Textos más vistos de Marcel Schwob no disponibles publicados el 28 de marzo de 2017

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autor: Marcel Schwob textos no disponibles fecha: 28-03-2017


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Vidas Imaginarias

Marcel Schwob


Biografía, Cuento


La ciencia de la historia nos sume en la incertidumbre acerca de los individuos. No nos los muestra sino en los momentos que empalmaron con las acciones generales. Nos dice que Napoleón estaba enfermo el día de Waterloo, que hay que atribuir la excesiva actividad intelectual de Newton a la absoluta continencia propia de su temperamento, que Alejandro estaba ebrio cuando mató a Klitos y que la fístula de Luis XIV pudo ser la causa de algunas de sus resoluciones. Pascal especula con la nariz de Cleopatra —si hubiese sido más corta— o con una arenilla en la uretra de Cromwell. Todos esos hechos individuales no tienen valor sino porque modificaron los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar su ilación.

Son causas reales o posibles. Hay que dejarlas para los científicos.

El arte es lo contrario de las ideas generales, describe sólo lo individual, no desea sino lo único. No clasifica, desclasifica.


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95 págs. / 2 horas, 46 minutos / 343 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Diálogos de Utopía

Marcel Schwob


Cuento


Cyprien d’Anarque tenía unos cuarenta años. Se habría enfadado si alguien se lo hubiera recordado. Pretendía no depender en absoluto de su edad más que de otra cosa en el mundo. Patilargo, seco y de piel curtida, tenía la mirada ruda y un rostro aquilino, en el que la sonrisa frecuente estaba marcada por dos huecos en las comisuras de los labios. Gran lector de teorías e impaciente ante cualquier contradicción, tenía la religión especial de aquellos que creen en lo que dicen en el momento en el que hablan, esa religión que no tiene más que un fiel, con el que se basta. La fe de Cyprien se había vuelto enfermiza. Sentía hacia su propio yo una adoración tan pura que hubiera sentido náuseas de mancillarlo con el contacto con otro yo; me refiero con un sentimiento, una voluntad, una idea, una palabra que no fuera exclusivamente cipriánica. Lejos de pretender parecerse a los grandes hombres en ciertos detalles familiares (pasión bastante común), descartaba cualquier parecido con horror. Se había enemistado con toda la parentela d’Anarque para evitar los aires de familia. No podía soportar que le encontraran similitud alguna a cualquier ser humano.


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6 págs. / 11 minutos / 156 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Rey de la Máscara de Oro

Marcel Schwob


Cuento


El Rey De La Mascara De Oro

A Anatole France

El rey enmascarado de oro se alzó del negro trono en el que estaba sentado desde hacía horas y preguntó la causa del tumulto. Los guardias de las puertas habían cruzado las picas y se oía entrechocar el hierro. Alrededor del brasero de bronce también se alzaron los cincuenta sacerdotes situados a la derecha y los cincuenta bufones situados a la izquierda, y las mujeres agitaban las manos en semicírculo ante el rey. La llama rosa y púrpura que relumbraba en la alambrera de bronce del brasero hacía brillar las máscaras de los rostros. Imitando al descarnado rey, mujeres, bufones y sacerdotes llevaban inmutables caras de plata, cobre, madera y tela. Las máscaras de los bufones se abrían de risa mientras que las máscaras de los sacerdotes se obscurecían de preocupación. Cincuenta rostros sonrientes florecían a la izquierda y cincuenta rostros tristes fruncían al ceño a la derecha. No obstante, los claros tejidos que cubrían la cara de las mujeres imitaban rostros eternamente graciosos y animados por una sonrisa artificial. Pero la máscara de oro del rey era majestuosa, noble y verdaderamente real.

Ahora bien, el rey se mantenía silencioso y a causa de ese silencio se parecía a la raza de reyes de la cual era el último. En otro tiempo la ciudad estuvo gobernada por príncipes que llevaban la faz descubierta, pero largo tiempo atrás había surgido una amplia horda de reyes enmascarados. Ningún hombre había visto la cara de los reyes e incluso los sacerdotes ignoraban la razón. Pero en tiempos remotos se dio la orden de cubrir los rostros de todos los que acudían a la residencia real y aquella familia de reyes sólo conocía las máscaras de los hombres.

Mientras se estremecían los hierros de los guardias de la puerta y retumbaban sus sonoras armas, el rey preguntó con voz grave:


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104 págs. / 3 horas, 2 minutos / 399 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Psicología del Trilero

Marcel Schwob


Artículo


Detrás del puente de Caulaincourt se extienden solares, rodeados de ruinas. La ciudad es ahí salvaje, las casas son dispares y están apresuradamente encaladas; a veces el camino, cortado por hoyos, serpentea entre cabañas. Los cabarés son chozas de ramas reforzadas con tierra seca. Hay tabernas con ventanales en tres de sus caras, muchos de cuyos cristales, rotos a puñetazos, están cubiertos de papel. La barra está vacía, y lo único que se ve en la pared desnuda es la ley Giffre. Las botellas están en la trastienda. Cuando entras, el jefe aparece, revólver en ristre; con una mano te sirve y con la otra te apunta con la pipa para que salte la moneda. Los vagabundos consumen en los bancos, a la luz de una vela; tan sólo se oye la lluvia golpeando las ventanas, el viento empujando las planchas y, de vez en cuando, una ventana de papel que se rompe.


