Textos por orden alfabético inverso de Oscar Wilde

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autor: Oscar Wilde


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Una Casa de Granadas

Oscar Wilde


Cuento


El Joven Rey

Aquella noche, la víspera del día fijado para su coronación, el joven rey se hallaba solo, sentado en su espléndida cámara. Sus cortesanos se habían despedido todos, inclinando la cabeza hasta el suelo, según los usos ceremoniosos de la época, y se habían retirado al Gran Salón del Palacio para recibir las últimas lecciones del profesor de etiqueta, pues aún había entre ellos algunos que tenían modales rústicos, lo cual, apenas necesito decirlo, es gravísima falta en cortesanos. El adolescente —todavía lo era, apenas tenía dieciséis años— no lamentaba que se hubieran ido, y se había echado, con un gran suspiro de alivio, sobre los suaves cojines de su canapé bordado, quedándose allí, con los ojos distraídos y la boca abierta, como uno de los pardos faunos de la pradera, o como animal de los bosques a quien acaban de atrapar los cazadores.

Y en verdad eran los cazadores quienes lo habían descubierto, cayendo sobre él punto menos que por casualidad, cuando, semidesnudo y con su flauta en la mano, seguía el rebaño del pobre cabrero que le había educado y a quien creyó siempre su padre.

Hijo de la única hija del viejo rey, casada en matrimonio secreto con un hombre muy inferior a ella en categoría (un extranjero, decían algunos, que había enamorado a la princesa con la magia sorprendente de su arte para tocar el laúd; mientras otros hablaban de un artista, de Rímini, a quien la princesa había hecho muchos honores, quizás demasiados, y que había desaparecido de la ciudad súbitamente, dejando inconclusas sus labores en la catedral), fue arrancado, cuando apenas contaba una semana de nacido, del lado de su madre, mientras dormía ella, y entregado a un campesino pobre y a su esposa, que no tenían hijos y vivían en lugar remoto del bosque, a más de un día de camino de la ciudad.


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92 págs. / 2 horas, 41 minutos / 157 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Un Marido Ideal

Oscar Wilde


Teatro, Comedia


Comedia en cuatro actos

Personajes

CONDE DE CAVERSHAM, de la Orden de la jarretera.
VIZCONDE GORING, su hijo.
SIR ROBERTO CHILTERN, barón, subsecretario del Ministerio de Estado.
VIZCONDE DE NANJAC, agregado a la Embajada francesa en Londres.
SEÑOR MONTFORD.
MASON, mayordomo de sir Roberto Chiltern.
PHIPPS, criado de lord Goring.
JAMES, lacayo.
HAROLD, lacayo.
LADY CHILTERN.
LADY MARKBY.
CONDESA DE BASILDON.
MISTRESS MARCHMONT.
MISS MABEL CHILTERN, hermana de sir Roberto Chiltern.
MISTRESS CHEVELEY.

Acto primero

Salón de forma octogonal, en la Casa de SIR ROBERTO CHILTERN, de Grosvenor Square.

La habitación aparece espléndidamente iluminada. Numerosos invitados, que son recibidos en lo alto de la escalera por LADY CHILTERN, dama de sereno aspecto, de un tipo de belleza griego y cuya edad frisa en los veintisiete años. Coronado el hueco de la escalera, una gran araña ilumina vivamente un tapiz francés del siglo XVIII, que representa el Triunfo del Amor, según un dibujo de Boucher; este tapiz está colgado sobre la pared de la escalera. A la derecha, la entrada al salón de baile. Oyense apagados los sones de unos instrumentos de cuerda. La puerta de la izquierda da a otros salones de recepción. MISTRESS MARCHMONT y LADY BASILDON, dos damas lindísimas, están sentadas juntas en un canapé Luis XVI. Parecen dos exquisitos y frágiles «bibelots». La afectación de sus maneras posee un delicado encanto. Watteau se hubiera complacido en pintar sus retratos.

MISTRESS MARCHMONT.— ¿Irá usted a casa de los Hartlocks esta noche, Olivia?

