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autor: Leopoldo Alas "Clarín" fecha: 23-10-2020 contiene: 'u'


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Tambor y Gaita

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


—¡Admirable, admirable, admirable!

Después de lanzar al aire esta exclamación, que hizo retumbar la estrecha saluca de la Rectoral, el Arcipreste Lobato tomó un polvo de rapé superior, de una caja de plata muy ricamente labrada, que tenía abierta sobre la mesa de encina de anchas alas, la cual se cerraba y abría con majestuosa pesadumbre.

Todos los presentes callaron, porque no sabían si el cura peroraba como doctor de la Iglesia, y sin admitir, por consiguiente, la forma socrática del diálogo, o como simple particular que toleraba la conversación. Además, ninguno de los allí reunidos tenía autoridad bastante para hablar en presencia del Arcipreste, sin ser invitado a ello.

—¡Sí, tres veces admirable! y diciendo esto, cerró la caja de un papirotazo dando a entender que allí él era, así como el único creador, el único que tomaba rapé; a lo menos de la caja de su propiedad.

—Tres veces admirable y no me cansaré de repetirlo. Ese Gasparico ha de ser gloria, no sólo de la parroquia de San Andrés, sino de todo el Concejo, y más diré, gloria del Principado.

Pero no así como se quiera, señor mío, no gloria mundana, viento y sólo viento, vanidad de vanidades, vanitas vanitatum… Y al decir esto el corpanchón del clérigo, puesto en pie, vestido con amplísimo levitón, de alpaca negra, y haciendo aspavientos con ambos brazos, para imitar las aspas de un molino, movidas por el viento salomónico de la vanidad, llenaba gran parte de la estancia que era corta y angosta y baja de techo como un camarote.

El señor mío a quien el Arcipreste apostrofaba, no era ninguno de los circunstantes, sino los librepensadores en general, representados, si se quiere, por Mr. Jourdain, ingeniero belga, socio industrial de la gran empresa extranjera, que explotaba muchas de las minas de carbón de la riquísima cuenca, cuyo centro viene a ser la parroquia de San Andrés.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Snob

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Rosario Alzueta comenzaba a cansarse del gran éxito que su hermosura estaba consiguiendo en Palmera, floreciente puerto de mar del Norte. Era lo de siempre: primero la pública admiración, después el homenaje de cien adoradores, tras esto el tributo de la envidia, la forma menos halagüeña, pero la más elocuente de la impresión que produce el mérito; y al cabo, el hastío del amor propio satisfecho, y las punzadas de la vanidad herida por rivalidades que la aprensión hace temibles. Además, el natural gasto de la emoción era de doble efecto; en la admirada y en los admiradores producía resultados de atenuación que estaban en razón directa; cuanto más se la admiraba menos placer sentía Rosario, acostumbrada a este tributo, y el público, que ya se la sabía de memoria, al fin alababa su belleza por rutina, pero sin sentir lo que antes, pues la frecuencia de aquella contemplación le había ido mermando el efecto placentero.

En la playa, en los balnearios, en los conciertos matutinos, en los paseos del muelle y de los parques, en el pabellón del Casino, baile perpetuo en el real de la feria, en las giras de la pretendida hig life palmerina y forastera, en todas partes la de Alzueta era la primera; para quien la veía por primera vez, la única. A los teatros no iba nunca; despreciaba los de Palmera; decía que se asfixiaba en ellos; prefería dejarse contemplar, sentada, a la luz eléctrica, bajo un castaño de Indias del paseo de noche.

La llamaban la Africana: era muy morena y hacía alarde de ello; nada de polvos de arroz ni de pintura. Era un bronce, pero del mejor maestro. Afectaba naturalidad. Era un jardín a la inglesa de un parvenu continental de esos jardines en que se quiere imitar a la naturaleza a fuerza de extravagancias y falta de plan y comodidades.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Para Vicios

