Textos más populares este mes de Rafael Barrett publicados por Edu Robsy publicados el 13 de diciembre de 2020 que contienen 'u' | pág. 2

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autor: Rafael Barrett editor: Edu Robsy fecha: 13-12-2020 contiene: 'u'


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La Gran Cuestión

Rafael Barrett


Cuento


El banquero dio en el cigarro, para desprender la ceniza, un golpecito con el meñique cargado de oro y de rubíes.

—Supongo —dijo— que aquí no nos veremos en el caso de fusilar a los trabajadores en las calles.

El general dejó el cóctel sobre la mesa, y rompió a reír:

—Tenemos todo lo que nos hace falta para eso: fusiles.

El profesor, que también era diputado, meneó la cabeza.

—Fusilaremos tarde o temprano —dictaminó—. Por muy poco industrial que sea nuestro país, siempre nos quedan los correos, el puerto, los ferrocarriles. La huelga de las comunicaciones es la más grave. Constituye la verdadera parálisis, el síncope colectivo, mientras que las otras se reducen a simples fenómenos de desnutrición.

El general levantó su índice congestionado:

—Sería vergonzoso limitar el desarrollo de la industria por miedo a la clase obrera.

—La tempestad es inevitable —agregó el profesor—. Las ideas se difunden irresistiblemente. ¡Y qué ideas! Cuanto más absurdas, más contagiosas. Han convencido al proletariado de que le pertenece lo que produce. El árbol empeñado en comerse su propio fruto… Observen ustedes que los animales suministradores de carne son por lo común herbívoros. El Nuevo Evangelio trastorna la sociedad, fundada en que unos produzcan sin consumir, y otros consuman sin producir. Son funciones distintas, especializadas. Pero váyales usted con ciencia seria a semejantes energúmenos. Los locos de gabinete tienen la culpa, los teorizadores y poetas bárbaros a lo Bakunin, a lo Gorki, que pretenden cambiar el mundo sin saber siquiera latín. Se figuran que el proletario tiene cerebro. No tiene sino manos; las ideas se le bajan a las manos, manos duras, que aprietan firmes, y que, apartadas de la faena, subirán al cuello de la civilización para estrangularla.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Risa

Rafael Barrett


Cuento


Se nos fue la risa de los niños, la risa de los dioses; ya no se desborda nuestra alma y nos tortura la sed.

La música de la risa se cambió en hipo; se cambió en mueca la onda pura que resplandecía sobre los rostros nuevos.

La risa ahonda nuestras arrugas, y revela mejor nuestra decrepitud.

La risa noble se volvió alevosa. El signo de la alegría plena se convirtió en signo de dolor. Si oís reír, es que alguien sufre.

Hemos hecho de la risa una daga, un tósigo, un cadalso. Se mata y se muere por el ridículo.

Nuestro patrimonio común parece tan ruin, que el poder consiste en la miseria ajena, y la dicha en la ajena desventura. Nos repartimos aviesamente la vida, y nos reconforta la agonía del prójimo.

Náufragos hambrientos, apiñados sobre una tabla en medio del mar, nos alivia el cadáver amigo que viene a refrescar las provisiones. Entonces reímos enseñando los dientes.

¿Dónde están las carcajadas que no rechinan y rugen y gimen, las que no hacen daño?

Es cómico perder el equilibrio, caer y chocar contra la realidad exterior, que, cómplice de los fuertes, siempre se burla.

Por eso el justo es risible: ignora la realidad, ya que ignora el mal. Por eso no es digna de risa a doblez, sino la confianza; no la crueldad, sino, la blandura de corazón.

Un loco malvado no será nunca tan grotesco como un loco generoso. ¿Quién lavará el celeste semblante de Don Quijote, escupido por las risotadas de los hombres?

También los hombres se rieron de Jesús, y le escupieron.

Aunque no sea más que en efigie, el público necesita risa, necesita sangre. La risa es casi todo el teatro.

Y siendo el dolor de cada uno el dolor de lo demás, manifestado fuera de ellos, la risa universal es un quejido. Escuchadla bien, y descubriréis en ella los espasmos del sollozo.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Fallecimiento

Rafael Barrett


Cuento


Se llamaba Carlos, tenía doce años y venía corriendo de la escuela. Su padre estaba enfermo. «Cuando llegue me dirán que está bien», pensaba el niño. «Le contaré como todos los días lo que ha pasado en clase, nos reiremos y almorzaré con más hambre que nunca».

Al subir las escaleras de la casa se encontró con el médico que bajaba despacio. Era un viejo de barba blanca, que tenía la costumbre de mirar por encima de los anteojos, inclinando su calva venerable. Pero esta vez su mirada huía, y su cuerpo procuraba descender deslizándose, pegado a la pared.

