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autor: Rafael Delgado editor: Edu Robsy


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La Calandria

Rafael Delgado


Novela


I

—¡Pobrecita! —exclamaba doña Manuela, bañados en lágrimas los ojos, al apagar, de un soplo, una larga vela de cera, amarillenta y quebrada en tres pedazos, y extinguiendo con las extremidades del índice y pulgar humedecidas en saliva, el humeante pábilo—. ¡Esta noche se nos va! ¡Pero, a Dios gracias, con todos sus auxilios!

—¿Y qué dijo el médico? —preguntó Petrita, la hija de la casera, alargando a su interlocutora otra vela.

—Dijo esta mañana que no tiene cura, y mandó que se dispusiera luego luego para recibir el viático, antes de que le volvieran las bascas. Y ahí me tiene usted, mi alma, subiendo y bajando para arreglarlo todo, en el ínter que su mamá de usted y Paulita la del 6 ponían el altar… ¡estoy rendida! por eso no entré a ver el viático.

—Deje usted, doña Manuelita: si yo también he estado apuradísima, componiendo las botellas de flores y haciendo los moños para las velas, y eso que Tiburcita me prestó los que le sirvieron el año pasado en el altar de Dolores, que si no, no acabo.

—Y está el altar que da gusto verlo; se parece al que ponen en Santa María las hijas de María —dijo, tomando parte en la conversación, una mujer de prominentes caderas y marcado bigote—; como que el padre lo ha estado mirando y remirando, como si dijera: ¡qué lindo está!

—¡Y qué tan a tiempo traje la sobrecama! —repuso doña Manuela—. ¡Con razón me dijo el gordito de La Iberia, cuando saqué el género, que estaba buena hasta para un altar! ¡Ya lo vimos… y está nuevecita!… Ya sirvió en el altar y no he de usarla. Ya lo sabe usted, Petrita: para el viernes de Dolores ahí la tiene. Yo haré los sembraditos y las aguas de color.

—Muchas gracias, Manuelita; la Virgen se lo pagará todo y no olvidará la buena voluntad.


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295 págs. / 8 horas, 37 minutos / 557 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Asesinato de Palma-Sola

Rafael Delgado


Cuento


(Histórico)

Al Sr. Lic. D. José López-Portillo y Rojas

Cuando el Juez se disponía a tomar el portante y sombrero en mano buscaba por los rincones el bastón de carey y puño de oro, el Secretario —un viejo larguirucho, amojamado y cetrino, de nariz aguileña, cejas increíbles, luenga barba y bigote dorado por el humo del tabaco— dejó su asiento, y con la pluma en la oreja y las gafas subidas en la frente, se acercó trayendo un legajo.

—Hágame Ud. favor… ¡Un momentito!… Unas firmitas…

—¿Qué es ello? —respondió contrariado el jurisperito.

—Las diligencias aquellas del asesinato de Palma-Sola. Hay que sobreseer por falta de datos…

—Dios me lo perdone, amigo don Cosme; pero ese mozo a quien echamos a la calle tiene mala cara, muy mala cara! La viudita no es de malos bigotes, y…

—Sin embargo… ya usted vió!

—Sí, sí, vamos, deme Ud. una pluma.

Y el Juez tomó asiento, y lenta y pausadamente puso su muy respetable nombre y su elegante firma —un rasgo juvenil e imperioso— en la última foja del mamotreto, y en sendas tirillas otras tantas órdenes de libertad, diciendo, mientras el viejo aplanaba sobre ellas una hoja de papel secante:

—Ese crimen, como otros muchos, quedará sin castigo. Nuestra actividad ha sido inútil… En fin… ¿no dicen por ahí que donde la humana justicia queda burlada, otra más alta, para la cual no hay nada oculto, acusa, condena y castiga?

Don Cosme contestó con un gesto de duda y levantó los hombros como si dijera:

—¡Eso dicen!

—¿Hay algo más?

—No, señor.

—Pues, abur!

El secretario recogió tirillas y expedientes, arrellanóse en la poltrona y encendió un tuxteco.


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6 págs. / 10 minutos / 139 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Adolfo

Rafael Delgado


Cuento


I

—Quiere usted saber esa historia?…

Era un guapo mozo. La última vez que vino a visitarme fué en Navidad, después del baile de la señora de P… aquel baile de fantasía, suntuoso y brillante como una fiesta de hadas, que tanto dió que hablar a los periódicos y tanto que disparatar en jerga hispano-gálica a los Langostinos de la prensa.

