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autor: Manuel Payno editor: Edu Robsy fecha: 19-11-2020 contiene: 'u'


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Jueves Santo

Manuel Payno


Cuento


La historia que en todo el mundo cristiano se recuerda en esta semana, no es la narración de un héroe fabuloso y sanguinario, sino la del humilde, la del justo que cambió los destinos de la humanidad.

Desde las más remotas y oscuras edades, los sacerdotes y los filósofos formaron sus sistemas religiosos y los enseñaron a los pueblos, los que los fueron variando, corrompiendo y transmitiendo a otros.

La guerra o las necesidades de las gentes, los obligaban a formar colonias y a establecerse en lugares lejanos, y a ellos llevaban sus dioses, sus creencias y sus costumbres. Pero pasaron siglos tras de siglos. El mundo oriental se fue poblando, y del mundo oriental pasaron unas razas al occidental y comenzaron a formar naciones civilizadas y pueblos que han hecho mucho ruido en la historia; pero ninguna de estas razas, ninguna de estas naciones, ninguno de estos pueblos guerreros o civilizados, conoció en toda su extensión ni los elementos de la vida moral, ni los derechos claros y naturales del hombre, ni los principios fundamentales de las constituciones de los pueblos. Años y años se perpetuó la esclavitud que cambió sólo de formas y de martirios; años y años estuvo recibida como un dogma la teoría de la desigualdad del hombre ante las leyes; años y años practicado y ensalzado el despojo, la violencia y la guerra.

Fue de un lugar silencioso, oscuro, quizá desconocido de la mayor parte de los poderosos de la tierra, de donde nació una doctrina tan sencilla, tan perceptible, tan fácil, tan completa, que lo mismo la puede entender el campesino ignorante, como el político profundo; lo mismo aprovecha en su observancia al magnate que gobierna una nación, como al último de los ciudadanos que obedecen.

«No hagas a otro lo que no quisieses que te hicieran.»

«Amaos como hermanos los unos a los otros.»

«Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.»


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Apología del Quitrín

Manuel Payno


Cuento


Digan lo que quieran los pobres peones que se enlodan o se empolvan en las calles de La Habana, el quitrín es el mejor de los carruajes posibles, y el que hizo el primero, merecía mejor una estatua que el que descubrió la vacuna. ¿Qué carroza tiene sus barras? ¿Qué órgano tiene su fuelle? ¿Qué sofá tiene sus cojines? ¿Qué zapato su charol? ¿Qué cama sus cortinas? La mujer nació para el quitrín y el quitrín para la mujer, y siendo cierto que la mujer salió de una costilla del hombre, el quitrín sale de las costillas del marido.

Esta legítima consecuencia nos conduce a otras observaciones de no menor importancia. El quitrín es el altar de la Virgen, es la peana de la Magdalena, el tabernáculo de la belleza, y el sancta sanctorum del hogar doméstico. Es la muleta de la mujer, que generalmente cojea, aunque no se sepa a punto fijo de qué pie; es el locomotor de la familia, el vehículo de las niñas, el báculo de la vejez, la causa eficiente del movimiento, la palanca de traslación, y el carro de triunfo de las hermosas.

Claman sin cesar los economistas por la facilidad de las comunicaciones. ¿Y qué serían los ferrocarriles sin quitrines? ¿Qué señoras irían a pie al Botánico, por ejemplo? ¿No seria preciso llevar un ramal a cada casa? ¡La facilidad de las comunicaciones! ¿Y quién facilita más que el quitrín las comunicaciones de nuestras damas? ¿Quién las hace más comunicativas? ¿Quién las hace más fáciles de transportar? ¿Quién abrevia la distancia, y pone en contacto las personas lejanas? El quitrín, se nos dirá, no anda a razón de doce millas por hora; enhorabuena, pero menos andan las carretas de los ingenios, y sobre todo más vale llegar a tiempo que rondar un año, y más anda el cojo que el que se está quieto.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Juicio Final

Manuel Payno


Cuento


—¿Con que todavía persiste usted en su incredulidad?