—¿Cómo está papá? —preguntó Carlos.

El doctor, muy fastidiado, muy serio, movió la cabeza de un lado a otro, sin una sola palabra.

—¿Está peor?

Igual gesto.

—¿Mucho peor? —insistió el pequeño con voz temblorosa.

De repente su corazón comprendió y le hizo precipitarse a grandes saltos por la escalera arriba. Delante de la puerta había un hombre que abrió los brazos.

—¿Dónde vas? No entres.

—Quiero ver a papá.

—No, ahora no. Ya lo verás después. Lo que vamos a hacer es marcharnos. Tengo que ir a un sitio.

—Quiero ver a papá.

—¡Te digo que no!

Carlos dio un paso y se sintió cogido. Entonces, con ira desesperada embistió el obstáculo, lo volcó contra el muro, y pasó.

Amarillo, inmóvil, con el cuello doblado, los ojos caídos y un pañuelo blanco debajo de la barba, anudado sobre el cráneo, estaba su padre.

—¡Papá! —sollozó el muchacho.

La madre, sentada a la cabecera, declamó:

—Bueno es que veas de cerca nuestra horrible desgracia. Acércate y besa a tu padre.

Dos o tres personas que había allí, callaban.

Carlos se arrojó llorando sobre el lecho, y apoyó su frente en el hombro del muerto. Una secreta repugnancia le hizo no besar la carne muerta.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Margarita

Rafael Barrett


Cuento


Margarita era una niña ingenua.

Juan fue su primer enamorado. Con el corazón lleno de angustia, el afán en los ojos y la súplica temblorosa en las manos, Juan la confesó su amor profundo y tímido. Margarita, riendo, le contestó; «Eres feo y no me gustas». Con lo que Juan murió de sentimiento. Margarita era una niña ingenua.

Pedro se presentó después. Tenía bigotes retorcidos y mirada de pirata. Al pasar dijo a Margarita: «¿Quieres venir conmigo?». Margarita, palpitante, le contestó: «Eres hermoso y me gustas. Llévame».

Se poseyeron en seguida, y Margarita quiso desde entonces amar a Pedro a todas horas, sin sospechar que su pasión era exagerada. Pedro no pudo resistir, y murió extenuado en los brazos de Margarita, que era una niña ingenua.

La entusiasmaba lo que brilla, el sol, el oro, el rocío en las perfumadas entrañas de las flores y los diamantes en las vitrinas de los joyeros. Como era bella, un viejo vicioso la dio oro y diamantes.

El rocío y el sol no estaban a la venta. Margarita, volviendo la cara contra la pared, entregaba al vicio del viejo su cuerpo primaveral.

El viejo sucumbió pronto, dejando pegada para siempre a la fresca y pura piel de Margarita una enfermedad vergonzosa. Margarita era una mujer ingenua…

Creía en los Santos. La exaltaban las místicas volutas del incienso, las mil luces celestiales que centellean en el altar mayor; tragaba a su Dios todos los domingos, y una mañana de otoño le dió su alma, adornada con la bendición papal. Margarita era una viejecita ingenua…


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Pozo

Rafael Barrett


Cuento


Juan, fatigado, hambriento, miserable, llegó a la ciudad; a pedir trabajo. Su mujer y sus hijos le esperaban extramuros, a la sombra de los árboles.

—¿Trabajo? —le dijeron—. El padre Simón se lo dará.

Juan fue al padre Simón.

Era un señor gordo, satisfecho, de rostro benigno. Estaba en mitad de su jardín. Más allá había huertos, más allá parques. Todo era suyo.

—¿Eres fuerte? —le preguntó a Juan.

—Sí, señor.

—Levántame esa piedra.

Juan levantó la piedra.

—Ven conmigo.

Caminaron largo rato. El padre Simón se detuvo ante un pozo.

—En el fondo de este pozo —dijo— hay oro. Baja al pozo todos los días, y traerme el oro que puedas. Te pagaré un buen salario.

Juan se asomó al agujero. Un aliento helado le batió la cara. Allá abajo, muy abajo, habla un trémulo resplandor azul, cortado por una mancha negra.

Juan comprendió que aquello era agua, el azul un reflejo del cielo, y la mancha su propia sombra.

El padre Simón se fue.

Juan pensó que sus hijos tenían hambre, y empezó a bajar. Se agarraba a las asperezas de la roca, se ensangrentaba las manos. La sombra bailaba sobre el resplandor azul.

A medida que descendía, la humedad le penetraba las carnes, el vértigo le hacía cerrar los ojos, una enormidad terrestre pesaba sobre él.

Se sentía solo, condenado por los demás hombres, odiado y maldito; el abismo le atraía para devorarle de un golpe.

