Textos más populares esta semana de Robert Louis Stevenson publicados por Edu Robsy

Mostrando 1 a 10 de 24 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Robert Louis Stevenson editor: Edu Robsy


123

El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mister Hyde

Robert Louis Stevenson


Novela


1. Historia de la puerta

El Sr. Utterson, el abogado, era un hombre de rostro duro en el cual no brillaba jamás una sonrisa; frío, lacónico y confuso en su modo de hablar; poco expansivo; flaco, alto, de porte descuidado, triste, y sin embargo, capaz no sé por qué, de inspirar afecto. En las reuniones de amigos, y cuando el vino era de su gusto, había en todo su ser algo eminentemente humano que chispeaba en sus ojos; pero ese no sé qué, nunca se traducía en palabras; sólo lo manifestaba por medio de esos síntomas mudos que aparecen en el rostro después de la comida, y de un modo más ostensible, por los actos de su vida. Era rígido y severo para consigo mismo; bebía ginebra cuando se hallaba solo, para mortificarse por su afición al vino; y, aunque le agradaba el teatro, hacía veinte años que no había penetrado por la puerta de ninguno. Pero tenía para con los demás una tolerancia particular; á veces se sorprendía, no sin una especie de envidia, de las desgracias ocurridas á hombres inteligentes, complicados ó envueltos en sus propias maldades, y siempre procuraba más bien ayudar que censurar. "Me inclino,—tenía por costumbre decir, no sin cierta agudeza—hacia la herejía de Caín; dejo que mi hermano siga su camino en busca del diablo." Con ese carácter, resultaba á menudo, que era el último conocido honrado y la última influencia buena para aquellos cuya vida iba á mal fin; y aún á esos, durante todo el tiempo que andaban á su alrededor, jamás llegaba á demostrar ni siquiera la sombra de un cambio en su manera de ser.


Leer / Descargar texto

Dominio público
82 págs. / 2 horas, 24 minutos / 6.014 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Isla del Tesoro

Robert Louis Stevenson


Novela


PRÓLOGO DE LA EDICIÓN ESPAÑOLA

En el campo abundantísimo de la moderna literatura inglesa, la casa de Appleton no ha tenido sino el embarazo de la elección, para decidir qué obra debería ocupar el segundo lugar en la colección de novelas inaugurada con el aplaudido “Misterio...” de Hugo Conway.

Roberto Luis Stevenson ha sido el autor elegido, y si la traducción no ha sido tal que borre todos los méritos del original, ya encontrarán no poco que aplaudir y más aún con que solazarse los lectores hispanoamericanos.

La Isla del Tesoro no tiene la pretensión de ser una novela trascendental encaminada á mejorar las costumbres ó censurar los hábitos de un pueblo. No entran en ella en juego todas esas pasiones candentes cuyo hervidero llena las modernas obras de ficción con miasmas que hacen daño. El lector que busca en libros de este género un mero solaz que refresque su espíritu, después de largas horas de un pesado trabajo moral ó material, no se verá aquí detenido por disertaciones inoportunas ni problemas ociosos. Nada de eso.

La Isla del Tesoro es una narración llana, un romance fácil, un cuento sabroso con un niño por héroe, y que, á pesar de sus peripecias dramáticas y conmovedoras, conserva en todo el discurso del libro una pureza y una sencillez tales que no habrá hogar, por mucha severidad que impere en él, del cual pueda desterrársele con razón.

Stevenson se propuso, además, describir con esa difícil facilidad que parece ser un secreto suyo, esas escenas y aventuras marinas en que el lector percibe, desprendiéndose de la sencilla narración, ya el olor acre de las brisas de la playa, ya el rumor de la pleamar deshaciéndose contra las rocas, ya el eco monótono de los cantos de marineros y grumetes empeñados en la maniobra.


Leer / Descargar texto

Dominio público
277 págs. / 8 horas, 5 minutos / 3.153 visitas.

Publicado el 24 de abril de 2016 por Edu Robsy.

La Flecha Negra

Robert Louis Stevenson


Novela


Prólogo

Cierta tarde, muy avanzada ya la primavera, se oye en hora desusada la campana del Castillo del Foso, en Tunstall. Desde las cercanías hasta los más apartados rincones, en el bosque y en los campos que se extendían a lo largo del río, comenzaron las gentes a abandonar sus tareas para correr hacia el sitio de donde procedía el toque de alarma, y en la aldea de Tunstall un grupo de pobres campesinos se preguntaban asombrados a qué se debería la llamada.