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Doña Indalecia era una viuda de sesenta años que había nacido para jefe superior de Administración o para Ministro del Tribunal de Cuentas, y acaso, acaso mejor para inspector general de Policía; pero sus creencias, sus gustos, sus desgracias, sus achaques, sus desengaños la habían inclinado del lado de la piedad; y era una ferviente beata, no de las que se comen los santos, sino de las que beben los vientos practicando las obras de misericordia en forma de sociedad, fuese colectiva, comanditaria o anónima; era muy religiosa, muy caritativa, pero siempre en sociedad; creía más en la Iglesia que en Dios; pensaba que Jesús se había dejado crucificar para que, andando el tiempo, hubiese un lucido Colegio de Cardenales y Congregación del Índice. La consolaba la idea de aquella triste profecía «siempre habrá pobres entre vosotros», porque esto significaba que siempre habría Sociedad de San Vicente de Paúl y Hermanitas de los Pobres, etc., etc. Amaba los organismos caritativos mucho más que la caridad; cabe decir que las lacerías humanas no empezaban a inspirarle lástima hasta que los desgraciados estaban acogidos al amparo de alguna archicofradía. Para ella los pobres eran los pobres matriculados, los oficiales, los de esta o la otra sociedad; por estos se desvivía, pero ¡infelices! ¡de que manera! Tenía una inquisición en cada yema de los dedos de las manos; era un Argos para perseguir el vicio de los miserables, para distinguir las verdaderas necesidades de las falsas; no daba un cacho de pan sin formar a su modo un expediente. Su gloria era ver asilos de lujo, limpios, ordenados, con rigurosa disciplina, con todos los adelantos, tales que los asilados no pudieran respirar fuera del reglamento. Y, para que más que la verdad, doña Indalecia hubiera preferido que un asilo que se creaba, limpísimo, inmaculado, nuevecito todo… no se estrenara, no se echara a perder por el uso de los miserables a quienes se dedicaba.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Tara, Pasillo Cómico

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Efectivamente: el teatro representa un pasillo en una fonda. Una dama elegante, mince y frèle, que diría un traductor, envuelta en una mano, a ser posible misteriosamente, se detiene delante del cuarto número 13. Llama discretamente a la puerta con los ¡oh prosa! Nudillos de la mano derecha, (derecha, no del espectador, sino de la tapada). Se abre la puerta, entra la dama y termina la primera escena, que como ustedes ven, es muda. No se rompen moldes, ni siquiera un plato, a lo menos por ahora.

Escena segunda.— Ni vista ni oída. El pasillo sólo.

Pasa… un buen rato. Llega un caballero que está pasando un mal rato… pero esto ya constituye la escena tercera. Se conoce que está disgustado en que blasfema entre dientes (¡adiós moldes!) y da patadas, pietinando sobre la plaza, como diría el traductor de marras.
Se detiene ante la puerta del cuarto número 13. ¡Nada! Es decir, que a la otra puerta, aunque llama también con los nudillos. Llama con el puño del bastón. Nada. Llama a gritos blasfemando y rompiendo moldes y casi cinchas.

UNA VOZ DENTRO.— ¿Quién va?…

EL CABALLERO DEL PASILLO.— Soy López. ¿Es usted Pérez?

LA VOZ.— Servidor de usted. ¿Qué se le ofrecía al señor López?

LÓPEZ.— Que me entregue usted a la… (Moldes nuevos.) de mi mujer, viva o muerta.

PÉREZ.— ¡Caballero!…

LÓPEZ.— ¡Señor mío!…

PÉREZ.— Ni viva ni muerta; aquí no tengo ninguna mujer, ni de usted, ni de nadie…

LÓPEZ.— ¡Abra usted, cobarde, o descerrajo la puerta a tiros!

PÉREZ.— …


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Conversión de Chiripa

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Llovía a cántaros, y un viento furioso, que Chiripa no sabía que se llamaba el Austro, barría el mundo, implacable; despojaba de transeúntes las calles como una carga de caballería, y torciendo los chorros que caían de las nubes, los convertía en látigos que azotaban oblicuos. Ni en los porches ni en los portales valía guarecerse, porque el viento y el agua los invadían; cada mochuelo se iba a su olivo; se cerraban puertas con estrépito; poco a poco se apagaban los ruidos de la ciudad industriosa, y los elementos desencadenados campaban por sus respetos, como ejército que hubiera tomado la plaza por asalto. Chiripa, a quien había sorprendido la tormenta en el Gran Parque, tendido en un banco de madera, se había refugiado primero bajo la copa de un castaño de Indias, y en efecto, se había mojado ya las dos veces de que habla el refrán; después había subido a la plataforma del kiosko de la música, pero bien pronto le arrojó de allí a latigazo limpio el agua pérfida que se agachaba para azotarle de lado, con las frías punzadas de sus culebras cristalinas. Parecía besarle con lascivia la carne pálida que asomaba aquí y allí entre los remiendos del traje, que se caía a pedazos. El sombrero, duro y viejo, de forma de queso, de un color que hacía dudar si los sombreros podrían tener bilis, porque de negro había venido a dar en amarillento, como si padeciese ictericia, semejaba la fuente de la alcachofa, rodeado de surtidores; y en cuanto a los pies, calzados con alpargatas que parecían terracuota, al levantarse del suelo tenían apariencias de raíces de árbol, semovientes. Sí, parecía Chiripa un mísero arbolillo o arbusto, de cuyas cañas mustias y secas pendían míseros harapos puestos a… mojarse, o para convertir la planta muerta en espanta—pájaros. Un espanta—pájaros que andaba y corría, huyendo de la intemperie.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Torso

