Textos más descargados de Roberto Payró publicados por Edu Robsy publicados el 1 de enero de 2021 | pág. 2

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autor: Roberto Payró editor: Edu Robsy fecha: 01-01-2021


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La Elección Municipal

Roberto Payró


Cuento


Aquella mañana, con grande asombro de Pago Chico entero, apareció en el diario oficial, El Justiciero, la siguiente inesperada noticia:


OTRA LISTA DE CANDIDATOS MUNICIPALES

«Con importantes elementos políticos, pertenecientes al partido provincial, acaba de formarse un nuevo comité que en las elecciones de hoy sostendrá la siguiente lista de candidatos para municipales.

Don Domingo Luna
Don Juan Dozo
Don José Bermúdez

Este comité, que funciona en la calle Buenos Aires, número 17, cuenta con numerosos miembros, y aunque formado a última hora puede disputar el triunfo a los demás partidos con bastantes probabilidades de éxito. En cuanto a los cívicos, demás parece repetir que tendrán que comer cola.»
 

¿Qué acontecimientos habían ocurrido? ¿Era la influencia de Bermúdez tan poderosa que su descontento producía la escisión del partido oficial? No debía ser así, pues él mismo se sorprendió al leer la noticia, y lleno de entusiasmo se encaró con su mujer, y golpeando el diario con el dedo, exclamó gozoso:

—¿No ves, china, cómo todavía me necesitan, cómo todavía tengo quien me apoye? ¡Yo también soy candidato, y del mismo partido oficial! ¡Mirá la lista! ¡Aquí estoy con Luna y Dozo, y El Justiciero dice que muy bien podemos triunfar!

—¡Alguna picardía de Ferreiro! Lo mejor será que no te metás —replicó Cenobita, siempre desconfiada—. Cuando menos, te quieren sacar unos pesos pa'l'asao con cuero y la pionada...

—¡Vos siempre agarrás pa lao del miedo! —replicó Bermúdez que se echó inmediatamente a la calle, vibrando de entusiasmo y de esperanza.

Eran las siete, y faltaba una hora para la apertura oficial del comicio.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

¡Guerra a Silvestre!

Roberto Payró


Cuento


También acabó Silvestre por incomodar a los situacionistas que resolvieron castigarlo, igual que a Viera.

A este propósito hicieron que fuera a establecerse a Pago Chico, habilitado por ellos, un farmacéutico diplomado, cierto italiano Barrucchi, venido del país amigo a hacer fortuna rápidamente, así, sin otra condición, rápidamente.

La competencia fastidió mucho al criollo en un principio, como que hasta fue denunciado al Consejo de Higiene por ejercicio ilegal de la profesión. Pero estaba atrincherado tras de su regente, a quien hizo pasar una temporadita en el Pago, con pret, plus y otras regalías inherentes a la actividad del servicio.

—Al gringo l'enseñan —decía—, pero nada le ha'e valer. ¡A la larga no hay cotejo!

Y para dominar del todo la situación, halló manera de ¿cómo diremos? untar la mano al inspector enviado de La Plata.

«Untar la mano» es frase grosera, bien; pero ¿qué decir entonces, del hecho de untarla, y de dejársela untar?...

Nada. Punto. Y sigamos adelante con los faroles.

No se durmió Silvestre sobre los laureles de su primera defensa victoriosa, sino que atisbó, vichó, bombeó, supo cuanto hacía el italiano, le tendió lazos, le analizó preparaciones en que había substituido sustancias, publicó los resultados, formuló denuncias, y de perseguido convirtiose pronto en perseguidor, porque en aquella delicada materia se inmiscuía alguien más que los cabecillas pagochiquenses, y el Consejo de Higiene, no desdeñoso de multas, solía enviar inspectores cuando era a golpe seguro, y entre tantos alguno habría reacio a los ungüentos de marras.

Y apareció muy luego otro inspector.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Los Patos

Roberto Payró


Cuento


Era la tarde del 31 de diciembre. Ruiz, el tenedor de libros de una importante casa de comercio —aquel españolito capaz y relativamente instruido que acababa de llegar al pueblo, después de una escala en Buenos Aires, provisto de calurosas recomendaciones para su compatriota el doctor don Francisco Pérez y Cueto, que no tardó en procurarle la susodicha ubicación— se hallaba, como de costumbre, en la frecuentada trastienda de la botica de Silvestre, sorbiendo el mate que echaba Rufo, el nunca bien ponderado peón criollo del criollo farmacéutico.

Merced a su irresistible don de gentes, el boticario era ya íntimo amigo del tenedor de libros, a quien había enseñado en pocas semanas a tomar mate —como se ha visto—, a jugar al truco y a opinar sobre política, tarea esta última siempre fácil y agradable para un español. El aprendizaje de las otras dos, y sobre todo de la primera, había costado mayor esfuerzo...

Ruiz, a pesar de su renegrido bigote, de sus ojos negros y brillantes y de su continente resuelto, no sabía andar a caballo ni conducir un carruaje —observación que no parece venir a cuento, pero que es imprescindible, sin embargo—, de modo que, los domingos, cuando obtenía prestado el tílbury de su patrón, veíase en la obligación de buscar compañero ayudante que lo sacara de posibles apuros. Su primer invitación iba siempre enderezada a Silvestre, cuya obligada respuesta era:

—No puedo abandonar la botica, ¡como te suponés!...

