Textos de Marqués de Sade publicados el 21 de octubre de 2016

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autor: Marqués de Sade fecha: 21-10-2016


Hay Sitio Para Dos

Marqués de Sade


Cuento


Una hermosísima burguesa de la calle Saint—Honoré, de unos veinte años de edad, rolliza, regordeta, con las carnes más frescas y apetecibles, de formas bien torneadas aunque algo abundantes, y que unía a tantos atractivos presencia de ánimo, vitalidad y la más intensa afición a todos los placeres que le vedaban las rigurosas leyes del himeneo, se había decidido desde hacía un año aproximadamente a proporcionar dos ayudas a su marido que, viejo y feo, no solo le asqueaba profundamente, sino que, para colmo, tan mal y tan rara vez cumplía con sus deberes que, tal vez, un poco mejor desempeñados habrían podido calmar a la exigente Dolmène, que así se llamaba nuestra burguesa. Nada mejor organizado que las citas concertadas con estos dos amantes: a Des—Roues, joven militar, le tocaba de cuatro a cinco de la tarde, y de cinco y media a siete era el turno de Dolbreuse, joven comerciante con la más hermosa figura que se pudiera contemplar. Resultaba imposible fijar otras horas, eran las únicas en que la señora Dolmène estaba tranquila: por la mañana tenía que estar en la tienda, por la tarde a veces tenía que ir allí igualmente o bien su marido regresaba y había que hablar de sus negocios.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Hágase Como se Ordena

Marqués de Sade


Cuento


—Hija mía —dice la baronesa De Fréval a la mayor de sus hijas, que iba a casarse al día siguiente—, sois hermosa como un ángel; apenas habéis cumplido vuestro decimotercer año y es imposible ser más tierna y más encantadora; parece como si el mismísimo amor se hubiera recreado en dibujar vuestras facciones, y sin embargo os veis obligada a convertiros mañana en esposa de un viejo picapleitos, cuyas manías son de lo más sospechosas… Es un compromiso que me desagrada extraordinariamente, pero vuestro padre lo quiere. Yo deseaba hacer de vos una mujer de elevada posición, pero ya no es posible; estáis destinada a cargar toda vuestra vida con el ingrato título de presidenta… Lo que más me desespera es que no llegaréis a serlo más que a medias… El pudor me impide explicaros esto, hija mía…, pero es que esos viejos tunantes, que acostumbran a juzgar al prójimo sin saber juzgarse a sí mismos, tienen caprichos tan barrocos, habituados a una vida en el seno de la indolencia… Esos bribones se corrompen desde que nacen, se hunden en el libertinaje, y arrastrándose en el impuro fango de las leyes de Justiniano y de las obscenidades de la capital, como la culebra que no levanta la cabeza más que de cuando en cuando para devorar insectos, sólo se les ve salir de él a base de reprimendas o de alguna detención.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Emilia de Tourville o la Crueldad Fraterna

Marqués de Sade


Cuento


Nada es tan sagrado en una familia como el honor de sus miembros, pero si ese tesoro llega a empañarse, por precioso que sea, aquellos a quienes importa su defensa, ¿deben ejercerla aun a costa de cargar ellos mismos con el vergonzoso papel de perseguidores de las desdichadas criaturas que les ofenden? ¿No sería más razonable compensar de alguna otra forma las torturas que infligen a sus víctimas y también esa herida, a menudo quimérica, que se lamentan de haber recibido? En fin, ¿quién es más culpable a los ojos de la razón? ¿Una hija débil o traicionada o un padre cualquiera que por erigirse en vengador de una familia se convierte en verdugo de la desventurada? El suceso que vamos a relatar a nuestros lectores tal vez aclarará la cuestión.

El conde de Luxeuil, teniente general, hombre de unos cincuenta y seis a cincuenta y siete años, regresaba en una silla de posta de una de sus posesiones en Picardía cuando, al pasar por el bosque de Compiègne, a las seis de la tarde más o menos, a fines de noviembre, oyó unos gritos de mujer que le parecieron proceder de las inmediaciones de una de las carreteras próximas al camino real que atravesaba; se detiene y ordena al ayuda de cámara que cabalgaba junto al carruaje que vaya a ver de qué se trata. Le contesta que es una joven de dieciséis a diecisiete años, bañada en su propia sangre, sin que, no obstante, sea posible saber dónde están sus heridas y que ruega que la socorran; el conde se apea él mismo en seguida y corre hacia la infortunada; debido a la oscuridad no le resulta tampoco fácil averiguar de dónde procede la sangre que derrama, pero por las respuestas que le da, advierte al fin que está sangrando por las venas de los brazos.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Marido Escarmentado

