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autor: Rafael Delgado textos disponibles


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Bajo los Sauces

Rafael Delgado


Cuento


(Fragmentos de un diario)

A José P. Rivera

Muchos y muy hermosos sitios tiene el Albano en aquella margen, pero el que yo prefería, es, sin duda, el mejor. Está más allá de la Fábrica, río arriba, a la izquierda, en los términos de una dehesa siempre verde y mullida que se extiende hasta las faldas boscosas del San Cristóbal. Es un rincón formado por los derrumbes y ampliado por las crecientes, que la fecunda vegetación tropical no tardó en invadir, cubriéndole de verdura en pocos años. Poblóle de sauces y de álamos; regó en el cantil simientes de mil plantas diversas; sembró gramas perennes en el pedregoso suelo y ornó el peñón, que en el fondo se esconde acurrucado, con musgos y líquenes. Los sauces sueñan cosas tristes inclinados sobre la corriente adormecida y sesga; los álamos alardean de su esbeltez y de sus copas susurrantes.

Trajeron los vientos al peñón polen de orquídeas; brotaron por todas partes las begonias para ostentar sus hojas aterciopeladas, y los helechos prosperaron aquí y allá para lucir cada verano sus túnicas de seda. Los convólvulos treparon por todas partes, derrochando cráteras y festones; las aroideas hurañas buscaron abrigo y humedad, y mientras los lirios campesinos se instalaron con las ovas crinadas cabe el raudal silencioso, los romeros acuáticos vinieron rodando en busca de los islotes.

Sitio encantador como perdido en un barranco, lejos de la ciudad y no conocido de cazadores.

¡Cuántas mañanas de invierno, cuántas tardes de otoño, pasé a la sombra de aquellos sauces melancólicos! Tendido en la grana, a un lado el libro, dejaba yo vagar el pensamiento por las regiones encantadas de los mundos imaginarios.


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3 págs. / 6 minutos / 59 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

¡Así!

Rafael Delgado


Cuento


A José Fernández Alonso

Y esto fué lo que me contestó.

……………

«Llegaba yo a esta casa (que es tuya también, ya lo sabes), cuando advertí que varias mujeres, unos cuantos hombres y algunos granujas, miraban hacia la puerta de Pedro, el muchachón aquel que estuvo a mi servicio dos o tres meses, y a quien tú conociste aquí; aquel mozo tan bueno, tan humilde y tan sencillo, cuya inteligencia te cautivó, y cuya “piedad filial” —dirélo a la manera clásica—, te dejó encantado:

»¿Qué había sucedido? ¿Qué pasaba? Algo muy grave, sin duda, pues en los ojos de las mujeres —lavanderas unas, y otras torcedoras de “pitillos”— como acostumbras decir—, se retrataban el espanto y el miedo, y en el rostro de los varones se leían el asombro y la sorpresa, una y otro causados por algún suceso singular y terrífico. Sí, ¡algo muy grave!

»A la sazón salía de la casa un gendarme, muy de prisa, como si fuera en pos de un fugitivo, o tratase de pedir auxilio a sus compañeros.

»Soy curioso también (que la curiosidad es ingente en la familia humana), e impulsado por vivo deseo de saber lo que pasaba, me entré en la casa.

»Encontréme allí con unas cuantas personas: el vecino inmediato, un barbero borrachín; su amigo el cerrajero, otro que bien baila, de la misma calaña y con las mismas aficiones alcohólicas; Guadalupe, la casera, muy conocida en estas calles por su voz de sargento, sus bigotes, y sus anchas caderas de isócronos movimientos; Luz, su hija, una doncella de buen porte, y Marcelino, el talabarterillo galante, gloria y prez del gremio, y tentación de todas las muchachas núbiles del barrio.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Amor de Niño

Rafael Delgado


Cuento


A Cayetano Rodríguez Beltrán

¿Te ríes? Sí; un amor profundo, verdadero, que laceró cruelmente mi corazón de niño, y que ahora todavía, después de tantos años, si le evoco, hace palpitar mi corazón dolorido y humedece mis ojos. Oye: vida alegre la nuestra, vida regocijada y dichosa que tenía algo del vigor de la vegetación del trópico, que se desbordaba por todas partes como las trepadoras en las umbrías, ansiosas de aire y de luz.

De diario las tareas escolares, las rudas tareas del Colegio, encorvados sobre los clásicos, a vueltas con Horacio y Virgilio, rabiando con las dificultades de Terencio y maldiciendo de las pompas de Cicerón. Tarea ingrata, y a mi juicio estéril, y que ahora doy por bien cumplida porque me inició, sin que yo me diera cuenta de ello, en las mil bellezas de la gran literatura latina, sin lo cual no repitiera hoy, lamiéndome los labios, como si gustara de añejo vino, aquello del Mantuano:


Et jam summa procal villarum culmina fumant
Majoresque cadunt altis de montibus umbrae.
 

Mas para todo había tiempo: para salir a merodear por los solares baldíos ó deshabitados, a hurtar naranjas; para subir a lo más alto del cerro vecino; para tomar delicioso baño en las pozas más hondas y sombrías del turbio Albano, o ir a vocear en un llano desierto, a la sombra de un ceibo aparasolado y susurrante, la «Vida del campo» de Fray Luis de León, el «Israelita prisionero» de nuestro Pesado y la «Playera» de Justo Sierra.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Misa de Madrugada

Rafael Delgado


Cuento


Al Sr. Pbro. D. Juan María de la Bandera

I

El reloj de la Basílica dió las tres. Y luego, en la alcoba inmediata, el «cucú» del P. Rector las dió también, como repitiendo la hora, y a poco el achacoso y cascado péndulo del dormitorio lanzó metálico ronquido, y, tras un ruido de leves campanillas, murmuró: ¡tin! ¡tin! ¡tin!

La llamita blanca de la veladora chisporroteaba vacilante y próxima a extinguirse. Agonizaba. De cuando en cuando, como si quisiera agotar las pocas fuerzas que le quedaban, ardía con luces juveniles, languidecía casi hasta apagarse, y estallaba después en azulados medrosos relámpagos que parecían aumentar la intensidad de las sombras dando a los objetos, principalmente, a la cajonera monumental —verdadera cómoda de sacristía— aspectos extraños y terríficos.

La igualdad de los muebles, la colocación simétrica de las camas, alineadas a cada lado contra los muros, la desnudez helada de éstos, la vaga claridad lunar que trabajosamente entraba por los vidrios empañados y rotos de las ventanas, daban al salón mucho de la pavorosa tristeza que tienen las salas de los hospitales.

Cuando se reanimaba la veladora percibía yo desde mi lecho el gran cuadro de la Guadalupana, protectora del dormitorio y del colegio, antiquísimo cuadro, de marco plateresco, curioso patrocinio en el cual estaban retratados el Arzobispo Núñez de Haro y el Canónigo Belle y Cisneros.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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