Textos más populares este mes de Leopoldo Alas "Clarín" | pág. 5

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autor: Leopoldo Alas "Clarín"


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Boroña

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


En la carretera de la costa; en el trayecto de Gijón a Avilés, casi a mitad de camino, entre ambas florecientes villas, se detuvo el coche de carrera al salir del bosque de la Voz, en la estrechez de una vega muy pintoresca, mullida con infinita hojarasca de castaños y robles, pinos y nogales, con los naturales, tapices de la honda pradería de terciopelo verde oscuro que desciende hasta refrescar sus lindes en un arroyo que busca deprisa y alborotando el cauce del Aboño. Era una tarde de agosto, muy calurosa aún en Asturias; pero allí mitigaba la fiebre que fundía el ambiente una dulce brisa que se colaba por la angostura del valle, entrando como tamizada por entre ramas gárrulas e inquietas del robledal espeso de la Voz que da sombra en la carretera en un buen trecho.

Al detenerse el destartalado vehículo, como amodorrado bajo cien capas de polvo, los viajeros del interior, que dormitaban cabeceando, no despertaron siquiera. Del cupé saltó como pudo, y no con pies ligeros ni piernas firmes, un hombre flaco, de color de aceituna, todo huesos mal avenidos, de barba rala, a que el polvo daba apariencia de cana, vestido con un terno claro, de verano, traje de buena tela, cortado en París, y que no le sentaba bien al pobre indiano, cargado de dinero y con el hígado hecho trizas.

Pepe Francisca don José Gómez y Suárez en el comercio, buena firma, volvía a Prendes, su tierra, después de treinta años de ausencia; treinta años invertidos en matarse poco a poco, a fuerza de trabajo, para conseguir una gran fortuna, con la que no podía ahora hacer nada de lo que él quería: curar el hígado y resucitar a Pepa Francisca de Francisquín, su madre.


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6 págs. / 10 minutos / 248 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Cristales

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Si el alma un cristal tuviera...

Mi amigo Cristóbal siempre estaba triste... no, no es esa la palabra; era aquello una frialdad, una indiferencia, una abstinencia de toda emoción fuerte, confiada, entusiástica... No sé cómo explicarlo... Hacía daño la vida junto a él. Sus ojos, de un azul muy claro y de pupilas muy brillantes, brillantes desde una oscuridad misteriosa y preguntona, parecían el doctor Pedro Recio de toda expansión, de toda admiración, de todo optimismo; amar, admirar, confiar, en presencia de aquellos ojos, era imposible; a todo oponían el veto del desencanto previo. Y lo peor era que todo lo decían con modestia, casi con temor; la mirada de Cristóbal era humilde, jamás prolongada. Podría decirse que destilaba hielo y echaba a correr.

¿Por qué era así Cristóbal, por qué miraba así? Un día lo supe por casualidad.

* * *

—«El mejor amigo, un duro» —dijo delante de nosotros no sé quién.

—Me irritan —dije a Cristóbal en cuanto quedamos solos—, me irritan estos vanos aforismos de la falsa sabiduría escéptica, plebeya y superficial; creo que el mundo debe en gran parte sus tristezas morales a este grosero y limitado positivismo callejero que con un refrán mata un ideal...

«Sin embargo», dijeron a su modo los ojos de Cristóbal, y sus labios sonrieron y por fin rompieron a hablar:

—Un duro... no será gran amigo; pero acaso no hay otro mejor.


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5 págs. / 10 minutos / 192 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Un Repatriado

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Antonio Casero, de cuarenta años, célibe, Doctor en Ciencias, filósofo de afición, del riñón de Castilla, después de haber creído en muchas cosas y amado y admirado mucho, había llegado a tener por principal pasión la sinceridad.

Y por amor de la sinceridad salía de España, por la primera vez de su vida, a los cuarenta años; acaso, pensaba él, para no volver.

Véanse algunos fragmentos de una carta muy larga en que Casero me explicaba el motivo de su emigración voluntaria:

«...Ya conoces mi repugnancia al movimiento, a los viajes, al cambio de medio, de costumbres, a toda variación material, que distrae, pide esfuerzos. Ese defecto, porque reconozco que lo es, no deja de ser bastante general entre los que, como yo, viven poco por fuera y mucho por dentro y prefieren el pensamiento a la acción.


