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El Extranjero

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

«No consiste la fuerza en echar por tierra al enemigo, sino en domar la propia cólera,»—dice una máxima oriental.

«No abuses de la victoria,»—añade un libro de nuestra religión.

«Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción, considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra; y en todo cuanto estuviere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios son todos iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el de la misericordia, que el de la justicia,» aconsejó, en fin, D. Quijote a Sancho Panza.

Para dar realce a todas estas elevadísimas doctrinas, y cediendo también a un espíritu de equidad, nosotros, que nos complacemos frecuentemente en referir y celebrar los actos heroicos de los españoles durante la Guerra de la Independencia, y en condenar y maldecir la perfidia y crueldad de los invasores, vamos a narrar hoy un hecho que, sin entibiar en el corazón el amor a la patria, fortifica otro sentimiento no menos sublime y profundamente cristiano:—el amor a nuestro prójimo;—sentimiento que, si por congénita desventura de la humana especie, ha de transigir con la dura ley de la guerra, puede y debe resplandecer cuando el enemigo está humillado.

El hecho fué el siguiente, según que me lo han contado personas dignas de entera fe, que intervinieron en él muy de cerca y que todavía andan por el mundo.—Oíd sus palabras textuales.

II

—Buenos días, abuelo ...—dije yo.

—Dios guarde a V., señorito ...—dijo él.

—¡Muy solo va V. por estos caminos!...


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10 págs. / 18 minutos / 301 visitas.

Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Mujer Alta

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

—¡Qué sabemos! Amigos míos… ¡qué sabemos! —exclamó Gabriel, distinguido ingeniero de Montes, sentándose debajo de un pino y cerca de una fuente, en la cumbre del Guadarrama, a legua y media de El Escorial, en el límite divisorio de las provincias de Madrid y Segovia; sitio y fuente y pino que yo conozco y me parece estar viendo, pero cuyo nombre se me ha olvidado.

—Sentémonos, como es de rigor y está escrito.. en nuestro programa —continuó Gabriel—, a descansar y hacer por la vida en este ameno y clásico paraje, famoso por la virtud digestiva del agua de ese manantial y por los muchos borregos que aquí se han comido nuestros ilustres maestros don Miguel Bosch, don Máximo Laguna, don Agustín Pascual y otros grandes naturistas; os contaré una rara y peregrina historia en comprobación de mi tesis… , reducida a manifestar, aunque me llaméis oscurantista, que en el globo terráqueo ocurren todavía cosas sobrenaturales: esto es, cosas que no caben en la cuadrícula de la razón, de la ciencia ni de la filosofía, tal y como hoy se entienden (o no se entienden) semejantes palabras, palabras y palabras, que diría Hamlet…

Enderezaba Gabriel este pintoresco discurso a cinco sujetos de diferente edad, pero ninguno joven, y sólo uno entrado ya en años; también ingenieros de Montes tres de ellos, pintor el cuarto y un poco literato el quinto; todos los cuales habían subido con el orador, que era el más pollo, en sendas burras de alquiler, desde el Real Sitio de San Lorenzo, a pasar aquel día herborizando en los hermosos pinares de Peguerinos, cazando mariposas por medio de mangas de tul, cogiendo coleópteros raros bajo la corteza de los pinos enfermos y comiéndose una carga de víveres fiambres pagados a escote.


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18 págs. / 31 minutos / 397 visitas.

Publicado el 8 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Corneta de Llaves

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


Querer es poder.

I

Don Basilio, ¡toque V. la corneta, y bailaremos!—Debajo de estos árboles no hace calor....

—Sí, sí..., D. Basilio: ¡toque V. la corneta de llaves!

—¡Traedle a D. Basilio la corneta en que se está enseñando Joaquín!

—¡Poco vale!...—¿La tocará V., D. Basilio?

—¡No!

—¿Cómo que no?

—¡Que no!

—¿Por qué?

—Porque no sé.

—¡Que no sabe

—Sin duda quiere que le regalemos el oído....

—¡Vamos! de infantería!...

—Y que nadie ha tocado la corneta de llaves como V....

—Y que lo oyeron en Palacio..., en tiempos de Espartero....

—Y que tiene V. una pensión....

—¡Vaya, D. Basilio! ¡Apiádese V.!

—Pues, señor.... ¡Es verdad! He tocado la corneta de llaves; he sido una ... una especialidad, como dicen ustedes ahora...; pero también es cierto que hace dos años regalé mi corneta a un pobre músico licenciado, y que desde entonces no he vuelto... ni a tararear.

