El Hombrecito de la Limalla de Oro
Manuel Chaves Nogales
Cuento
Era un hombrecito triste, maduro ya, cargadas las espaldas, trabajado el rostro moreno, que debió ser blanco y armonioso en la adolescencia, claros los ojos y el aire distraído. Venía de sorberse la tarde trago a trago a lo largo de las rondas que, ya anochecido y escamondadas por el aire delgado de Castilla, daban una neta sensación de intemperie con sus esqueletos de árboles y sus faroles de luz blanca y fría. Anhelaba ya ganar la casa, aquel gigantesco cubo de ladrillo, avanzada valiente de la urbe que recortaba en la línea del horizonte su masa blanqueada, veía nacer y ponerse el sol y miraba de lejos y con envidia a la ciudad. Vivía en ella gente toda de medio pelo.
Matrimonios jóvenes que cumplirían allí su condena; gente llegada de provincias, que da a los arrabales un tinte aldeano ya descolorido; ex cocineras casadas después de haber hecho su pacotilla con algún hombrachón harto de trabajar y malvivir; mancebitas hijas de buenas familias que poblaban la resonancia de los patios interiores con el moscardoneo de sus fonógrafos y con sus caras de tontainas iban contando a todo el mundo la escena aquella de la seducción mientras mecanografiaban o cosían. Policías, maestros de escuela, empleados y ordenanzas se repartían los cuartos interiores, y en los sótanos hallaban su cobijo docenas de trabajadores, madres e hijas que ejercían la prostitución discretamente, un afinador de pianos, una santera, familias todas miserables, con una miseria vergonzante que se advertía a través de las ropas zurcidas y el zapato lustroso y sin suela. Galeotes de aquel navío de alto porte anclado a orillas de la gran ciudad, iban y venían como piojos en costura por los corredores sombríos, siempre aprisa, malhumorados siempre, cada cual atento a sus hambres y sus dolores. Desde su jaulita el portero, con su cara dura de ex guardia civil, vigilaba los movimientos del enjambre.
Dominio público
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Publicado el 9 de septiembre de 2025 por Edu Robsy.