Textos más vistos de Robert E. Howard | pág. 3

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autor: Robert E. Howard


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En Alta Sociedad

Robert E. Howard


Cuento


Soy impopular en la Sala de Boxeo de los Muelles de Frisco desde la noche en que el presentador subió al ring y anunció: —¡Señoras y señores! La dirección lamenta anunciarles que el combate que debía enfrentar a Dorgan el Marino contra Jim Ash no podrá celebrarse. Dorgan acaba a tumbar a Ash en los vestuarios, y están reanimando a este último con ayuda de un pulmonor.

—¡Vale, pues que Dorgan se enfrente a otro! —bramó la multitud.

—No es posible —dijo el presentador—. Alguien le ha echado un frasco de tabasco en los ojos.

Esta es la historia a grandes rasgos, salvo que no era salsa tabasco. Yo estaba tumbado en una mesa, en mi vestuario, mientras mi segundo me daba unas friegas, cuando entró un tipo de aspecto erudito, gafas oscuras y una enorme barba blanca.

—Soy el doctor Stauf —declaró—. La comisión me ha encargado que le examine para ver si está usted en condiciones de boxear.

—De acuerdo, pero dese prisa —le indicó mi ayudante, Joe Kerney—. Dennis debe subir al ring en menos de cinco minutos.

El doctor Stauf dio unos golpecitos en mi poderoso torso, me examinó los dientes y efectuó un examen completo.

—¡Oh! —exclamó—. ¡Ajá! —añadió—. Tus ojos tienen un problema. ¡Pero lo arreglaré!

Sacó de su maletín un frasco y un cuentagotas y, acto seguido, levantándome los párpados, dejó caer en mis ojos unas cuantas gotas de producto.

—Si esto no hace de usted otro hombre —dijo—, es que no me llamo Barí... digo, Stauf.

—¡Eh, qué está pasando? —pregunté, sentándome y sacudiendo la cabeza—. Tengo la impresión de que se me están dilatando los ojos, o algo parecido.

—Un producto muy saludable —dijo Stauf—. A fuerza de moverse por callejones oscuros, ha conseguido usted estropearse la vista. Pero este producto se la devolverá y... ¡yow!


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20 págs. / 35 minutos / 37 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Espadachina

Robert E. Howard


Cuento


1. Res adventura

—¡Agnès! Pelirroja del Infierno, ¿dónde estás?

Era mi padre, llamándome de la forma habitual. Eché hacia atrás los cabellos empapados en sudor que me caían sobre los ojos y volví a apoyarme las gavillas en el hombro. En mi vida había pocos momentos de descanso.

Mi padre apartó los arbustos y avanzó por el claro…

Era un hombre alto, de rostro demacrado, moreno por los soles de muchas campiñas, marcado por cicatrices recibidas al servicio de reyes codiciosos y duques ladrones. Me miró irritado y debo reconocer que no le habría reconocido si hubiera tenido otra expresión.

—¿Qué hacías? —rugió.

—Me enviaste a recoger madera al bosque —respondí amorosamente.

—¿Te dije que te ausentaras todo el día? —rugió, al tiempo que intentaba darme un golpe en la cabeza, cosa que evité sin esfuerzo gracias a la larga práctica—. ¿Has olvidado que es el día de tu boda?

Al oír aquellas palabras, mis dedos quedaron sin fuerza y soltaron la cuerda; las ramas cayeron y se esparcieron al golpear contra el suelo. El color dorado desapareció del sol y la alegría se alejó de los trinos de los pájaros.

—Lo había olvidado —murmuré, con los labios súbitamente secos.

—Bien, recoge las ramas y sígueme —rezongó mi padre—. El sol ya se pone por el oeste. Hija ingrata… desvergonzada… ¡que obligas a tu padre a seguirte por todo el bosque para llevarte junto a tu marido!

—¡Mi marido! —murmuré—. ¡François! ¡Por las pezuñas del diablo!

—¿Y juras, maldita? —siseó mi padre—. ¿Debo darte una nueva lección? ¿Te burlas del hombre que he elegido para ti? François es el muchacho más apuesto que puedes encontrar en toda Normandía.


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49 págs. / 1 hora, 27 minutos / 71 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Serpiente del Sueño

Robert E. Howard


Cuento


La noche estaba extrañamente tranquila. Mientras nos sentábamos en la amplia galería, mirando las praderas anchas y sombrías, el silencio del momento inundó nuestros espíritus y durante largo rato nadie habló.

