Textos más populares este mes de Roberto Payró disponibles publicados el 1 de enero de 2021 que contienen 'u' | pág. 2

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autor: Roberto Payró textos disponibles fecha: 01-01-2021 contiene: 'u'


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Beneficencia Pagochiquense

Roberto Payró


Cuento


De las sociedades de beneficencia formadas por señoras que había en Pago Chico, la más reciente era la de las «Hermanas de los Pobres», fundada bajo los auspicios de la augusta y respetable logia «Hijos de Hirám» que le prestaba toda su cooperación. La primera en fecha era la sociedad «Damas de Benefícencia», naturalmente ultra católica y archiaristocrática, como se puede —¡y vaya si se puede!— serlo en Pago Chico.

Las «Hermanas de los Pobres» se instituyeron «para llenar un vacío» según dijo La Pampa, y la verdad es que en un principio hicieron gran acopio de ropas y artículos de utilidad, cuyo reparto se practicó no sin acierto entre pobres de veras sin distinción de nacionalidades, religiones ni otras pequeñeces. Distribuían también un poco de dinero, prefiriendo, sin embargo, socorrer a los indigentes con alimentos y objetos dándoles vales para carnicerías, lecherías, panaderías, boticas, todas de masones comprometidos a hacer una importante rebaja. La sociedad prosperó con gran detrimento de la otra, que ni tenía su actividad ni usaba de los mismos medios de acción, ni aprovechaba útilmente sus recursos. Se hablaba muy mal de esta última. «Las Damas de Beneficencia» no servían ni para Dios ni para el Diablo según la opinión general. Es decir, esa opinión estaba conteste en que servía, pero no a las viudas, ni a los huérfanos, ni a los pobres, ni a los inválidos y enfermos, sino a su digna presidenta misia Gertrudis, la esposa del tesorero municipal, quien hallaba medio de ayudarse a sí misma, no ayudando a los demás, con los recursos que le llovían de todas partes. Pero, eso sí, la contabilidad de la asociación era llevada «secundum arte», limpia y con buena letra, como que de ello cuidaba el mismo tesorero, esposo fiel y servicial.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Fantasma

Roberto Payró


Cuento


El fantasma Las apariciones sobrenaturales de que era víctima Jesusa Ponec, traían revuelto al pueblo desde semanas atrás. Misia Jesusa las había revelado bajo sello de secreto inviolable a sus íntimas amigas: misia Cenobia, la empingorotado y tremebunda esposa del concejal Bermúdez, y misia Gertrudis Gómez, la espigadora presidenta de las Damas de Beneficencia. Tula y Cenobia las comunicaron, naturalmente, bajo el mismo sello inviolable, a sus confidentas, quienes, a su vez... Total, que todo el mundo lo sabía.

Los fantasmas suelen deambular preferentemente en las noches de invierno, cuando los vecinos se quedan en sus casas, pero a la sazón era verano, un verano de plomo derretido que mantenía en fusión el fuelle del viento norte. Así, los que se encerraban «por si acaso» desde que corrió la noticia, sudaban la gota gorda.

Tula y Cenobia escucharon, haciéndose cruces y temblando como azogadas, las primeras confidencias de Jesusa, aunque Cenobia Bermúdez fuera hembra de pelo en pecho y capaz de zurrarle la badana (como lo probó varias veces) no sólo a su esposo, sino al más pintado, y aunque Tula no tuviese temor de Dios, según decían las malas lenguas refiriéndose a cómo administraba la sociedad. Hicieron que llenase su casa de palma y boj del Domingo de Ramos, que la rociara con agua bendita, que pintara cruces en el suelo delante de las puertas, que encendiese velas de la Candelaria, que hiciera sahumerios de incienso... Y como el fantasma —que era el ánima de su marido Nemesio Ponce, comisario de Tablada— siguió apareciéndose a misia Jesusa, la aconsejaron que acudiese en confesión al cura Papagna, pues aunque éste fuera un «carcamán sin conciencia», era el único que tenía corona para conjurar al Malo y ahuyentarlo con sus «sorcismos».


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Justicia Salomónica

Roberto Payró


Cuento


He aquí, textualmente, la versión de uno de los más ruidosos escándalos sociales de Pago Chico, oída de los veraces labios de Silvestre Espíndola, en el «mentidero» —como él le llamaba— de su botica:

—Pero cuando Cenobita lo derrotó fiero al pobre Bermúdez fue el verano pasado. Sólo que la derrota tuvo complicaciones...

