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autor: Miguel de Unamuno etiqueta: Cuento textos disponibles


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Ramón Nonnato, Suicida

Miguel de Unamuno


Cuento


Cuando harto de llamar a la puerta de su cuarto, entró, forzándola, el criado, encontrose a su amo lívido y frío en la cama, con un hilo de sangre que le destilaba de la sien derecha, y junto a él, aquel retrato de mujer que traía constantemente consigo, casi como un amuleto, y en cuya contemplación se pasaba tantas horas.

Y era que en la víspera de aquel día de otoño gris, a punto de ponerse el día, Ramón Nonnato se había pegado un tiro. Habíanle visto antes, por la tarde, pasearse, solo, según tenía por costumbre, a la orilla del río, cerca de su desembocadura, contemplando cómo las aguas se llevaban al azar las hojas amarillas que desde los álamos marginales iban a caer para siempre, para nunca más volver, en ellas. «Porque las que en la primavera próxima, la que no veré, vuelvan con los pájaros nuevos a los árboles, serán otras», pensó Nonnato.

Al desparramarse la noticia del suicidio hubo una sola y compasiva exclamación: «¡Pobre Ramón Nonnato!». Y no faltó quien añadiera: «Le ha suicidado su difunto padre».

Pocos días antes de darse así la muerte había pagado Nonnato su última deuda con el producto de la venta de la última finca que le quedaba de las muchas que de su padre heredó, y era la casa solariega de su madre. Antes fue a ella y se estuvo allí solo durante un día entero, llorando su desamparo y la falta de un recuerdo, con un viejo retrato de su madre entre las manos. Era el retrato que traía siempre consigo, sobre el pecho, imagen de una esperanza que para él había siempre sido recuerdo, siempre.


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Una Rectificación de Honor

Miguel de Unamuno


Cuento


(Narraciones siderianas)

—¡Un caballero no debe, no puede tolerar tal ultraje!

Al oír lo de caballero, Anastasio inclinó la cabeza sobre el pecho para olfatear la rosa que llevaba en el ojal de la solapa y dijo sonriendo:

—Yo aplastaré a ese reptil... ¡Mozo!

Para pagar a éste sacó del bolsillo un duro y con él dos piezas de oro que llevaba como fondo permanente e intangible; dio aquél al mozo y sin esperar a la vuelta, tan distraído creía se debía estar en su caso, salió del Arca.

El Arca era el nombre caprichoso, abracadabrante, según uno de sus socios, que en Sideria se daba al casino a que acudía el cogollito de la elegancia, los hombres de mundo y de alta sociedad, los calificados por el chroniqueur modernista y bulevardizante de El Correo Sideriense de gentlemens, sportsmens, clubmens, bonvivants, blasés, comme il faut, struggle-for-lifeurs y otro sinfín de terminachos por el estilo; es decir, los caballeros más honorables de la ciudad ducal.

Uno de ellos había importado de Alemania, donde residió año y medio, el nombre de filisteos, que los socios aplicaban a todos los ramplones burgueses de la ciudad.

Los envidiosos, y los pedantes, y los doctrinos sostenían que en el Arca se reunían los espíritus más pedestres de la ciudad, empeñados en sacarse del abismo de su ramplonería como el barón de Münchhausen del pozo en que cayó, tirándose de las orejas hacia arriba, y no faltaba mala lengua que clasificaba a los alegres compadres en memos y bandidos sin disfrazar, memos disfrazados de bandidos y bandidos disfrazados de memos.

Pero dejando estos ladridos de los impotentes a la luna, volvamos a Anastasio, el cual, al salir a la calle hizo como si reflexionara un momento delante del coche, y acabó diciéndose: «No, en esta ocasión no pega el coche. ¡A pie, a pie!».


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Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Querer Vivir

Miguel de Unamuno


Cuento


Il solo principio motore dell'uomo è il dolore.

