Textos por orden alfabético de Oscar Wilde publicados por Edu Robsy no disponibles

Mostrando 1 a 10 de 17 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Oscar Wilde editor: Edu Robsy textos no disponibles


12

De Profundis

Oscar Wilde


Carta


Cárcel de Reading

Querido Bosie:

Después de una larga e infructuosa espera, me he decidido a escribirte, y ello tanto en tu interés como en el mío, pues me repugna el pensar que he pasado en la cárcel dos años interminables sin haber recibido de ti una sola línea, una noticia cualquiera: que nada he sabido de ti, fuera de aquello que había de serme doloroso.

Nuestra trágica amistad, en extremo lamentable, ha terminado para mí de un modo funesto, y para ti con escándalo público. Empero, el recuerdo de nuestra antigua amistad me abandona raramente, y siento honda tristeza al pensar que mi corazón, antes henchido de amor, está ya para siempre lleno de maldiciones, amargura y desprecio. Y tú mismo sientes seguramente, en el fondo de tu alma, que es preferible escribirme a mí, que me hallo en la soledad de la vida carcelaria, que no publicar sin mi autorización cartas mías, o dedicarme poesías, también sin permiso ninguno. Y esto, aunque el mundo nada sepa de las frases afligidas o apasionadas, de los remordimientos de conciencia, o de la indiferencia que te place ostentar en respuesta o como justificación.

En esta carta que he de escribira acerca de tu vida y la mía, del pasado y del porvenir, de unas dulzuras convertidas en amarguras, y de unas amarguras que quizá lleguen a convertirse en alegrías, habrá seguramente muchas cosas que han de herir, de hacer sangrar tu vanidad. Si así fuese, reléela hasta que esta vanidad tuya quede muerta. Si encuentras en ella algo que creas te acusa injustamente, no olvides esto: que se deben agradecer aquellas culpas por las cuales uno puede ser injustamente acusado. Y si algún párrafo aislado te arrasa los ojos en lágrimas, llora cual lloramos aquí en la cárcel, en donde ni de día ni de noche se ahorran las lágrimas.


Información texto

Protegido por copyright
156 págs. / 4 horas, 33 minutos / 610 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Artista

Oscar Wilde


Cuento


Una tarde le vino al alma el deseo de dar forma a una imagen del Placer que se posa un instante. Y se fue por el mundo a buscar bronce, pues sólo en bronce podía concebir su obra.

Pero había desaparecido el bronce del mundo entero; en parte alguna del mundo entero podía encontrarse bronce, salvo el bronce sólo de la imagen del "Dolor que dura para siempre".

Era él quien había forjado esta imagen con sus propias manos, y la había puesto sobre la tumba de lo único que había amado en la vida. Sobre la tumba de lo que más había amado en la vida y había muerto había puesto esta imagen hechura suya, como prenda y señal del amor humano que no muere nunca, y como símbolo del dolor humano que dura para siempre. Y en el mundo entero no había más bronce que esta imagen.

Y tomó la imagen que había forjado y la puso en un gran horno y se la entregó al fuego.

Y con el bronce de la imagen del Dolor que dura para siempre esculpió una imagen del Placer que se posa un instante.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 1 minuto / 517 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Cumpleaños de la Infanta

Oscar Wilde


Cuento


Era aquel día el cumpleaños de la infanta. Cumplía los doce años, y el sol brillaba con esplendor en los jardines del palacio.

Aunque realmente era princesa y era la infanta de España, sólo tenía un cumpleaños cada año, exactamente como los hijos de la gente muy pobre; así, era cosa de grande importancia para todo el país que la infanta tuviera un gran día en tales ocasiones. Y aquel día era magnífico en verdad.Los altos y rayados tulipanes se erguían sobre los tallos, como en largo desfile militar, y miraban, retadores, a las rosas, diciéndoles: «Somos tan espléndidos como vosotras.» Las mariposas purpúreas revoloteaban, llenas de polvo de oro las alas, visitando a las flores una por una; los lagartos salían de entre las grietas del muro y se calentaban al sol; las granadas se cuarteaban y entreabrían con el calor, y se veía sangrante su corazón rojo. Hasta los pálidos lines amarillos, que colgaban en profusión de las carcomidas espalderas, y a lo largo de las arcadas oscuras, parecían haber robado mayor viveza de color a la maravillosa luz solar, y las magnolias abrían sus grandes flores, semejantes a globos de marfil, y llenaban el aire de dulce aroma enervante.


Información texto

Protegido por copyright
21 págs. / 38 minutos / 109 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Joven Rey

Oscar Wilde


Cuento infantil


Aquella noche, la víspera del día fijado para su coronación, el joven rey se hallaba solo, sentado en su espléndida cámara. Sus cortesanos se habían despedido todos, inclinando la cabeza hasta el suelo, según los usos ceremoniosos de la época, y se habían retirado al Gran Salón del Palacio para recibir las últimas lecciones del profesor de etiqueta, pues aún había entre ellos algunos que tenían modales rústicos, lo cual, apenas necesito decirlo, es gravísima falta en cortesanos. El adolescente —todavía lo era, apenas tenía dieciséis años— no lamentaba que se hubieran ido, y se había echado, con un gran suspiro de alivio, sobre los suaves cojines de su canapé bordado, quedándose allí, con los ojos distraídos y la boca abierta, como uno de los pardos faunos de la pradera, o como animal de los bosques a quien acaban de atrapar los cazadores.