Juan pensó que sus hijos tenían hambre, y tocó el agua. La tuvo a la cintura. Arriba, un pedacito de cielo azul brillaba con una belleza infinita; ninguna sombra humana lo manchaba.

Juan hundió sus pobres dedos en el fango, y durante muchas horas buscó el oro.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Casus Belli

Rafael Barrett


Cuento


La escena en la campiña de Chile. Si preferís la del Perú, no hay inconveniente. El cuento sería poco más o menos el mismo.

Un hermoso militar, tanto más hermoso cuanto que va armado hasta las uñas, y el acero brilla alegre al sol, se apea a la puerta de un rancho.

—¡Eh! ¿No hay nadie?

—Entre.

Una mujer en la cama, chiquillos sucios por el suelo.

—Vengo por Juan.

—¡Ay, Jesús! Está en la chacra.

—¡Al diablo la chacra! Me lo llevo al batallón. Estamos por declarar la guerra.

—¡Ay, Jesús!

Juan llega pesadamente, azada al hombro. Suda: ya se sabe que es por maldición expresa del Dios de misericordia.

El campesino se entera. El del sable explica.

—¿Entiendes? El ministro de acá mandó de obsequio una corona al ministro de allá, y el de allá se la devolvió al de acá. Ya ves… ¡Una porquería, una infamia! Tenemos que degollarlos a todos.

—¿A quiénes?

—A los peruanos.

—Yo creía que era a los bolivianos, pero es igual.

—¿Qué será de nosotros? —llora la mujer.

—Tú, como estás enferma, no puedes trabajar. Si tardo, si no vuelvo, vendes el rancho…

—En tiempo de guerra no habrá quien se lo compre —dijo el de las espuelas sonoras.

—Bueno, ya lo oyes: ¡revientas! Los niños se te mueren hambre. O se te acercan fuerzas amigas o enemigas y te saquean el cofre y te queman la casa.

—¡Ay, Jesús! ¡Qué desdicha!

—Desdicha no, gloria sí —dijo el guerrero—. Marchemos, Juan.

—Adiós —balbucea el labrador—. ¿Qué quieres? Como el ministro devolvió la medalla…

—No era medalla, era corona —corrige el héroe—. ¡Qué torpe andas de entendederas hoy!

—La impresión… —suspira Juan.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Rosa

Rafael Barrett


Cuento


La ancha rosa abierta empieza a deshojarse. Inclinada lánguidamente al borde del vaso, deshace con lento frenesí sus entrañas purísimas, y uno a uno, en el largo silencio de la estancia, van cayendo sus pétalos temblando.

Aquélla en quien se mezclaron los jugos tenebrosos de la tierra y el llanto cristalino del firmamento, yace aquí arrancada a su patria misteriosa; yace prisionera y moribunda, resplandeciente como un trofeo y bañada en los perfumes de su agonía.

Se muere, es decir, se desnuda. Van cayendo sus pétalos temblando; van cayendo las túnicas en torno de su alma invisible. Ni el sol mismo con tanto esplendor sucumbe.

En las cien alas de rosa que despacio se vuelcan y se abaten, palpita la nieve inaccesible de la luna, y el rubor del alba, y el incendio magnífico de la aurora boreal. Por las heridas de la flor sangra belleza.

Esta rosa, más bella, más aun al morir que al nacer, nos ofrece con su aparición discreta una suave enseñanza. Sólo ha vivido un día; un día le ha bastado para ocupar la más noble cumbre de las cosas. Nosotros, los privados de belleza, vivimos, ¡ay!, largo tiempo. Nos conceden años y años para que nos busquemos a tientas y avancemos un paso.

Y confiemos siquiera en que la muerte nos dará un poco más de lo que nos dió la vida. ¿A qué prolongaría la belleza su visita a este mundo extraño? No podemos soportar el espectáculo de la belleza sino breves momentos.

Los seres bellos son los que nos hablan de nuestro destino. La flor se despide; me habla de lo que me importa porque es bella. Se va y no la he comprendido. Desnuda al fin, su alma se desvanece y huye.

El crepúsculo se entretiene en borrar las figuras y en añadir la soledad al silencio. Entre mis dedos cansados se desgarran los pétalos difuntos. Ya no son un trofeo resplandeciente, sino los despojos de un sueño inútil.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Baccarat

Rafael Barrett


Cuento


Había mucha gente en la gran sala de juego del casino. Conocidos en vacaciones, tipos a la moda, profesionales del bac, reinas de la season, agentes de bolsa, bookmakers, sablistas, rastas, ingleses de gorra y smoking, norteamericanos de frac y panamá, agricultores del departamento que venían a jugarse la cosecha, hetairas de cuenta corriente en el banco o de equipaje embargado en el hotel, pero vestidas con el mismo lujo; damas que, a la salida del teatro, pasaban un instante por el baccarat, a tomar un sorbete mientras sus amigos las tallaban, siempre con éxito feliz, un puñado de luises.