Verri


Yo quiero vivir, no quiero más que vivir; ¡por Dios!, señor..., déme aunque sólo sean unos días más de vida...

—¿Y para qué?—respondió brutalmente el médico.—¡Señor, por Dios!, yo quiero vivir... Si usted viera qué alegre me pongo cuando llega hasta la cama el rayo de sol de a mañana... y en él andan jugando una porción de bichillos...

—Eso es polvo, sólo polvo...

Lo que usted quiera, señor, ¡pero yo quiero vivir...!

—¿Para sufrir?

—Sí, para sufrir aunque sea.

El médico dio media vuelta y se fue murmurando: «¡Pobre chica!»


Al siguiente día, el médico, después de visitar a las demás enfermas, fue a la que quería vivir. Estaba dormitando.

¡Ya viene, ya viene!—decía entre dientes.

—¿Quién viene?

La enferma despertó sobresaltada.

¿Es usted, señor?

Sí, yo soy. A ver el pulso.

—Tómelo, señor.

La enferma sacó un brazo gastado por la fiebre, que parecía de marfil torneado.

¿Qué tal?—preguntó el médico.

—Me siento algo más aliviada...¿Moriré, señor?

—Indudablemente, más tarde o más temprano...

—Yo no quiero morir...¿Y usted?

El médico la miró sorprendido.

—¿Yo? No lo sé.

—¡Por Dios, señor! No me abandone..., no quiero morir. ¡Soy tan joven! Aún no he visto el mundo ...

—¡Oh!, tiene mucho que ver...

—Para ustedes..., los señoritos cansados de vivir..., ustedes, los ricos, tienen cuanto se les antoja...

—Más de lo que se nos antoja..., ¡los ricos!

—¿Me moriré, señor?

—Por Dios, joven, yo no lo sé...

El médico se fue malhumorado después de haberla vuelto a pulsar.


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5 págs. / 10 minutos / 80 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Un Cuentecillo Sin Argumento

Miguel de Unamuno


Cuento


Escribir un cuento con argumento no es cosa difícil, lo hace cualquiera, un jarro sin asa, según dicen; la cuestión es escribirlo sin argumento. La vida humana tampoco tiene argumento, ¿quién sabe lo que será mañana? Las cosas vienen sin que sepamos cómo y se van del mismo modo.


—¿Qué quieres?—preguntó la mujer a su marido.

—¿Que qué quiero? ¿Lo sé yo acaso...?

La mujer hizo un gesto de resignación y dejó escapar una lágrima. Indudablemente, no estaba en su sano juicio el hombre que así hablaba y sí lo estaba la mujer que así lloraba.

—Pero, hijo, la cosa no es para ponerse así.

Llamaba hijo a su marido, y esto no era una pura metáfora; hay de todo en la viña del Señor. Era la mujer que así hablaba una mujer joven y hermosa, de carne y hueso, no de alabastro, coral, marfil y todos esos materiales de que suelen ser las mujeres de los libros (de los libros cursis). Su marido era más de hueso que de carne.

—Josefa, yo me voy a volver loco si esto sigue así.

—No digas esas cosas, hombre; confía en Dios.

—En Dios, que no abandona a los pajarillos aunque estos se mueran de frio cuando hay helada...

—No digas esas cosas, que Dios puede castigarnos.

—Por ti ha apartado hasta hoy la diestra de sobre nuestras cabezas; por ti, que le quieres tanto y a quien El tanto quiere, se ha limitado hasta hoy con dejarnos en la miseria.

—¡Calla, calla! Yo confío en Él.

Así se paso un día, y detrás de este paso otro, en los cuales días no vino el cuervo de Eliseo a visitar al matrimonio de mi cuento en su tribulación.

—¡Pan, papá, pan!

Érase un chiquillo enteco, flacucho, negro, los ojos en aureola de azul y amarillo, brillante y sudorosa la nariz, entreabierta la boca, engendrado en el seno de la miseria con vislumbres de vicio y oliendo a estercolero en putrefacción.

