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autor: Ricardo Palma editor: Edu Robsy


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Tradiciones Peruanas

Ricardo Palma


Cuentos, Leyendas, Colección


LOS DUENDES DEL CUZCO

Crónica que trata de cómo el virrey poeta entendía la justicia

Esta tradición no tiene otra fuente de autoridad que el relato del pueblo. Todos la conocen en el Cuzco tal como hoy la presento. Ningún cronista hace mención de ella, y sólo en un manuscrito de rápidas apuntaciones, que abarca desde la época del virrey marqués de Salinas hasta la del duque de la Palata, encuentro las siguientes líneas:

«En este tiempo del gobierno del príncipe de Squillace, murió malamente en el Cuzco, a manos del diablo, el almirante de Castilla, conocido por el descomulgado».

Como se ve, muy poca luz proporcionan estas líneas, y me afirman que en los Anales del Cuzco, que posee inéditos el señor obispo de Ochoa, tampoco se avanza más, sino que el misterioso suceso está colocado en época diversa a la que yo le asigno.

Y he tenido en cuenta para preferir los tiempos de don Francisco de Borja; y Aragón, no sólo la apuntación ya citada, sino la especialísima circunstancia de que, conocido el carácter del virrey poeta, son propias de él las espirituales palabras con que termina esta leyenda.

Hechas las salvedades anteriores, en descargo de mi conciencia de cronista, pongo punto redondo y entro en materia.

I

Don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache y conde de Mayalde, natural de Madrid y caballero de las Ordenes de Santiago y Montesa, contaba treinta y dos años cuando Felipe III, que lo estimaba, en mucho, le nombró virrey del Perú. Los cortesanos criticaron el nombramiento, porque don Francisco sólo se había ocupado hasta entonces en escribir versos, galanteos y desafíos. Pero Felipe III, a cuyo regio oído, y contra la costumbre, llegaron las murmuraciones, dijo:—En verdad que es el más joven de los virreyes que hasta hoy han ido a Indias; pero en Esquilache hay cabeza, y más que cabeza brazo fuerte.


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Dominio público
148 págs. / 4 horas, 20 minutos / 6.491 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Tradiciones Peruanas I

Ricardo Palma


Cuentos, Leyendas, Colección


Palla-Huarcuna

¿Adónde marcha el hijo del Sol con tan numeroso séquito?

Tupac-Yupanqui, el rico en todas las virtudes, como lo llaman los haravicus del Cuzco, va recorriendo en paseo triunfal su vasto imperio, y por dondequiera que pasa se elevan unánimes gritos de bendición. El pueblo aplaude a su soberano, porque él le da prosperidad y dicha.

La victoria ha acompañado a su valiente ejército, y la indómita tribu de los pachis se encuentra sometida.

¡Guerrero del llautu rojo! Tu cuerpo se ha bañado en la sangre de los enemigos, y las gentes salen a tu paso para admirar tu bizarría.

¡Mujer! Abandona la rueca y conduce de la mano a tus pequeñuelos para que aprendan, en los soldados del Inca, a combatir por la patria.

El cóndor de alas gigantescas, herido traidoramente y sin fuerzas ya para cruzar el azul del cielo, ha caído sobre el pico más alto de los Andes, tiñendo la nieve con su sangre. El gran sacerdote, al verlo moribundo, ha dicho que se acerca la ruina del imperio de Manco, y que otras gentes vendrán en piraguas de alto bordo a imponerle su religión y sus leyes.

En vano alzáis vuestras plegarias y ofrecéis sacrificios, ¡oh hijas del Sol!, porque el augurio se cumplirá.

¡Feliz tú, anciano, porque sólo el polvo de tus huesos será pisoteado por el extranjero, y no verán tus ojos el día de la humillación para los tuyos! Pero entretanto, ¡oh hija de Mama-Ocllo!, trae a tus hijos para que no olviden el arrojo de sus padres, cuando en la vida de la patria suene la hora de la conquista.

