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Después de las Carreras

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Cuando Berta puso en el mármol de la mesa sus horquillas de plata y sus pendientes de rubíes, el reloj de bronce, superado por la imagen de Galatea dormida entre las rosas, dio con su agudo timbre doce campanadas. Berta dejó que sus trenzas de rubio veneciano le besaran, temblando, la cintura, y apagó con su aliento la bujía, para no verse desvestida en el espejo. Después, pisando con sus pies desnudos los nomeolvides de la alfombra, se dirigió al angosto lecho de madera color de rosa, y, tras una brevísima oración, se recostó sobre las blancas colchas que olían a holanda nueva y a violeta. En la caliente alcoba se escuchaban, nada más, los pasos sigilosos de los duendes que querían ver a Berta adormecida y el tic-tac de la péndola incansable, enamorada eternamente de las horas. Berta cerró los ojos, pero no dormía. Por su imaginación cruzaban a escape los caballos del hipódromo. ¡Qué hermosa es la vida! Una casa cubierta de tapices y rodeada por un cinturón de camelias blancas en los corredores; abajo, los coches cuyo barniz luciente hiere el sol, y cuyo interior, acolchonado y tibio, trasciende a piel de Rusia y cabritilla; los caballos que piafan en las amplias caballerizas y las hermosas hojas de los plátanos, erguidos en tibores japoneses; arriba, un cielo azul de raso nuevo, mucha luz, y las notas de los pájaros subiendo, como almas de cristal por el ámbar fluido de la atmósfera; adentro, el padre de cabellos blancos que no encuentra jamás bastantes perlas ni bastantes blondas para el armario de su hija; la madre que vela a su cabecera cuando enferma, y que quisiera rodearla de algodones, como si fuese de porcelana quebradiza; los niños que travesean desnudos en su cuna, y el espejo claro que sonríe sobre el mármol del tocador.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 334 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Tragedias de Actualidad

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento, Teatro


(EL ALQUILER DE UNA CASA)


PERSONAJES

EL PROPIETARIO: hombre gordo, de buen color, bajo de cuerpo y algo retozón de carácter.

EL INQUILINO: joven flaco, muy capaz de hacer versos.

LA SEÑORA: matrona en buenas carnes, aunque un poquito triquinosa.

Siete u ocho niños, personajes mudos.


ACTO ÚNICO

EL PROPIETARIO: ¿Es usted, caballero, quien desea arrendar el piso alto de la casa?

EL ASPIRANTE A LOCATARIO: Un servidor de usted.

–¡Ah! ¡Ah! ¡Pancracia! ¡Niños! Aquí está ya el señor que va a tomar la casa. (La familia se agrupa en torno del extranjero y lo examina, dando señales de curiosidad, mezclada con una brizna de conmiseración.) Ahora, hijos míos, ya le habéis visto bien; dejadme, pues, interrogarlo a solas.

–¿Interrogarme?

–Decid al portero que cierre bien la puerta y que no deje entrar a nadie. Caballero, tome usted asiento.

–Yo no quisiera molestar…, si está usted ocupado…

–De ninguna manera, de ninguna manera; tome usted asiento.

–Puedo volver…

–De ningún modo. Es cuestión de brevísimos momentos. (Mirándole.) La cara no es tan mala…, buenos ojos, voz bien timbrada…

–Me había dicho el portero…

–¡Perdón! ¡Perdón! ¡Vamos por partes! ¿Cómo se llama usted?

–Carlos Saldaña.

–¿De Saldaña?

–No, no señor, Saldaña a secas.

–¡Malo, malo! El de habría dado alguna distinción al apellido. Si arrienda usted mi casa, es necesario que agregue esa partícula a su nombre.

–¡Pero, señor!

–Nada, nada: eso se hace todos los días y en todas partes; usted no querrá negarme ese servicio. Eso da crédito a una casa… Continuemos.

–Tengo treinta años, soy soltero.


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3 págs. / 6 minutos / 159 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Venganza de Milord

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


(A Memé)


Mi buena amiga:

Te escribo oyendo el ruido de los últimos carruajes que vuelven del teatro. He tomado café –un café servido por la pequeña de una señorita que, a pesar de ser bella, tiene esprit–. Por consiguiente, voy a pasar la noche en vela.