Marqués de Sade


Cuento


A un hombre de edad ya madura, por más que hasta ese momento había vivido siempre sin una esposa, se le ocurrió casarse, y lo que tal vez hizo más en contradicción con sus sentimientos fue escoger a una jovencita de dieciocho años con el rostro más atractivo del mundo y el talle más adorable. El señor de Bernac, pues así se llamaba este marido, cometía una increíble estupidez al buscar una esposa, pues era menos versado que nadie en los placeres que procura el himeneo y las manías con que reemplazaba los castos y delicados placeres del vínculo conyugal distaban mucho de agradar a una joven de la manera de ser de la señorita de Lurcie, que así se llamaba la desdichada que Bernac acababa de encadenar a su vida. Y la misma noche de bodas confesó sus gustos a su joven esposa, tras hacerle jurar que no revelaría nada de ello a sus padres; se trataba —como señala el celebre Montesquieu— de ese ignominioso comportamiento que hace retroceder a la infancia: la joven esposa en la postura de una niña merecedora de un correctivo, se prestaba de esa forma, quince o veinte minutos más o menos, a los brutales caprichos de su decrépito esposo, y era con la ilusión de esta escena con lo que él lograba saborear esa sensación de deliciosa embriaguez que todo hombre, con más sanos instintos, de seguro no habría querido sentir más que en los amorosos brazos de Lurcie. La operación le pareció un poco dura a una muchacha delicada, bonita, criada en la comodidad y ajena a toda pedantería; no obstante, como le habían recomendado mostrarse sumisa, pensó que todos los maridos se comportaban igual; tal vez el propio Bernac había alentado esa idea, y ella se entregó con la mayor honestidad del mundo a la depravación de su sátiro; todos los días se repetía lo mismo y a menudo dos veces en vez de una.


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El Marido Cura

Marqués de Sade


Cuento


Cuento provenzal

Entre la villa de Menerbe, en el condado de Aviñón, y la de Apt, en Provenza, existe un pequeño convento de carmelitas, muy apartado, que se llama Saint—Hilaire, asentado en la cima redondeada de una montaña en la que a las mismísimas cabras les resulta difícil pastar; esa pequeña residencia es, poco más o menos, como la cloaca de todas las comunidades cercanas del Carmelo, todas relegan allí cuanto las deshonra, por lo que fácil es juzgar lo refinada que debía de ser la sociedad de semejante casa: bebedores, mujeriegos, sodomitas, tahúres… tal es, poco más o menos, la noble composición de los recluidos que en ese escandaloso asilo ofrecen a Dios, como pueden, unos corazones que el mundo desecha. Uno o dos castillos cercanos y el burgo de Menerbe, que está a solo una legua de Saint—Hilaire, esa es toda la compañía de esos buenos religiosos, que, a pesar de su hábito y de su condición, distan mucho de encontrar abiertas todas las puertas de sus alrededores.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Fingimiento Feliz (o la Ficción Afortunada)

Marqués de Sade


Cuento


Hay muchísimas mujeres que piensan que, con tal de no llegar hasta el fin con un amante, pueden al menos permitirse, sin ofender a su esposo, un cierto comercio de galantería, y a menudo esta forma de ver las cosas tiene consecuencias más peligrosas que si su caída hubiera sido completa. Lo que le ocurrió a la marquesa de Guissac, mujer de elevada posición de Nimes, en el Languedoc, es una prueba evidente de lo que aquí proponemos como máxima.

Alocada, aturdida, alegre, rebosante de ingenio y de simpatía, la señora de Guissac creyó que ciertas cartas galantes, escritas y recibidas por ella y por el barón de Aumelach, no tendrían consecuencia alguna, siempre que no fueran conocidas; y que si, por desgracia, llegaban a ser descubiertas, pudiendo probar su inocencia a su marido, no perdería en modo alguno su favor. Se equivocó… El señor de Guissac, desmedidamente celoso, sospecha el intercambio, interroga a una doncella y se apodera de una carta; al principio no encuentra en ella nada que justifique sus temores, pero sí mucho más de lo que necesita para alimentar sus sospechas. Coge una pistola y un vaso de limonada e irrumpe como un poseso en la habitación de su mujer…

—Señora, he sido traicionado —le ruge enfurecido—; leed este billete: él me lo aclara, ya no hay tiempo para juzgar, os concedo la elección de vuestra muerte.

La marquesa se defiende, jura a su marido que está equivocado, que puede ser, es verdad, culpable de una imprudencia, pero que no lo es, sin lugar a duda, de crimen alguno.

—¡Ya no me convenceréis, pérfida! —le contesta el marido furibundo—, ¡ya no me convenceréis! Elegid rápidamente o al instante este arma os privará de la luz del día.

La desdichada señora de Guissac, aterrorizada, se decide por el veneno; toma la copa y lo bebe.


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El Esposo Complaciente

Marqués de Sade


Cuento


Toda Francia se enteró de que el príncipe de Bauffremont tenía, poco más o menos, los mismos gustos que el cardenal del que acabamos de hablar. Le habían dado en matrimonio a una damisela totalmente inexperta a la que, siguiendo la costumbre, habían instruido tan sólo la víspera.

—Sin mayores explicaciones —le dice su madre— como la decencia me impide entrar en ciertos detalles, sólo tengo una cosa que recomendarte, hija mía: desconfía de las primeras proposiciones que te haga tu marido y contéstale con firmeza: «No, señor, no es por ahí por donde se toma a una mujer decente; por cualquier otro sitio que te guste, pero por ahí de ninguna manera….»

