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autor: Oscar Wilde editor: Edu Robsy textos disponibles


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El Retrato de Dorian Gray

Oscar Wilde


Novela


Prefacio

El artista es creador de belleza.

Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.

El crítico es quien puede traducir de manera distinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza. La forma más elevada de la crítica, y también la más rastrera, es una modalidad de autobiografía.

Quienes descubren significados ruines en cosas hermosas están corrompidos sin ser elegantes, lo que es un defecto. Quienes encuentran significados bellos en cosas hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza.

Son los elegidos, y en su caso las cosas hermosas sólo significan belleza.

No existen libros morales o inmorales.

Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.

La aversión del siglo por el realismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo.

La aversión del siglo por el romanticismo es la rabia de Calibán al no verse la cara en un espejo.

La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar.

El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo.

Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo.

Pensamiento y lenguaje son, para el artista, los instrumentos de su arte.

El vicio y la virtud son los materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.

Todo arte es a la vez superficie y símbolo.

Quienes profundizan, sin contentarse con la superficie, se exponen a las consecuencias.

Quienes penetran en el símbolo se exponen a las consecuencias.


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Dominio público
250 págs. / 7 horas, 17 minutos / 8.604 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Fantasma de Canterville

Oscar Wilde


Novela corta


I

Cuando míster Hiram B. Otis, el ministro de América, compró Canterville-Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran necedad, porque la finca estaba embrujada.

Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo a míster Otis, cuando llegaron a discutir las condiciones.

—Nosotros mismos —dijo lord Canterville— nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un desmayo, del que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que experimentó al sentir que dos manos de esqueleto se posaban sobre sus hombros, estando vistiéndose para cenar. Me creo en el deber de decirle, míster Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven actualmente, así como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado del King's College, de Oxford. Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño, a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca.

—Mi lord —respondió el ministro—, adquiriré el inmueble y el fantasma, bajo inventario. Llego de un país moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y avispados, que recorren de parte a parte el viejo continente, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores "prima donnas", estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma en Europa vendrán a buscarlo enseguida para colocarlo en uno de nuestros museos públicos o para pasearle por los caminos como un fenómeno.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 3.173 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Príncipe Feliz

Oscar Wilde


Cuento


En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.

Por todo lo cual era muy admirada.

—Es tan hermoso como una veleta —observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte—. Ahora, que no es tan útil —añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico.

Y realmente no lo era.

—¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? —preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna—. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

—Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz —murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

—Verdaderamente parece un ángel —decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

—¿En qué lo conocéis —replicaba el profesor de matemáticas— si no habéis visto uno nunca?

—¡Oh! Los hemos visto en sueños —respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.

Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.

Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

—¿Quieres que te ame? —dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.

Y el Junco le hizo un profundo saludo.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 1.798 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Ruiseñor y la Rosa

Oscar Wilde


Cuento


—Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja —se lamentaba el joven estudiante—, pero no hay una sola rosa roja en todo mi jardín. Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.

—¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! —gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.

—¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.

—He aquí, por fin, el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.

—El príncipe da un baile mañana por la noche —murmuraba el joven estudiante—, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.

—He aquí el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.


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7 págs. / 12 minutos / 3.326 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Gigante Egoísta

Oscar Wilde


Cuento


Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto.

Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.

—¡Qué felices somos aquí!— se gritaban unos a otros.

Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando en el jardín.

—¿Qué estáis haciendo aquí?— les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.

—Mi jardín es mi jardín— dijo el gigante. —Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él.

Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel:


Prohibida la entrada.
Los transgresores serán
procesados judicialmente.
 

Era un gigante muy egoísta.

Los pobres niños no tenían ahora donde jugar.

Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó.

Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.

—¡Que felices éramos allí!— se decían unos a otros.

Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno.


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5 págs. / 9 minutos / 2.242 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Famoso Cohete

Oscar Wilde


Cuento


El hijo del rey estaba en vísperas de casarse. Con este motivo el regocijo era general. Estuvo esperando un año entero a su prometida, y al fin llegó ésta.

Era una princesa rusa que había hecho el viaje desde Finlandia en un trineo tirado por seis renos, que tenía la forma de un gran cisne de oro; la princesita iba acostada entre las alas del cisne. Su largo manto de armiño caía recto sobre sus pies. Llevaba en la cabeza un gorrito de tisú de plata y era pálida como el palacio de nieve en que había vivido siempre. Era tan pálida que al pasar por las calles quedábanse admiradas las gentes.

