Textos más populares esta semana de Roberto Arlt etiquetados como Cuento disponibles | pág. 6

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autor: Roberto Arlt etiqueta: Cuento textos disponibles


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El Embrujo de la Gitana

Roberto Arlt


Cuento


Amenazadores, los muros bermejos de la Alhambra recortaban el cielo en la altura del monte. Abajo, los amantes, acodados en el pretil de un puentecillo de piedra sobre el Darro, que corre a los mismos pies de La Roja, no miraban en redor. Soslayados por la luz verdosa del farol granadino, tampoco seguían sus ojos los espesos nubarrones encrespados en los torreones de la Alcazaba. Más allá, frente a ellos, cruzaban el río otros grises y vetustos puentes de piedra. De una taberna de vidrios ahumados escapaba el pespunteo de una guitarra.

Y ya no había luz en las ventanas de los caserones de tres pisos, levantados en la propia orilla del Darro, porque era muy entrada la noche. El río, bajo los arcos de piedra, zumbaba un acuático atorbellinamiento; a veces, al desplegarse el tejido de los nubarrones, se veía allá arriba la luna corriendo tumultuosamente sobre el bosque del Generalife.

Lenta y cautelosa pasó una pareja de la guardia civil. El hule de sus tricornios lució con luz verdosa al soslayo del farol, y ambos miraron de reojo el perfil atezado de la pareja, acodada en la piedra del puente. Ella era netamente del Albaicín, con una enjabonada mecha de pelo renegrido pintándole el signo de interrogación en el centro de la frente y arracadas de plata muerta junto a las mejillas aceitunadas. Él, con su sombrero de alas planas y la chaqueta corta, debía ser dueño de algún cortijo de los alrededores de Motril.

Por última vez, Pedro Antonio propuso:

—¿Quieres que vaya y le provoque?

Soledad apartó la mirada del río. Encendidos los ojos, repuso violenta:

—¡He dicho que no y no! ¡Vaya tu talento y el beneficio! Si él te mata, yo te pierdo; si tú le matas, te veré en el presidio.


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11 págs. / 20 minutos / 46 visitas.

Publicado el 30 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Los Esbirros de Venecia

Roberto Arlt


Cuento


El año 1563, Alí Faat El Uazi, embajador del Gran Turco en Florencia, informado de mis habilidades en pintar retratos y del monto de mis deudas de juego, me invitó a concurrir al Fondacco del Turquí, donde, después de cumplimentarme como cuadra a una persona bien nacida, me propuso:

—¿Os interesaría saldar vuestras deudas de juego y recibir una bolsa de cinco mil cequíes de oro?

—¿A quién tengo que vender mi alma?

—Se trata de vuestro ingenio.

—¿Hay que asesinar a alguien?

—Tenéis el mismo genio que Benvenuto.

—Es mi paisano...

—No. No se trata de matar; pero pagaremos vuestras deudas de juego y os daremos cinco mil cequíes si conseguís poneros en comunicación con el maestro vidriero Buono Malamoco, que vive en la isla de Murano. Buono Malamoco ha enviudado recientemente, su familia consiste en dos hermanos a quienes aborrece y que lo odian. Como la ley de Venecia condena a muerte al artífice que abandona su país, o en su defecto, a la familia de éste, tenemos razonables motivos para suponer que Buono Malamoco no tendrá escrúpulos en abandonar su parentela entre las garras de los esbirros de Venecia.

—¿Por qué os interesa este hombre?

—Los cristales venecianos han desalojado nuestros vasos y espejos de los bazares de Oriente. Mientras el arte de manufacturar el cristal está en decadencia en nuestra patria, cada día se hace más perfecto en Venecia. Los friolari de Murano han logrado tal perfección, que funden vasos cuyo cristal se quiebra cuando se deposita en ellos un veneno, o espejos que se rompen en cuanto se refleja en ellos el rostro del enemigo del dueño de ese espejo. El propio embajador de Francia me ha hecho beber en un vaso cuyo vidrio neutraliza por completo la esencia de embriaguez que contiene el vino.

—¿Es tan difícil comunicarse con Buono Malamoco, que ofrecéis esa suma?


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Publicado el 24 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Estoy Cargada de Muerte

Roberto Arlt


Cuento


Gun, sentado en la orilla de la mesa niquelada, con las manos perdidas en los bolsillos del guardapolvo, examina la vitrina del instrumental quirúrgico, al tiempo que mueve como péndulos desiguales sus zapatazos amarillos. Hay algo allí, detrás de los vidrios, que no está bien. Eso es lo probable. Pero él no puede localizarlo.