Bellos son tus himnos, niña de los labios de rosa; pero en tu acento hay la amargura de la cautiva.


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97 págs. / 2 horas, 49 minutos / 2.776 visitas.

Publicado el 20 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Llorona del Viernes Santo

Ricardo Palma


Cuento


Cuadro tradicional de costumbres antiguas

Existía en Lima, hasta hace cincuenta años, una asociación de mujeres todas garabateadas de arrugas y más pilongas que piojo de pobre, cuyo oficio era gimotear y echar lagrimones como garbanzos. ¡Vaya una profesión perra y barrabasada! Lo particular es que toda socia era vieja como el pecado, fea como un chisme y con pespuntes de bruja y rufiana. En España dábanlas el nombre de plañidoras; pero en estos reinos del Perú se les bautizó con el de doloridas o lloronas.

Que el gobierno colonial hizo lo posible por desterrarlas, me lo prueba un bando o reglamento de duelos que el virrey don Teodoro de Croix mandó promulgar en Lima con fecha 31 de agosto de 1786, y que he tenido oportunidad de leer en el tomo XXXVIII de Papeles varios de la Biblioteca Nacional. Dice así, al pie de la letra, el artículo 12 del bando: «El uso de las lloronas o plañidoras, tan opuesto a las máximas de nuestra religión como contrario a las leyes, queda perpetuamente proscrito y abolido, imponiéndose a las contraventoras la pena de un mes de servicio en un hospital, casa de misericordia o panadería». Parece que este bando fué como tantos otros, letra muerta.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 700 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

¡A la Cárcel Todo Cristo!

Ricardo Palma


Cuento


Crónica de la época del virrey inglés

I

Por los años de 1752 recorría las calles de Lima un buhonero o mercachifle, hombre de mediana talla, grueso, de manos y facciones toscas, pelo rubio, color casi alabastrino y que representaba muy poco más de veinte años. Era irlandés, hijo de pobres labradores y, según su biógrafo Lavalle, pasó los primeros años de su vida conduciendo haces de leña para la cocina del castillo da Dungán, residencia de la condesa de Bective, hasta que un su tío, padre jesuíta de un convento de Cádiz, lo llamó a su lado, lo educó medianamente, y viéndolo decidido por el comercio más que por el santo hábito, lo envió a América con una pacotilla.

Ño Ambrosio el inglés, como llamaban las limeñas al mercachifle, convencido de que el comercio de cintas, agujas, blondas, dedales y otras chucherías no le produciría nunca para hacer caldo gordo, resolvió pasar a Chile, donde consiguió por la influencia de un médico irlandés muy relacionado en Santiago, que con el carácter de ingeniero delineador lo empleasen en la construcción de albergues o casitas para abrigo de los correos que, al través de la cordillera, conducían la correspondencia entre Chile y Buenos Aires.

Ocupábase en llenar concienzudamente su compromiso, cuando acaeció una formidable invasión de los araucanos, y para rechazarla organizó el capitán general, entre otras fuerzas, una compañía de voluntarios extranjeros, cuyo mando se acordó a nuestro flamante ingeniero. La campaña le dió honra y provecho; y sucesivamente el rey le confirió los grados de capitán de dragones, teniente coronel, coronel y brigadier; y en 1785, al ascenderlo a mariscal de campo, lo invistió con el carácter de presidente de la Audiencia, gobernador y capitán general del reino de Chile.


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4 págs. / 8 minutos / 787 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Tradiciones Peruanas II

Ricardo Palma


Cuentos, Leyendas, Colección


Carta tónico-biliosa a una amiga

Espíritu de otros días,
en nuevas ropas envuelto,
más que la imagen de un vivo
soy la realidad de un muerto.

Antonio Hurtado


Leyendo mis tradiciones
me dicen que te complaces.
¡Gracias! ¡Gracias! Pues tal haces
a ti van estos renglones.