En aquella época, que era la del reinado de Enrique VI, el aspecto que presentaba la aldea de Tunstall era muy parecido al que actualmente tiene. No pasaría de unas veinte las casas, toscamente construidas con madera de roble, que se hallaban esparcidas por el extenso y verde valle que ascendía desde el río. Al pie de aquel, el camino cruzaba un puente y, subiendo por el lado opuesto, desaparecía en los linderos del bosque, hasta llegar al Castillo del Foso, desde donde continuaba hacia la abadía de Holywood. Hacia la mitad de camino se alzaba la iglesia rodeada de tejos. A ambos lados, limitando el paisaje y coronando las montañas, se encontraban los verdes olmos y los verdeantes robles del bosque.

Sobre una loma inmediata al puente se erguía una cruz de piedra, a cuyo alrededor se había reunido un grupo —media docena de mujeres y un mozo alto vestido con un sayo rojizo discutiendo acerca de lo que podía anunciar el toque de rebato. Media hora antes, un mensajero había cruzado la aldea, con tal prisa que apagó la sed con un jarro de cerveza sin desmontar siquiera del caballo, tan urgente era su mensaje. Mas ni él mismo sabía de qué se trataba; únicamente, que llevaba pliegos sellados de sir Daniel Brackley para sir Oliver Oates, el párroco encargado de cuidar del Castillo del Foso en ausencia del dueño.


Leer / Descargar texto

Dominio público
153 págs. / 4 horas, 29 minutos / 1.183 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Diablo de la Botella

Robert Louis Stevenson


Cuento


Había un hombre en la isla de Hawai al que llamaré Keawe; porque la verdad es que aún vive y que su nombre debe permanecer secreto, pero su lugar de nacimiento no estaba lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande yacen escondidos en una cueva. Este hombre era pobre, valiente y activo; leía y escribía tan bien como un maestro de escuela, además era un marinero de primera clase, que había trabajado durante algún tiempo en los vapores de la isla y pilotado un ballenero en la costa de Hamakua. Finalmente, a Keawe se le ocurrió que le gustaría ver el gran mundo y las ciudades extranjeras y se embarcó con rumbo a San Francisco.

San Francisco es una hermosa ciudad, con un excelente puerto y muchas personas adineradas; y, más en concreto, existe en esa ciudad una colina que está cubierta de palacios. Un día, Keawe se paseaba por esta colina con mucho dinero en el bolsillo, contemplando con evidente placer las elegantes casas que se alzaban a ambos lados de la calle. «¡Qué casas tan buenas!» iba pensando, «y ¡qué felices deben de ser las personas que viven en ellas, que no necesitan preocuparse del mañana!». Seguía aún reflexionando sobre esto cuando llegó a la altura de una casa más pequeña que algunas de las otras, pero muy bien acabada y tan bonita como un juguete, los escalones de la entrada brillaban como plata, los bordes del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas resplandecían como diamantes. Keawe se detuvo maravillándose de la excelencia de todo. Al pararse se dio cuenta de que un hombre le estaba mirando a través de una ventana tan transparente que Keawe lo veía como se ve a un pez en una cala junto a los arrecifes. Era un hombre maduro, calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión pesarosa y suspiraba amargamente. Lo cierto es que mientras Keawe contemplaba al hombre y el hombre observaba a Keawe, cada uno de ellos envidiaba al otro.


Información texto

Protegido por copyright
38 págs. / 1 hora, 7 minutos / 596 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Ladrón de Cadáveres

Robert Louis Stevenson


Cuento


Todas las noches del año nos sentábamos los cuatro en el pequeño reservado de la posada George en Debenham: el empresario de pompas fúnebres, el dueño, Fettes y yo. A veces había más gente; pero tanto si hacia viento como si no, tanto si llovía como si nevaba o caía una helada, los cuatro, llegado el momento, nos instalábamos en nuestros respectivos sillones. Fettes era un viejo escocés muy dado a la bebida; culto, sin duda, y también acomodado, porque vivía sin hacer nada. Había llegado a Debenham años atrás, todavía joven, y por la simple permanencia se había convertido en hijo adoptivo del pueblo. Su capa azul de camelote era una antigüedad, igual que la torre de la iglesia. Su sitio fijo en el reservado de la posada, su conspicua ausencia de la iglesia, y sus vicios vergonzosos eran cosas de todos sabidas en Debenham. Mantenía algunas opiniones vagamente radicales y cierto pasajero escepticismo religioso que sacaba a relucir periódicamente, dando énfasis a sus palabras con imprecisos manotazos sobre la mesa. Bebía ron: cinco vasos todas las veladas; y durante la mayor parte de su diaria visita a la posada permanecía en un estado de melancólico estupor alcohólico, siempre con el vaso de ron en la mano derecha. Le llamábamos el doctor, porque se le atribuían ciertos conocimientos de medicina y en casos de emergencia había sido capaz de entablillar una fractura o reducir una luxación, pero, al margen de estos pocos detalles, carecíamos de información sobre su personalidad y antecedentes.