Estuvo sentado en ese sillón, cerca de esta mesa, triste, desalentado como un enfermo. Durante la conversación, si tal nombre merece hablar con monosílabos, jugaba con este lindo cuchillo de nácar, o se entretenía en hojear una colección de estampas de Goupil.

Era un guapo mozo: distinguido, elegante, un ser mimado de la Fortuna. Me parece que le veo… Gallardo cuerpo, frente despejada y hermosa, facciones delicadas, recta y fina nariz; pálido, con la palidez de Byron o de Werther; ojos negros, grandes, rasgados, vivos, llenos de pasión; barba cortada en punta, a la antigua usanza española; bigote retorcido y echado hacia adelante; en fin, algo de «la fatal belleza de un Valois». Además, talento, cultura, juventud y riqueza.

Amado de sus padres, como hijo único, heredero de cuantioso capital, admirado por sus trenes y sus caballos, rodeado siempre de amigos, le envidiaban todos los hombres e interesaba en su favor a todas las mujeres.

¡Qué distinguido cuando se vestía el frac! ¡Qué gentil a caballo, vestido con nuestro elegante traje nacional! ¡Qué regia majestad la suya en el baile de la señora P…! Calzas negras, de seda; jubón y ropilla de terciopelo negro, acuchillado de azul; birretina de luenga pluma, y al cinto una daga milanesa con el puño cuajado de brillantes.


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4 págs. / 8 minutos / 112 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Desertor

Rafael Delgado


Cuento


Al incomparable novelista
Don José María de Pereda
 

I

Cerca de un cerrito boscoso, en lo alto de una loma está el rancho. Del otro lado de la hondonada, a la derecha, una selva impenetrable, secular, donde abundan faisanes, perdices y chachalacas. A la izquierda, profundísimo barranco. Una sima de obscuro fondo, en cuyos bordes despliegan sus penachos airosos los helechos arborescentes, mecen las heliconias sus brillantes hojas, y abre sus abanicos el rispido huarumbo; un desbordamiento magnífico de enredaderas y trepadoras, una cascada de quiebra-platos, rojos, azules, blancos, amarillos-copas de dorada seda que la aurora llena de diamantes. En el punto más estrecho de la barranca, sobre el abismo, un grueso tronco sirve de puente.

Allá muy lejos, muy lejos, cañales y plantíos, los últimos bastiones de la Sierra, el cielo de la costa poblado de cúmulos, en el cual dibujan los galambaos cintas movibles, deltas voladoras. Más acá sombríos cafetales, platanares rumorosos, milpas susurrantes, grandes bosques de cedros, ceibas y yoloxóchiles, sonoros al soplo de las auras matutinas, musicales, armónicos. Allí zumban las chicharras ebrias de luz, y deja oír el carpintero laborioso, los golpes repetidos de su pico acerado.

Un manguero de esférica y gigantesca copa, toda reclamos y aleteos; a su pie dos casas de carrizo con piramidales techos de zacate: una, chica, que sirve de troje y de cocina; otra mayor, cómoda y amplia, donde vive la honrada familia del tío Juan.

Afuera canta el gallo, un gallo giro, muy pagado de la hermosura de sus cuarenta odaliscas; cloquean irascibles las cluecas aprisionadas; cacarean con maternal regocijo las ponedoras y pían los chiquitines de la última nidada veraniega. En el empedrado del portalón, Alí, el viejo y cariñoso Alí, sueña con su difunto amo, gruñe, y, de tiempo en tiempo, sacude la cola para espantarse las moscas.


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7 págs. / 12 minutos / 220 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

¿A Dónde Vas?

Rafael Delgado


Cuento


Declina el sol, y al hundirse detrás de la vasta cordillera, baña en oro las cumbres del Citlaltépetl y arrastra en llanuras y dehesas su manto de púrpura.

Fatigados y lentos vuelven los toros del abrevadero, y el zagal, recogida la honda, sigue de lo lejos a las reses.

Humea la choza, humea, y hermosa columna de humo azuloso y fragante, sube y se difunde en el espacio por sobre los ramajes enflorecidos.

¡Espléndida tarde! La última de mayo. ¡Espléndido crepúsculo! ¡Cuán alegre la música del pueblo alado! ¡Qué grato el aroma de las flores campesinas! Abren las maravillas sus corolas de raso al soplo del viento vespertino, y resuena en el barranco la voz tremenda de Albano.