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5 págs. / 10 minutos / 96 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Un Candidato

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Tiene la cara de pordiosero; mendiga con la mirada. Sus ojos, de color de avellana, inquietos, medrosos, siguen los movimientos de aquel de quien esperan algo como los ojos del mono sabio a quien arrojan golosinas, y que, devorando unas, espera y codicia otras. No repugna aquel rostro, aunque revela miseria moral, escaso aliño, ninguna pulcritud, porque expresa todo esto, y más, de un modo clásico, con rasgos y dibujo del más puro realismo artístico: es nuestro Zalamero, que así se llama, un pobre de Velázquez. Parece un modelo hecho a propósito por la Naturaleza para representar el mendigo de oficio, curtido por el sol de los holgazanes en los pórticos de las iglesias, en las lindes de los caminos. Su miseria es campesina; no habla de hambre ni de falta de luz y de aire, sino de mal alimento y de grandes intemperies; no está pálido, sino aterrado; no enseña perfiles de hueso, sino pliegues de carne blanda, fofa. Así como sus ojos se mueven implorando limosna y acechando la presa, su boca rumia sin cesar, con un movimiento de los labios que parece disimular la ausencia de los dientes. Y con todo, sí tiene dientes, negros, pero fuertes. Los esconde como quien oculta sus armas. Es un carnívoro vergonzante. Cuando se queda solo o está entre gente de quien nada puede esperar, aquella impaciencia de sus gestos se trueca en una expresión de melancolía humilde, sin dignidad picaresca, sin dejar de ser triste; no hay en aquella expresión honradez, pero sí algo que merece perdón, no por lo bajo y villano, sino por lo doloroso. Se acuerda cualquiera, al contemplarle en tales momentos, de Gil Blas, de don Pablos, de maese Pedro, de Patricio Rigüelta; pero como este último, todos esos personajes con un tinte aldeano que hace de esta mezcla algo digno de la égloga picaresca, si hubiere tal género.


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4 págs. / 7 minutos / 151 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

El Señor

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Capítulo I

No tenía más consuelo temporal la viuda del capitán Jiménez que la hermosura de alma y de cuerpo que resplandecía en su hijo. No podía lucirlo en paseos y romerías, teatros y tertulias, porque respetaba ella sus tocas; su tristeza la inclinaba a la iglesia y a la soledad, y sus pocos recursos la impedían, con tanta fuerza como su deber, malgastar en galas, aunque fueran del niño. Pero no importaba: en la calle, al entrar en la iglesia, y aun dentro, la hermosura de Juan de Dios, de tez sonrosada, cabellera rubia, ojos claros, llenos de precocidad amorosa, húmedos, ideales, encantaba a cuantos le veían. Hasta el señor Obispo, varón austero que andaba por el templo como temblando de santo miedo a Dios, más de una vez se detuvo al pasar junto al niño, cuya cabeza dorada brillaba sobre el humilde trajecillo negro como un vaso sagrado entre los paños de enlutado altar; y sin poder resistir la tentación, el buen mística, que tantas vencía, se inclinaba a besar la frente de aquella dulce imagen de los ángeles, que cual mi genio familiar frecuentaba el templo.

Los muchos besos que le daban los fieles al entrar y al salir de la iglesia, transeúntes de todas clases en la calle, no le consumían ni marchitaban las rosas de la frente y de las mejillas; sacábanles como un nuevo esplendor, y Juan, humilde hasta el fondo del alma, con la gratitud al general cariño, se enardecía en sus instintos de amor a todos, y se dejaba acariciar y admirar como una santa reliquia que empezara a tener conciencia.


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20 págs. / 36 minutos / 97 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Cuesta Abajo

Leopoldo Alas "Clarín"


Novela corta


Día 7 de enero de 18...

A las cinco de la tarde Ambrosio Carabín, portero segundo o tercero (no lo sé bien) de esta ilustre escuela literaria, cerraba la gran puerta verde de la fachada oriental, y, después de meterse la llave en el bolsillo, se quedaba contemplando al propietario de la cátedra de Literatura general y española, que bajaba, bien envuelto en su gabán ceniciento, por la calle de Santa Catalina. Carabín, es casi seguro, pensaba a su manera: —¡Y que este insignificante, que ni toga tiene, me obligue a mí, con mis treinta años de servicios, a estar de plantón toda la tarde porque a él se le antoje tener clase a tales horas en vez de madrugar como hacen otros que valen cien veces más, según lo tienen acreditado!

Si el propietario de la cátedra de Literatura general y española hubiera oído este discurso probable de Carabín, se hubiera vuelto a contestarle:

—Amigo Ambrosio, reconozco la justicia de tus quejas; pero si yo madrugara ¡qué sería de mí! Déjame la soledad de mis mañanas en mi lecho si quieres que siga tolerando la vida. Me has llamado insignificante. Ya sé que lo soy. ¿Ves este gabán? Pues así, del mismo color, soy todo yo por dentro: ceniza, gris. Soy un filósofo, Carabín. Tú no sabes lo que es esto: yo tampoco lo sabía hace algún tiempo cuando estudiaba filosofía y no sabía de qué color era yo. Pues sí: soy un filósofo y casi casi un naufragio de poeta (no te rías)... y por eso no puedo, no debo madrugar. En cuanto a que mi cátedra te estorba, te molesta, lo admito: me lo explico. También me estorba, también me molesta a mí. Intriga con el Gobierno para que me paguen sin poner cátedra, y habrás hecho un beneficio al país, a ti mismo y al propietario de esta asignatura, que ni tú, ni yo, ni los estudiantes sabemos para qué sirve.