Olga, sentada frente al escritorio, con el tul arrollado sobre la visera de su toca azul, cuenta:

—¡Oh, sí! Daniela está muy contenta. Por fin llega el esposo. ¿Te das cuenta? Después de dos años de vivir como un salvaje en la selva.

Gun no puede confesarle francamente a su esposa que en ese instante no se le importa un pepino que regrese o no el marido de Daniela. Y para impedir que Olga se indigne, contesta como si fuera muy importante lo que dice:

—Daniela es buena mujer. Debe estar contentísima.

Olga cotorrea:

—Tan contenta que hoy, mientras servía el té, se volcó una taza encima del pie y no sintió ningún dolor. ¡Mirá cómo estará de nerviosa la pobre!

Gun, con salto de gato, se aproxima a la vitrina. Por fin ha descubierto el detalle que lo mantiene alarmado. Y exclama, moviendo desoladamente la cabeza:

—Me han robado un juego de bisturíes. ¡Con razón que me estaba dando en la nariz la maldita vitrina!

Olga se acerca.

—¿Quién habrá sido?...

—No dejó tarjeta de visita...

—¿Y por qué no pusiste llave?

—Debe haber sido el anteúltimo enfermo que atendí. En un momento llamaron por teléfono...

Gun no ha terminado de pronunciar la palabra teléfono, cuando la sirvienta entra al consultorio, dirigiéndose a Olga:

—La llama por teléfono la niña Juana, señora.


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9 págs. / 16 minutos / 34 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Enigma de las Tres Cartas

Roberto Arlt


Cuento


El señor Perolet volvió la cabeza. Justamente tras la columna que soportaba el arco de entrada a la calle del Pez y la Manzana acababa de descubrir la silueta de su perseguidor. El señor Perolet echó la mano al bolsillo de su gabán, se cercioró de que su revólver permanecía aún allí y, haciendo un esfuerzo, se dirigió hacia la columna de piedra.

Su perseguidor había desaparecido. En su lugar, al pie de la columna, un chiquillo que vendía sardinas le señaló una línea escrita con tiza. Nuestro hombre se acercó y pudo leer: “Cruel Perolet, mañana o pasado te mataré.”

El señor Perolet jamás se había sentido obligado a tener arranques de héroe. En consecuencia, al pensar que su obstinado enemigo podía ser un irresponsable, sus piernas temblaron, sintió que se le aflojaban los goznes de las rodillas, un sudor frío inundaba su frente. Maquinalmente, en su chaleco rebuscó una moneda de cobre, que le arrojó al niño de las sardinas, a quien vio borrosamente a través de una neblina, y echó a caminar sin mirar el sol, que lucía en las calles laterales.

El señor Perolet estaba aterrorizado porque no era cruel.

Si tuviéramos que definirlo, diríamos que era un hombre bondadoso y anodino. Suizo francés, comerciaba en bibelotes de madera, que es una de las industrias más extendidas en la patria de Guillermo Tell. Radicado en París, desde donde inundaba las capitales de provincia con monigotes de cedro que los turistas compraban creyendo que se llevaban un recuerdo regional. Y de pronto, siniestra, llegó a él la primera amenaza de su misterioso enemigo, bajo la forma de una carta incomprensible:


“Perolet: sabemos que te dedicas al espionaje. Márchate a tu país o te matamos.”


Perolet echó la carta al canasto sin darle importancia. Tres días después recibió otra misiva:


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Publicado el 19 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

La Venganza de Tutankamón

Roberto Arlt


Cuento


Comenzaré por confesar que jamás sentí ninguna simpatía por el señor Almstrom, con quien una desdichada casualidad quiso que hiciera el cruce del Mar Rojo y parte del índico.

Almstrom era un gran entusiasta de lord Carnavon, el descubridor y profanador de la tumba de Tutankamón. En cierto modo, Almstrom (maldito sea el complicado nombre) había participado de la profanación del sepulcro del faraón, y ambos eran dos personas francamente desagradables.

Digo esto porque la gente que conoce los retratos de lord Carnavon ignora que dicho señor tenía un rostro espantosamente repulsivo, desfigurado por un lupus de extraordinarias dimensiones. Lord Carnavon gastó mucho dinero en médicos y tratamientos, hasta que, finalmente, un especialista le aconsejó que abandonara la húmeda Albión e hiciera una prueba con el seco clima de Egipto, ésta es la razón por la que el varias veces millonario lord Carnavon perdía el tiempo en Egipto. Finalmente, aburrido, se dedicó a excavar sepulcros.

Carnavon admiraba incondicionalmente a Maspero el egiptólogo. Maspero no sentía ningún entusiasmo por el millonario entremetido que iba y venía con su lupus a cuestas.

