Textos más populares esta semana de Roberto Arlt disponibles | pág. 6

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autor: Roberto Arlt textos disponibles


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«Ven, mi Ama Zobeida Quiere Hablarte»

Roberto Arlt


Cuento


—¿Te llevaré a visitar el palacio de El Menobi?

—No.

—¿Y el palacio de Hach Idris ben-Yelul?

—No.

—¿No deseas conocer una joven de ojos de luna y rostro de diamante?

—No.

—Por Alá —gimió el lameplatos—. ¿No quieres nada entonces?

Piter se irguió ligeramente ante el mármol de la mesa, miró indulgente al desarrapado belfudo que, con un fez ladeado sobre la rapada cabeza hacía un cuarto de hora que estaba allí importunándole, y le respondió:

—Sí, quiero que me dejes en paz.

El guía miró cavernosamente en rededor satisfecho de que en el Zoco Chico no se encontrara alguien que podía perjudicarle, y confió:

—Pues cuídate de ese hombrecillo que te acompañaba ayer. Le ha dicho a un mercader de mi amistad que has envenenado a tu mujer.

Piter miró cómo la magra silueta del guía se alejaba, perdiéndose tras los tumultos de bobalicones que se movían frente a la ochava del correo inglés.

¿De modo que la historia había corrido? Ahora se explicaba las significativas miradas de la criada del hotel, y la respetuosa aprensión del hotelero hacia sus maletas. No había sido suficiente abandonar El Havre. La absurda novela del envenenamiento de su mujer le había seguido hasta Tánger. Inútil que le absolvieran de la disparatada acusación. En la ciudad no creían en su inocencia. La muerte de su mujer volcó sobre su cabeza dificultades innumerables. Y lo más desdichado del caso es que él estaba seguro de que ella no había intentado suicidarse, sino componer una farsa dramática que se resolvió siniestramente por sí misma.


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5 págs. / 10 minutos / 75 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Aventura de Baba en Dimisch Esh Sham

Roberto Arlt


Cuento


¿Es de noche o es de día?… ¿Es de noche o es de día?..

Dificulto que en todo el Magrehb pudiera encontrarse un desarrapado más hilachoso que éste. Tieso junto al pilar de ladrillo de la puerta de Bab el Estha vociferó nuevamente:

—¿Es de noche o es de día?… ¿Es de noche o es de día?…

La luz verdosa del farolón de bronce amarrado por una cadena a la clave del arco proyectaba del mendigo una desmesurada sombra, movediza en el triangular empedrado del zoco, sembrado de rosas podridas y cáscaras de melones. Había sido día de mercado.

Un árabe descalzo, que montado en un asnillo pasaba por allí se detuvo frente al hablador:

—Por Alá, hermano, ¿cómo puedes preguntar si es de noche o es de día?

Pero el desarrapado, cuya chilaba negra parecía haberse arrastrado por todos los muladares del Islam, continuó a voz en cuello:

—Respondedme, ecuánimes creyentes: ¿llueve o no llueve, llueve o no llueve?…

Y sin esperar a que nadie le contestara, comenzó a batir con la yema de los dedos y los nudillos alternativamente, el fondo de un tambor que en forma de florero soportaba bajo el sobaco.

Varios campesinos que se hartaban de pescado y cuzcuz en el puesto de un egipcio rodearon encurioseados al mendigo. Ya cerca de él, repararon que era un "jefe de conversación". Sus ojos blancos de cataratas, semejantes a huevos de serpiente, revelaban al ciego. Baba, que tal se llamaba el desarrapado, volvió a batir durante unos instantes el fondo de su tambor y prosiguió:

—En nombre del Clemente, del Misericordioso, escuchad la palabra del Corán a través de los labios de un ciego: "Nada hay tan loable como elevar la voz para convencer a los hombres y exclamar: "Yo soy un buen musulmán". Os habla un árabe morigerado que jamás bebió vino ni mordió carne de puerco.