—Parece una rosa blanca —decían. Y le echaban flores desde los balcones.

A la puerta del castillo estaba el príncipe para recibirla. Tenía unos ojos violeta y soñadores y sus cabellos eran como oro fino. Al verla hincó una rodilla en tierra y besó su mano.

—Su retrato era bello —murmuró—, pero usted es más bella que su retrato —y la princesita se ruborizó.

—Hace un momento parecía una rosa blanca —dijo un pajecillo a su vecino—, pero ahora parece una rosa roja.

Y toda la Corte se quedó extasiada.

Durante los tres días siguientes todo el mundo no cesó de repetir:

—¡Rosa blanca, rosa roja! ¡Rosa roja, rosa blanca!

Y el rey ordenó que diesen doble paga al paje.

Como él no percibía paga alguna, su posición no mejoró mucho por eso; pero todos lo consideraron como un gran honor y el real decreto fue publicado con todo requisito en la Gaceta de la Corte.


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13 págs. / 23 minutos / 923 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Crimen de Lord Arthur Saville

Oscar Wilde


Novela corta


Capítulo I

Era la última recepción que daba Lady Windermere, antes de comenzar la temporada primaveral. Los sa­lones de Bentinck-House se hallaban más llenos de invitados que nunca. Acudieron seis ministros, una vez ter­minada la interpelación del speaker, ostentando sus cruces y sus bandas y todas las mujeres bonitas de Lon­dres lucían sus toilettes más elegantes. Al final de la gale­ría de retratos estaba la princesa Sophia de Carlsrühe, una dama gruesa de tipo tártaro, con ojillos negros y unas esmeraldas maravillosas, chapurreando francés con voz muy aguda y riéndose sin mesura de todo cuanto decían.

Realmente veíase allí una singular mezcolanza de personas. Arrogantes esposas de pares del reino charla­ban cortésmente con virulentos radicales; predicadores populares se codeaban con inveterados escépticos, y una banda de obispos seguía la pista, de salón en salón, a una corpulenta prima donna; en la escalera agrupábanse varios miembros de la Real Academia, disfrazados de ar­tistas, y el comedor se vio por un momento abarrotado de genios. En una palabra: era una de las más deslumbran­tes reuniones de lady Windermere y la princesa se quedó hasta cerca de las once y media.


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40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 1.361 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Amigo Fiel

Oscar Wilde


Cuento infantil


Una mañana la vieja rata de agua asomó la cabeza por su agujero. Tenía unos ojos redondos muy vivarachos y unos largos bigotes grises. Su cola parecía un elástico negro. Unos patitos nadaban en el estanque, parecidos a una bandada de canarios amarillos, y su madre, toda blanca con patas rojas, se esforzaba en enseñarles a hundir la cabeza en el agua.

—Nunca podrán estrenarse en sociedad si no aprenden a sumergir la cabeza —les decía.

Y les enseñaba de nuevo cómo tenían que hacerlo. Pero los patitos no prestaban ninguna atención a sus lecciones. Eran tan jóvenes que no sabían las ventajas que reporta la vida de sociedad.

—¡Qué criaturas más desobedientes! —exclamó la rata de agua—. ¡Merecerían ahogarse!

—¡No lo quiera Dios! —replicó la pata—. Todo tiene sus comienzos y nunca es demasiada la paciencia de los padres.

—¡Ah! No tengo la menor idea de los sentimientos paternos —dijo la rata de agua—. No soy padre de familia. Jamás me he casado, ni he pensado en hacerlo. Indudablemente, el amor es una buena cosa a su manera; pero la amistad vale más. Le aseguro que no conozco en el mundo nada más noble o más raro que una fiel amistad.

—Y dígame, se lo ruego, ¿qué idea se forma usted de los deberes de un amigo fiel? —preguntó un pardillo verde que había escuchado la conversación, posado sobre un sauce retorcido.

—Sí, eso es precisamente lo que quisiera yo saber —dijo la pata, y nadando hacia el extremo del estanque hundió la cabeza en el agua para dar ejemplo a sus hijos.

—¡Qué pregunta más tonta! —gritó la rata de agua—. ¡Como es natural, entiendo por amigo fiel al que me demuestra fidelidad!

—¿Y qué hará usted en cambio? —dijo el avecilla columpiándose sobre una ramita plateada y moviendo sus alitas.