Imaginóme, pues, que he ido a un baile, te he encontrado y conversamos ambos bajo las anchas hojas de una planta exótica, mientras toca la orquesta un vals de Métra y van los caballeros al buffet.

Si tú quieres, murmuremos. Voy a hablarte de las mujeres que acabo de admirar en el teatro. Imagínate que estás ahora en tu platea y observas a través de mis anteojos.

Mira a Clara. Ésa es la mujer que no ha amado jamás. Tiene ojos tan profundos y tan negros como el abra de una montaña en noche oscura. Allí se han perdido muchas almas De esa oscuridad salen gemidos y sollozos, como de la barranca en que se precipitaron fatalmente los caballeros del Apocalipsis. Muchos se han detenido ante la oscuridad de aquellos ojos, esperando la repentina irradiación de un astro: quisieron sondear la noche y se perdieron.

Las aves al pasar le dicen: ¿No amas? Amar es tener alas. Las flores que pisa le preguntan: ¿No amas? Amor es el perfume de las almas. Y ella pasa indiferente viendo con sus pupilas de acero negro, frías e impenetrables, las alas del pájaro, el cáliz de la flor y el corazón de los poetas.

Viene de las heladas profundidades de la noche. Su alma es como un cielo sin tempestades, pero también sin estrellas. Los que se le acercan sienten el frío que difunde en tomo suyo una estatua de nieve. Su corazón es frío como una moneda de oro en día de invierno.


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5 págs. / 9 minutos / 121 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

En el Hipódromo

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Es imposible separar los ojos de esa larga pista, en donde los caballos de carrera compiten, maravillándonos con sus proezas. Yo sé de muchas damas que han reñido con sus novios, porque éstos, en vez de verlas preferentemente y admirarlas, fijaban su atención en los ardides de los jockeys y en la traza de los caballos. Y sé, en cambio, cíe otro amigo mío, que absorto en la contemplación de unas medias azules, perfectamente estiradas, perdió su apuesta por no haber observado, como debía haberlo hecho desde antes, las condiciones en que iba a verificarse la carrera. Pero esta manía hípica no cunde nada más entre los dueños de caballos y los apostadores, ávidos de lucro; se extiende hasta las damas, que también siguen, a favor del anteojo, los episodios y las peripecias de la justa; y que apuestan como nosotros apostamos y emplean en su conversación los agrios vocablos del idioma hípico, erizado de puntas y consonantes agudísimas. Los galanes y los cortejos van a apostar con las señoras, y ofrecen una caja de guantes o un estuche de perfumes, en cambio de la pálida camelia que se marchita en los cabellos de la dama o del coqueto alfiler de oro que detiene los rizos en la nuca. El breve guante de cabritilla paja que aprisiona una mano marfilina bien vale todos los jarrones de Sévres de tiene Hildebrand en sus lujosos almacenes y todas las delicadas miniaturas que traza el pincel Daudet de Casarín. Yo tengo en el cofre azul de mis recuerdos uno de esos guantes. ¿De quién era? Recuerdo que durante muchos días fue conmigo, guardado en la cartera, y durmió bajo mi almohada por las noches. ¿De quién era? ¡Pobre guante! Ya le faltan dos botones y tiene un pequeñito desgarrón en el dedo meñique. Huele a rubia.


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8 págs. / 15 minutos / 118 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Misas de Navidad