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10 págs. / 18 minutos / 71 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Embrujo de la Gitana

Roberto Arlt


Cuento


Amenazadores, los muros bermejos de la Alhambra recortaban el cielo en la altura del monte. Abajo, los amantes, acodados en el pretil de un puentecillo de piedra sobre el Darro, que corre a los mismos pies de La Roja, no miraban en redor. Soslayados por la luz verdosa del farol granadino, tampoco seguían sus ojos los espesos nubarrones encrespados en los torreones de la Alcazaba. Más allá, frente a ellos, cruzaban el río otros grises y vetustos puentes de piedra. De una taberna de vidrios ahumados escapaba el pespunteo de una guitarra.

Y ya no había luz en las ventanas de los caserones de tres pisos, levantados en la propia orilla del Darro, porque era muy entrada la noche. El río, bajo los arcos de piedra, zumbaba un acuático atorbellinamiento; a veces, al desplegarse el tejido de los nubarrones, se veía allá arriba la luna corriendo tumultuosamente sobre el bosque del Generalife.

Lenta y cautelosa pasó una pareja de la guardia civil. El hule de sus tricornios lució con luz verdosa al soslayo del farol, y ambos miraron de reojo el perfil atezado de la pareja, acodada en la piedra del puente. Ella era netamente del Albaicín, con una enjabonada mecha de pelo renegrido pintándole el signo de interrogación en el centro de la frente y arracadas de plata muerta junto a las mejillas aceitunadas. Él, con su sombrero de alas planas y la chaqueta corta, debía ser dueño de algún cortijo de los alrededores de Motril.

Por última vez, Pedro Antonio propuso:

—¿Quieres que vaya y le provoque?

Soledad apartó la mirada del río. Encendidos los ojos, repuso violenta:

—¡He dicho que no y no! ¡Vaya tu talento y el beneficio! Si él te mata, yo te pierdo; si tú le matas, te veré en el presidio.


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11 págs. / 20 minutos / 49 visitas.

Publicado el 30 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Estoy Cargada de Muerte

Roberto Arlt


Cuento


Gun, sentado en la orilla de la mesa niquelada, con las manos perdidas en los bolsillos del guardapolvo, examina la vitrina del instrumental quirúrgico, al tiempo que mueve como péndulos desiguales sus zapatazos amarillos. Hay algo allí, detrás de los vidrios, que no está bien. Eso es lo probable. Pero él no puede localizarlo.

Olga, sentada frente al escritorio, con el tul arrollado sobre la visera de su toca azul, cuenta:

—¡Oh, sí! Daniela está muy contenta. Por fin llega el esposo. ¿Te das cuenta? Después de dos años de vivir como un salvaje en la selva.

Gun no puede confesarle francamente a su esposa que en ese instante no se le importa un pepino que regrese o no el marido de Daniela. Y para impedir que Olga se indigne, contesta como si fuera muy importante lo que dice:

—Daniela es buena mujer. Debe estar contentísima.

Olga cotorrea:

—Tan contenta que hoy, mientras servía el té, se volcó una taza encima del pie y no sintió ningún dolor. ¡Mirá cómo estará de nerviosa la pobre!

Gun, con salto de gato, se aproxima a la vitrina. Por fin ha descubierto el detalle que lo mantiene alarmado. Y exclama, moviendo desoladamente la cabeza:

—Me han robado un juego de bisturíes. ¡Con razón que me estaba dando en la nariz la maldita vitrina!

Olga se acerca.

—¿Quién habrá sido?...

—No dejó tarjeta de visita...

—¿Y por qué no pusiste llave?

—Debe haber sido el anteúltimo enfermo que atendí. En un momento llamaron por teléfono...

Gun no ha terminado de pronunciar la palabra teléfono, cuando la sirvienta entra al consultorio, dirigiéndose a Olga:

—La llama por teléfono la niña Juana, señora.