Información texto

Protegido por copyright
25 págs. / 44 minutos / 592 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Will el del Molino

Robert Louis Stevenson


Cuento


EL LLANO Y LAS ESTRELLAS

El molino donde vivía Will con sus padres adoptivos estaba en un valle muy hondo entre bosques de abetos y grandes montañas. Por detrás se alzaba una cumbre tras otra, algunas tan altas que en ellas no podían crecer los árboles y se erguían desnudas contra el cielo. Más arriba, había un pueblo largo y gris que parecía un jirón de niebla prendido en la colina boscosa, y, cuando el viento era favorable, el sonido de las campanas de la iglesia bajaba claro y argentino hasta donde estaba Will. Por debajo, la pendiente se volvía más pronunciada y el valle se ensanchaba por ambos lados; y desde un altozano que había cerca del molino, era posible verlo en toda su longitud hasta más allá de la ancha llanura, donde el río se retorcía y brillaba y avanzaba de ciudad en ciudad en su largo viaje hacia el mar. Daba la casualidad de que por aquel valle discurría un paso entre dos reinos vecinos, de manera que, a pesar de ser muy tranquilo y rural, el camino que corría a lo largo del río era, en realidad, una concurrida carretera entre dos sociedades espléndidas y poderosas. Durante todo el verano, los carruajes pasaban junto al molino arrastrándose cuesta arriba o descendiendo bruscamente hacia el valle; aunque, como la ascensión era mucho más fácil por el otro lado, en realidad el sendero solo lo frecuentaban quienes iban en la otra dirección, y, de todos los carruajes que veía pasar Will, solo uno de cada seis trepaba por la pendiente mientras que los otros cinco bajaban a toda prisa hacia el valle. Y aún era más así en el caso de los que viajaban a pie. Tanto los turistas ligeros de equipaje como los buhoneros cargados de extrañas mercancías, todos seguían el curso del río. Pero no acabó ahí la cosa, pues, cuando Will era todavía un niño, estalló una guerra desastrosa en gran parte del mundo.


Información texto

Protegido por copyright
31 págs. / 55 minutos / 258 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Historia de una Mentira

Robert Louis Stevenson


Cuento


1. En el que se presenta al almirante

En el tiempo que pasó en París, Dick Naseby hizo extrañas amistades, pues era de los que tienen oídos para oír y saben emplear los ojos tanto como la inteligencia. Tenía tantas ideas como Stuart Mill, pero su filosofía tenía que ver con los seres de carne y hueso y era tan experimental como su método. Era un cazador prototípico. Despreciaba las piezas menores y las personalidades insignificantes, ya fuese en la forma de duques o viajantes comerciales, y los dejaba pasar de largo como las algas junto al costado de un barco, pero, si veía un rostro enérgico o refinado, si oía una voz penetrante o llorosa, si reparaba en una mirada viva, un gesto apasionado o una sonrisa ambigua y significativa, su imaginación despertaba en el acto. «Érase una vez un hombre y una mujer», parecía decir, y se dedicaba a interpretarlo con el placer de un artista al consagrarse a su arte.


Información texto

Protegido por copyright
62 págs. / 1 hora, 48 minutos / 152 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Club de los Suicidas