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El duque de Candelario tenía media provincia por suya; y no iba muy descaminado, porque a sus cotos redondos no se les veía el fin, y ejércitos de labradores le pagaban renta. Mucho había heredado de sus ilustres ascendientes; pero él también había adquirido no poco, y nadie podía decir que de mala manera y sin servir a la patria: era en su vejez, que casi se podía llamar florida por lo bien que en cosas que habían de dar fruto la empleaba, y por la lozana alegría de su humor y la constancia de sus fuerzas y alientos, era, digo, un agricultor de grandes vuelos, inteligente, activo, desinteresado con el pobre; pero atento a la legítima ganancia; y así se enriquecía más y más, ayudaba a los que le rodeaban a ganar la vida, y a quien le sacaba el jugo era a la tierra.

Si de este modo servía ahora a la patria, antes le había dado algo que valía más; su sangre y el continuo peligro de la vida; había sido bravo militar, llegando a general, y en todos los grados de su carrera había tenido ocasión de probar el valor en verdaderas hazañas. Aún más que por todo esto, le estimaban en su tierra por lo llano, alegre y franco del carácter. No se diga que despreciaba sus pergaminos, pero tenía la democracia del trato, como rasgo capital, en la sangre; y por algo le llamaban el duque de los abrazos. En los membrudos remos, como él decía, que no desdeñaban las armas del trabajo del campo, estrechaba con sincera hermandad a los humildes aldeanos, que adoraban en él y le acompañaban en su vida sana, activa, de cazador y labrador y buen camarada en honestas francachelas.

Vivía casi siempre en el campo, en un gran palacio, con aspecto de castillo feudal, donde el más aristocrático señorío se mostraba por todas partes.

El amo inspiraba confianza en cuanto se le veía; su regia mansión, situada en medio de sus dominios, rodeada de bosques, imponía frío respeto.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

De la Comisión

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

Él lo niega en absoluto; pero no por eso es menos cierto. Sí, por los años de 1840 a 50 hizo versos, imitó a Zorrilla como un condenado y puso mano a la obra temeraria (llevada a término feliz más tarde por un señor Albornoz) de continuar y dar finiquito a El diablo Mundo, de Espronceda.

Pero nada de esto deben saber los hijos de Pastrana y Rodríguez, que es nuestro héroe. Fue poeta, es verdad; pero el mundo no lo sabe, no debe saberlo.

A los diecisiete años comienza en realidad su gloriosa carrera este favorito de la suerte en su aspecto administrativo. En esa edad de las ilusiones le nombraron escribiente temporero en el Ayuntamiento de su valle natal, como dice La Correspondencia cuando habla de los poetas y del lugar de su nacimiento.

La vocación de Pastrana se reveló entonces como una profecía.

El primer trabajo serio que llevó a glorioso remate aquel funcionario público fue la redacción de un oficio en que el alcalde Villaconducho pedía al gobernador de la provincia una pareja de la Guardia Civil para ayudarle a hacer las elecciones. El oficio de Pastrana anduvo en manos y en lenguas de todos los notables del lugar. El maestro de escuela nada tuvo que oponer a la gallarda letra bastardilla que ostentaba el documento; el boticario fue quien se atrevió a sostener que la filosofía gramatical exigía que ayer se escribiera con h, pues con h se escribe hoy; pero Pastrana le derrotó, advirtiendo que, según esa filosofía, también debiera escribirse mañana con h.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Bustamante

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¡Pero, señor, si él no lo negaba, si ya sabía que tenía razón su mujer! ¿Que la plaza estaba por las nubes? ¡Claro! ¿Que todo costaba el doble de lo que valía tres años atrás? ¡Cierto! ¿Que un padre con tres hijos de pocos años y de muchos dientes, no podía consagrarse al arte poco lucrativo, aunque muy honroso, de hacer charadas en verso, ora improvisadas, ora discurridas si tenían intríngulis? Corriente. En todo eso estaba él, y ya había escrito tres cartas al señor López, el diputado, pidiéndole un destino; por cierto que López no le había contestado a ninguna… Pero que se respetase su vocación. ¡Qué mal hacía él a nadie descifrando logogrifos y discurriendo otros muchos más complicados! La vocación no se discute. Él había nacido para aquel género de literatura y había que dejarle en paz o lo echaba todo a rodar, y se comía a sus propios hijos con dientes y todo, como el dios Saturno de la mitología.