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9 págs. / 16 minutos / 40 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Regreso

Roberto Arlt


Cuento


Allí, doblado, con las puntas al aire sobre la mesa, está el papel con la dirección de Elena. De Elena, que ya no es una señorita sino una señora.

La vanidad de Julio puede reposar satisfecha en el recuerdo. Ha conocido los más desemejantes tipos de mujeres bajo diferentes constelaciones. Muñecas con trajes diversos expresando en idiomas distintos sentimientos análogos. Sara en Lisboa, más tarde Lina en Madrid, después Rjimo en Tetuán, Vaiolete en Londres, Teresita en Génova. Julio entrecierra los ojos y sonríe con sonrisa fatigada... ¡Cuántas son en diferentes climas! ¡Igualmente amadas, igualmente recordadas con gratitud! ¡Qué bondadosas y humanas han sido las extrañas para con él! Y ahora ya no están. Es probable que en este mismo momento que él recuerda a Lina, Lina, en una avanzada de Madrid, vigile una bocacalle al pie de una ametralladora. O que ya esté muerta, haciendo florecer las margaritas. ¿Y Rjimo? Camino a Fez, quizás en Casablanca, apoyada en la barnizada orilla de una mesa de ruleta frecuentada por la hez internacional del espionaje y del contrabando.

Julio sonríe con fatigado rostro. ¡Cuántas en diferentes climas! Treinta y cinco. No más. Podrían ser trescientas cincuenta, pero no son nada más que treinta y cinco. Bien puede reposar satisfecha su vanidad, filtrada a través de la pulpa de tan diferentes labios, pero su corazón aún aguarda acongojado. ¿Qué será de Lina, de Lina que como un pequeño atleta movía graciosamente los hombros al caminar por el Paseo de la Castellana y apoyando las ardorosas mejillas en su hombro? ¿Y de Rjimo? Rjimo, tenebrosa en el zoco de Tetuán, embozada como una monja, deslizando bajo las farolas de bronce sus chinelas doradas. ¡Oh, los tatuajes de Rjimo y la temperatura de la palma de su mano!


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9 págs. / 15 minutos / 36 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Gran Guillermito

Roberto Arlt


Cuento


A pesar de que el dueño de casa lo encañonaba con el revólver, Guillermito, el ladrón, observaba intrigado, sin saber por qué, a la muchacha que se inclinaba sobre el teléfono.

Ella iba a tomar el auricular para pedir le conectaran con la comisaría, y en el preciso instante en que iba a pronunciar el número, el recuerdo se concretó vertiginosamente en la mente del ladrón, y exclamó:

—No llame. Yo soy el que robó el motor eléctrico.

“Fue como si hubiera caído un rayo al pie de los dos”, comentaba más tarde Guillermito.

La jovencita, abandonando el auricular, quedó rígida junto al teléfono; el dueño de casa echó al bolsillo su revólver y balbuceó:

—¿Es posible que sea usted?

“Otro aprovecharía la oportunidad para escapar —decía luego en su propio elogio Guillermito— pero yo me crucé de brazos e insistí:

“—Sí, soy yo el que robó el motor eléctrico. Y ahora, si quieren, llamen a la policía.”

Y el dueño de casa no llamó a la policía, sino a su mujer, y a grandes gritos:

—Justa, Justa, vení a ver al hombre que robó el motor eléctrico. Estaba forzando el escritorio.

La jovencita terminó por reconocerlo. Dirigiéndose a él, lo tomó de los brazos, lo miró fijamente, y dijo:

—Sí..., ahora lo reconozco. Es usted. ¡Ah, mal hombre, dos veces mal hombre! ¡Cuánto nos ha hecho pensar usted!

—Yo me llamo Gustavo Horner —dijo el dueño de casa.

—A mí me llaman Guillermito el Ladrón...