—De ninguna manera, amigo don Sempronio: creo a puño cerrado que ha de llegar un día fatal en que todo bicho que viva y que haya vivido, ha de levantarse con la cara muy larga, las mejillas pálidas y hundidas y los ojos descarriados, y ha de correr diestra y siniestra sin poder ocultarse de una justicia eterna que a todos medirá con igual rasero; mas no he visto ni los temblores de tierra, ni las tempestades, ni los terremotos, ni ninguna de esas señales que, según la Escritura, anunciarán el día terrible.

—¿No ha visto usted el cometa?

—Sí.

—¿Y los temblores de las Antillas?

—Sí.

—¿Y la guerra en Yucatán?

—Sí.

—¿Y las injusticias que cometen con nosotros nuestros hermanos carísimos del norte?

—Sí.

—¿Y la caída lastimosa de los que estaban en la cúspide del poder? —Sí.

—¿Y las cuestiones entre los que están en la cumbre del poder?

—Sí.

—Pues si éstas no son señales del juicio final, no sé qué más aguarda usted; y además si se quiere convencer prácticamente, venga usted conmigo.

Don Sempronio me condujo a la alacena de la esquina de los portales de Mercaderes y Agustinos. Yo le seguí, pensando que sería divertido efectivamente contemplar leyendo El Diario, La Colmena y El Siglo XIX, la aproximación del juicio final.

—Observe usted, amigo mío —me dijo con tono sepulcral—, y se conmoverá usted hasta el grado de derramar lágrimas de verdadera contrición.


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Vida y Costumbres de los Salvajes

Manuel Payno


Cuento


Los españoles, al entrar en plena posesión de lo que antes se llamaba Nueva España, creyeron por algún tiempo que su conquista había terminado. A medida que los nuevos exploradores de las costas del sur y norte fueron penetrando por los desiertos, y nuevos colonos estableciéndose, conocieron que sólo dominaban absolutamente una parte pequeña del país, y que les quedaba todavía mucho que luchar con las tribus que se habían retirado hacia el norte, o que originarias de las orillas del Missouri, Mississippi y Arkansas, mudaban sus aduares y se aventuraban en lejanas expediciones guerreras. Mucho tiempo los nuevos colonos de todo ese inmenso territorio que se extiende desde las costas en la desembocadura del Bravo hasta las de Californias, fueron víctimas y sufrieron los ataques de los bárbaros, sin que a pesar de la actividad que desplegaron los conquistadores en los primeros tiempos, tomasen medidas radicales para contener el mal, hasta que fue enviado don José de Gálvez como visitador de Nueva España. Gálvez visitó las Floridas y la Louisiana, y uno de los primeros se atrevió a atravesar esas vastas y desconocidas praderías. Después de haber recorrido las orillas del Mississippi y de los ríos de Tejas y Bravo, llegó a la capital del antiguo imperio de Moctezuma, con la satisfacción de haber dado cima a uno de los viajes más peligrosos y útiles que pudieran imaginarse. En efecto, Gálvez estudió las costumbres de las diferentes tribus salvajes, estableció presidios y misiones, formó reglamentos y dio a los jefes de esas nacientes colonias instrucciones sabias para mantener la paz y ejecutar la guerra.


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Los Pollitos

Manuel Payno


Cuento


La gallina papujada
pone huevos a manada,
pone uno, pone dos, pone tres, pone cuatro,
pone cinco, pone seis, pone siete, pone ocho.
 

Tapa el bizcocho.

Juego de la infancia

Dijo Voltaire que el mundo era un huevo, y cuanto en él había, puros huevos o productos de ellos. No es mucho, si Voltaire que era un sabio dijo esto, que yo, que no soy más que Yo, ni aspiro a más gloria que la de entretener a mis lectores y revelar algunas verdades, diga que todos en el mundo somos pollos, puros pollos y pollitos.


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Máscaras

Manuel Payno


Cuento


Llegó por fin el carnaval, llegó el día de alboroto y de locura, en que las viejas se vuelven mozas, las muchachas ancianas, y los rostros de máscara se cubren, como si fuese necesario, con otra máscara. Citas, proyectos amorosos, declaraciones, pequeñas venganzas y graciosos chascos, todo tiene lugar en estos días en que la costumbre autoriza ciertas acciones y ciertas palabras, que no se dirían sin rubor si faltase la careta.