LADY BASILDON.— Creo que sí. ¿Y usted?

MISTRESS MARCHMONT.— Sí... Dan unas reuniones aburridísimas, ¿verdad?

LADY BASILDON.— ¡Horriblemente aburridas! No sé por qué voy. Por supuesto, yo nunca sé por qué voy a unos sitios o a otros.


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99 págs. / 2 horas, 54 minutos / 274 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Salomé

Oscar Wilde


Teatro


Personajes de la obra

HERODES ANTIPAS, Tetrarca de Judea.
JOKANAÁN, el profeta.
EL JOVEN SIRIO, capitán de la guardia.
TIGELLINUS, un joven romano.
UN CAPADOCIO.
UN NUBIO.
PRIMER SOLDADO.
SEGUNDO SOLDADO.
EL PAJE DE HERODÍAS.
JUDÍOS, NAZARENOS, ETC.
UN ESCLAVO.
NAAMÁN, el verdugo.
HERODÍAS, esposa de Herodes.
SALOMÉ, hija de Herodías.
LOS ESCLAVOS DE SALOMÉ.

Acto único

ESCENA.—Una gran terraza en el palacio de Herodes, ubicada sobre el salón de banquetes. Algunos soldados se apoyan sobre el balcón. A la derecha hay una escalera gigantesca, a la izquierda, en la parte trasera, una vieja cisterna rodeada por una pared de bronce verde. La luna brilla intensamente.
 

EL JOVEN SIRIO:
¡Qué hermosa se ve la princesa Salomé esta noche!

EL PAJE DE HERODÍAS:
¡Mira la luna! ¡Qué extraña se ve la luna! Es como una mujer alzandose desde su sepultura. Como una difunta. Uno podría creer que anda en busca de cosas muertas.

EL JOVEN SIRIO:
Tiene una extraña mirada. Es como una princesa que lleva un velo amarillo, y cuyos pies son de plata. Es como una princesa que tiene pequeñas palomas blancas en lugar de pies. Uno podría creer que está danzando.

EL PAJE DE HERODÍAS:
Luce como una mujer muerta. Se mueve muy lentamente.

[Ruido en el salón de banquetes.]

PRIMER SOLDADO:
¡Qué alboroto! ¿Quiénes son esas bestias salvajes que aúllan?

SEGUNDO SOLDADO:
Los judíos. Ellos siempre son así. Están discutiendo acerca de su religión.

PRIMER SOLDADO:
¿Por qué discuten acerca de su religión?


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Dominio público
32 págs. / 56 minutos / 850 visitas.

Publicado el 16 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Pluma, Lápiz y Veneno

Oscar Wilde


Cuento


Ha sido constante motivo de reproche contra los artistas y hombres de letras su carencia de una visión integral de la naturaleza de las cosas. Como regla, esto debe necesariamente ser así. Esa misma concentración de visión e intensidad de propósito que caracteriza el temperamento artístico es en sí misma un modo de limitación. A aquellos que están preocupados con la belleza de la forma nada les parece de mucha importancia. Sin embargo, hay muchas excepciones a esta regla. Rubens sirvió como embajador, Goethe como consejero de Estado, y Milton como secretario de Cromwell. Sófocles desempeñó un cargo cívico en su propia ciudad; los humoristas, ensayistas y novelistas de la América moderna no parecen desear nada mejor que transformarse en representantes diplomáticos de su país; y el amigo de Charles Lamb, Thomas Criffiths Wainewright, terna de esta breve memoria, aunque de un temperamento extremadamente artístico, siguió muchos otros llamados además del llamado del arte; no fue solamente un poeta y un pintor, un crítico de arte, un anticuario, un prosista, un aficionado a las cosas hermosas y un diletante de las cosas encantadoras, sino también un falsificador de capacidad más que ordinaria, y un sutil y secreto envenenador, casi sin rival en ésta o cualquier edad.


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4 págs. / 7 minutos / 252 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Piel de Naranja

Oscar Wilde


Cuento


I

Acababa de doctorarme y la clientela se formaba poco a poco, por lo cual disponía de muchas horas para curiosear por las clínicas.