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58 págs. / 1 hora, 41 minutos / 162 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Oso Mayor

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Servando Guardiola dejó caer el libro, una novela francesa, sobre el embozo de la cama; apoyó bien la nuca en la almohada, estiró los brazos con delicia de dilettante de la pereza... y bostezó, sin hastío, sin sueño —acababa de dormir diez horas—, sin hambre —acababa de tomar chocolate—; saboreando el bostezo, poniendo en él algo de oración al dios de la galbana, que alguno ha de tener.

Dejaba caer el libro para continuar deleitándose con las propias ideas y las queridas familiares imágenes, mucho más interesantes que la lectura que le había sugerido, por comparación, mil recuerdos, mil reflexiones.

Se sentía superior al libro, con una inadvertida complacencia.

Era el volumen pequeño, elegante, coquetón, de un autor joven, de moda, de los pervertidos, jefe de escuela, un jeune maître próximo ya a la Academia y que iba cansándose de su especialidad, el amor con quintas esencias y lo quería convertir en extraña filosofía austera, de austeridad falsa, llena de inquietud y sobresalto.

Todavía aquel poeta del vicio parisiense, que tantas depravaciones eróticas había pintado, casi inventado, continuaba en esta reciente obra, por tesón de escuela, por costumbre, acaso por espíritu mercantil, buscando nuevos espasmos del placer; pero lo hacía con evidente disgusto ya, cansado de repetirse, empleando por rutina, ahora, las frases gráficas, fuertes, audaces, que en otro tiempo habían sido el triunfo principal de su estilo nervioso.

Todo aquello le sabía a puchero de enfermo a Servando, gran lector ahora de clásicos, que estaba descubriendo la historia en los autores célebres antiguos, aquellos de que todos hablan y que en nuestro tiempo casi nadie los tiene para leer. Él sí, los leía, los saboreaba; ¡qué de cosas decían que no habían hecho constar los comentaristas más minuciosos!


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7 págs. / 13 minutos / 85 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Speraindeo

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I. La voz de Lina

Un joven vestido de riguroso luto, pero mal vestido, con la levita demasiado corta y los pantalones demasiado estrechos y el sombrero demasiado bajo, apoyaba medroso el dedo índice sobre el botón de un timbre, a la puerta del cuarto de la izquierda del piso segundo, en una casa del barrio de Salamanca.

O el timbre no sonó o dentro no le oyeron; porque la puerta no quiso abrirse. El joven se mordió los labios. Parecía enojarle no poco aquella pasiva oposición de la puerta. Necesitó no pequeño esfuerzo de ánimo para decidirse a tocar el botón otra vez, y para hacerlo esperó un intervalo inverosímil. –«Sin duda no me han oído» –necesitó pensar para animarse a tentar de nuevo fortuna. La superstición de los desgraciados ya le había hecho imaginar que no le abrían porque no le habían conocido, sin verle.

El pobre Speraindeo, injusto como suelen serlo también los desventurados, empezó a pensar mal de su tío el Sr. Soldevilla, inquilino de aquel cuarto izquierdo. –«Tiene un corazón de hielo, ¡bien decía mi padre!»– Así exclamó el pobre muchacho, después que sintió con terror pasar algunos minutos sin que la puerta se moviese. Se decidió a ser un héroe; como Moisés, sin fe, llamó por tercera vez, pero ya casi desesperado. Se corrió entonces la tapa de la rejilla, y una voz que le llegó al corazón estremeciéndole, le preguntó –¿Quién es?–. Speraindeo mientras pensaba que aquella voz parecía la de su difunta madre, contestó con otra pregunta. ¿El señor Soldevilla vive aquí?

–Sí, señor, pero... no está en casa.

–¡No está!

–No señor. Si Vd. tiene que dejar algún recado... Yo soy su hija.

–¡Rosario!...

–Servidora de Vd.... ¿Usted sería acaso...

–Yo soy su primo de Vd.. . soy... Speraindeo.


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21 págs. / 37 minutos / 65 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Rivales

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¿No ha llegado a notar el discreto lector que en las letras contemporáneas de los países que mejores y más espirituales las tienen, brillan por algún tiempo jóvenes de gran talento, de alma exquisita, promesas de genio, que poco a loco se cansan, se detienen, se obscurecen, vacilan, dejan de luchar por el primer puesto y consienten que otros vengan a ocupar la atención y a gozar iguales ilusiones, y a su vez experimentar el mismo desencanto? Un crítico perspicaz, fijándose en tal fenómeno, ha creído explicarlo atribuyéndolo a la poca fuerza de esas almas, genios abortados, superiores en cierto sentido (si no se atiende al resultado, a la obra acabada), a los mismos genios que tienen la virtud… y el límite de la idea fija, del propósito exclusivo y constante, pero inferiores en voluntad, en vigor, en facultades generales, en suma.


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14 págs. / 25 minutos / 66 visitas.

Publicado el 11 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

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