Su primer hijo era hija y se llamaba Paz, pero Bustamante la llamaba mi primera; y a Gil, que seguía, le llamaba mi segunda y a María de la O, mi tercera.

—Bustamante —le dijo una noche su mujer, que le llamaba por el apellido y ya estaba hasta el moño de charadas—, es necesario que vayas a Madrid y le saques a López una credencial aunque sea de las entrañas.

—Sí, esposa mía, estoy conforme; me trasladaré a la capital, veré a López y si no me da eso, le pondré en los Pasatiempos del Eco de los Pósitos como chupa de dómine con esta charadita, que se me ha ocurrido ahora:

Prima es neutro, aunque te asombre,
mi segunda pega bien,
y mi todo es un mal hombre
que me la pega también.

—¡Bustamante! Para no decir más que tonterías… más vale que te duermas. (Estaban en el lecho nupcial).

—Bueno, esposa mía, pues en tal caso, la solución en el número próximo; quiero decir que hasta mañana.

Y dio media vuelta y se quedó dormido.


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Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Ordalías

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Don Braulio Aguadet era un riquísimo señor valenciano, que tomaba muy en serio las cosas más serias de la vida; por ejemplo, la educación de sus hijos.— Para muchos era manía el afán que Aguadet mostraba por encontrar para su prole el ave fénix de los maestros, un ayo ideal, aunque tuviera tan buen diente que le comiera la mitad de la hacienda. Sus hijos no iban a la escuela por que Aguadet temía las epidemias físicas y las morales, como él decía; los microbios de la difteria y los microbios del mal ejemplo, de la enseñanza rutinaria y servil. Se acercaba para los chicos el momento crítico de pasar a la segunda enseñanza, y don Braulio ya había resuelto no dejarles tampoco asistir al Instituto. Lo que él necesitaba era el ave fénix de los preceptores; una especie de Sócrates sin colocación, que quisiera dedicarse a maestro de los Aguadet impúberos.

Pero, es claro; el ayo ideal no parecía. En vano el buen señor, con perjuicio de sus negocios, cambiaba de vecindad cada poco tiempo, y de Valencia se iba a Barcelona y de allí a la corte. El Pestalozzi que él había soñado no estaba en ninguna parte. En el extranjero no había que pensar; porque Aguadet, que leía muchos libros de pedagogía, había leído al pedagogo ilustre, que dice que es un crimen enseñar a los niños a hablar en dos lenguas a un tiempo. La boca se le hacía agua cuando en las páginas de anuncios de los periódicos ingleses leía la oferta de ayos de exportación, señores que eran doctores, académicos, publicistas y una porción de letras mayúsculas, que Aguadet no sabía lo que significaban (v. gr. Ll D. B. A. DD. etc., etc.), y que se ofrecían por poco dinero para casa de los padres, como nuestras amas de cría. Un doctor inglés de aquellos, pero vertido al castellano, era lo que él quería para sus hijos. Pero la planta no era indígena; no había por acá ayos como los soñaba Aguadet.


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La Trampa

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¿Convenía o no la carretera? Por de pronto era una novedad, y ya tenía ese, inconveniente. Manín de Chinta, además, sentía abandonar la antigua calleja, el camín rial, un camino real que nunca había llegado a cuarto siquiera; porque, pese a todas las sextaferias que habían abrumado de trabajo a los de la parroquia, en ochavo se había quedado siempre aquella vía estrecha, ardua, monte arriba, con abismos por baches, y con peñascos, charcos y pantanos por el medio. En invierno, el ganado hundía las patas en el lodo hasta los corvejones; en verano, aquella masa, petrificada en altibajos ondeados, como olas de un mar de barro, mostraba todavía los huecos profundos de las huellas de vacas y carneros, que adornaban como arabescos el oleaje inmóvil. No importaba; por aquel camino habían llevado el carro el padre de Manín, el abuelo de Manín, todos los ascendientes de que había memoria.

Manín de Chinta tardaba tres horas en llegar con las vacas a la villa; mucho era para tan poco trecho; pero tres horas habían tardado, su abuelo. Además, la carretera le dividía por el medio el suquero, fragrante y fresco pedazo de verdura, regalo del corral. Manín resistió cuanto pudo, dificultó la expropiación hasta donde alcanzaron sus influencias… pero el torrente invencible y arrollador de la civilización y el progreso, como dijo el diputado del distrito, en una comida que le dictaron los mandones, en casa del cura nada menos, el torrente, es decir, la carretera, pudo más que Manuel; y por medio del suquero pasó el enemigo, llenando de polvo, que todo lo marchitaba, la hierba y los árboles, que a derecha e izquierda siguieron siendo propiedad de Manín.


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