molestarle que por espíritu de cuerpo, hablaban con indignación del «caso inaudito de Miajas,» el interesado ya no se acordaba de querer mal á nadie por causa del bajón de marras, y estaba con sus diez mil como si en la vida hubiese tenido doce.

Otras varias veces hubo tentativas de dejarle cesante, por no tener padrinos, aldabas, como decía él con grandísimo respeto; pero no se consumaba el delito; porque, á falta de recomendaciones de personajes, tenía la de ser necesario en aquella mesa que él manejaba hacía tanto tiempo. Ningún jefe quería prescindir de él y esto le valió en adelante, no para ascender, que no ascendía, sino para no caer. Sin embargo, no las tenía todas consigo, y á cada cambio de ministerio se decía: «¡Dios mío! ¡Si me bajarán á ocho!»


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11 págs. / 20 minutos / 100 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2023 por Edu Robsy.

En la Droguería

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El pobre Bernardo, carpintero de aldea, a fuerza de trabajo, esmero, noble ambición, había ido afinando, afinando la labor; y D. Benito el droguero, ricacho de la capital, a quien Bernardo conocía por haber trabajado para él en una casa de campo, le ofreció nada menos que emplearle, con algo más de jornal, poco, en la ciudad, bajo la dirección de un maestro, en las delicadezas de la estantería y artesonado de la droguería nueva que D. Benito iba a abrir en la Plaza Mayor, con asombro de todo el pueblo y ganancia segura para él, que estaba convencido de que iría siempre viento en popa.

Bernardo, en la aldea, aun con tanto afán, ganaba apenas lo indispensable para que no se muriesen de hambre los cinco hijos que le había dejado su Petra, y aquella queridísima y muy anciana madre suya, siempre enferma, que necesitaba tantas cosas y que le consumía la mitad del jornal misérrimo.

Su madre era una carga, pero él la adoraba; sin ella la negrura de su viudez le parecería mucho más lóbrega, tristísima.

Bernardo, con el cebo del aumento de jornal, no vaciló en dejar el campo y tomar casa en un barrio de obreros de la ciudad, malsano, miserable.

—Por lo demás, —decía—, de los aires puros de la aldea me río yo; mis hijos están siempre enfermuchos, pálidos; viven entre estiércol, comen de mala manera y el aire no engorda a nadie. Mi madre, metida siempre en su cueva, lo mismo se ahogará en un rincón de una casucha de la ciudad que en su rincón de la choza en que vivimos.


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5 págs. / 10 minutos / 99 visitas.

Publicado el 22 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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