—Pan, papá, pan, ¡yo quiero pan!


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Principio y Fin

Miguel de Unamuno


Cuento


El pobre Serafín tenía maceradas las rodillas de tantas horas como se pasaba sobre ellas. Pensaba entrar jesuita cuando tuviera edad para ello, y sus modelos eran Luis Gonzaga, Estanislao de Kostka y el beato Berchmans, todos tres S. J. ¡Qué sueños de ventura sus ensueños! viviría en un mundo aéreo, espiritual, donde la carne fuese tan sólo sutilísima vestidura terrena de la criatura divina Indiferente al gozo y al dolor, dejaría a Dios posesionarse del yo satánico y, conforme con la voluntad de Él, fuente viva del vivísimo amor, desfilaría a sus ojos el panorama del mundo como desfilan por el cielo azul las nubes de formas caprichosas, y dentro de su alma, en el más recóndito y callado riconcillo, a solas, se solazaría en dulcísimos coloquios con el corazón ardiente de Jesús. Allí le contaría sus cuitas, desahogaría en lágrimas dulcísimas el dolor de tener que vivir en la cárcel oscura y triste de este cuerpo mortal, allí sentiría el exquisito goce de sufrir por Él este martirio

¡Cúando llegaría la hora en que se desciñera de este vestido impuro y, libre de él, volara a apagar la abrasadora sed de su amor al infinito Amor! ¡Oh! De amar, amar a un amante que nos de amor infinito, amar al Amor que nunca acaba y se renueva siempre... E, inclinando el pobre sobre el pecho su Cabeza, quedaba en extásis para acabar por dormirse.

Hacíanle ir a las noches a casa de unos amigos a jugar a la lotería un rato, y, aunque desligado de estas mundanas ocupaciones, iba solo por obedecer a su madre, que se lo mandaba para curar sus ocultas tristezas allí, callado, melancólico y con la vista baja, colocaba con gravedad mística las alubias sobre los números del cartón.

Juanita (y a apareció aquello...), que era una muchacha vivarachita y francota, tenía decidido empeño en cantar siempre los números: ¡el ocho!, ¡la edad de Cristo!, ¡los anteojos de Quevedo!, ¡el pollito!...


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Promesa

Miguel de Unamuno


Cuento


Mateo de Zalbidea y Pérez era un hombre como los demás, y no es poco ser.

Digo que este Mateo se había enamorado a los quince años y dos meses cumplidos de Luz Sagastieta y Urquijo, una excelente muchacha con pocas, buena, bonita y barata. He sabido de buena tinta que la chica sintió en su pecho el cosquilleo correspondiente, mezclado de algún tantico de agradecimiento, a quien primero puso los ojos en perla escondida entre tantas y tan buenas como las hay.

No hay que decir lo mucho que se querían, baste saber que jamás andaban a la greña por quítame allá esas pajas, como suelen algunos presuntos enamorados. La verdad es que tal arte de quererse que no se puede pasar sin riñas, morros y rabietas es una ridícula comedia que arguye en ella tontería y mayor tontería.

Al cuento me vuelvo.

En éstas y las otras, pian pianito, llegaron a los veinte años. Una noche de luna llena, del mes de diciembre, el 19, a las ocho y dieciséis minutos, con un frío de chuparse los dedos, a dos bajo cero del termómetro centígrado, estaban mis dos tortolillos pelando la pava en un banco de piedra que ha y en las afueras del pueblo. En aquella noche memorable y a la luz de la luna, que los miraba sonriendo con sus grandes ojos, juró Mateo a Luz serle fiel mientras viviese y le dio promesa solemne y formal de casar con ella en cuanto pudiese hacerlo. Heme aquí llegado al tuétano del hueso de mi historia, que su miga tiene.