Estaban los dos en el comedor, que da a la calle, y Bermúdez, en mangas de camisa, daba la espalda a la ventana. Hacía un calor bárbaro, un viento norte de no te muevas; el gato en el suelo, hecho una rosca, dormía con un ojo, y Cenobita y su marido estaban de un humor de perros, como ya verán.

Era la hora del almuerzo; la chinita Ugenia trajo la sopera y Cenobita sirvió a Bermúdez, que, en cuanto probó la primera cucharada rezongó de mal modo:

—Esta sopa está fría.

—¿Qué decís? ¡Cómo ha de estar fría si el cucharón me abrasa los dedos! —retrucó Cenobita, furiosa sin razón.

—¡Bah! ¡Cuando yo te digo que está fría!

—¡Pues yo te digo que no puede estar fría, ¿entendés?

—Pero si vos no la has probado y yo acabo de probarla. ¡Qué sabés vos!

—¿Que qué sé yo? ¡Repetí, a ver!

—Sí, te repetiré hasta cansarme, que está fría, que está...

Pero Cenobita no lo dejó concluir:

—Pues si está fría, tomá, refrescate...

Y ¡zas! le zampó la sopera en la cabeza. Mi hombre le hizo una cuerpeada; la sopera, aunque se le derramara encima, lo tocó de refilón, ¡plan! pegó en el suelo, se hizo añicos y un pedazo de loza fue a lastimar al gato, que saltó a la calle todo erizado y con la cola tiesa, a tiempo que pasaba Salustiano Gancedo, que, como ustedes saben, por chismes y envidias nada más, siempre ha andado a tirones con Bermúdez.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Juez de Paz

Roberto Payró


Cuento


Ya se ha visto que también Pago Chico tenía juez de paz y que éste era entonces, desde años, D. Pedro Machado, «pichuleador» enriquecido en el comercio con los indios, y a quien la política había llamado tarde y mal.

—¡A la vejez viruela! —decía Silvestre.

Y para desaguisados nadie semejante al juez aquel, famoso en su partido y en los limítrofes, por una sentencia salomónica que no sabemos cómo contar porque pasa de castaño obscuro.

Ello es que un mozo del Pago, corralero por más señas, tuvo amores con una chinita de las de enagua almidonada y pañolón de seda, linda moza, pero menor y sujeta aún al dominio de la madre, una vieja criolla de muy malas pulgas que consideraba a su hija como una máquina de lavar, acomodar, coser, cocinar y cebar mate, puesta a sus órdenes por la divina providencia.

Demás está decir que se opuso a los amores de Rufina y Eusebio, como quien se opone a que lo corten por la mitad, y tanto hizo y tanto dijo para perder al muchacho en el concepto de la niña... que ésta huyó un día con él sin que nadie supiera adónde.

Desesperación de misia Clara, greñas por el aire, pataleos y pataletas...

El vecindario en masa, alarmado por sus berridos, acudió al rancho, la roció con Agua Florida, la hizo ponerse rodajas de papas en las sienes, y por si el disgusto había dañado los riñones, la comadre Cándida, gran conocedora de males y remedios, le dio unos mates de cepa caballo...

Luego comenzó el rosario de los consuelos, de las lamentaciones y de los consejos más o menos viables.

—¡Será como ha'e ser misia Clara! ¡Hay que tener pacencia!... ¡Si es de lái háe golver!

—¡Usebio es un buen gaucho y no la v'a dejar! —observaba un consejero del sexo masculino, que atribuía muy poca importancia al hecho.

Pero misia Clara no quería entender razones, ni aceptar consejos, ni tener paciencia.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Don Manuel en Pago Chico

Roberto Payró


Cuento


Una de las frecuentes revoluciones provinciales quedó por milagro dueña de algunos partidos. Entre ellos se contaba Pago Chico, pues la junta central revolucionaria envió como delegado un capitán de línea cuyo marcial ascendiente subyugó a los infelices paisanos que dragoneaban de vigilantes, con medio sueldo para acrecer los gajes del comisario oficialista, quien escapó al primer asomo de revuelta, temiendo la infidelidad y la venganza de los subalternos. Tomose la policía con cuatro gatos, sin disparar un tiro, y como «muerto el perro se acabó la rabia», la comuna quedó en manos de los opositores.

—¡Viva la revolución! —gritaba el pueblo poco después, saliendo de sus casas al saberse triunfante.