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4 págs. / 8 minutos / 127 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Barba Negra

Marcel Schwob


Cuento


Habíamos dejado Jamaica a finales de marzo de 1717, con un buen cargamento de quinquina y de ron. Y teníamos planeado comprar, a lo largo de la costa, variadas frutas de gran excelencia con el fin de venderlas en las islas que no las producen, como guayaba, papaya, mamey, junipa, combari y manzanas de caoba, de entre las cuales no hay nada mejor que los zapotes, que tienen el tamaño de una pera y la carne carmesí. El dueño de nuestra chalupa, la Aventure, era David Harriot y llevábamos a bordo a dos mujeres de alegre vida, españolas, llamadas Machilla y Machillón. Conocían bien la región, y visitaban las posadas para animar a los señores marineros a beber su ron; cada una llevaba en su pecho una pequeña bolsa de piel cosida llena de monedas de a ocho.


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3 págs. / 6 minutos / 104 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Alfiler de Oro

Marcel Schwob


Cuento


Hacía unos instantes que el vaivén de la puerta, que sacudía sus tres ventanales, ya no atraía la atención de las mujeres. Los ingleses salían y entraban, con sus flexibles sombreros, sus pantalones holgados, fumando pipas cortas, sin levantar ningún revuelo. El pequeño ciclista, con aire ingenuo, permanecía solo en un rincón, abandonado por las madamas. Todas estaban mirando a un hombre moreno, pálido, que se había sentado en una mesa del fondo. Tenía unas cejas extraordinariamente espesas, tan tupidas que cubrían el entrecejo; una nariz afilada y una boca muy roja; el cuello encajado en un collar de perro ancho y dorado constelado de brillantes; unos largos guantes rojos rodeados por dos brazaletes de oro amarillo con un único ópalo en la mitad. Un corsé ceñía su torso, aunque la flácida tela de su pantalón evidenciaba la flaqueza de sus piernas. Pero lo más extraño era sobre todo sus ojos, claros y grises, pero sin fondo, encendidos con una mirada fría que caía como atravesando un vidrio pulido.

«Aquí tienes a tu pimpollo, —exclamó Nini-la-Maquillada a Cuello-de-Terciopelo—. Ya me lo prestarás». Julie-la-Cantarina pasó cerca del hombre rozándole el cuello con la punta de sus senos, apenas cubiertos con tul blanco, mientras canturreaba: «No son colgajos, son picaruelos — ¡y apuntan hacia los cielos!». La pequeña Cinco-Minutos-en-mi-Cama, que de reina de los pilluelos de la Plaza Maubert se había convertido de repente en «princesa de los grititos» del bulevar, se acercó a mirarlo delante de sus narices y estalló en carcajadas.


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5 págs. / 8 minutos / 60 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Cruzada de los Niños

Marcel Schwob


Cuento


Introducción

Entre la leyenda y la realidad histórica bascula la historia de la Cruzada de los niños:

En mayo del año oscuro de 1212, un adolescente llamado Esteban de Cloyes, se presentó en la corte del rey Felipe con una carta que, según afirmaba, le había sido entregada por Jesucristo en persona, junto con el encargo de predicar una cruzada. El rey, sin prestarle atención lo envió de regreso, pero el zagal, en vez de volver serenamente a su casa, cayó en un fervoroso delirio y anunció a los cuatro vientos que Dios le había ordenado organizar una cruzada de niños para recobrar de las manos infieles la ciudad santa de Jerusalén. En menos de un mes las prédicas de Esteban habían conseguido reunir a millares de niños; ante la mirada, unas veces atónita, otras burlona, de los adultos, cerca de 30 mil niños franceses, acompañados por algunos religiosos y de otros peregrinos, emprendieron con él una desastrosa marcha a través de Provenza con rumbo a Marsella, desde donde esperaban que el Señor separara las aguas, tal y como lo había hecho con el pueblo judío en el mar Rojo, para que ellos cruzaran el mediterráneo y llegaran a Tierra Santa sin siquiera mojarse los pies. El pastor Esteban viajaba a bordo de un carrito con toldo y los demás a pie.

Al conocerse la noticia, en Alemania, se desencadenó un movimiento semejante, éste al mando de un muchacho llamado Nicolás quien, al igual que Esteban predicaba que el mar se abriría ante ellos. En poco tiempo reunió un ejército de niños que marchaban gustosos a derrotar a los moros. Sólo el Papa Inocencio trató de disuadirlos, cuando un pequeño grupo llegó a Roma, pero, para entonces, ya nada se podía hacer.


