I
Hace tiempo, queridísimo lector mío, que Yo,
hombre como todos, de carne y hueso, lleno, por supuesto, de pasiones y
de flaquezas humanas, aunque no ministeriales, porque hasta ahora no he
sido bastante malo ni bastante viejo para ser ministro en esta bien
sistemada república monárquica, me quité mi seudónimo por cierta maldita
equivocación de un impresor que copió un artículo de un Yo de España; y Yo de México, inocente de todo punto, reporté las consecuencias. Disgustado del maldecido Yo
de España, me metí a viajero, y vi, lo que todos ellos, luengas y
remotas tierras, beodos y groseros por millones, y otras cosillas más;
pero al fin regresé a mi país como un baúl vacío, es decir, sin ningún
conocimiento ni gracia más. Después de mis viajes me metí a político y,
¡oh lector querido!, esto fue un poquito peor; los monarquistas me
llamaron ruin; los aristócratas y firmones del Tiempo, que corre
desde su alta y sublime altura, me arrojaron una que otra vez una mirada
de compasión, y descendieron hasta hacerme el honor de tenderme su real
mano, con la arrogancia con que un magnate de lando tira una moneda al
baldano pordiosero; los ministros me llamaron vil, y los periodistas de
paga sacaron a luz algunos importantes rasgos de mi fecunda e
interesante vida pública y privada. Desengañado, querido lector, acaso
mucho más de lo que tú estarás al leer mis mamarrachos, he abandonado el
puesto que la patria me había indicado, y me reduzco ahora, en unión de
mi bueno y festivo amigo Fidel, a comerme el pan que ha producido
algunos granos de trigo, que dizque nos arrojaron de limosna in illo tempore;
y persuadido de que todo en el mundo es mentira, falacia, engaño,
traición, maldad e ingratitud, vuelvo de nuevo a ser lo que se llama un
filósofo, por el estilo de Platón o de Sócrates, que es a la única
medianía a que he aspirado en mi vida.
Leer / Descargar texto 'La Enfermedad. El Entierro. El Pésame'