Robert Louis Stevenson


Novela


1. Historia del joven de las tartas de crema

Durante su residencia en Londres, el eminente príncipe Florizel de Bohemia se ganó el afecto de todas las clases sociales por la seducción de sus maneras y por una generosidad bien entendida. Era un hombre notable, por lo que se conocía de él, que no era en verdad sino una pequeña parte de lo que verdaderamente hizo. Aunque de temperamento sosegado en circunstancias normales, y habituado a tomarse la vida con tanta filosofía como un campesino, el príncipe de Bohemia no carecía de afición por maneras de vida más aventuradas y excéntricas que aquélla a la que por nacimiento estaba destinado. En ocasiones, cuando estaba de ánimo bajo, cuando no había en los teatros de Londres ninguna comedia divertida o cuando las estaciones del año hacían impracticables los deportes en que vencía a todos sus competidores, mandaba llamar a su confidente y jefe de caballerías, el coronel Geraldine, y le ordenaba prepararse para una excursión nocturna. El jefe de caballerías era un oficial joven, de talante osado y hasta temerario, que recibía la orden con gusto y se apresuraba a prepararse. Una larga práctica y una variada experiencia en la vida le habían dado singular facilidad para disfrazarse; no sólo adaptaba su rostro y sus modales a los de personas de cualquier rango, carácter o país, sino hasta la voz e incluso sus mismos pensamientos, y de este modo desviaba la atención de la persona del príncipe y, a veces, conseguía la admisión de los dos en ambientes y sociedades extrañas. Las autoridades nunca habían tenido conocimiento de estas secretas aventuras; la inalterable audacia del uno y la rápida inventiva y devoción caballeresca del otro los habían salvado de no pocos trances peligrosos, y su confianza creció con el paso del tiempo.


Información texto

Protegido por copyright
85 págs. / 2 horas, 29 minutos / 716 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Janet la Torcida

Robert Louis Stevenson


Cuento


El reverendo Murdoch Soulis fue durante mucho tiempo pastor de la parroquia del páramo de Balweary, en el valle de Dule. Anciano severo y de rostro sombrío para sus feligreses, vivió durante los últimos años de su vida sin familia ni criado ni compañía humana alguna, en la modesta y solitaria casa parroquial situada bajo el Hanging Shazv, un pequeño bosque de sauces. A pesar de lo férreo de sus facciones, sus ojos eran salvajes, asustadizos e inciertos. Y cuando en una amonestación privada se explayaba largamente sobre el futuro del impenitente, parecía que su visión atravesara las tormentas del tiempo hasta los terrores de la eternidad. Muchos jóvenes que venían a prepararse para la ceremonia de la Primera Comunión quedaban terriblemente afectados por sus palabras. Tenía un sermón sobre los versículos 1 y 8 de Pedro, «El diablo como un león rugiente», para el domingo después de cada diecisiete de agosto, y solía superarse sobre aquel texto, tanto por la naturaleza espantosa del tema como por el terror que infundía su comportamiento en el púlpito. Los niños estaban aterrorizados hasta el punto de sufrir ataques de histeria, y la gente mayor parecía más misteriosa de lo normal y repetía durante todo el día aquellas insinuaciones de las que Hamlet se lamentaba.


Información texto

Protegido por copyright
13 págs. / 24 minutos / 447 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Isla de las Voces

Robert Louis Stevenson


Cuento


Keola, que estaba casado con Lehua, hija de Kalamake, vivía con su suegro, el hombre sabio de Molokai. No había nadie en la isla más astuto que aquel profeta; leía los astros y adivinaba las cosas futuras mediante los cadáveres y las criaturas malignas: iba solo a las partes más altas de la montaña, a la región de los duendes, y allí preparaba trampas para capturar a los espíritus de los antiguos.

Todo esto hacía que no hubiera nadie más consultado en todo el reino de Hawaii. Las personas sensatas compraban, vendían, contraían matrimonio y organizaban su vida de acuerdo con sus consejos; y el rey le llamó dos veces a Kona para buscar los tesoros de Kamehameha. Tampoco había otro hombre más temido: entre sus enemigos, unos se habían consumido en la enfermedad por el poder de sus encantamientos, y otros se habían esfumado en cuerpo y alma, hasta el punto de que la gente buscaba en vano el más mínimo resto suyo. Se rumoreaba que poseía el arte y el don de los antiguos héroes. Se le había visto de noche en las montañas, caminando sobre los riscos; se le había visto atravesar los bosques donde crecían los árboles más altos, y su cabeza y sus hombros sobresalían por encima de sus copas.

Este Kalamake era un hombre de extraña apariencia. Procedía de las mejores estirpes de Molokai y Maui, sin mezcla de ninguna clase, y sin embargo tenía la piel más blanca que ningún extranjero; su cabello era del color de la hierba seca, y sus ojos, enrojecidos, estaban casi ciegos, de manera que “ciego como Kalamake, que ve más allá del mañana”, era una de las expresiones favoritas de las islas.


Información texto

Protegido por copyright
27 págs. / 47 minutos / 371 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

123