En una de ellas conocí a Juan Meredith. Químico de primer orden, no era médico, sino únicamente aficionado a la Medicina. Aquel muchacho me encantó por su espíritu despejado, e intimamos en unas semanas, como sucede a los veintitrés años entre jóvenes que tienen la misma edad y los mismos gustos.

Llevé a Meredith a casa de mis primos Carterac, donde creía yo haber encontrado mi «media naranja», como dicen los españoles, en la pobrecita Ángela, que ingresó en un convento antes de estar yo muy seguro de la naturaleza de mis sentimientos.

Meredith, por su lado, me presentó en casa de lord Babington, tutor y tío suyo. Vivía este con su esposa, mujer muy joven, a cuya primavera cometió él la tontería de unir su invierno, en una casita festoneada de hiedras y de glicinas, en un amplio parque a poca distancia de la estación de Villa—Avray, y todos los domingos, alrededor de las once y media, llegábamos Meredith y yo cuando la señora Babington, que era francesa y católica, volvía de oír su misa, que se celebraba en la encantadora iglesia de Villa—Avray, llena de obras de arte que envidiarían las catedrales de provincia.

Pasábamos el día en la terraza, aromada de olores a naranjos, charlando con el viejo lord o escuchando tocar el piano a lady Marcela, ocupación que alegraba nuestros ocios; o si no, paseábamos por los campos, cogiendo madreselvas o lilas tempranas.

Generalmente, lord William se agarraba a mi brazo y dejábamos a Meredith constituirse en caballero de honor de lady Marcela.

Se adelantaban con paso ligero, reuniéndose con nosotros a la vuelta, cargados de ramos y de hojas.


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7 págs. / 13 minutos / 697 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Importancia de Llamarse Ernesto

Oscar Wilde


Teatro, comedia


A Roberto Baldwin Ross, con estimación y afecto.

Personajes de la comedia

Juan Worthing, J. P.

Algernon Moncrieff. El Reverendo Canónigo Casulla, D. D. Merriman, mayordomo. Lane, criado. Lady Bracknell. La Honorable Gundelinda Fairfax. Cecilia Cardew. Miss Prism, institutriz.

Decoraciones de la comedia

Acto primero: Saloncito íntimo en el pisito de Algernon Moncrieff, en Half—Moon Street (Londres W.)

Acto segundo: El jardín de la residencia solariega, en Woolton.

Acto tercero: Gabinete en la residencia solariega, en Woolton.

Época: La actual.

Acto primero

Decoración

Saloncito íntimo en el piso de Algernon, en Half—Moon—Street. La habitación está lujosa y artísticamente amueblado. Óyese un piano en el cuarto contiguo. LANE está preparando sobre la mesa el servicio para el té de la tarde, y después que cesa la música entra ALGERNON.

ALGERNON. —¿Ha oído usted lo que estaba tocando, Lane?

LANE. —No creí que fuese de buena educación escuchar, señor.

ALGERNON. —Lo siento por usted, entonces. No toco correctamente —todo el mundo puede tocar correctamente—, pero toco con una expresión admirable. En lo que al piano se refiere, el sentimiento es mi fuerte.

Guardo la ciencia para la Vida.

LANE. —Sí, señor.

ALGERNON. —Y, hablando de la ciencia de la Vida, ¿ha hecho usted cortar los sandwiches de pepino para lady Bracknell?

LANE. —Sí, señor. (Los presenta sobre una bandeja.)

ALGERNON. (Los examina, coge dos y se sienta en el sofá.)—¡Oh!... Y a propósito, Lane: he visto en su libro de cuentas que el jueves por la noche, cuando lord Shoreman y míster Worthing cenaron conmigo, anotó usted ocho botellas de champagne de consumo.

LANE. —Sí, señor; ocho botellas y cuarto.