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19 págs. / 34 minutos / 162 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Viaje a Samoa

Marcel Schwob


Viajes


Cartas a Margarita Moreno

I

A bordo del Ville de la Ciotat.

Lunes, 21 de octubre de 1901.

Diez de la mañana.

Mi adorada Margarita:

Empiezo hoy esta carta que sólo podré enviarte desde Port-Saïd. En primer lugar, gracias por tu cariñoso telegrama que encontré a bordo… ¡Qué buena eres, querida esposa! ¡Cuánto te quiero y cómo deseo de todo corazón volver sin novedad! Encontré también una nota de mamá y de Mauricio. Ayer, después de escribirte, mandé dos telegramas, uno para ti y otro al Temps. Después, a las diez y media, subimos a bordo con D…

El Ville de la Ciotat es un enorme barco nuevo, pero desgraciadamente se balancea mucho. Mi camarote al principio me pareció minúsculo, pero estoy solo en él (!) y puedo arreglármelas con calma. La litera es muy cómoda, pero tuve una feliz inspiración al traerme mi almohada.


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106 págs. / 3 horas, 6 minutos / 116 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Artículos de Exportación

Marcel Schwob


Cuento


Estaba terminando los ecos de sociedad de la Mode des Batignolles cuando vi entrar a un estirado personaje pálido y descarnado que dejó su sombrero en el suelo deslizando dentro un fajo de hojas manuscritas. Murmuró: «Usted escribe un periódico sobre moda, ¿no es así?». Le respondí que de momento nuestro equipo de redacción estaba al completo.

Así que recogió su sombrero y sus papelotes con aire de resignación, se dirigió hacia la puerta y posó la mano sobre el pomo, como si fuera a salir, pero entonces se volvió hacia mí y balbuceó con un tono suplicante: «Sólo le ruego que me diga si tienen ustedes lectores suscritos en el archipiélago de Pomotou».

Consulté el registro y leí:

—Diez medio-suscripciones, dieciocho tercios, treinta y dos cuartos, setenta y dos octavos.

—¿Pero acaso sus habitantes no están enteros? —preguntó, inquieto.

—Sí —le respondí—, pero es que se suscriben en grupo.

Lanzó un suspiro de alivio y prosiguió suavemente: «Trabajo en la exportación. He traído aquí artículos sobre un sombrero-gamba con doble velo, uno para la cara y el otro para el falso moño; un anuncio para un nueva ballena de corsé desmontable, y un corsé con doble fondo que puede servir también de billetera, de porta-cartas y de buzón; un reportaje sobre unos aros articulados con un muelle en espiral para agrandar los senos de las damas cuando se sientan; un estudio a favor de un estupendo invento: falsos pechos de plástico utilizables como biberones en los cuales se puede introducir cualquier preparado que sustituya ventajosamente la leche materna durante la primera infancia… ¿Cree usted que estos artículos podrían tener éxito en Pomotou?».

Comencé a hacer un gesto pero me interrumpió:


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Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Barnum

Marcel Schwob


Cuento


Los carteles se deshilachan patéticamente en los muros, las prensas gimen, los gongs sollozan, los circos se paran, las ferias de exhibición cierran sus salas en señal de duelo y todos los monstruos del Viejo y Nuevo Mundo lanzan al unísono un alarido de lamento. Tal vez los clowns pasmados y anodinos, los aprendices de publicitarios, los gacetilleros insolventes, los reporteros de imposturas y bulos, los exhibidores de feria arruinados, los directores de fenómenos de cualquier naturaleza, hayan sentido pasar, la noche anterior, surcando los cielos del Atlántico, un misterioso bufón alado soplando en una trompeta monstruosa la llamada finisecular: «¡El gran Barnum ha muerto!».

Y el periodismo, y los teatros, y la publicidad comercial, y también ya la propaganda política, artística y literaria, se hacen eco en un estremecimiento común: «¡El gran Barnum ha muerto!».

Diez años antes de la era fatídica del siglo XX, aquel que dio un impulso tan singular a la ciencia de la publicidad acaba de extinguirse en su propiedad de Bridgeport (Connecticut, EEUU). Tuvo la atribulada trayectoria típica de todos los americanos que «desembarcan» en cualquier rama de la actividad humana. Phineas Taylor Barnum fue saltimbanqui, director de una manufactura, financiero en bancarrota, alcalde, candidato al Congreso, hombre de letras y propietario de un circo. En América se pasa de los trabajos físicos a las actividades intelectuales con una facilidad sorprendente. Mark Twain ha sido sucesivamente piloto en el Misisipi, secretario del gobernador de Nevada, minero, obrero cajista, redactor de periódico, reportero en las Islas Sándwich y ahora es uno de los mayores escritores de Estados Unidos y dueño de un maravilloso hotel en Hartford (Connecticut, EEUU). Siempre ha respetado a Barnum; incluso le ha hecho publicidad (con una sorprendente sangre fría) en uno de sus relatos: El robo del elefante blanco.


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4 págs. / 7 minutos / 58 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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