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


He salido a flanear un rato por las calles, y en todas partes, el fresco olor a lama, el bullicio y ruido de las plazas y la eterna alharaca de los pitos han atado mis pensamientos a la Noche Buena. Es imposible que hablemos de otra cosa. Las barracas esparcidas miserablemente en la Plaza Principal han estado esta tarde más animadas que nunca. Los vendedores ambulantes no han podido fijarse un solo instante. A cada paso tropiezo con acémilas humanas, cargadas de pesados canastones, por cuyas orillas asoman los tendidos brazos de una rama de cedro, o las hebras canas del heno. A trechos, rompiendo la monotonía de aquella masa humana vestida de guiñapos, asoma una coraza aristocrática y un sombrero de Devonshire. Cogido de la mano de su hermana, va un niño de tres años, mirando con ojos desmesuradamente abiertos cada cosa, y lanzando gritos de alegría, como notas perladas, cuyo revoltoso compás lleva con las carnosas manos impacientes. La luz de las hogueras y de los hachones, llameando velozmente, comunica a las fisonomías ese reflejo purpúreo que ilumina las pinturas venecianas. Ahí distingo el cuerpo esbelto y elegante de la señorita C…, la reina de la delgadez aristocrática, cubierto por un vestido seda perla con grandes rayas negras. Lleva un niño de la mano, y, encorvando su cuerpo graciosamente, espera que el vendedor de tostada cara y gruesas manos llene el cesto que sostiene en sus brazos un lacayo. Es la Diana de Juan Goujon en el mercado.


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11 págs. / 19 minutos / 114 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Sospecha

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Estaban ambos en ese momento peligroso del amor en que, para creer en la propia felicidad, es necesario que los otros se hagan lenguas de ella. Ser dos no basta: es necesario que los otros digan: «¡Sí, son dos!». Los corazones buenos, llegado ese momento, han menester un amigo; los malos, un envidioso. Uno de los primeros síntomas de la saciedad es que suele uno verse en el espejo más a menudo que ordinariamente. ¿Por qué? Porque se busca un testigo, y estando eternamente solos, la propia imagen de uno es punto menos que un desconocido. El dúo aspira a resolverse en un terceto. Algunas veces degenera en concertante: sobre todo, cuando se trata de alguna ópera italiana o de amoríos pecaminosos.

Clementina y Roberto no se fastidiaban: ¿era posible acaso que se fastidiaran? Él tenía veinte abriles y ella treinta. Pero, sobre todo, lo que hacía irresistible a Clementina era el pudor. La castidad, esa niñería sublime, es patrimonio de todas las doncellas inocentes, pero el pudor se adquiere, se conquista. Una joven alzándose la enagua hasta los ojos, es de una castidad suprema. El pudor, ese astuto, enseña apenas la punta delicada del botín. Es una ciencia, un arte. Es el obstáculo oportuno, la negación que consiente, la reticencia de la pasión. Sabe lo que se puede conceder y cómo y cuándo. A los treinta años comienzan las mujeres a tener pudor. Las vírgenes son augustas.


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5 págs. / 9 minutos / 82 visitas.

Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Un 14 de Julio

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


(Histórico)

Voy a referiros una breve y triste historia, y voy a referirla porque hoy habrá muchos semblantes risueños en las calles, y es bueno que los alegres, los felices, se acuerden de que hay algunos, muchos desgraciados. Es un episodio del 14 de julio, pero no del 14 de julio de 1789, sino del 14 de julio de 1890. Y la heroína es una paisana nuestra, una hermosa y desventurada mexicana. ¡Ah!, de ella hablaron mucho los diarios de París hace dos años, más que de madame Iturbe y de sus trajes, más que de la señorita Escandón y su boda. Arsenio Houssaye, ese anciano coronado de rosas, le dedicó una página brillante, una aureola de oro, como esas que circundan las sienes de los mártires. La Piedad la amó un momento, un momento nada más, porque la Piedad tiene siempre muchísimo que hacer. Y ahora que miro esas banderas, esas flámulas, esos gallardetes, símbolos de noble regocijo, pienso en la pobre mexicana que pasó en París el 14 de julio de 1890.

Estaba casada con un francés que vino a nuestra tierra cuando la malhadada Intervención. Aquí tuvo seis hijos… ¡Ya sabéis que la pobreza es muy fecunda! Vivían penosamente, y el marido, esperanzado en hallar protección más amplia en su país, regresó a Francia con su mujer y su media docena de criaturas. Él era pintor, decoraba, hacía cuadritos de flores y de frutas para comedores, iluminaba retratos, y tenía buena voluntad para admitir cualquier trabajo honesto. Pero he aquí lo que no hallaba. ¡Es tan grande París! ¡Hay en sus calles tanto ruido! ¡Es tan difícil percibir allí la voz de un hombre!