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67 págs. / 1 hora, 57 minutos / 386 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Esfinge Sin Secreto

Oscar Wilde


Cuento


Una tarde, tomaba mi vermú en la terraza del Café de la Paix, contemplando el esplendor y la miseria de la vida parisina y asombrándome del extraño panorama de orgullo y pobreza que desfilaba ante mis ojos, cuando oí que alguien me llamaba. Volví la cabeza y vi a lord Murchison. No nos habíamos vuelto a ver desde nuestra época de estudiantes, hacía casi diez años, así que me encantó encontrarme de nuevo con él y nos dimos un fuerte apretón de manos. En Oxford habíamos sido grandes amigos. Yo lo había apreciado muchísimo, ¡era tan apuesto, íntegro y divertido! Solíamos decir que habría sido el mejor de los compañeros si no hubiese dicho siempre la verdad, pero creo que todos le admirábamos más por su franqueza. Me pareció que estaba muy cambiado. Daba la impresión de estar inquieto y desorientado, como si dudara de algo. Comprendí que no podía ser un caso de escepticismo moderno, pues Murchison era el más firme de los conservadores, y creía con la misma convicción en el Pentateuco que en la Cámara de los Pares; así que llegué a la conclusión de que se trataba de una mujer, y le pregunté si se había casado.

—No comprendo suficientemente bien a las mujeres —respondió.

—Mi querido Gerald —dije—, las mujeres están hechas para ser amadas, no comprendidas.

—Soy incapaz de amar a alguien en quien no puedo confiar —replicó.

—Creo que hay un misterio en tu vida, Gerald —exclamé—; ¿de qué se trata?

—Vamos a dar una vuelta en coche —contestó—, aquí hay demasiada gente. No, un carruaje amarillo no, de cualquier otro color… Mira, aquel verde oscuro servirá.

Y poco después bajábamos trotando por el bulevar en dirección a la Madeleine.

—¿Dónde vamos? —quise saber.

—¡Oh, donde tú quieras! —repuso—. Al restaurante del Bois de Boulogne; cenaremos allí y me hablarás de tu vida.


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6 págs. / 11 minutos / 175 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Casa del Juicio

Oscar Wilde


Cuento


Y el silencio reinaba en la Casa del Juicio, y el Hombre compareció desnudo ante Dios.

Y Dios abrió el Libro de la Vida del Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:

—Tu vida ha sido mala y te has mostrado cruel con los que necesitaban socorro, y con los que carecían de apoyo has sido cruel y duro de corazón. El pobre te llamó y tú no lo oíste y cerraste tus oídos al grito del hombre afligido. Te apoderaste, para tu beneficio personal, de la herencia del huérfano y lanzaste las zorras a la viña del campo de tu vecino. Cogiste el pan de los niños y se lo diste a comer a los perros, y a mis leprosos, que vivían en los pantanos y que me alababan, los perseguiste por los caminos; y sobre mi tierra, esta tierra con la que te formé, vertiste sangre inocente.

Y el Hombre respondió y dijo:

—Si, eso hice.

Y Dios abrió de nuevo el Libro de la Vida del Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:

—Tu vida ha sido mala y has ocultado la belleza que mostré, y el bien que yo he escondido lo olvidaste. Las paredes de tus habitaciones estaban pintadas con imágenes, y te levantabas de tu lecho de abominación al son de las flautas. Erigiste siete altares a los pecados que yo padecí, y comiste lo que no se debe comer, y la púrpura de tus vestidos estaba bordada con los tres signos infamantes. Tus ídolos no eran de oro ni de plata perdurables, sino de carne perecedera. Bañaban sus cabelleras en perfumes y ponías granadas en sus manos. Ungías sus pies con azafrán y desplegabas tapices ante ellos. Pintabas con antimonio sus párpados y untabas con mirra sus cuerpos. Te prosternaste hasta la tierra ante ellos, y los tronos de tus ídolos se han elevado hasta el sol. Has mostrado al sol tu vergüenza, y a la luna tu demencia.

Y el Hombre contestó, y dijo:

—Sí, eso hice también.

Y por tercera vez abrió Dios el Libro de la Vida de Hombre.