Una bruma sutilísima, una especie de perfume luminoso flotaba en el salón. Espaciadas como islas, las mesas verdes, donde acontecían cosas graves, estaban cercadas de un público inclinado y atento, bajo los focos que resplandecían en la atmósfera eléctrica.

A lo largo de los blancos muros, sentadas a ligeros veladores, algunas personas cenaban rápidamente. No se oía un grito: sólo un vasto murmullo. Aquella multitud, compuesta de tan distintas razas, hablaba en francés, lengua discreta en que es más suave el vocabulario del vicio. Entre el rumor de las conversaciones, acentuado por toques de plata y cristal, o cortado por silencios en que se adivinaba el roce leve de las cartas, persistía, disimulado y continuo, semejante al susurro de una serpiente de cascabel, el chasquido de las fichas de nácar bajo los dedos nerviosos de los puntos. Hacía calor.

Los anchos ventanales estaban abiertos sobre el mar, y dos o tres pájaros viajeros, atraídos por las luces, revoloteaban locamente, golpeando sus alas contra el altísimo techo.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Hijo

Rafael Barrett


Cuento


Hace muchos años vivía un matrimonio. Eran muy pobres: él, leñador; ella, lavandera. Eran muy feos, casi horribles; ella, con su enorme nariz y sus ojos de carbón, parecía una bruja; él, con su áspera pelambre, parecía un oso. Pero se amaban tanto, tanto, que tuvieron un niño más bello que la aurora.

No se atrevían a acariciar con sus manos rudas aquella carnecita en flor. Adoraban al hijo como a un Jesús.

Le pusieron una riquísima cuna; le alimentaron con la leche de la mejor cabra del valle. Creció y le vistieron y ataviaron lujosamente. Besaban la huella de sus pies, y se embriagaban con el eco de su voz. Necesitaron oro para el ídolo.

El padre cortaba leña de día, y de noche se dedicaba a faenas misteriosas, basta que le sorprendieren en ellas y le ahorcaron.

La madre, cuando no lavaba en el río, pedía limosna. A veces, a lo largo del camino, encontraba señores, que se detenían al verla, y se reían de la enorme nariz y de las cejas de carbón. «¡Bruja, móntate en este palo y vuela al aquelarre!».

Entonces la mujer hacía bufonadas, y recogía monedas de cobre.

Entretanto, el hijo se había transformado en un arrogante doncel.

Ocioso y feliz, paseaba su esbelta figura, adornada de seda y de encajes. En sus talones ágiles cantaban dos espuelas de plata, y sobre su gorro de terciopelo se estremecía una graciosa pluma de avestruz. Si le hablaban de la lavandera, respondía:

—No la conozco; no soy de aquí. ¿Mi madre esa vieja demente? Y todavía sospecho que es ladrona.

Sin embargo, iba en secreto al hogar, donde encontraba siempre un puñado de dinero, una mesa con sabrosos manjares, un lecho pulcro y dos ojos esclavos.

Una vez pasó la hija del rey por la comarca y se enamoró del mozo.

—¿Cuál es tu familia? —preguntóle.

—Soy el Príncipe Rubio —contestó—. Mi patria está muy lejos, a la derecha del fin del mundo.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Enamorada

Rafael Barrett


Cuento


Parecía vieja, a pesar de no cumplir aún treinta y cinco años. Las labores bestiales de la chacra, el sol que calcina el surco y resquebraja la arcilla la habían curtido y arrugado la piel.

Tenía la cara hinchada y roja, el andar robusto, los ojos chicos, atornillados y negros. Era miserable. Se llamaba Victoria.

Vivía de escardar campos ajenos, de fregar pisos, de ir a vender, a enormes distancias, un cesto de legumbres.

Su densa cabellera desgreñada estaba siempre sudorosa; en sus harapos siempre había barro o polvo, y cansancio en los huesos de sus pies.

Victoria era célebre en el pueblo, no por infeliz y abandonada, que esto no llama la atención, sino porque decían que no estaba en su juicio. La locura inofensiva es un espectáculo barato, divertido y moral. Hace reír seriamente. Los chiquillos seguían en tropel a Victoria; no la apedreaban demasiado; comprendían que era buena.

Los hombres la dirigían preguntas estrambóticas, y experimentaban ante ella la necesidad de volverse locos un rato; las mujeres se burlaban con algún ensañamiento. Victoria pasaba, andrajosa, tenaz, lamentable, llevando en los ojillos negros la chispa que irrita a la multitud y levanta las furias y hasta los perros se alborotaban con aquel escándalo de un minuto, con aquella aventura que rompía el tedio del largo camino fatigoso.


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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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