Separáronse, Mateo gozoso y resuelto firmemente a sostener su promesa contra viento y marea, y Luz esperanzada, conteniendo con su manecita los furiosos asaltos de su alborotado corazón.

No quiero detenerme en lo superfluo y paso sobre ello lo mismo que paso un año y otro tras él, de aquellos amores; Luz desesperada de esperar y Mateo en sus trece. Pero ¡tenía tanta fe y tan ciega en su amante!, ¡era éste tan constante amador!


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

J. W. y F.

Miguel de Unamuno


Cuento


Érase una vez en mi mollera un hombre joven, rico, muy rico, inmensamente rico y suficientemente loco para no parecerlo. Había mandado construir una alta aguja, por cuyo ancho ojo, bordado de arabescos y filigranas, hizo pasar toda una recua de camellos mientras decía: «Es cuestión de dinero, resolverse a gastar y poder dar en el precio.»

J. W. y F. era un joven rico y loco; tuvo amores y enflaqueció; los dejó y volvió a engordar, y nada sacó en limpio y si mucho en sucio; gozó y se aburrió. Viajó mucho, pero muy mucho; desde su patria imaginaría hizo sobre todo dos viajes, a Jerusalén uno y a Vitigudino el otro, y de vuelta recorrió toda la Europa, dejando de sus viajes estas notables


Memorias


«¡Cuántos hombres he visto, con qué diversos trajes, todos diferentes y todos ridículos! ¡Cuántos distintos lenguajes he oído, yo que apenas entiendo el mío! ¡Cuántas mujeres guapas y cuantas más feas! Como iba muy deprisa, no pude verlas despacio. ¡Cuántos pueblos, los unos viejos, los otros nuevos, aseados estos y cochinísimos aquéllos! ¡Cuántos puentes he pasado! ¡En cuántas fondas y cuán diversos platos he comido, sin sufrir jamás una indigestión! ¡Cuántos paisajes, con sus árboles y sus animales! Pero, sobre todo, ¡qué bien, que bien he dormido en las blandas camas de las fondas o en los sleeping cat después de un día agitado! Lo mejor de todos mis viajes han sido los sueños sin ensueño; lo más hermoso, la cama. ¡Europa, Europa! Toda te he visto y no te admiro.»


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Beatriz

Miguel de Unamuno


Cuento


Era un muchacho enclenque y sonador, apenas entrado, entre angustias y sofocos, en la pubertad. Casi siempre apartado de sus compañeros, entre los que pasaba por algo excéntrico (aburrido era la palabra), vivía en un mundo incoherente de ideas embrionarias. Forjaba en su mente vastas escenéndose ya general en jefe de numerosos ejércitos y dirigiendo la batalla, ya santo ermitaño sumido en la penitencia y la pertinaz meditación de las eternas verdades. En el templo, la voz del órgano le sumía en un mundo de fantasmas que acababan fundiéndose en vaguísima nebulosa imaginativa provocadora de las hondas ternuras de su alma. Y, una vez penetrado de ternura sin objeto, corría en busca de este su espíritu, espoleándose la imaginación con toda clase de incentivos sugestionadores, hasta que descargaba la tensión interna en lágrimas que disipaban la imagen misma sugestiva, hallándose así, en fin de cuenta, con que lloraba sin saber de que.

A medida que su cuerpo se vigorizaba, enderezábanse sus anhelos, y sus imágenes cobraban siluetas y perfiles definidos. Una fe sin dogma, fe en la fe misma, llevábale a burilar en su mente los objetos todos y a desear desentrañarlos con ojo seguro y frío. Diole por leer filósofos y dar vueltas en su magín a los conceptos más abstractos, el ser y la nada, la materia y el espíritu, el espacio y el tiempo, la substancia y la causa. Complacíase en barajarlos y combinarlos de mil diversos modos, en sutilizarlos verbalmente. Más de una vez, arrebujado en las sábanas, se preguntaba: la nada ¿es algo?, y poco a poco, nada y algo iban perdiendo sus contornos verbales, sus sílabas se licuaban, fundíanse una y otra palabra y se derrocan, con la conciencia misma que las soportaba, en un sueño profundo.