El capitán Pérez reunió enseguida a los opositores principales (que habían creído deber patriótico no derramar sangre de hermanos y convecinos) y deliberó con ellos acerca del buen gobierno inmediato de Pago Chico. De la deliberación resultaron, como es lógico, miembros de la Municipalidad, todos los presentes, y el capitán quedó al frente de la comisaría y demás fuerzas armadas.

Pero considerose decorativo y de acuerdo con los altos ideales que se perseguían a tanta costa, nombrar un intendente imparcial, fundamentalmente honrado y universalmente querido. Sólo don Juan Manuel García reunía estas condiciones, y don Juan Manuel García fue puesto a la cabeza de la comuna.

Era un hombre ya maduro, rico para aquel rincón y aquella época, muy bondadoso, muy conciliador enemigo de chismes y politiquerías, y a quien todos rodeaban de la consideración debida a un ente superior por la experiencia, la práctica y el buen sentido natural que ponía gustoso al servicio de cualquiera. Todos esperaban grandes cosas de él... ¡pero no tan grandes!


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Ladrillo de Máquina

Roberto Payró


Cuento


La llamada «crisis de progreso» llegó hasta Pago Chico, provocando una especulación en tierras, bastante grande en relación a la importancia del pueblo.

La villa, hoy con honores nominales de «ciudad», cambió rápidamente de aspecto; pero la liquidación final de la aventura dejó a la mitad de los habitantes en la calle, cuando, después del 89, los pesos comenzaron a andar a caballo o a esconderse como los peludos.

Pero antes de esta semicatástrofe, no pasaba domingo ni día de fiesta sin diez o doce remates de sola. res, quintas y chacras, y un terreno cualquiera solía tener en un solo mes cuatro o cinco propietarios sucesivos, dejando apreciable ganancia a todos los vendedores.

Como consecuencia de esta embriaguez por el juego mal disimulado y de la intermitente abundancia de dinero, cundía la edificación, no quedaba prójimo sin amontonar ladrillos, levantábanse barrios enteros, y los albañiles acudían de todas partes al olor del trabajo bien remunerado.

Las «autoridades» de Pago Chico habían formado, naturalmente, sociedad para la compra-venta de tierras, la adquisición por testaferros de «sobrantes» municipales, tramitación y logro de «indemnizaciones» por solares no ubicados, y otras operaciones no menos honestas y lucrativas.

Estos negocios necesitan una rápida explicación, aunque no afecten al fondo de la verídica historia que narramos.

Ya se ha visto que el plano del pueblo estaba topográficamente muy mal aplicado y tanto que en medio de las manzanas, entre solar y solar, quedaba a veces una fracción de terreno sin dueño: esta fracción era el «sobrante».

Como es muy de temer que esta explicación no se entienda, apelamos a las rayas. Toda manzana pagochiquense era un cuadrilátero de ciento cincuenta varas de lado, dividido cada uno en cuatro solares de treinta y siete y media varas de frente por setenta y cinco de fondo, así:


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Los Patos

Roberto Payró


Cuento


Era la tarde del 31 de diciembre. Ruiz, el tenedor de libros de una importante casa de comercio —aquel españolito capaz y relativamente instruido que acababa de llegar al pueblo, después de una escala en Buenos Aires, provisto de calurosas recomendaciones para su compatriota el doctor don Francisco Pérez y Cueto, que no tardó en procurarle la susodicha ubicación— se hallaba, como de costumbre, en la frecuentada trastienda de la botica de Silvestre, sorbiendo el mate que echaba Rufo, el nunca bien ponderado peón criollo del criollo farmacéutico.

Merced a su irresistible don de gentes, el boticario era ya íntimo amigo del tenedor de libros, a quien había enseñado en pocas semanas a tomar mate —como se ha visto—, a jugar al truco y a opinar sobre política, tarea esta última siempre fácil y agradable para un español. El aprendizaje de las otras dos, y sobre todo de la primera, había costado mayor esfuerzo...

Ruiz, a pesar de su renegrido bigote, de sus ojos negros y brillantes y de su continente resuelto, no sabía andar a caballo ni conducir un carruaje —observación que no parece venir a cuento, pero que es imprescindible, sin embargo—, de modo que, los domingos, cuando obtenía prestado el tílbury de su patrón, veíase en la obligación de buscar compañero ayudante que lo sacara de posibles apuros. Su primer invitación iba siempre enderezada a Silvestre, cuya obligada respuesta era:

—No puedo abandonar la botica, ¡como te suponés!...

Porque ya se trataban tú por tú —o tú por vos, para ser más exacto— a pesar de lo reciente de la relación.