Charlemos en puridad
un momento:—oye con calma—
dar quiero expansión al alma
en tu sincera amistad.

¿Temes que exhale en sombrías
endechas el alma toda?
¡No! Ya pasaron de moda
los trhenos de Jeremías.

Eso quede a los poetas
sandios, entecos, noveles,
que andan poniendo en carteles
sus angustias más secretas;

Y todo ello en realidad
es como el zumbar de un tábano,
y de sus ayes un rábano
se lo da a la humanidad.

¡Pues fuera grano de anís
que ostentando duelo y llanto,
en imitar diese a tanto
poeta chisgarabís!

Arca santa el corazón
sea de los sufrimientos:
darlos a los cuatro vientos
es una profanación.

Tú sabes bien que el dolor,
si es verdadero y profundo,
ha de esconderse ante el mundo
con cierto noble rubor.

¡Tú que la cruz arrastrando
vas de un padecer tremendo,
con los labios sonriendo,
con el corazón llorando!

¿Por qué escribo estas leyendas?
¿Por qué de siglos difuntos
dan a mi péñola asuntos
las consejas estupendas?

La razón voite a decir.
Es mi libro, bien mirado,
lecciones que da el pasado
al presente y porvenir.

Vanidoso desahogo
encontrará un zoilo en esto
y murmurará indigesto:
—¿quién lo ha hecho a usted pedagogo?

No se queme las pestañas
descifrando mamotretos
sobre tiempos y sujetos
que alcanzó Mari-Castañas.

Deje usted seguir la gresca,
que la humanidad bendita
ya es bastante talludita
y sabe lo que se pesca.


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Dominio público
306 págs. / 8 horas, 56 minutos / 1.756 visitas.

Publicado el 21 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Tradiciones Peruanas III

Ricardo Palma


Cuentos, Leyendas, Colección


Cháchara

Dios te guarde, lector, que asaz benévolo
acoges de mi pluma baladí
las tristes producciones, que algún émulo
dirá pueden arder en un candil.

Muy poco me ha picado la tarántula
que llaman los humanos vanidad.
Yo escribo... porque sí —razón potísima,
tras ella las demás están de más.

El hombre no ha de ser como los pájaros,
que vuelan sin dejar su huella en pos.
¿Quién sube si me espera fama póstuma?
De menos ¡vive Dios! nos hizo Dios.

Yo sé que no se engaña, ¡voto al chápiro!,
de botones adentro un escritor,
y sé que mis leyendas humildísimas
no pueden hacer sombra a ningún sol.

¡Y hay tantos soles en mi patria espléndida,
y tanto y tanto genio sin rival!...
Por eso yo, que peco de raquítico.
les dejé el paso franco y me hice atrás.

Y pues ninguno en la conseja histórica
quiso meter la literaria hoz,
yo me dije: —señores, sin escrúpulo
aquí si que no peco, aquí estoy yo.

Fue mi embeleso, desde que era párvulo,
más que en el hoy vivir en el ayer;
y en competencia con las ratas pérfidas,
a roer antiguallas me lancé.

¡Cuánto es mejor vivir, dijo un filósofo,
en los tiempos que fueron! —Gran vendad.
Lector, si no te aburres con mi plática
permíteme la murria desfogar.

Tantas, en el presente, crudelísimas,
amargas decepciones coseché
que, a escribirlas, el alma por la péñola
gota tras gota destilara hiel.

Pero, a fe, que importárale un carámbane
al egoísta mundo mi aflicción,
y yo no quiero dar el espectáculo
de poner en escena mi dolor.

Y ya en prosa, ya en verso, de mi gárrula
pluma, años hace, no se escapa un ¡ay!
y para enmascarar mi pobre espíritu
recurro de la broma al antifaz.