—¡Qué lástima! —¡Otro Rossini!

—¡Oh! ¡Pues lo que es esta tarde, usted!...

—Aquí, en el campo, todo es permitido....

—¡Recuerde V. que es mi día,!...

—¡Viva! ¡Viva! ¡Ya está aquí la corneta!

—Sí, ¡que toque!

—Un vals....

—No..., ¡una polca!...

—¡Polca!... ¡Quita allá!—¡Un fandango!

—Sí..., sí..., ¡fandango! ¡Baile nacional!

—Lo siento mucho, hijos míos; pero no me es posible tocar la corneta....

—¡Usted, tan amable!...

—Tan complaciente....

—¡Se lo suplica a V. su nietecito!...

—Y su sobrina....

—¡Dejadme, por Dios!—He dicho que no toco.

—¿Por qué?


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9 págs. / 15 minutos / 254 visitas.

Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Comendadora

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

Hará cosa de un siglo que cierta mañana de marzo, a eso de las once, el sol, tan alegre y amoroso en aquel tiempo como hoy que principia la primavera de 1868, y como lo verán nuestros biznietos dentro de otro siglo (si para entonces no se ha acabado el mundo), entraba por los balcones de la sala principal de una gran casa solariega, sita en la Carrera de Darro, de Granada, bañando de esplendorosa luz y grato calor aquel vasto y señorial aposento, animando las ascéticas pinturas que cubrían sus paredes, rejuveneciendo antiguos muebles y descoloridos tapices, y haciendo las veces del ya suprimido brasero para tres personas, a la sazón vivas e importantes, de quienes apenas queda hoy rastro ni memoria…

Sentada cerca de un balcón estaba una venerable anciana, cuyo noble y enérgico rostro, que habría sido muy bello, reflejaba la más austera virtud y un orgullo desmesurado. Seguramente aquella boca no había sonreído nunca, y los duros pliegues de sus labios provenían del hábito de mandar. Su ya trémula cabeza sólo podía haberse inclinado ante los altares. Sus ojos parecían armados del rayo de la Excomunión. A poco que se contemplara a aquella mujer, conocíase que dondequiera que ella imperase no habría más arbitrio que matarla u obedecerla. Y, sin embargo, su gesto no expresaba crueldad ni mala intención, sino estrechez de principios y una intolerancia de conducta incapaz de transigir en nada ni por nadie.

Esta señora vestía saya y jubón de alepín negro de la reina, y cubría la escasez de sus canas con una toquilla de amarillentos encajes flamencos.

Sobre la falda tenía abierto un libro de oraciones, pero sus ojos habían dejado de leer, para fijarse en un niño de seis a siete años, que jugaba y hablaba solo, revolcándose sobre la alfombra en uno de los cuadrilongos de luz de sol que proyectaban los balcones en el suelo de la anchurosa estancia.


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12 págs. / 22 minutos / 185 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Tic... Tac...

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

Arturo de Miracielos (un joven muy hermoso, pero que a juzgar por su conducta, no tenía casa ni hogar) consiguió cierta noche, a fuerza de ruegos, quedarse a dormir en las habitaciones de una amiga suya, no menos hermosa que él, llamada Matilde Entrambasaguas, que hacía estas y otras caridades a espaldas de su marido, demostrando con ello que el pobre señor tenía algo de fiera…

Mas he aquí que dicha noche, a eso de la una, oyéronse fuertes golpes en la única puerta que daba acceso al departamento de Matilde, acompañados de un vocejón espantoso, que gritaba:

—¡Abra V., señora!

—¡Mi marido!… —balbuceó la pobre mujer.

—¡Don José! (tartamudeó Arturo). —¿Pues no me dijiste que nunca venía por aquí?

—¡Ay! No es lo peor que venga… (añadió a hospitalaria beldad), sino que es tan mal pensado, que no habrá manera de hacerle creer que estás aquí inocentemente.

—¡Pues mira, hija, sálvame! (replicó Arturo). —Lo primero es lo primero.

—¡Abre, cordera! —prosiguió gritando don José, a quien el portero había notificado que la señora daba aquella noche posada a un peregrino.

(El apellido de D. José no consta en los autos: sólo se sabe que no era hermoso.)

—¡Métete ahí! —le dijo Matilde a Arturo, señalándole uno de aquellos antiguos relojes de pared, de larguísima péndola, que parecían ataúdes puestos de pie derecho.