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Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Recuerdos de Niñez y de Mocedad

Miguel de Unamuno


Cuento, biografía, autobiografía


Primera parte

I

Yo no me acuerdo de haber nacido. Esto de que yo naciera —y al nacer es mi suceso cardinal en el pasado, como el morir será mi suceso cardinal en el futuro—, esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y, además, por deducción. Y he aquí cómo del más importante acto de mi vida no tengo noticia intuitiva y directa, teniendo que apoyarme, para creerlo, en el testimonio ajeno. Lo cual me consuela, haciéndome esperar no haber de tener tampoco en lo por venir noticia intuitiva directa de mi muerte.

Aunque no me acuerdo de haber nacido, sé, sin embargo, por tradición y documentos fehacientes, que nací en Bilbao, el 29 de septiembre de 1864.

Murió mi padre en 1870, antes de haber yo cumplido los seis años. Apenas me acuerdo de él, y no sé si la imagen que de su figura conservo no se debe a sus retratos, que animaban las paredes de mi casa. Lo recuerdo, sin embargo, en un momento preciso, aflorando su borrosa memoria de las nieblas de mi pasado. Era la sala en casa un lugar casi sagrado, adonde no podíamos entrar siempre que se nos antojara los niños; era un lugar donde había sofá, butacas y bola de espejo, en que se veía un chiquitito, cabezudo y grotesco. Un día en que mi padre conversaba en francés con un francés me colé yo a la sala, y de no recordarlo sino en aquel momento, sentado en su butaca, frente a M. Legorgeu, hablando con él en un idioma para mí misterioso, deduzco cuán honda debió de ser en mí la revelación del misterio del lenguaje. ¡Luego los hombres pueden entenderse de otro modo que como nos entendemos nosotros! Ya desde antes de mis seis años me hería la atención el misterio del lenguaje. ¡Vocación de filólogo!


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Publicado el 12 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Don Catalino, Hombre Sabio

Miguel de Unamuno


Cuento


Fui a ver a don Catalino. Recordarán ustedes que don Catalino es todo un sabio; esto es, un tonto. Tan sabio, que no ha sabido nunca divertirse, y no más que por incapacidad de ello. Lo que no quiere decir que don Catalino no se ría: don Catalino se ríe y a mandíbula batiente, pero hay que ver de qué cosas se ríe don Catalino. ¡La risa de don Catalino es digna de un héroe de una novela de Julio Verne! Y no digo yo que don Catalino no le encuentre divertido y hasta jocoso, amén de instructivo, ¡por supuesto!, al tal Julio Verne, delicia de cuando teníamos trece años. Don Catalino es, como ven ustedes, un niño grande, pero sabio, esto es, tonto.

Don Catalino cree, naturalmente, en la superioridad de la filosofía sobre la poesía, sin habérsele ocurrido la duda —don Catalino no duda sino profesionalmente, por método— de si la filosofía no será más que la poesía echada a perder, y cree en la superioridad de la ciencia sobre el arte. De las artes prefiere la música, pero es porque dice que es una rama de la acústica, y que la armonía, el contrapunto y la orquestación tienen una base matemática. Inútil decir que don Catalino estima que el juego del ajedrez es el más noble de los juegos, porque desarrolla altas funciones intelectuales. También le gusta el billar, por los problemas de mecánica que en él se ofrecen.

Un amigo mío, y suyo, dice que don Catalino es anestético y anestésico. Pero anestésicos son casi todos los sabios. Al cuarto de hora de estar uno hablando con ellos se queda como acorchado y en disposición de que le arranquen, sin dolor alguno, el corazón.


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4 págs. / 7 minutos / 114 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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