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Sitiado por Hambre

Roberto Payró


Cuento


—¡Hay que sitiarlo por hambre! —había exclamado Ferreiro aludiendo a Viera, en vista del pésimo efecto producido por las medidas de rigor, como pudo verse en «Libertad de imprenta».

El plan era fácil de desarrollar y estaba a medias realizado por el oficialismo pagochiquense en masa, que ni compraba La Pampa, ni anunciaba en ella, ni encargaba trabajos tipográficos en la imprenta cívica. No había más que seguir apretando el torniquete y aumentar el ya crecido número de los confabulados contra el periodista. De la tarea se encargaron cuantos pagochiquenses estaban en el candelero, dirigidos por el escribano que les hizo emprender una campaña individual activísima, no de abierta hostilidad, pues eso no hubiera sido diplomático, sino de empeñosa protección a El Justiciero.


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¡Guerra a Silvestre!

Roberto Payró


Cuento


También acabó Silvestre por incomodar a los situacionistas que resolvieron castigarlo, igual que a Viera.

A este propósito hicieron que fuera a establecerse a Pago Chico, habilitado por ellos, un farmacéutico diplomado, cierto italiano Barrucchi, venido del país amigo a hacer fortuna rápidamente, así, sin otra condición, rápidamente.

La competencia fastidió mucho al criollo en un principio, como que hasta fue denunciado al Consejo de Higiene por ejercicio ilegal de la profesión. Pero estaba atrincherado tras de su regente, a quien hizo pasar una temporadita en el Pago, con pret, plus y otras regalías inherentes a la actividad del servicio.

—Al gringo l'enseñan —decía—, pero nada le ha'e valer. ¡A la larga no hay cotejo!

Y para dominar del todo la situación, halló manera de ¿cómo diremos? untar la mano al inspector enviado de La Plata.

«Untar la mano» es frase grosera, bien; pero ¿qué decir entonces, del hecho de untarla, y de dejársela untar?...

Nada. Punto. Y sigamos adelante con los faroles.

No se durmió Silvestre sobre los laureles de su primera defensa victoriosa, sino que atisbó, vichó, bombeó, supo cuanto hacía el italiano, le tendió lazos, le analizó preparaciones en que había substituido sustancias, publicó los resultados, formuló denuncias, y de perseguido convirtiose pronto en perseguidor, porque en aquella delicada materia se inmiscuía alguien más que los cabecillas pagochiquenses, y el Consejo de Higiene, no desdeñoso de multas, solía enviar inspectores cuando era a golpe seguro, y entre tantos alguno habría reacio a los ungüentos de marras.

Y apareció muy luego otro inspector.


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Altruismo

Roberto Payró


Cuento


Entre las espesas sombras de la noche, en grupos charlatanes de tres o cuatro personas, numerosos vecinos de Pago Chico se encaminaban lentamente a la estación del ferrocarril. Se habían reunido con ese objeto en el Club del Progreso, en el café y en la confitería de Cármine, y al acercarse la hora fueron destacándose poco a poco, para no llamar demasiado la atención ni dar pie a que los opositores hicieran alguna de las suyas.

Llegaba en tren expreso, costeado naturalmente por el gobierno, el diputado Cisneros con la misión de reconstruir el comité, y era preciso hacerle una calurosa acogida a pesar de lo intempestivo de la hora. La estación estaba completamente a oscuras; sólo por la puerta de la habitación del jefe, filtraba una raya de luz, y allá en el fondo el Buffet —en funciones para las circunstancias—, abría sobre andén desierto, el abanico luminoso de su entrada. Allí fueron sentándose a medida que llegaban, el doctor Carbonero, el escribano Ferreiro, el intendente Luna, el juez de paz Machado, el concejal Bermúdez y varios otros, sin que faltaran el comisario Barraba y su escribiente Benito, ni aún don Másimo, el portero de la Municipalidad, muy extrañado de no tener que disparar bombas de estruendo en tan solemne emergencia. No hubo francachela; los tiempos estaban malos, y nadie quería cargar con el mochuelo del coperío, aunque sólo hubiera en la estación una veintena de personas. Cada cual, si quería, «tomaba algo»... y pagaba.

La espera fue larga. El expreso se había retrasado en no sabemos qué estación y el jefe aun no tenía noticias de su llegada... Poco a poco, todos fueron a pasearse en la oscuridad del andén, luego instintivamente agrupáronse a la puerta de Buffet, y conversaban mirando inquietos al norte por descubrir entre las sombras el ojo encendido del tren en marcha.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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