—¡Abre, paloma! —bramaba entretanto el marido, procurando derribar la puerta.

—¡Jesús, hombre!… (gritó la mujer): ¡qué prisa traes! Déjame siquiera coger la bata…

A todo esto Arturo se había metido en la caja del reloj, como Dios le dio a entender, o sea reduciéndose a la mitad de su volumen ordinario.


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2 págs. / 5 minutos / 173 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Carbonero-Alcalde

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

Otro día narraré los trágicos sucesos que precedieron a la entrada de los franceses en la morisca ciudad de Guadix, para que se vea de qué modo sus irritados habitantes arrastraron y dieron muerte al corregidor don Francisco Trujillo, acusado de no haberse atrevido a salir a hacer frente al ejército napoleónico con los trescientos paisanos armados de escopetas, sables, navajas y hondas de que habría podido disponer para ello...

Hoy, sin otro fin que indicar el estado en que se hallaban las cosas cuando ocurrió el sublime episodio que voy a referir, diré que ya era capitán general de Granada el excelentísimo señor conde don Horacio Sebastiani, como le llamaban los afrancesados, y gobernador del Corregimiento de Guadix el general Godinot, sucesor del coronel de dragones de caballería, número 20, M. Corvineau, a quien había cabido la gloria de ocupar la ciudad el 16 de febrero de 1810.


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Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

¿Por Qué Era Rubia?

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I. Historia de cinco novelas

Una tarde de Noviembre de 1854 estábamos seis amigos, todos menores de edad, sentados alrededor de una mesa, pasando un delicioso día de campo. —Así llamábamos en aquel tiempo a la extraña manía en que habíamos dado algunos discípulos de Apolo, de hacer del día noche, cerrar las ventanas y encender luz artificial, cuando no de quedarnos en la cama hasta que anochecía en el resto de Madrid.

Aquella mesa (de la cual he vuelto a tener noticias últimamente) ha sido descrita por mí del siguiente modo, en el prólogo de una novela ajena, titulada Honni soit qui mal y pense:

«Había en Madrid hace cuatro años (no importa en casa de quién en casa de nadie en casa de todos en una casa cuya puerta no se cerraba ni de día ni de noche), una gran mesa revuelta, adornada con un tintero monstruo y cubierta de cuartillas de papel sellado sin sello, en la cual trabajaban indistintamente diez o doce artistas y literatos… Mesa fue aquella en que nacieron algunas comedias del hijo de Larra, algunos dramas de Eguílaz, algunas novelas de Agustín Bonnat, cantares de Trueba, artículos económicos de Antonio Hernández y letrillas de Manuel del Palacio; en que se tradujo La profesión de fe del siglo XIX, de Eugenio Pelletán; en que hizo Arnao muchas canciones, y Mariano Vázquez bastante música, y Castro y Serrano varios artículos, y Ribera caricaturas, y Vázquez y Pizarro algunas acuarelas, y Barrantes no pocas baladas, y planos arquitectónicos Ivón, y yo mis calaveradas de El Látigo».

En torno de esta mesa estábamos la tarde a que me refiero.

Era domingo: la revolución de Julio se hallaba en su apogeo. Madrid ardía en milicianos…

Llovía; silbaba el viento lúgubre de la estación, y hacía un frío que, al decir de Ricardo Ribera, helaba hasta las conjeturas.


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Asistente

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


Qué horas tan dulces son las que siguen a una comida de amigos entusiastas, rociada grandemente de manzanilla, cuando el humo de los cigarros envuelve ya a los comensales, elevándose la imaginación tras sus giros voluptuosos; mientras el dedo de la memoria hojea melancólicamente el libro de lo pasado, y los secretos se desbordan de todos los corazones, y la máscara cae de todos los semblantes, y llueven las anécdotas, los chistes, los cuentos, las historias, los dramas y los poemas.

Todos cuentan algo: hasta el más taciturno y desconfiado descubre el fondo de su alma. Los criados o mozos (según que sea en casa o en fonda) han abandonado el comedor. Ya no se habla de música, de política, de literatura, de religiones..., se habla de la vida, del tiempo, de la esperanza, del mundo cual es en sí. Todos los espíritus se han alzado a igual altura, y desde aquella cumbre filosófica echan miradas retrospectivas a las llanuras de la existencia, y tranquilas ojeadas al descenso de los días...