Altivo, orgulloso como era, jamás se habría resignado a pordiosear. La miseria, enamorada sempiterna del orgullo, vino a acompañarle.

Una noche, agotados ya todos sus recursos, dijo:

—Es preciso morir.

Le oyó el más pequeño de sus hijos y preguntó entonces a la madre:

—Mamá, ¿qué cosa es morir?


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Músico de la Murga

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


«Ci-gît le bruit du vent». (Aquí yace el susurro del viento). ¿No os parece elocuente este epitafio ideado por Antípater para la tumba de Orfeo? Lo que pasa alzando apenas un rumor muy leve y se extingue, cual si otro más recio soplo lo apagara; lo que sienten al estremecerse las eréctiles hojas; lo que riza las ondas, cuando tiemblan, cogidas de repentino calosfrío; el brillo efímero de la luciérnaga azulina; el beso rápido de Psique, eso es lo semejante a ciertos espíritus fugaces que sólo producen una vibración, un centelleo, un estremecimiento, un calosfrío, y mueren como si se evaporaran.

¿Conocéis de Juventino Rosas algo más que unos cuantos valses elegantes y melancólicos y bellos como la dama, ya herida de muerte, en cuyas manos, casi diáfanas, puso la poesía un ramo de camelias inmortales? Un schottisch… una polca… una danza… otro vals… ¡rumor del viento! Algunos tienen nombres tristes como presentimientos: Sobre las olas…, ahí flota, descolorido y coronado de ranúnculos, el cadáver de Ofelia; Morir soñando… ¡anhelo de los que han vivido padeciendo! Y observad que envuelve casi toda esa música bailable cierta neblina tenue de tristeza. Parece escrita para rondas de willis. Al compás de la mazurca danzan las mozas en un claro del bosque; están alegres y ríen y cantan, pero el músico está triste.


Ya se está el baile arreglando.
Y el gaitero, ¿dónde está?
—Está a su madre enterrando,
pero en seguida vendrá.
—¿Y vendrá? —Pues ¿qué ha de hacer?
Cumpliendo con su deber,
vedle con su gaita, pero
¡cómo traerá el corazón
el gaitero,
el gaitero de Gijón!
La niña más habladora
«¡aprisa!» le dice «¡aprisa!».
Y el gaitero sopla y llora,
poniendo cara de risa.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Dame de Coeur

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Allá, bajo los altos árboles del Panteón Francés, duerme, la pobrecita de cabellos rubios á quien yo quise durante una semana... ¡todo un siglo!... y se casó con otro.

Muchas veces, cuando, cansado y aburrido del bullicio, escojo para mis paseos vespertinos las calles pintorescas del Panteón, encuentro la delicada urna de mármol en que reposa la que nunca volverá. Ayer me sorprendió la noche en esos sitios. Comenzaba á llover, y un aire helado movía las flores del camposanto. Buscando á toda prisa la salida, di con la tumba de la muertecita. Detúveme un instante, y al mirar las losas humedecidas por la lluvia, dije, con profundísima tristeza:

—¡Pobrecita! ¡Qué frío tendrá en el mármol de su lecho!

Rosa-Thé era, en efecto, tan friolenta como una criolla de la Habana. ¡Cuántas veces me apresuré á echar sobre sus hombros blancos y desnudos, á la salida de algún baile, la capota de pieles! ¡Cuántas veces la vi en un rincón del canapé, escondiendo los brazos, entumecida, bajar los pliegues de un abrigo de lana! ¡Y ahora, allí está, bajo la lápida de mármol que la lluvia moja sin cesar! ¡Pobrecita!


Cuando Rosa-Thé se casó, creyeron sus padres que iba á ser muy dichosa. Yo nunca lo creí; pero reservaba mis opiniones, temeroso de que lo achacaran al despecho. La verdad es que cuando Rosa-Thé se casó, yo había dejado de quererla, por lo menos con la viveza de los primeros días. Sin embargo, nunca nos hace mucha gracia el casamiento de una antigua novia. Es como si nos sacaran una muela.


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Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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