Carnavon le pidió un consejo a Maspero sobre el modo de hacer descubrimientos arqueológicos y Maspero, malhumorado le contestó:

—Cave primero hacia el Oeste, cuando se canse de cavar hacia el Oeste, cave hacia el Este.


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7 págs. / 13 minutos / 30 visitas.

Publicado el 10 de enero de 2024 por Edu Robsy.

El Resorte Secreto

Roberto Arlt


Cuento


Me llamo Albertina Halbert. A los quince años de edad asesiné a mi tía Eugenia. En la actualidad cuento cuarenta y cuatro años. El proceso de la muerte de mi cuerpo es cuestión de meses. Una enfermedad incurable da término a mi organismo. El relato de un crimen cometido en la edad pueril no tiende a expresar un remordimiento, sino a derramar un poco de luz, si es posible, sobre el oscuro relieve de lo que constituyen los móviles de la conducta humana.

Por mi modo de expresarme, nadie dudará de que soy una mujer culta. Mi difunto esposo solía decirme que jamás encontraría una mujer más ecuánime que yo. Como profesor de psicología, conocía lo suficientemente la naturaleza humana para no errar en sus afirmaciones. Creo que no exageraba. Siempre, instintivamente, traté que mis actos se desarrollaran dentro de los cuadros que se conforman con lo que consideramos la más estricta justicia.

¡Y, sin embargo, también instintivamente asesiné a mi tía!


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Publicado el 1 de enero de 2024 por Edu Robsy.

Regreso

Roberto Arlt


Cuento


Allí, doblado, con las puntas al aire sobre la mesa, está el papel con la dirección de Elena. De Elena, que ya no es una señorita sino una señora.

La vanidad de Julio puede reposar satisfecha en el recuerdo. Ha conocido los más desemejantes tipos de mujeres bajo diferentes constelaciones. Muñecas con trajes diversos expresando en idiomas distintos sentimientos análogos. Sara en Lisboa, más tarde Lina en Madrid, después Rjimo en Tetuán, Vaiolete en Londres, Teresita en Génova. Julio entrecierra los ojos y sonríe con sonrisa fatigada... ¡Cuántas son en diferentes climas! ¡Igualmente amadas, igualmente recordadas con gratitud! ¡Qué bondadosas y humanas han sido las extrañas para con él! Y ahora ya no están. Es probable que en este mismo momento que él recuerda a Lina, Lina, en una avanzada de Madrid, vigile una bocacalle al pie de una ametralladora. O que ya esté muerta, haciendo florecer las margaritas. ¿Y Rjimo? Camino a Fez, quizás en Casablanca, apoyada en la barnizada orilla de una mesa de ruleta frecuentada por la hez internacional del espionaje y del contrabando.

Julio sonríe con fatigado rostro. ¡Cuántas en diferentes climas! Treinta y cinco. No más. Podrían ser trescientas cincuenta, pero no son nada más que treinta y cinco. Bien puede reposar satisfecha su vanidad, filtrada a través de la pulpa de tan diferentes labios, pero su corazón aún aguarda acongojado. ¿Qué será de Lina, de Lina que como un pequeño atleta movía graciosamente los hombros al caminar por el Paseo de la Castellana y apoyando las ardorosas mejillas en su hombro? ¿Y de Rjimo? Rjimo, tenebrosa en el zoco de Tetuán, embozada como una monja, deslizando bajo las farolas de bronce sus chinelas doradas. ¡Oh, los tatuajes de Rjimo y la temperatura de la palma de su mano!


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9 págs. / 15 minutos / 29 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

Eugenio Delmonte y los 1300 Novios

Roberto Arlt


Cuento


Frente mismo a la bahía de Natiópolis avanza un jardín; en el extremo del jardín se ve una horca con el lazo corredizo colgante, y sobre el palo de la horca se puede leer esta inscripción:


“Destinada a Eugenio Delmonte
si se atreve a desembarcar aquí.”


Sin jactancia, me atrevo a dar fe que no hay ciudad en el mundo que pueda registrar un suceso tan maravilloso como el que se conoce bajo el nombre de “Eugenio Delmonte o los mil trescientos novios”.


El año 1921, Enriqueta Silver, por razones que aún no se conocen, cortó sus relaciones con Eugenio Delmonte. Éste tenía para entonces veinticuatro años; tres meses después su cabello había encanecido totalmente. Durante un año vagó por Natiópolis, y algunos de sus actos revelaban que su estado mental no era estrictamente normal. Enriqueta Silver desapareció un tiempo, pues sus padres, temerosos de un atentado, la enviaron a otra población. Eugenio llegó a cometer tales disparates, que se convirtió en el hazmerreír de las muchachas de nuestra ciudad. Quiero agregar que en Natiópolis las mujeres eran sumamente orgullosas. Ello se debía a que las estadísticas anotaban un porcentaje de veinte por ciento más de varones que de mujeres. En consecuencia, éstas eran muy solicitadas y pagadas de sí mismas.