Entonces, en la lejanía de las borrosas montañas que trazaban el horizonte oriental, una bruma difusa empezó a resplandecer, y pronto salió una gran luna dorada, emitiendo una radiación fantasmal sobre la tierra y dibujando enérgicamente los macizos oscuros de sombras que formaban los árboles. Una brisa suave llegó susurrando desde el este, y la hierba sin segar se agitó en olas largas y sinuosas, difusamente visibles bajo la luz de la luna; y desde el grupo que estábamos en la galería brotó un fugaz suspiro, como si alguien tomara una profunda bocanada de aire que provocó que todos nos volviéramos a mirar.

Faming se inclinaba hacia delante, agarrándose a los brazos de la silla, la cara extraña y pálida bajo la luz espectral; un fino hilo de sangre goteaba del labio en el que había clavado sus dientes. Asombrados, le miramos, y de pronto se agitó con una risa breve semejante a un bufido.


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8 págs. / 15 minutos / 91 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Las Enredaderas Serpiente

Robert E. Howard


Cuento


Esta es la historia que Hansen me contó cuando salió tambaleándose de aquella jungla negra y repugnante de Indochina, se derrumbó a mis pies y se retorció murmurando sonidos inarticulados. Cuando hubo recobrado un poco de lucidez, se quedó tumbado en mi jergón de campaña y entrecortó sus frenéticos gemidos con grandes tragos de whisky que bebía directamente de la botella. Y esto es lo que me dijo:

—¡Amigo mío, yo salí en busca de orquídeas! ¡Orquídeas... Señor! ¡Encontré el horror y la demencia! ¡Por el amor del cielo, no dejes que se me acerque!

—¿Impedir que se te acerqué qué?

—¡La jungla! Esa obscenidad oscura, fétida, ciega y monstruosa... ¡en este mismo momento extiende sus tentáculos de serpiente para alcanzarme! ¡Me busca a tientas en las tinieblas!

Su voz se transformó en un grito penetrante, y uno de mis soldados gurkha se despertó sobresaltado y empezó a disparar a tontas y a locas contra las sombras, convencido de que estábamos siendo atacados por las tribus de las colinas. Conseguí tranquilizar a mis hombres no sin cierto esfuerzo, porque el campamento estaba sobresaltado desde que Hansen salió de la espesura en aquel lamentable estado; sus gritos no ayudaron a arreglar las cosas.

Sin embargo, los disparos parecieron tranquilizar ligeramente a mi amigo, medio loco de terror.

—Vamos, muchacho —dijo, jadeando y tiritando—. No sirve de nada acribillarlas a balazos... pero de ese modo uno se siente mejor.

»Sí, Haldred y yo partimos en busca de orquídeas. En el seno de esa horrible jungla... lejos, muy lejos... en una región donde nunca se había aventurado ningún hombre blanco. Tuvimos algunos problemas con los indígenas, pero nada serio. Maldita sea, hubiera preferido que nos masacraran a los dos antes de que...


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4 págs. / 7 minutos / 87 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Las Palomas del Infierno

Robert E. Howard


Cuento


1. El Silbido en la Oscuridad

Griswell se despertó repentinamente, con un cosquilleo nervioso como premonición del peligro inminente. Echó un vistazo alrededor con ojos febriles, incapaz al principio de recordar dónde estaba, o qué estaba haciendo allí. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas polvorientas, y la gran habitación vacía con su techo elevado y su chimenea negra resultaba espectral y desconocida. Entonces, a medida que emergía de las pegajosas telarañas de su reciente sueño, recordó dónde estaba y cómo había llegado hasta allí. Giró la cabeza y miró a su acompañante, que dormía en el suelo cerca de él. John Branner no era más que un bulto borroso en la oscuridad que la luna apenas teñía de gris.

Griswell intentó recordar qué le había despertado. No había ningún sonido en la casa, y tampoco ningún sonido fuera, excepto el fúnebre ulular de un búho, en la lejanía de los bosques de pinos. Por fin recuperó el esquivo recuerdo. Había sido un sueño, una pesadilla tan llena de pálido horror que le había asustado hasta despertarle. Los recuerdos volvieron a él en un torrente, dibujando vividamente la abominable visión.