Los dos hombres se examinaban con curiosidad creciente, pero la jovencita sonreía con tanta amabilidad, que Guillermito tampoco pudo contener una sonrisa cuando ella, después de medirlo de pies a cabeza, exclamó:

—Deberían llamarlo Guillermo el Ladronazo, no Guillermito.


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11 págs. / 20 minutos / 36 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Eugenio Delmonte y los 1300 Novios

Roberto Arlt


Cuento


Frente mismo a la bahía de Natiópolis avanza un jardín; en el extremo del jardín se ve una horca con el lazo corredizo colgante, y sobre el palo de la horca se puede leer esta inscripción:


“Destinada a Eugenio Delmonte
si se atreve a desembarcar aquí.”


Sin jactancia, me atrevo a dar fe que no hay ciudad en el mundo que pueda registrar un suceso tan maravilloso como el que se conoce bajo el nombre de “Eugenio Delmonte o los mil trescientos novios”.


El año 1921, Enriqueta Silver, por razones que aún no se conocen, cortó sus relaciones con Eugenio Delmonte. Éste tenía para entonces veinticuatro años; tres meses después su cabello había encanecido totalmente. Durante un año vagó por Natiópolis, y algunos de sus actos revelaban que su estado mental no era estrictamente normal. Enriqueta Silver desapareció un tiempo, pues sus padres, temerosos de un atentado, la enviaron a otra población. Eugenio llegó a cometer tales disparates, que se convirtió en el hazmerreír de las muchachas de nuestra ciudad. Quiero agregar que en Natiópolis las mujeres eran sumamente orgullosas. Ello se debía a que las estadísticas anotaban un porcentaje de veinte por ciento más de varones que de mujeres. En consecuencia, éstas eran muy solicitadas y pagadas de sí mismas.

En 1923 estalló la noticia bomba. Eugenio Delmonte acababa de heredar cincuenta millones de dólares de un tío remoto, cincuenta millones que, traducidos a nuestra moneda, equivalían a ciento cincuenta millones. Cuando los reporteros de los cuatro periódicos de Natiópolis quisieron reportear a Eugenio, éste había desaparecido de nuestra ciudad. Los padres de Enriqueta Silver se desvanecieron al conocer la noticia.


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8 págs. / 15 minutos / 30 visitas.

Publicado el 27 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Bastón de la Muerte

Roberto Arlt


Cuento


Si alguien me hubiera dicho que aquellas señoras y caballeros, plácidamente arrellanados en sus butacas, dentro de un cuarto de hora tratarían de matar al orador con el cabo de sus paraguas, no lo hubiese creído.

Tampoco lo imaginaba (así lo supongo) el orador, míster Getfried, socio honorario del club, y cuya conferencia se titulaba “Un curioso caso de transmisión del pensamiento en la isla de Sumatra”.

El club (yo lo he llamado inapropiadamente club) no era club, sino la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Castelnau Levántate y Anda.

Todos los sábados un ciudadano diferente, por supuesto, y que tuviera algo que informamos respecto a la telepatía, rabdomancia, ciencias ocultas, magia o teosofía, ocupaba la cátedra de Levántate y Anda. De esta manera la población de Castelnau entró en conocimiento de numerosas particularidades del más allá.

El último orador es decir, el penúltimo, fue el capitán de equitación Soutri, quien a mi modesto juicio ha sido uno de los oradores que mejor nos ilustraron sobre las actividades psíquicas de la raza caballar comunicándonos sus experiencias personales con la yegua Batí, a la que era posible sugerirle órdenes hasta a cien metros de distancia. Una curiosa estadística de los experimentos permitía confeccionar un gráfico de la sensibilidad de la yegua. Esta evidencia, por otra parte, impresionó de tal manera al cochero Carlet, que desde entonces Carlet se abstuvo de castigar a la potranca que arrastraba su carruaje.

