A Charles Baxter, procurador.
Mi querido Charles:
Es sino de las segundas partes defraudar a quienes las esperaban,
y mi David, dejado a su suerte durante más de un lustro en el despacho
de la British Linen Company, debe contar con que su tardía reaparición
se reciba con gritos, si no con proyectiles. Con todo, cuando recuerdo
los días de nuestras exploraciones, no me falta la esperanza.
Seguramente habremos dejado en nuestra ciudad la semilla de alguna
inquietud. Algún joven patilargo y fogoso debe de alimentar hoy los
mismos sueños y desvaríos que nosotros vivimos hace ya tantos años; y
gustará el placer, que debiera haber sido nuestro, de seguir por entre
calles con nombres y casas numeradas las correrías de David Balfour,
reconociendo a Dean, Silvermills, Broughton, el Hope Park, Pilrig y la
vieja Lochend, si todavía está en pie, y los Figgate Whins, si nada de
aquello desapareció, o de echarse a andar a campo traviesa (aprovechando
unas largas vacaciones) hasta Guillane o el Bass.
Puede que así su mirada reconozca el paso de las generaciones
pasadas y considere, sorprendido, el trascendental y precario don de su
existencia.
Tú aún permaneces —como cuando te vi por primera vez, y en la
última ocasión en que me dirigí a ti— en esa ciudad venerable que
siempre siento como mi propia casa.
Y yo, admirado, humillo mi cabeza ante la gran novela del destino.
R. L. S.
Vailima Upulu, Samoa, 1892
Información texto 'Catriona'