—No le comprendo a usted —respondió la rata de agua.


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12 págs. / 22 minutos / 1.283 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Salomé

Oscar Wilde


Teatro


Personajes de la obra

HERODES ANTIPAS, Tetrarca de Judea.
JOKANAÁN, el profeta.
EL JOVEN SIRIO, capitán de la guardia.
TIGELLINUS, un joven romano.
UN CAPADOCIO.
UN NUBIO.
PRIMER SOLDADO.
SEGUNDO SOLDADO.
EL PAJE DE HERODÍAS.
JUDÍOS, NAZARENOS, ETC.
UN ESCLAVO.
NAAMÁN, el verdugo.
HERODÍAS, esposa de Herodes.
SALOMÉ, hija de Herodías.
LOS ESCLAVOS DE SALOMÉ.

Acto único

ESCENA.—Una gran terraza en el palacio de Herodes, ubicada sobre el salón de banquetes. Algunos soldados se apoyan sobre el balcón. A la derecha hay una escalera gigantesca, a la izquierda, en la parte trasera, una vieja cisterna rodeada por una pared de bronce verde. La luna brilla intensamente.
 

EL JOVEN SIRIO:
¡Qué hermosa se ve la princesa Salomé esta noche!

EL PAJE DE HERODÍAS:
¡Mira la luna! ¡Qué extraña se ve la luna! Es como una mujer alzandose desde su sepultura. Como una difunta. Uno podría creer que anda en busca de cosas muertas.

EL JOVEN SIRIO:
Tiene una extraña mirada. Es como una princesa que lleva un velo amarillo, y cuyos pies son de plata. Es como una princesa que tiene pequeñas palomas blancas en lugar de pies. Uno podría creer que está danzando.

EL PAJE DE HERODÍAS:
Luce como una mujer muerta. Se mueve muy lentamente.

[Ruido en el salón de banquetes.]

PRIMER SOLDADO:
¡Qué alboroto! ¿Quiénes son esas bestias salvajes que aúllan?

SEGUNDO SOLDADO:
Los judíos. Ellos siempre son así. Están discutiendo acerca de su religión.

PRIMER SOLDADO:
¿Por qué discuten acerca de su religión?


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32 págs. / 56 minutos / 850 visitas.

Publicado el 16 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Modelo Millonario

Oscar Wilde


Cuento


A menos que uno sea rico, no sirve de nada ser un chico encantador. La vida idílica es un privilegio de los ricos, no la profesión de los desempleados. Los pobres deben ser prácticos y prosaicos. Es mejor tener un ingreso permanente, que ser encantador. Estas son las grandes verdades de la vida moderna que Hughie Erksine jamás comprendió. ¡Pobre Hughie! Intelectualmente hablando, no era de mucha importancia. Nunca dijo una cosa brillante, o malintencionada en su vida. Pero, eso sí, él era sorprendentemente bien parecido, con su cabello castaño y rizado, perfil claro, y sus ojos grises. Era tan popular tanto con los hombres como con las mujeres, y tenía todos los éxitos, excepto el de ganar dinero. Su padre le había heredado su espada de caballería, y una edición de la Historia de la Guerra Peninsular en 15 tomos. Hughie puso la espada sobre su espejo, y colocó la Historia... en un estante entre el Ruff's Guide y el Bailey's Magazine, y vivía con una renta anual de 200 libras que le facilitaba una vieja tía. Él había intentado todo. Había estado en la Bolsa durante 6 meses, pero, ¿qué hacía una mariposa entre toros y osos? Había sido vendedor de té por un tiempo, pero pronto se cansó del pekoe y el souchong. Entonces trató de vender jerez seco. Pero esa no era la respuesta, el jerez era muy seco. Finalmente, se dedicó a no ser nada, un joven inútil y encantador con un perfil perfecto sin profesión.

Para empeorar las cosas, se enamoró. La mujer que amaba era Laura Merton, la hija de un coronel retirado que había perdido su temperamento y su digestión en la India, sin encontrar lo uno ni lo otro. Laura lo adoraba, y él estaba dispuesto a besar la punta de sus zapatos. Ellos formaban la pareja más encantadora de Londres, pero entre los dos no reunían ni un penique. El coronel estaba muy encariñado con Hughie, pero no quería oír nada acerca de compromiso.


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6 págs. / 10 minutos / 908 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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