Y en verdad eran los cazadores quienes lo habían descubierto, cayendo sobre él punto menos que por casualidad, cuando, semidesnudo y con su flauta en la mano, seguía el rebaño del pobre cabrero que le había educado y a quien creyó siempre su padre.

Hijo de la única hija del viejo rey, casada en matrimonio secreto con un hombre muy inferior a ella en categoría (un extranjero, decían algunos, que había enamorado a la princesa con la magia sorprendente de su arte para tocar el laúd; mientras otros hablaban de un artista, de Rímini, a quien la princesa había hecho muchos honores, quizás demasiados, y que había desaparecido de la ciudad súbitamente, dejando inconclusas sus labores en la catedral), fue arrancado, cuando apenas contaba una semana de nacido, del lado de su madre, mientras dormía ella, y entregado a un campesino pobre y a su esposa, que no tenían hijos y vivían en lugar remoto del bosque, a más de un día de camino de la ciudad.


Información texto

Protegido por copyright
15 págs. / 27 minutos / 153 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Maestro

Oscar Wilde


Cuento


Y cuando las tinieblas cayeron sobre la tierra, José de Arimatea, después de haber encendido una antorcha de madera resinosa, descendió desde la colina al valle.

Porque tenía que hacer en su casa. Y arrodillándose sobre los pedernales del Valle de la Desolación, vio a un joven desnudo que lloraba.

Sus cabellos eran color de miel y su cuerpo como una flor blanca; pero las espinas habían desgarrado su cuerpo, y a guisa de corona, llevaba ceniza sobre sus cabellos.

Y José, que tenía grandes riquezas, dijo al joven desnudo que lloraba.

—Comprendo que sea grande tu dolor porque verdaderamente Él era justo.

Mas el joven le respondió:

—No lloro por él sino por mí mismo. Yo también he convertido el agua en vino y he curado al leproso y he devuelto la vista al ciego. Me he paseado sobre la superficie de las aguas y he arrojado a los demonios que habitan en los sepulcros. He dado de comer a los hambrientos en el desierto, allí donde no hay ningún alimento, y he hecho levantarse a los muertos de sus lechos angostos, y por mandato mío y delante de una gran multitud, una higuera seca ha florecido de nuevo. Todo cuanto él hizo, lo he hecho yo.

—¿Y por qué lloras, entonces?

—Porque a mí no me han crucificado.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 1 minuto / 271 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Niño-Astro

Oscar Wilde


Cuento infantil


Éranse una vez dos pobres leñadores que regresaban a su casa cruzando un gran pinar. Era invierno y hacía un frío terrible. La nieve caía espesa sobre la tierra y sobre los árboles; el hielo acumulado rompía las ramas más pequeñas y débiles, y cuando los leñadores llegaron al Torrente de la Montaña, vieron que éste colgaba inánime en el aire porque había recibido el beso del Rey de Hielo. Tanto frío hacía, que aun los animales, hasta los mismos pájaros, no sabían qué hacer. —¡Muh! —gruñó el lobo saltando entre los matorrales con su cola entre las patas—. ¡Hace un tiempo perfectamente horrible! ¿Por qué no trata de remediarlo el gobierno?

—¡Uit! ¡Uit! ¡Uit! —gorjeaban los verdes colorines—; la anciana Tierra ha muerto, y le han puesto su mortaja blanca.

—La Tierra se va a desposar, y éste es su traje de bodas —murmuraban las tórtolas entre sí. Tenían sus piececitos de rosa heridos por el hielo; pero sentían que era un deber el considerar la situación de un modo romántico.

—¡Vamos! —gruñó el lobo—. Les digo que toda la culpa la tiene el gobierno, y a quien no me crea me lo comeré.

El lobo poseía un gran sentido práctico, y no le faltaban nunca argumentos sólidos.

—¡Bueno, lo que es por mí —dijo un pajarillo, que había nacido filósofo— las explicaciones me importan... una teoría atómica! Si una cosa es así, pues es así, y ahora lo que hay es que hace un frío horrible.


Información texto

Protegido por copyright
18 págs. / 31 minutos / 115 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Pescador y su Alma

Oscar Wilde


Cuento


Todas las tardes el joven Pescador se internaba en el mar, y arrojaba sus redes al agua.

Cuando el viento soplaba desde tierra, no lograba pescar nada, porque era un viento malévolo de alas negras, y las olas se levantaban empinándose a su encuentro. Pero en cambio, cuando soplaba el viento en dirección a la costa, los peces subían desde las verdes honduras y se metían nadando entre las mallas de la red y el joven Pescador los llevaba al mercado para venderlos.

Todas las tardes el joven Pescador se internaba en el mar. Un día, al recoger su red, la sintió tan pesada que no podía izarla hasta la barca. Riendo, se dijo:

—O bien he atrapado todos los peces del mar, o bien es algún monstruo torpe que asombrará a los hombres, o acaso será algo espantoso que la gran Reina tendrá deseos de contemplar.