Allá —en el fondo del valle —Pluviosilla— la túrrida Pluviosilla—, parece arder incendiada por los últimos fuegos del sol, y nube de grana y oro, con reflejos de gigantesca hornaza, anuncia ardiente día y viento abrasador.

En las regiones de Oriente, en piélagos de ópalo, vagan esquifes de plata con velas rosadas y cordajes de color de lila.

Paso a paso, en una yegua retinta, avanza por la vereda el buen Andrés. El mozo garrido piensa en las lluvias que aún no vienen; en el cafetal agostado y marchito por los calores de mayo; en la nívea floración, que, a las primeras aguas, será como níveo plumaje entre las frondas de los cafetos, cuando el izote, erguido como un cocotero, dé a los vientos, entre las recias púas, su ramillete de alabastro. Piensa en el fruto rojo, en la cosecha pingüe, en la venta oportuna y al contado, en los días alegres de diciembre y enero, en la fiesta nupcial, en la boda ruidosa, y en su amada, soberbia campesina de ojos negros, en cuyas pupilas centellean todas las estrellas del cielo.

Y dice para sí:


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2 págs. / 4 minutos / 742 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Para Testar

Rafael Delgado


Cuento


Al Sr. Lic. Don Joaquín Baranda

I

El Dr. Fernández, levantándose y componiéndose las gafas, dió a uno de los jóvenes la receta que acababa de firmar, y éste la puso en manos de un lacayo que esperaba en la puerta.

—Estas enfermedades cardíacas, tan obscuras y tan misteriosas, son de las más traidoras.

Los cuatro mozos palidecieron.

El médico prosiguió:

—Paréceme que hemos llegado al principio… ¡del fin!… Debo ser franco: haría muy mal en no decir la verdad, y en fomentar en ustedes ilusiones y esperanzas que no deben abrigar. Mi pobre amigo no vivirá mucho… Vamos muy de prisa…

—Pero, Doctor… —repuso el más joven— con eso ¿quiere usted decirnos que ha llegado el momento de que papá haga testamento y de que dicte sus últimas disposiciones, y, en pocas palabras, de que se prepare para morir?

—¡Sí! —contestó tristemente el facultativo.

—Por mi parte… —exclamó el mayor—… no pienso ni en bienes ni en intereses. ¡Si no hace testamento, que no le haga! ¡No es necesario! Y así, como yo, piensan todos mis hermanos. ¿No es cierto?

—¡Sin duda! —dijo Luis.

—Pero un hombre de negocios, como el padre de ustedes, por bien arreglados que tenga los suyos, necesita dar instrucciones y debe dejar todo aclarado, a fin de que sus herederos no tropiecen mañana con dificultad alguna. Además: las creencias religiosas de don Ramón exigen que…

—¡Eso sí! —interrumpió Jorge—. En ellas hemos sido criados y educados. Los intereses terrenos poco importan; pero hay otros de tejas arriba…

—Está bien, Doctor no hablemos más; —dijo Alejandro—, pero ¿quién de los cuatro tendrá valor para decir a papá que debe arreglar sus asuntos, testar y prepararse para morir?

Los cuatro se miraron atónitos, llenos de lágrimas los ojos.


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7 págs. / 13 minutos / 193 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Retrato del Nene

Rafael Delgado


Cuento


A Ciro B. Ceballos


… «tu auras fait un crime? Un crime n’est pas bien difficil à faire, va, il suffit d’avoir du courage après le désir…»

MALLARME.
 

La muchacha era simpática, alegre, trabajadora y muy metidita en casa. Los vecinos, que eran muchos y muy curiosos, no la veían sino rara vez, al entrar o salir, cuando en el balcón, de mañanita, lavaba la jaula del canario, un canario muy bullicioso y cantador, o cuando regaba aquel rosal anémico y entristecido, cuyas flores primaverales eran cada año más y más pálidas y caducas.

Inés se pasaba el día cosiendo, cerca del anciano, o leyéndole los periódicos. Viejo empleado, pobre y con pocas economías, muy dado a la política, no podía vivir sin periódicos, sin el pasto diario de la chismosa gacetilla. Entretanto la tía, doña Carmen, andaba por la cocina o en otros domésticos quehaceres.

—¡Qué bonita muchacha! —decían todos—. ¡Qué hacendosa y qué buena!

Julio mismo no sabe cómo fué aquello. Jamás correspondió Inés a sus guiños ni a sus plácidas sonrisas de enamorado.