¿O no fue un sueño? Seguramente debió de serlo, pero se había mezclado tan curiosamente con los acontecimientos reales recientes que era difícil saber dónde terminaba la realidad y dónde empezaba la fantasía.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 347 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Tigres del Mar

Robert E. Howard


Cuento


I

—¡Tigres del Mar! ¡Hombres con corazón de lobo y ojos de fuego y acero! ¡Criadores de cuervos cuya única dicha reside en matar y en ser matados! ¡Gigantes a los que la canción de muerte de una espada les parece más dulce que la canción de amor de una muchacha!

Los ojos cansados del Rey Gerinth estaban ensombrecidos.

—Esto no es nuevo para mí. Durante años estos hombres han atacado a mi gente como una jauría de lobos hambrientos.

—Leed los relatos de César —contestó su consejero Donal mientras levantaba una copa de vino y bebía largamente de ella—. ¿No hemos visto en tales crónicas cómo César enfrentó al lobo contra el lobo? De esa forma conquistó a nuestros antepasados, que en su día fueron lobos también.

—Y ahora parecen más bien corderos —murmuró el Rey, revelando una oculta amargura en su voz—. Durante los años de paz con Roma, nuestra gente olvidó las artes de la guerra. Ahora Roma ha caído y nosotros luchamos por nuestras propias vidas, cuando no podemos ni siquiera proteger las de nuestras mujeres.

Donal dejó la copa y se inclinó sobre la mesa de roble perfectamente tallada.

—¡Lobo contra lobo! —gritó—. Vos mismo dijisteis que no disponíamos de guerreros en las costas para buscar a vuestra hermana, la princesa Helena, aunque supierais dónde encontrarla. Por eso debéis recabar la ayuda de otros hombres, y estos hombres a los que me refiero son superiores en ferocidad y barbarie a los restantes Tigres del Mar, así como estos Tigres son a su vez superiores a nuestros blandos guerreros.

—Pero, ¿servirían a las órdenes de un britano para luchar contra los de su propia sangre? —objetó el Rey—. ¿Y cumplirían su palabra?


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50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 73 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Ajuste de Cuentas en Boot Hill

Robert E. Howard


Novela corta


I. Los Laramies cabalgan de nuevo

Cinco hombres cabalgaban por el serpenteante camino que conducía a San León; uno de los jinetes, con voz ronca y monótona, canturreaba:

«Al alborear la aurora de un día de mayo
Brady llegó en el tren de la mañana.
Brady llegó con el Lucero del Alba.
¡Y le disparó al señor Duncan detrás de la barra!»
 

—¡Basta! ¡Cállate de una vez! —fue el más joven de los jinetes quien protestó así. Un muchacho flaco con el pelo como la estopa, un toque de palidez bajo su tez bronceada y brasas ardiendo en sus ojos rebeldes.

El hombre más grande y corpulento de los cinco sonrió ampliamente.

—Bucky está nervioso —burlóse con malicia—. No quieres convertirte en un vulgar forajido como nosotros, ¿no es así, Bucky?

El más joven clavó en él una mirada fulminante.

—¡Que se te llene el gaznate de llagas por lo que has dicho, Jim! —gruñó.

—Te revuelves como un gato montés —respondió tranquilamente Jim el grande—. Pensé que no seríamos capaces de ponerte sobre tu caballo asilvestrado para dirigirnos a San León sin golpearte antes en la cabeza. La única ocasión en que se hace patente tu sangre Laramie, Bucky, es cuando manejas esos endiablados puños tuyos.


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74 págs. / 2 horas, 10 minutos / 175 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Aparición en el Cuadrilátero

Robert E. Howard


Cuento


Los lectores de esta revista probablemente recordarán a Ace Jessel, el enorme boxeador negro al que representé hace unos años. Era un gigante de ébano, de casi dos metros de altura y un peso de ciento cinco kilos. Se movía con la suavidad de un leopardo gigante y sus flexibles músculos de acero palpitaban bajo su brillante piel. Un boxeador muy inteligente para ser un hombre tan grande, que descargaba el impacto devastador de un martillo pilón con cada uno de sus enormes puños.

Por aquel entonces estaba totalmente seguro de que no tenía igual en el cuadrilátero… excepto por un defecto fatal. Carecía de instinto asesino. Poseía mucho coraje, como dejó probado en más de una ocasión, pero se contentaba simplemente con boxear, sacando más puntos que sus oponentes y acumulando la ventaja suficiente para no perder.