En 1923 estalló la noticia bomba. Eugenio Delmonte acababa de heredar cincuenta millones de dólares de un tío remoto, cincuenta millones que, traducidos a nuestra moneda, equivalían a ciento cincuenta millones. Cuando los reporteros de los cuatro periódicos de Natiópolis quisieron reportear a Eugenio, éste había desaparecido de nuestra ciudad. Los padres de Enriqueta Silver se desvanecieron al conocer la noticia.


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8 págs. / 15 minutos / 29 visitas.

Publicado el 27 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Gran Guillermito

Roberto Arlt


Cuento


A pesar de que el dueño de casa lo encañonaba con el revólver, Guillermito, el ladrón, observaba intrigado, sin saber por qué, a la muchacha que se inclinaba sobre el teléfono.

Ella iba a tomar el auricular para pedir le conectaran con la comisaría, y en el preciso instante en que iba a pronunciar el número, el recuerdo se concretó vertiginosamente en la mente del ladrón, y exclamó:

—No llame. Yo soy el que robó el motor eléctrico.

“Fue como si hubiera caído un rayo al pie de los dos”, comentaba más tarde Guillermito.

La jovencita, abandonando el auricular, quedó rígida junto al teléfono; el dueño de casa echó al bolsillo su revólver y balbuceó:

—¿Es posible que sea usted?

“Otro aprovecharía la oportunidad para escapar —decía luego en su propio elogio Guillermito— pero yo me crucé de brazos e insistí:

“—Sí, soy yo el que robó el motor eléctrico. Y ahora, si quieren, llamen a la policía.”

Y el dueño de casa no llamó a la policía, sino a su mujer, y a grandes gritos:

—Justa, Justa, vení a ver al hombre que robó el motor eléctrico. Estaba forzando el escritorio.

La jovencita terminó por reconocerlo. Dirigiéndose a él, lo tomó de los brazos, lo miró fijamente, y dijo:

—Sí..., ahora lo reconozco. Es usted. ¡Ah, mal hombre, dos veces mal hombre! ¡Cuánto nos ha hecho pensar usted!

—Yo me llamo Gustavo Horner —dijo el dueño de casa.

—A mí me llaman Guillermito el Ladrón...

Los dos hombres se examinaban con curiosidad creciente, pero la jovencita sonreía con tanta amabilidad, que Guillermito tampoco pudo contener una sonrisa cuando ella, después de medirlo de pies a cabeza, exclamó:

—Deberían llamarlo Guillermo el Ladronazo, no Guillermito.


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11 págs. / 20 minutos / 25 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

El Bastón de la Muerte

Roberto Arlt


Cuento


Si alguien me hubiera dicho que aquellas señoras y caballeros, plácidamente arrellanados en sus butacas, dentro de un cuarto de hora tratarían de matar al orador con el cabo de sus paraguas, no lo hubiese creído.

Tampoco lo imaginaba (así lo supongo) el orador, míster Getfried, socio honorario del club, y cuya conferencia se titulaba “Un curioso caso de transmisión del pensamiento en la isla de Sumatra”.

El club (yo lo he llamado inapropiadamente club) no era club, sino la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Castelnau Levántate y Anda.

Todos los sábados un ciudadano diferente, por supuesto, y que tuviera algo que informamos respecto a la telepatía, rabdomancia, ciencias ocultas, magia o teosofía, ocupaba la cátedra de Levántate y Anda. De esta manera la población de Castelnau entró en conocimiento de numerosas particularidades del más allá.

El último orador es decir, el penúltimo, fue el capitán de equitación Soutri, quien a mi modesto juicio ha sido uno de los oradores que mejor nos ilustraron sobre las actividades psíquicas de la raza caballar comunicándonos sus experiencias personales con la yegua Batí, a la que era posible sugerirle órdenes hasta a cien metros de distancia. Una curiosa estadística de los experimentos permitía confeccionar un gráfico de la sensibilidad de la yegua. Esta evidencia, por otra parte, impresionó de tal manera al cochero Carlet, que desde entonces Carlet se abstuvo de castigar a la potranca que arrastraba su carruaje.

Claro está que todos esperábamos con sumo interés la conferencia de Getfried. Getfried había vivido algunos años en la Malasia; de la isla de Java había pasado a la de Sumatra por razones que jamás explicó, pero que atañían a los representantes de la justicia de su graciosa majestad, y desde entonces Getfried se acogió al bondadoso amparo de su nueva soberana, la reina Guillermina.


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7 págs. / 12 minutos / 23 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2024 por Edu Robsy.

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