Claro está que todos esperábamos con sumo interés la conferencia de Getfried. Getfried había vivido algunos años en la Malasia; de la isla de Java había pasado a la de Sumatra por razones que jamás explicó, pero que atañían a los representantes de la justicia de su graciosa majestad, y desde entonces Getfried se acogió al bondadoso amparo de su nueva soberana, la reina Guillermina.


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7 págs. / 12 minutos / 28 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Palabra que Entiende el Elefante

Roberto Arlt


Cuento


Allá por el año 1922 llegó a nuestra guarnición de Matalé el capitán Braun. Recuerdo que en el club (un bungalow donde paseaban libremente los sapos) se asoció la coincidencia de su llegada a la muerte de míster Spruce, no porque el capitán tuviera alguna responsabilidad en la muerte de Spruce, sino porque todos estábamos archiseguros de que míster Spruce hubiera tenido mucho gusto en conocer al capitán Braun, cuyas habilidades de cazador nos habían relatado sus camaradas. Spruce fue un certero cazador. Bajo el fuego de su carabina habían caído tigres, jirafas, leones, hipopótamos, leopardos y elefantes. Parecía que por sus venas corría la sangre homicida de Nemrod, y personalmente yo fui testigo de un suceso que no dejó de impresionarme y en el que, como cuento, participó míster Spruce.

Con motivo de un pleito que un barbero le seguía en la capital, tuve un día la que seguirle hasta Ceilán. Por la noche fuimos al circo para presenciar el trabajo de una troupe de leones amaestrados. Eran fieras domésticas, lanudas y famélicas, sin capacidad de reacción. Un niño hubiera podido entrar en la jaula que ocupaban. Sin embargo, cuando vieron a míster Spruce se inquietaron de tal manera y comenzaron a rugir con tanto furor, precipitándose contra los barrotes de las rejas, que nuestro hombre se puso lívido de ira. Estoy seguro de que en aquel momento lamentaba no tener a mano su carabina para ametrallar a las pobres bestias.

¿Casualidad? Es muy posible, aunque a mi modo de ver míster Spruce tenía la particular virtud de ser visto por las fieras, de irritarlas. Algún matiz de su físico, la luz de sus ojos, la energía de su rostro, la encubierta brutalidad de sus movimientos, revelaban al asesino de animales. Y digo asesino porque es evidente que entre un hombre armado de una magnífica carabina con balas explosivas y una fiera acorralada, las de ganar no están de parte de la bestia.


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6 págs. / 10 minutos / 24 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Historia de Nazra, Yamil y Farid

Roberto Arlt


Cuento


A media hora de Fez, en el paraje donde se bifurca hacia el sur el camino que conduce a Meknés y hacia el norte el que lleva a Tánger, se pronuncia la cuesta que los naturales llaman la Puerta del Djin. Cuando se llega a esta cima, en un barranco poblado de laureles se distinguen los restos de piedra de un antiguo castillo. Como por efectos de un milagro, sólo queda en pie la torre del homenaje. Allí funcionó durante años la fábrica conocida en la región con el nombre de perdigonera de Yamil.

Yamil era un árabe oriundo de Esmirna, sumamente devoto. Solo o acompañado, cumplía minuciosamente las cinco oraciones prescriptas al creyente.

Cuando llegó a Fez, tendría treinta y cinco años y una chilaba sumamente astrosa. Traía cartas para un faquir de la Mezquita de los Andaluces, con quien se entrevistó largamente. Luego Yamil, por consejo del faquir, se trasladó hasta la Puerta del Djin, estudió las ruinas, volvió a entrevistarse con su protector, y algunos meses después los campesinos que en los lomos de sus mujeres transportan la leña, la aceituna y el grano, supieron que en el castillo funcionaba una fábrica de perdigones.

En la altura de la torre, Yamil instaló el horno de fundir, y en el interior un pozo de agua. En este pozo Yamil recogía la lluvia de plomo candente convertida en millares de bolitas.


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5 págs. / 9 minutos / 14 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

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