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Dominio público
188 págs. / 5 horas, 29 minutos / 1.511 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Resucitado

Ricardo Palma


Cuenta


Crónica de la época del trigésimo segundo virrey

A principios del actual siglo existía en la Recolección de los descalzos un octogenario de austera virtud y que vestía el hábito de hermano lego. El pueblo, que amaba mucho al humilde monje, conocíalo sólo con el nombre de el Resucitado. Y he aquí la auténtica y sencilla tradición que sobre él ha llegado hasta nosotros.

I

En el año de los tres sietes (número apocalíptico y famoso por la importancia de los sucesos que se realizaron en América) presentóse un día en el hospital de San Andrés un hombre que frisaba en los cuarenta agostos, pidiendo ser medicinado en el santo asilo. Desde el primer momento los médicos opinaron que la dolencia del enfermo era mortal, y le previnieron que alistase el bagaje para pasar a mundo mejor.

Sin inmutarse oyó nuestro individuo el fatal dictamen, y después de recibir los auxilios espirituales o de tener el práctico a bordo, como decía un marino, llamó a Gil Paz, ecónomo del hospital, y díjole, sobre poco más o menos:

—Hace quince años que vine de España, donde no dejo deudos, pues soy un pobre expósito. Mi existencia en Indias ha sido la del que honradamente busca el pan por medio del trabajo; pero con tan aviesa fortuna que todo mi caudal, fruto de mil privaciones y fatigas, apenas pasa de cien onzas de oro que encontrará vuesa merced en un cincho que llevo al cuerpo. Si como creen los físicos, y yo con ellos, su Divina Majestad es servida llamarme a su presencia, lego a vuesamerced mi dinero para que lo goce, pidiéndole únicamente que vista mi cadáver con una buena mortaja del seráfico padre San Francisco, y pague algunas misas en sufragio de mi alma pecadora.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 108 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

¡A Nadar, Peces!

Ricardo Palma


Cuento


Posible es que algunos de mis lectores hayan olvidado que el área en que hoy está situada la estación del ferrocarril de Lima al Callao constituyó en días no remotos la iglesia, convento y hospital de las padres juandedianos.

En los tiempos del virrey Avilés, es decir, a principios del siglo, existía en el susodicho convento de San Juan de Dios un lego ya entrado en años, conocido entre el pueblo con el apodo de el padre Carapulcra, mote que le vino por los estragos que en su rostro hiciera la viruela.

Gozaba el padre Carapulcra de la reputación de hombre de agudísimo ingenio, y a él se atribuyen muchos refranes populares y dichos picantes.

Aunque los hermanos hospitalarios tenían hecho voto de pobreza, nuestro lego no era tan calvo que no tuviera enterrados, en un rincón de su celda, cinco mil pesos en onzas de oro.

Era tertulio del convento un mozalbete, de aquellos que usaban arito de oro en la oreja izquierda y lucían pañuelito de seda filipina en el bolsillo de la chaqueta, que hablaban ceceando, y que eran los dompreciso en las jaranas de mediopelo, que chupaban más que esponja y que rasgueaban de lo lindo, haciendo decir maravillas a las cuerdas de la guitarra.

Sus barruntos tuvo éste de que el hermano lego no era tan pobre de solemnidad como las reglas de su instituto lo exigían; y diose tal maña, que el padre Carapulcra llegó a confesarle en confianza que, realmente, tenía algunos maravedíes en lugar seguro.

—Pues ya son míos —dijo para sí el niño Cututeo, que tal era el nombre de guerra con que el mocito había sido solemnemente bautizado entre la gente dechispa, arranque y traquido.

Estas últimas líneas están pidiendo a gritos una explicación. Démosla a vuela pluma.