Se acuestan y por un prurito de pudor y de honestidad que no se hubiera sospechado ni por asomo, el príncipe, queriendo hacer las cosas como Dios manda al menos por una vez, no propone a su mujer más que los castos placeres del himeneo; pero la joven, bien educada, se acuerda de la lección:

—¿Por quién me tomas, señor? —le dice—. ¿Te has creído que yo iba a consentir algo semejante? Por cualquier otro sitio que te guste, pero por ahí de ninguna manera.

—Pero, señora…

—No, señor, por más que insistas nunca accederé a eso.

—Bien, señora, habrá que complacerte —contesta el príncipe apoderándose de su altar predilecto—. Mucho me molestaría que dijeran que quise disgustarte alguna vez.

Y que vengan a decirnos ahora a nosotros que no merece la pena enseñar a las hijas lo que un día tendrán que hacer con sus maridos.


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El Cornudo de Sí Mismo o la Reconciliación Inesperada

Marqués de Sade


Cuento


Uno de los peores defectos de las personas mal educadas es el de estar siempre aventurando un sinnúmero de indiscreciones, murmuraciones o calumnias sobre todo ser viviente y, por si fuera poco, delante de gente a la que no conocen. Es imposible calcular la cantidad de enredos que son fruto de esa clase de charlatanería, pues, para ser sinceros, ¿quién es el hombre honrado que oye hablar mal de aquello que le conviene y no aprovecha la ocasión que le sale al paso? A los jóvenes no se les inculca suficientemente el principio de un comportamiento sensato, no se les enseña lo bastante a conocer el medio, los nombres, los atributos o las cualidades de las personas con las que han de vivir; en lugar de eso, les enseñan mil estupideces que sólo sirven para que se rían de ellas tan pronto como alcanzan la edad de la razón. Da siempre la impresión de que están educando a unos capuchinos; en todo momento beaterías, supercherías o inutilidades y nunca una máxima de moral oportuna. Peor aún, preguntad a un joven sobre sus verdaderos deberes para con la sociedad, preguntadle sobre lo que se debe a sí mismo y lo que debe a los demás o cómo hay que comportarse para ser feliz. Os contestará que le han enseñado a ir a misa y a recitar las letanías, pero que no comprende nada de lo que le preguntáis, que le han enseñado a bailar y a cantar, pero no a vivir con las demás personas. La presente historia, fruto del defecto que acabamos de señalar, no llegó a hacer correr la sangre, y sólo dio lugar a una simple broma. Para poder contarla con detalle vamos a abusar unos minutos de la paciencia de nuestros lectores.


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El Aparecido

Marqués de Sade


Cuento


La cosa del mundo a la cual los filósofos otorgan menos fe es a los aparecidos. No obstante, si el caso extraordinario que voy a contar, caso certificado con la firma de muchos testigos y consignado en archivos respetables, si ese caso, digo, y teniendo en cuenta esos títulos y la autenticidad que tuvo en su tiempo, puede volverse susceptible de ser creído, será necesario, a pesar del escepticismo de nuestros estoicos, persuadirse de que si todos los cuentos de aparecidos no son verdaderos, al menos hay acerca de eso cosas muy extraordinarias.

Una gruesa Madame Dallemand, que todo París conocía entonces como una mujer alegre, franca, ingenua y de buena compañía, vivía, desde hacía más de veinte años que era viuda, con un cierto Ménou, hombre de negocios que habitaba cerca de Saint Jean—en—Grève. Madame Dallemand se encontraba un día cenando en casa de cierta Madame Duplatz, mujer de su apostura y de su sociedad, cuando en medio de una partida que habían comenzado al levantarse de la mesa, un lacayo vino a rogar a Madame Dallemand que pasara a un cuarto vecino, visto que una persona de su conocimiento demandaba insistentemente hablarle por un asunto tan apurado como consecuente; Madame Dallemand dijo que la esperara, que no quería interrumpir su partida; el lacayo vuelve e insiste de tal manera que la dueña de la casa es la primera en apurar a Madame Dallemand para que vaya a ver qué es lo que quiere. Ella sale y reconoce a Ménou.

—¿Qué asunto tan urgente —le dice ella— puede hacerte venir a turbarme así en una casa en la que no eres conocido?

—Uno muy esencial, señora, responde el corredor, y debes creer que es bien necesario que sea de esa especie, para que haya obtenido de Dios el permiso de venir a hablarte por última vez en mi vida…


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Alcahuete Castigado

Marqués de Sade


Cuento


Durante la Regencia ocurrió en París un hecho tan singular que aún hoy en día puede ser narrado con interés; por un lado, brinda un ejemplo de misterioso libertinaje que nunca pudo ser declarado del todo; por otro, tres horribles asesinatos, cuyo autor no fue descubierto jamás. Y en cuanto a… las conjeturas, antes de presentar la catástrofe desencadenada por quien se la merecía, quizá resulte así algo menos terrible


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.