Dice Byron: Yo gusto del fuego, de los crujidos de la leña, de una botella de Champagne y de una buena conversación.

Nosotros lo teníamos todo..., menos leña, porque principiaba mayo y estábamos en Andalucía, en Granada, en la Alhambra, en la fonda de Los Siete Suelos.

Habíamos hablado de muchas personas: de ese mismo Byron, del duque de Rechstadt, de Luis XVII, de la papisa Juana, del preste Juan de las Indias, de don Sebastián de Portugal y de otros muertos ilustres, cuando, no sé por qué camino, llegamos a hablar de perros, de monos, de hotentotes y, por último, de asistentes.

Un capitán muy joven, muy bravo y muy ilustrado, a quien dedico esta reseña, tomó entonces la palabra y, sobre poco más o menos, vino a contarnos lo que sigue:


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Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Ángel de la Guarda

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

«El 1 de mayo entran los aviones», dícese en España, desde que el mundo es mundo, para significar que todos los años, precisamente ese día, regresan a nuestra tierra, o sea a nuestro aire, los aviones y vencejos después de su viaje invernal al África. Pero lo que nadie ha dicho hasta ahora, y yo me sé de muy buena tinta, es que ningún año habrán vuelto a ver los aviones las murallas de Tarragona, ni tomado en ellas posesión en sus antiguos nidos, en día más hermoso, fulgente y embalsamado, que el 1 de mayo de 1814.

El mar, tan azul y apacible como el mismo cielo, parecía no un complemento de la limitada tierra, sino el comienzo de la eternidad y de lo infinito. El campo recibía sonriendo las caricias del sol, y se las pagaba en vistosas flores, nuncio y promesa de regalados frutos. El ambiente, en fin, estaba impregnado de amor y vida, y en sus tibias ráfagas percibíase el fragante aliento de la primavera, enamorada ya del estío...

Pero no eran sólo de esta índole los encantos primaverales de aquel inolvidable día. El hombre, en la ciudad, al pensar en el regreso de las aves viajeras, y en que había principiado el mes de las flores, y en que el día siguiente sería DOS DE MAYO, experimentaba solemnes y gratas sensaciones morales y patrióticas, que hablaban también a su alma de resurrección y eflorescencia... ¡Apenas habían pasado quince días desde que la paz reinaba en España, después de seis años de incesante lucha! La guerra de la Independencia, la epopeya de que fueron héroes nuestros padres, estaba completamente terminada. Los generales de Napoleón habían huido con sus huestes y con su pretendido rey a contarle al dominador de tantas naciones que era delirio pensar en la conquista de la nación española. ¡Ya no había en toda la Península ni un solo soldado extranjero!


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Publicado el 3 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Buenaventura

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I

No sé qué día de Agosto del año 1816 llegó a las puertas de la Capitanía general cierto haraposo y grotesco gitano, de sesenta años de edad, de oficio esquilador y de apellido o sobrenombre Heredia, caballero en flaquísimo y destartalado burro mohino, cuyos arneses se reducían a una soga atada al pescuezo; y, echado que hubo pie a tierra, dijo con la mayor frescura «que quería ver al Capitán general.»

Excuso añadir que semejante pretensión excitó sucesivamente la resistencia del centinela, las risas de los ordenanzas y las dudas y vacilaciones de los edecanes antes de llegar a conocimiento del Excelentísimo Sr. D. Eugenio Portocarrero, conde del Montijo, a la sazón Capitán general del antiguo reino de Granada.... Pero como aquel prócer era hombre de muy buen humor y tenía muchas noticias de Heredia, célebre por sus chistes, por sus cambalaches y por su amor a lo ajeno..., con permiso del engañado dueño, dió orden de que dejasen pasar al gitano.

Penetró éste en el despacho de Su Excelencia, dando dos pasos adelante y uno atrás, que era como andaba en las circunstancias graves, y poniéndose de rodillas exclamó:

—¡Viva María Santísima y viva su merced, que es el amo de toitico el mundo!

—Levántate; déjate de zalamerías, y dime qué se te ofrece ...—respondió el Conde con aparente sequedad.

Heredia se puso también serio, y dijo con mucho desparpajo:

—Pues, señor, vengo a que se me den los mil reales.

—¿Qué mil reales?

—Los ofrecidos hace días, en un bando, al que presente las señas de Parrón.

—Pues ¡qué! ¿tú lo conocías?

—No, señor.

—Entonces....

—Pero ya lo conozco.

—¡Cómo!


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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