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3 págs. / 6 minutos / 1.202 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Alacrán de Fray Gómez

Ricardo Palma


Cuento


I

Éste era un lego contemporáneo de don Juan de la Pipirindica, el de la valiente pica, y de San Francisco Solano, el cual lego desempeñaba en Lima, en el convento de los padres seráficos, las funciones de refitolero en la enfermería u hospital de los devotos frailes. El pueblo lo llamaba fray Gómez, y fray Gómez lo llaman las crónicas conventuales, y la tradición lo conoce por fray Gómez. Creo que hasta en el expediente que para su beatificación y canonización existe en Roma, no se le da otro nombre.

Fray Gómez hizo en mi tierra milagros a mantas, sin darse cuenta de ellos y como quien no quiere la cosa. Era de suyo milagrero, como aquel que hablaba en prosa sin sospecharlo.

Sucedió que un día iba el lego por el puente, cuando un caballo desbocado arrojó sobre las losas al jinete. El infeliz quedó patitieso, con la cabeza hecha una criba y arrojando sangre por boca y narices.

—¡Se descalabró! ¡Se descalabró! —gritaba la gente—. ¡Qué vayan a San Lorenzo por el santo óleo! —Y todo era bullicio y alharaca.

Fray Gómez acercóse pausadamente al que yacía en tierra, púsole sobre la boca el cordón de su hábito, echóle tres bendiciones, y sin más médico ni más botica el descalabrado se levantó tan fresco, como si el golpe no hubiera recibido.

—¡Milagro, milagro! ¡Viva fray Gómez! —exclamaron los infinitos espectadores.

Y en su entusiasmo intentaron llevar en triunfo al lego. Éste, para sustraerse a la popular ovación, echó a correr cansino de su convento y se encerró en su celda.

La crónica franciscana cuenta esto último de manera distinta. Dice que fray Gómez, para escapar de sus aplaudidores, se elevó en los aires y voló desde el puente hasta la torre de su convento. Yo ni lo niego ni lo afirmo. Puede que sí y puede que no. Tratándose de maravillas, no gasto tinta en defenderlas ni en refutarlas.


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Publicado el 27 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Los Argumentos del Corregidor

Ricardo Palma


Cuento


I

Parece que una mañana se levantó Carlos III con humor de suegra, y francamente que razón había harta para avinagrar el ánimo del monarca. Su majestad había soñado que las arcas reales corrían el peligro de verse como Dios quiere a las almas, es decir, limpias, porque sus súbditos de las Américas andaban un si es no es remolones para proveerlas.

—¡Carrampempe! Pues a mí no ha de pasarme lo que a don Enrique el Doliente que, no embargante ser rey y de los tiesos, llegó día en que no tuvo cosa sólida que meter bajo las narices, y empeñó el gabán para que el cocinero pudiera condimentarle una sopa de ajos y un trozo de jabalí ahumado. Que me llamen a don José Antonio.

Y don José Antonio de Areche, del Consejo de Indias y caballero de la distinguida orden de Carlos III, no tardó en presentarse ante su rey, y disertar con él largo y tendido sobre los atrenzos del real tesoro. Y por consecuencia de la plática entre señor y vasallo, nos cayó como llovido por estos reinos del Perú, en 1777 y con el título de Visitador general, un culebrón de los finos.

El Visitador, a poco de llegado a Lima, se convenció de que la tierra era muy rica y la comisión sabrosa y de papilla. Item, adivinó, sin ser brujo, que los peruleros éramos mansitos de genio y, por ende, susceptibles de soportar cuanta albarda pluguiera a su señoria echarnos a cuestas. Y pensado y hecho, y sin andarse con algórgoras ni brujoleos, se nos vino al bulto y decretó impuestos, y estancos, y tarifas y qué sé yo cuántas gurruminas. ¡Dios me perdone!, pero cuentan que, anticipándose a un municipio de estos maravillosos tiempos, estuvo en un tumbo de dado que estableciera contribución canina, sin exceptuar de ella al perro de San Roque, ni al de Santo Domingo, ni al de San Lázaro, ni al de Santa Margarita que, según colijo, fueron santos aficionados a chuchos.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 118 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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