Haciendo uso de todas sus fuerzas fue izando la red, hasta que se le marcaron en relieve las venas de los brazos. Poco a poco fue cerrando el círculo de corchos, hasta que, por fin, apareció la red a flor de agua.

Sin embargo no había cogido pez alguno, ni monstruo, ni nada pavoroso; sólo una sirenita que estaba profundamente dormida.

Su cabellera parecía vellón de oro, y cada cabello era como una hebra de oro fino en una copa de cristal. Su cuerpo era del color del marfil, y su cola era de plata y nácar. De plata y nácar era su cola y las verdes hierbas del mar se enredaban sobre ella; y como conchas marinas eran sus orejas, y sus labios eran como el coral. Las olas frías se estrellaban sobre sus fríos senos, y la sal le resplandecía en los párpados bajos.


Información texto

Protegido por copyright
36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 277 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Príncipe Feliz y Otros Cuentos

Oscar Wilde


Cuento


El Príncipe Feliz

La estatua del Príncipe Feliz se alzaba sobre una alta columna, desde donde se dominaba toda la ciudad. Era dorada y estaba recubierta por finas láminas de oro; sus ojos eran dos brillantes zafiros y en el puño de la espada centelleaba un enorme rubí púrpura. El resplandor del oro y las piedras preciosas hacían que los habitantes de la ciudad admirasen al Príncipe Feliz más que a cualquier otra cosa.

—Es tan bonito como una veleta —comentaba uno de los regidores de la ciudad, a quien le interesaba ganar reputación de hombre de gustos artísticos—; claro que en realidad no es tan práctico —agregaba, porque al mismo tiempo temía que lo consideraran demasiado idealista, lo que por supuesto no era.

—¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz —le decía una madre afligida a su pequeño hijo, que lloraba porque quería tener la luna—. El Príncipe Feliz no llora por nada.

—Mucho me consuela el ver que alguien en el mundo sea completamente feliz —murmuraba un hombre infortunado al contemplar la bella estatua.

—De verdad parece que fuese un ángel —comentaban entre ellos los niños del orfelinato al salir de la catedral, vestidos con brillantes capas rojas y albos delantalcitos.

—¿Y cómo saben qué aspecto tiene un ángel? —les refutaba el profesor de matemáticas— ¿Cuándo han visto un ángel?

—Los hemos visto, señor. ¡Claro que los hemos visto, en sueños! —le respondían los niños, y el profesor de matemáticas fruncía el ceño y adoptaba su aire más severo. Le parecía muy reprobable que los niños soñaran.


Información texto

Protegido por copyright
50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 226 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Reflejo

Oscar Wilde


Cuento


Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.

—¡Oh! —les respondió el río— aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.

—¡Oh! —prosiguieron las flores de los campos— ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.

—¿Era hermoso? —preguntó el río.

—¿Y quién mejor que tú para saberlo? —dijeron las flores—. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza…

—Si yo lo amaba —respondió el río— es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 1 minuto / 1.222 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Balada de la Cárcel de Reading

Oscar Wilde


Poesía


En memoria de
CARLOS T. WOOLDRIDGE,
antiguo soldado de la Guardia Real de Caballería,
ejecutado en la Cárcel de Reading, en Berkshire,
el 7 de julio de 1896.

I

No tenía ya chaqueta roja
como es el vino y es la sangre;
y sangre y vino eran sus manos
cuando le hallaron el cadáver
de la pobre mujer que amaba,
y a la que dio muerte el infame.

Andaba él entre los presos
con traje gris y con gorrilla:
Parecía feliz su paso.
Mas nunca antes ví en la vida
un hombre tal que, intensamente,
mirara así la luz del día...

Jamás he visto ningún hombre
mirar así, con tal mirada,
ese toldillo de turquíes
que los reclusos cielo llaman,
y cada nube que navega
igual que un velero de plata.

Con las demás almas en pena
en otro patio hacía ronda
pensando si la falta suya
sería grande o poca cosa,
cuando una voz dijo a mi espalda:
“El hombre aquel irá a la horca!”

Dios mío! El mismo muro pétreo
tuvo temblores de ira negra;
casco de hierro enrojecido
fue el cielo sobre mi cabeza,
y aunque también estaba preso
no podía sentir mi pena.

Comprendí, entonces, qué congoja
apresuraba su misterio;
supe por qué miraba el día
con aquel mirar tan intenso:
Mató aquel hombre lo que amaba,
y debía morir por ello!

Y sin embargo, sepan todos,
cada hombre mata lo que ama.
Los unos matan con su odio,
los otros con palabras blandas;
el que es cobarde, con un beso,
y el de valor, con una espada!

Unos lo matan cuando jóvenes,
y cuando están viejos los otros;
unos con manos de deseo,
otros lo estrangulan con oro;
y el más hábil, con un puñal
porque así se enfría más pronto.


Información texto

Protegido por copyright
10 págs. / 19 minutos / 150 visitas.

Publicado el 17 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

12