¿Pero no es, por ventura, todo el año día de máscara? ¿Qué amante habla a su querida sin careta? ¿Qué muchacha no se pone todo el año la careta para engañar a su novio? ¿Qué cortesano deja de usar en palacio la careta? ¿Cuándo les ha faltado careta a los jesuitas, a los mayordomos de monjas, a los hermanos de la Santa Escuela, a los cocheros de Nuestro Amo, a los que salen en las procesiones con su escapulario y su estandarte?

Cuando veas venir, lector querido, un hombre de semblante humilde, de ojos bajos y de voz suave y meliflua que te habla de los deberes del matrimonio, de la educación de los hijos, del cumplimiento de los deberes sociales, si eres casado, si tienes hijas bonitas desconfía de él y di: ¡Cáspita!, este hombre tiene careta.

Cuando se te acerque un político y te hable de libertad, de amor a la patria, de sacrificios nobles y desinteresados, no te mezcles en sus proyectos, porque no te hará más que instrumento de algunas miras que oculta debajo de estas palabras que inspiran honradez, y di: ¡Cáspita!, este hombre tiene careta.

Cuando un vista, un administrador de aduana marítima, un guarda, un colector de diezmos, digan que han aumentado las rentas, que han sido destituidos por honradez, y que están pereciendo de hambre porque en esta nación no se recompensa el mérito, no te creas de sus primeras palabras, y di para tus adentros: ¡Este hombre puede tener careta!


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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Remedio Infalible

Manuel Payno


Cuento


Para el que se le cae el pelo


Qui n’a pas l’sprit de son age
De son age à tout le malheur.
 

La caída de la hoja seca es en los campos del antiguo mundo imagen del otoño, precursora del invierno. El otoño de la vida se anuncia con la caída del pelo. En el campo y en el hombre se atrasa alguna vez esta estación, pero generalmente los hombres de este siglo de las luces lo pierden todo a un tiempo, la juventud, el pelo, las ilusiones, las creencias y el dinero. Estoy viendo en este instante una carta escrita del puño y letra de un anciano de ochenta y cinco años de edad, venerable padre de familia, que acuerda medio siglo de desastres en su patria, que repelidas veces desempeñó cargos públicos, que sacrificó su fortuna, su vida, en beneficio de su país, y hoy tiene pelo, y escribe sin espejuelos, y anda una legua a pie, y goza de la vida. Ahora los hombres no tienen pelo ni tienen ojos a los veinte años.

Así discurría yo tristemente, pensando en esa degeneración física de la especie humana, de que no puede dudar el que tome en peso el casco que llevaba a la guerra el cardenal Cisneros, o ver la armadura del caballero español, que pesaba 20 arrobas, o contemple la espada de Bernardo del Carpio, armadura y espada de gigantes.

Los descendientes del Cid y de Pelayo tenemos el cutis blanco, musculatura menos pronunciada, mórbidos, puede decirse nuestros miembros, débil, suave como la seda nuestro pelo. Hay hombres en este siglo tan hermosos como una mujer. Así pues, como existen muchos que aprecian sus ventajas físicas como en el bello sexo se aprecian, me he propuesto hoy hacerles un servicio señalado, dándoles cuenta de una pequeña aventura que me condujo al descubrimiento del remedio infalible para el que se le cae el pelo. He aquí el hecho.

—Su pelo de usted está en estado de quiebra —me dijeron hace un mes unas hermosas niñas que estimo mucho.


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Costumbres Políticas

Manuel Payno


Cuento


¡Ya soy de oposición!

¿Qué es la oposición en México?… ¿Es moda, es costumbre, es virtud?… La oposición es oposición y existe de hecho.

