Textos más vistos de Leopoldo Lugones disponibles | pág. 4

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La Fuerza Omega

Leopoldo Lugones


Cuento


No éramos sino tres amigos. Los dos de la confidencia, en cuyo par me contaba, y el descubridor de la espantosa fuerza que, sin embargo del secreto, preocupaba ya á la gente.

El sencillo sabio ante quien nos hallábamos, no procedía de ninguna academia y estaba asaz distante de la celebridad. Había pasado la vida concertando al azar de la pobreza pequeños inventos industriales, desde tintas baratas y molinillos de café, hasta máquinas controladoras para boletos de tranvía.

Nunca quiso patentar sus descubrimientos, muy ingeniosos algunos, vendiéndolos por poco menos que nada á comerciantes de segundo orden. Presintiéndose quizá algo de genial, que disimulaba con modestia casi fosca, tenía el más profundo desdén por aquellos pequeños triunfos. Si se le hablaba de ellos, concomíase con displicencia ó sonreía con amargura.

—Eso es para comer, decía sencillamente.

Me había hecho su amigo por la casualidad de cierta conversación en que se trató de ciencias ocultas; pues mereciendo el tema la aflictiva piedad del público, aquéllos á quienes interesa suelen disimular su predilección, no hablando de ella sino con sus semejantes.

Fué precisamente lo que pasó, y mi despreocupación por el qué dirán debió de agradar á aquel desdeñoso, pues desde entonces intimamos. Nuestras pláticas sobre el asunto favorito, fueron largas. Mi amigo se inspiraba al tratarlo, con aquel silencioso ardor que caracterizaba su entusiasmo y que sólo se traslucía en el brillo de sus ojos.

Todavía le veo pasearse por su cuarto, recio, casi cuadrado, con su carota pálida y lampiña, sus ojos pardos de mirada tan singular, sus manos callosas de gañán y de químico á la vez.


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 72 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

La Tortilla de Juanito

Leopoldo Lugones


Cuento


Cuento, no sé ninguno de amor; pero te narraré una historia que podría ser un cuento, aun cuando estos salen más entretenidos, bien lo veo, pues tienen en su favor el encanto de la mentira...

No más que por verte hacer otra vez ese pucherito de guindas almibaradas, dijera yo mil perrerías de la Verdad; pero tu mohín (pongámoslo en estilo reporticio) es injustificado.

Por tu sexo y tus primaveras que cabrían, bien contadas, en un soneto con estrambote; por tu sexo, tus primaveras y la delicada gracia de tu rostro en que anticipan sus palideces románticos insomnios; por tu sexo, tus primaveras, tu graciosa faz y la esbeltez de tu busto, que semeja un fino ramillete; sin mencionar tus lindas manos, ni elogiar tus lindos pies que la falda avara cubrirá bien pronto—por todo eso, María Eugenia, eres una obra de arte y en consecuencia esencialmente artificial. Como Estela, como Eulalia, como Hortensia, como todas tus hermanas en juventud y en hermosura, has nacido para la mentira, la divina mentira de belleza que todos cultivamos en nuestro huertecillo interior.

No te impacientes si me encuentras filósofo, pues mi filosofía es amable y justifica todos los artificios del tocador, condenando solamente sus excesos, por antiestéticos, pues digan lo que quieran los moralistas, las mujeres pintadas son adorables.

Demasiado fea es la realidad para empeñarse tanto en poseerla, y por eso ha de predominar siempre, sobre toda razón, la coquetería con sus agridulces falacias, manifiestas de igual modo en tus afeites y en las margaritas con que Rosa, la novia de Juanito, se refregaba las mejillas... Pero ahora recuerdo que aun no sabes quiénes son Rosa y Juanito.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 61 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Los Caballos de Abdera

Leopoldo Lugones


Cuento


Abdera, la ciudad tracia del Egeo, que actualmente es Balastra y que no debe ser confundida con su tocaya bética, era célebre por sus caballos.

Descollar en Tracia por sus caballos, no era poco; y ella descollaba hasta ser única. Los habitantes todos tenían a gala la educación de tan noble animal, y esta pasión cultivada a porfía durante largos años, hasta formar parte de las tradiciones fundamentales, había producido efectos maravillosos. Los caballos de Abdera gozaban de fama excepcional, y todas las poblaciones tracias, desde los cicones hasta los bisaltos, eran tributarios en esto de los bistones, pobladores de la mencionada ciudad. Debe añadirse que semejante industria, uniendo el provecho a la satisfacción, ocupaba desde el rey hasta el último ciudadano.


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6 págs. / 11 minutos / 229 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Piuma al Vento

Leopoldo Lugones


Cuento


¡Qué gran payaso aquel "Pass-key"!

Cuando concluían los saltos mortales de doble tumbo por sobre una fila de doce caballos y tres hombres encimados, en un silencio casi solemne de la orquesta; cuando remataba sus proezas de fuerza, asiendo un piquete de la barra con su brazo rígido, para bajar, girando en espiral sobre este único apoyo, hasta dar sentado en el piso; cuando terminaban los vuelos vertiginosos de los trapecios y las serenatas grotescas, rasgueadas con un pie tras de la nuca, venía la suerte clásica.

El colega Arlequín soplaba hacia el techo, por medio de una cerbatana, una pluma de pavo real. La pluma surgía veloz, como un cohete, llegaba al techo casi; luego, describiendo una lenta curva, caía, caía titubeando, y el payaso la recibía en la punta de su nariz. Cambiaba sus posturas, se descoyuntaba en todas las formas, sosteniéndola siempre; simulaba la cacería de un ratón por toda la pista, manteniendo el sutil equilibrio; llegaba hasta ponerse de espaldas y erguirse otra vez, sin perderlo, mientras los violines susurraban un airecillo tirolés. Y la infalible de su acierto sorprendía.

Ni los juegos ecuestres que la húngara de lozanas piernas ejecutaba, ni los equilibristas japoneses, ni los excéntricos yanquis, ni el ciclista francés con sus paradójicas geometrías, ni el parque zoológico con sus curiosidades, entusiasmaban tanto al público como aquella suerte de la pluma. Había de veras algo artístico en el juego fino y elegante da aquel payaso, que vestía todo de blanco como el "Gilles" de Watteau; una especie de flexible esgrima, en complicación de curvas silenciosas como los trazos de un blando lápiz, cierta vaga angustia en aquella destreza obligada a luchar con el aire, como con un duende invisible, y hasta cierto incentivo de azar en la indecisa levedad de esa pluma...

—¿...Te acuerdas Gabriela?


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 69 visitas.

Publicado el 22 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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