Y Dios dijo al Hombre:


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1 pág. / 3 minutos / 387 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Balada de la Cárcel de Reading

Oscar Wilde


Poesía


En memoria de
CARLOS T. WOOLDRIDGE,
antiguo soldado de la Guardia Real de Caballería,
ejecutado en la Cárcel de Reading, en Berkshire,
el 7 de julio de 1896.

I

No tenía ya chaqueta roja
como es el vino y es la sangre;
y sangre y vino eran sus manos
cuando le hallaron el cadáver
de la pobre mujer que amaba,
y a la que dio muerte el infame.

Andaba él entre los presos
con traje gris y con gorrilla:
Parecía feliz su paso.
Mas nunca antes ví en la vida
un hombre tal que, intensamente,
mirara así la luz del día...

Jamás he visto ningún hombre
mirar así, con tal mirada,
ese toldillo de turquíes
que los reclusos cielo llaman,
y cada nube que navega
igual que un velero de plata.

Con las demás almas en pena
en otro patio hacía ronda
pensando si la falta suya
sería grande o poca cosa,
cuando una voz dijo a mi espalda:
“El hombre aquel irá a la horca!”

Dios mío! El mismo muro pétreo
tuvo temblores de ira negra;
casco de hierro enrojecido
fue el cielo sobre mi cabeza,
y aunque también estaba preso
no podía sentir mi pena.

Comprendí, entonces, qué congoja
apresuraba su misterio;
supe por qué miraba el día
con aquel mirar tan intenso:
Mató aquel hombre lo que amaba,
y debía morir por ello!

Y sin embargo, sepan todos,
cada hombre mata lo que ama.
Los unos matan con su odio,
los otros con palabras blandas;
el que es cobarde, con un beso,
y el de valor, con una espada!

Unos lo matan cuando jóvenes,
y cuando están viejos los otros;
unos con manos de deseo,
otros lo estrangulan con oro;
y el más hábil, con un puñal
porque así se enfría más pronto.


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10 págs. / 19 minutos / 153 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Intenciones

Oscar Wilde


Ensayo, Teatro


La decadencia de la mentira

UN DIÁLOGO

Personajes: Cyril y Vivian

Lugar: Biblioteca de una casa de campo en Nottingham.

CYRIL (Mientras que entra por la puerta-balcón abierta de la terraza.).- Pasa usted demasiado tiempo encerrado en la biblioteca, querido. Hace una tarde magnífica y el aire es tibio. Flota sobre el bosque una bruma rojiza como la flor de los ciruelos. Vayamos a tumbarnos sobre la hierba, nos fumaremos un cigarrillo y gozaremos de la madre Naturaleza.

VIVIAN.- ¡Gozar de la Naturaleza! Antes que nada quiero que sepa que he perdido esa facultad por completo. Dicen las personas que el Arte nos hace amar aún más a la Naturaleza, que nos revela sus secretos y que una vez estudiados estos concienzudamente, según afirman Corot y Constable, descubrimos en ella cosas que antes escaparon a nuestra observación. A mi juicio, cuanto más estudiamos el Arte, menos nos preocupa la Naturaleza. Realmente lo que el Arte nos revela es la falta de plan de la Naturaleza, su extraña tosquedad, su extraordinaria monotonía, su carácter completamente inacabado. La Naturaleza posee, indudablemente, buenas intenciones; pero como dijo Aristóteles hace ya tiempo que no puede llevarlas a cabo. Cuando miro un paisaje, me es imposible dejar de ver todos sus defectos. A pesar de lo cual, es una suerte para nosotros que la Naturaleza sea tan imperfecta, ya que de no ser así no existiría el Arte. El Arte es nuestra enérgica protesta, nuestro valiente esfuerzo para enseñar a la naturaleza cuál es su verdadera función. En cuanto a eso de la infinita variedad de la Naturaleza, no es más que un mito. La variedad no se puede encontrar en la Naturaleza misma, sino en la imaginación, en la fantasía o en la ceguera cultivada de su observador.


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179 págs. / 5 horas, 14 minutos / 725 visitas.

Publicado el 12 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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