En bastantes ocasiones el público le abucheaba, pero sus provocaciones sólo conseguían que su sonrisa bonachona se ensanchase. Sin embargo, sus peleas siempre aseguraban una buena caja. En las escasas ocasiones en las que se veía forzado a abandonar su papel defensivo, o cuando era igualado por un rival astuto al cual debía noquear para conseguir la victoria, los aficionados entonces podían disfrutar de un combate épico que conseguía ponerles los pelos de punta. E incluso en esas ocasiones se apartaba una y otra vez del rival abatido, dándole tiempo al derrotado para recuperarse y volver al ataque… mientras el público despotricaba y yo me tiraba de los pelos.

La única lealtad inquebrantable en la plácida vida de Ace era su fanático fervor por Tom Molyneaux, el primer campeón americano; un robusto luchador negro que según algunos entendidos había sido el púgil más grande de todos los tiempos.


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16 págs. / 28 minutos / 99 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Blue River Blues

Robert E. Howard


Cuento


Debería haber sabido que todo lo relacionado con Joey Garfinkle, más conocido por el apodo de La Rata Almizclera de Schenectedy, quería decir problemas en letras mayúsculas. Vi por primera vez a semejante energúmeno la noche que peleé con «Un Asalto» O'Rourke en Los Angeles. El tipo que debía arbitrar el combate no acudió y —como era una sala de boxeo bastante cutre, para qué vamos a engañarnos—, el propietario subió al cuadrilátero y anunció que el señor Joey Garfinkle, el conocido organizador de encuentros de boxeo, ocuparía su puesto. Lo hizo, con lo que me privó de una victoria legítima. El combate estaba previsto a diez asaltos y, hasta el momento decisivo, Joey no tuvo la menor ocasión de demostrar si conocía su oficio o no, por la única razón de que un árbitro es necesario sobre un ring cuando hay que contar y no fue hasta el último minuto cuando se produjo el primer derribo. O'Rourke vencía a los puntos y quedaban tan sólo catorce segundos exactos antes de acabar el décimo y último asalto cuando le acaricié primero con un zurdazo y luego con un derechazo en el rostro que acabaron con el desafortunado O'Rourke tumbado en la lona.


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20 págs. / 35 minutos / 58 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Cabeza de Lobo

Robert E. Howard


Cuento


¿Miedo? Disculpen, Messieurs, pero ustedes desconocen el significado del miedo. No, me mantengo en lo que he dicho. Ustedes son soldados, aventureros. Han conocido cargas de regimientos de dragones, o el pánico en mares azotados por el viento. Pero miedo, el verdadero miedo de puro terror reptante y que pone los pelos de punta, ése lo desconocen. Yo sí he conocido ese miedo; pero hasta el día en que las legiones oscuras asciendan desde las puertas del infierno y el mundo arda en ruinas, ningún hombre volverá a enfrentarse a un miedo similar.

Escuchen, les contaré una historia, ya que ocurrió hace muchos años y a medio camino del otro lado del mundo; y ninguno de ustedes verá jamás al hombre del que les voy a hablar, o si lo ven, no lo reconocerán.

Retrocedan entonces conmigo unos cuantos años atrás en el tiempo, hasta el día en que yo, un caballero joven y temerario, bajé de la pequeña barcaza que me había acercado a tierra firme desde el barco fondeado en el puerto mar adentro, maldije el barrizal que cubría el rústico embarcadero, y recorrí la franja de tierra firme que llevaba hasta el castillo, en respuesta a la invitación de un viejo amigo, Dom Vincente da Lusto.

Dom Vincente era un hombre extraño, de carácter fuerte y amplitud de miras, un visionario adelantado a los conocimientos de su tiempo. En sus venas, quizás, corriese la sangre de aquellos antiguos fenicios que, como nos relatan los sacerdotes, dominaron los mares y construyeron ciudades en tierras lejanas en épocas inmemoriales. Su plan para enriquecerse era extraño y, sin embargo, tuvo éxito; a pocos hombres se les hubiera ocurrido, e incluso menos lo hubieran logrado. Y es que su hacienda se encontraba en la costa occidental de ese oscuro y místico continente, ese enigma para los exploradores… África.


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29 págs. / 50 minutos / 134 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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