¿Qué objeto tiene la oposición? ¿Va animada del bien, quiere siempre el progreso cuando triunfa, adopta las buenas ideas del gobierno que derribó y mejora la posición de los ciudadanos?…

La oposición es oposición y existe de hecho, y plegue a Dios que no existiera de hecho. Preguntemos a los mineros de Guanajuato qué tal les parece la oposición que hace Paredes. Que digan los que están temiendo ser machucados por una bala, qué tal es la oposición. ¡Oh!, magnífica es la oposición, particularmente para los pobres que mueren en el campo de batalla por influjo de las balas de la oposición, o se quedan a perecer porque la oposición no les ha dejado cara en que persignarse.


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El Portal

Manuel Payno


Cuento


No hay cosa más difícil que comenzar un artículo de costumbres, una poesía, una oración cívica, o cualquier cosa en que se necesite forzosamente disponer a los lectores a que usen de benevolencia con el autor y a que escuchen con paciencia, ya que no con placer, los diálogos entre las vecinas de la casa de los Dolores, las quejas contra el rigor de una querida o contra las inclemencias del destino, o los padecimientos de los héroes de la libertad, que aunque muy sublimes, los sabe ya todo el mundo, adornados de la poesía o prosa con que los han revestido los oradores anuales.

¿Es introducción ésta? Todo tiene, menos eso; pero llevaba yo media hora de estar con la mano en la mejilla sin poder escribir una silaba, y era fuerza comenzar. Me ocurre que si yo hubiera viajado por Florencia, por Parma o por Milán, quizá esas ciudades tendrían portales de mármoles, y en esos portales pasarían cosas bonitas, cuya descripción serviría de exordio o introducción a este artículo, en vez de traer por los cabellos a las oraciones cívicas y a las poesías. Si fuera anticuario, podría también explicar si los romanos fueron los primeros que construyeron los portales, o fueron los griegos, los godos o los persas; pero ni anticuario ni viajante, sólo puedo decir que en un portalito de Santa Anita sostenido con puntales y cuñas, pasan la noche los indios que se embriagan; que el portal de Toluca estaba ocupado en un día de Muertos sólo por mi elegante persona, y la más elegante de un nevero que quería se refrescaran los transeúntes en el mes de noviembre; y por último, que en el portal de San Juan del Río se sienta una mujer delante de un hachón con una olla de atole de anís y otra de tamales, y que también mi elegante persona, unida a la de otros jóvenes de capa romana, tomó su atole y sus tamales, y por poco le cuesta bajar a la negra, hórrida, lívida, tétrica y melancólica tumba.


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Era Bueno

Manuel Payno


Cuento


Era bueno el monje Wenesth porque no alzó jamás los ojos a ver a una mujer, y fue modelo de humildad y de virtudes; era bueno Sully, porque cuando salió del ministerio tuvo que empeñar sus alhajas para comer; era bueno el Cid, porque combatió con los moros como cristiano y como un caballero; pero no quiero hablar de todos los que han sido buenos en el mundo, porque sería cosa de nunca acabar, y porque con sólo recorrer la historia podremos tener una lista abundante de buenos; sino de esas dos palabras repetidas por todas las bocas de todas las clases de la sociedad, principalmente en épocas de agitación, de reformas, de revoluciones y de paz, de atraso y de adelanto, de progreso y de retrogradación, de justicia y de injusticia; en una palabra, en una época como la presente, que se parece a las pasadas, y que servirá de modelo a las venideras. ¡Qué desgraciados seríamos si no pudiéramos decir era bueno! ¿Qué podría suplirse a estas palabras que ayudan a expresar los deseos de cada uno? El ladrón dice: era bueno que no hubiera luna, porque su claridad nos impide salir a quitar una capa. El caminante dice: era bueno que no saliera el sol para que no me tostara los sesos. El niño dice: era bueno que no hubiera escuela, y que una peste se llevara al otro mundo a todos los maestros. El joven dice: era bueno que todas las muchachas me quisieran; era bueno que los sastres no fueran tan careros ni embusteros; era bueno que muriera un pesado marido que me amaga con su garrote; era bueno que cargara Satanás con una vieja setentona que estorba mis amores con la sentimental Matilde. ¡Oh!, los jóvenes repiten con tanta frecuencia el era bueno, como los americanos la palabra dollars, según dice mistress Trollope. ¿Y los viejos? Los viejos no dejan tampoco de la mano el tema.


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