La chica se mostraba desdeñosa y casi casi despreciativa.

Él vió que la cosa no pegaba y dejó de pensar en ella.

Pero un día de fiesta, en marzo, a la sazón que charlaba en la esquina con dos o tres amigos, pasó Inés muy guapa y emperejilada, linda como un sol.

—¿A dónde irá? —díjose el mancebo, y siguió de lejos a la joven por calles y calles, hasta que la vió entrar en una casa de buen aspecto, allá por la Colonia de Guerrero, en una casa baja, cuyos dueños, a juzgar por el mueblaje de la sala, debían ser personas de cómodos y regulares recursos.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Noche Triste

Rafael Delgado


Cuento


(1819)

Al Sr. Lic. D. Victoriano Salado Alvarez

I

Era el Sr. don Francisco de Hevia, Coronel del Regimiento de Castilla, un militar por extremo pundonoroso, valiente y ameritado, tan quisquilloso en las cosas del servicio, que pasaba por uno de los jefes más exigentes y terribles de cuantos sostenían en Nueva España los derechos de la corona de Carlos V.

Nunca risa placentera alegró aquel su rostro moreno, donde parecían unidos en simpático maridaje el ardor impetuoso del morisco y la férrea energía del castellano.

Distinguíale, por desgracia, altivo y colérico carácter, del cual se contaban horrores tamaños, y tales que a ellos atribuían muchos el que no hubiera alcanzado grados mayores en los Reales Ejércitos. Ni en formación ceñía espada —según fama—, por expresa prohibición de S. M. a causa de haber matado a un recluta, cierto día de parada en un arrebato de ira.

Era tan aseado que, al decir de sus asistentes, tenía tantas mudas de ropa blanca como días el año, y jamás, ni aun estando en guerra, se le vió en los vestidos la más leve mancha.

Cristiano viejo y rancio —como buen castellano— aunque un si es no es maleado por aquel liberalismo regalista, declamador y ardiente de la Junta de Aranjuez, que por boca de Quintana, y en proclamas escritas, a juicio de Capmany, en «estilo anfibio con vocabulario francés», desahogó sus opiniones histórico-políticas, nuestro Coronel, andaba muy extraviado en lo que loca a fueros eclesiásticos, no embargante lo cual cumplía casi de diario con sus deberes religiosos, como si le hubiesen estado prescriptos y ampliamente precisados en la Ordenanza.


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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos y Notas

Rafael Delgado


Cuentos, Colección


Prólogo

Todos estos cuentos y todas estas notas —que algún nombre he de darles—, fueron publicados en periódicos del Estado de Veracruz y de la capital de esta República. Hoy salen nuevamente, con pocas enmiendas y correcciones (que ni tiempo ni buen humor he tenido para hacerlas), en obsequio de algunos antiguos y por ende fieles amigos, y a instancias del editor de esta Biblioteca.

Confieso llanamente, y válgame algo la franqueza, que no tengo tales escritos por cosa muy subida y quilatada de mérito; pero asimismo declaro, lector amabilísimo, que no los creo indignos de tu discreción ni merecedores de perpetuo olvido.

Son hijos míos, hijos de mi corto entendimiento, y nacidos todos ellos en horas de amargura y en días nublados, casi al mediar de mi vida, de esta pobre vida mía que no será muy larga, y en años en que sólo el cultivo del Arte puede alejar de nosotros el recuerdo de seres amados, idos para siempre, y en que, dolorido el corazón, nos entregamos de grado a las añoranzas de la muerte.

Algunos de los cuentos, sucedidos, notas, bocetos o como te plazca llamarlos, «El Desertor», «El Asesinato de Palma-Sola», «Justicia Popular» y otros semejantes, son meros apuntes de cosas vistas y de sucesos bien sabidos, consignados en cuartillas por vía de estudio, con objeto de escribir más tarde (mi sueño azul) una novela rústica y veracruzana, a manera de «La Parcela» de mi admirado amigo don José López-Portillo y Rojas; novela en que palpiten la vida y las costumbres campesinas de esta privilegiada región; páginas en que puedas ver cómo aman, odian y trabajan nuestros labriegos, cómo viven y cómo alientan y se mueven; en suma: tales como son. Otros (hablo de los cuentos y de las notas), son impresiones mías, algunas muy íntimas y personales —las que yo me sé—, y lo restante trata de cosas más vistas que inventadas.


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224 págs. / 6 horas, 32 minutos / 405 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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