Porque ya se trataban tú por tú —o tú por vos, para ser más exacto— a pesar de lo reciente de la relación.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Libertad de Imprenta

Roberto Payró


Cuento


Las cosas iban tomando en Pago Chico un giro terrible. La política enardecía los ánimos y «La Pampa» y «El Justiciero» se dirigían los cumplidos de mayor calibre que hasta ahora haya soportado una hoja de papel. Estaban cercanas las elecciones municipales, y cívicos y oficialistas abrían ruda campaña, los unos para conquistar, los otros para retener el gobierno de la comuna. «La Pampa» no dejó de aprovechar el desfalco descubierto en la tesorería municipal, y no dirigió sus golpes al culpable tesorero, sino que se encaró con el intendente mismo. Un parrafito:

«Si don Domingo Luna estuviera donde debe estar, que no es seguramente en la intendencia de Pago Chico, sino cerca de Olavarría, no se hubiese cometido ese robo escandaloso, que una vez más viene a demostrar cómo la pobre provincia que sufre la canalla entronizada de un gobierno que es la cueva de Alí Babá, va a ser esquilmada hasta el último peso por los secuaces que ese gobierno mantiene en todas partes, ya que no hay persona decente que quiera servir sus planes ignominiosos, y si puramente hombres sin honor ni vergüenza».

Y el artículo que seguía in crescendo, peor en sintaxis y pésimo en intenciones, enfureció a don Domingo de tal modo, que se fue como un cohete a consultar el caso con el escribano Ferreiro, su mentor en las grandes emergencias. Quería acusar a la publicación. Ferreiro, sudoroso, leyó atentamente el artículo, dejando oír ligeros ¡hum! ¡hum! intraducibles; luego depositó el diario en las rodillas y sentenció:

—No es acusable.

Don Domingo Luna se exaltó, replicando, pálido de ira:

—¿Quiere decir que porque a un miércoles se le ocurre robarse la plata de la municipalidad, a mí me puede decir que debo estar en la cárcel de Sierra Chica ese canalla de Viera?

—No lo dice, lo da a entender, —repuso tranquilamente Ferreiro.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Caudillo

Roberto Payró


Cuento


Don Ignacio era el hombre de la oposición en Pago Chico. Las autoridades lo miraban como su bestia negra, y el pueblo, siempre descontento, tenía puestas en él sus esperanzas, seguíalo en todas sus empresas políticas, le daba a defender sus intereses.

Sin don Ignacio, Pago Chico hubiera sido un cementerio de vivos; con él, siquiera se ejercía el derecho del pataleo.

No era don Ignacio muy largo, pero alguno de sus correligionarios hallaba modo de lograrle préstamos y donativos, ya para sus necesidades personales, ya para lo mismo, pero bajo el pretexto de gastos de propaganda. Él se sometía refunfuñando, pues, ¿cómo ser jefe de partido si se comienza por descontentar a los partidarios? Pero apuntaba... Su viejo cuaderno de notas, tenía páginas como ésta:


PESOS Prestado al gordo, que está sin trabajo .................... 5'00 A Juan para la copa ........................................ 0'20 Un letrero y una bandera para el comité ................... 15'50 A la china Dominga para que haga venir a sus hijas a la inscripción ...............................25'00 Una docena de bombas ....................................... 6'00
 

Sumaba cuidadosamente don Ignacio estas partidas, que en tres años de oposición a todo trance habían alcanzado a formar una gruesa suma —cuatro o cinco mil pesos—, y no examinaba su cuaderno sin lanzar un suspiro y sumirse en profunda meditación.

—¿Quién pagará estas misas? —se decía.

O, conversando con sus tenientes, hablaba de la patria, de los deberes del ciudadano, de los sacrificios que hay que hacer en pro de la libertad, de la abnegación que exigen los partidos de principios, para terminar diciendo:

—Yo soy el pavo de la boda.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Altruismo

Roberto Payró


Cuento


Entre las espesas sombras de la noche, en grupos charlatanes de tres o cuatro personas, numerosos vecinos de Pago Chico se encaminaban lentamente a la estación del ferrocarril. Se habían reunido con ese objeto en el Club del Progreso, en el café y en la confitería de Cármine, y al acercarse la hora fueron destacándose poco a poco, para no llamar demasiado la atención ni dar pie a que los opositores hicieran alguna de las suyas.

Llegaba en tren expreso, costeado naturalmente por el gobierno, el diputado Cisneros con la misión de reconstruir el comité, y era preciso hacerle una calurosa acogida a pesar de lo intempestivo de la hora. La estación estaba completamente a oscuras; sólo por la puerta de la habitación del jefe, filtraba una raya de luz, y allá en el fondo el Buffet —en funciones para las circunstancias—, abría sobre andén desierto, el abanico luminoso de su entrada. Allí fueron sentándose a medida que llegaban, el doctor Carbonero, el escribano Ferreiro, el intendente Luna, el juez de paz Machado, el concejal Bermúdez y varios otros, sin que faltaran el comisario Barraba y su escribiente Benito, ni aún don Másimo, el portero de la Municipalidad, muy extrañado de no tener que disparar bombas de estruendo en tan solemne emergencia. No hubo francachela; los tiempos estaban malos, y nadie quería cargar con el mochuelo del coperío, aunque sólo hubiera en la estación una veintena de personas. Cada cual, si quería, «tomaba algo»... y pagaba.

La espera fue larga. El expreso se había retrasado en no sabemos qué estación y el jefe aun no tenía noticias de su llegada... Poco a poco, todos fueron a pasearse en la oscuridad del andén, luego instintivamente agrupáronse a la puerta de Buffet, y conversaban mirando inquietos al norte por descubrir entre las sombras el ojo encendido del tren en marcha.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Sitiado por Hambre

Roberto Payró


Cuento


—¡Hay que sitiarlo por hambre! —había exclamado Ferreiro aludiendo a Viera, en vista del pésimo efecto producido por las medidas de rigor, como pudo verse en «Libertad de imprenta».

El plan era fácil de desarrollar y estaba a medias realizado por el oficialismo pagochiquense en masa, que ni compraba La Pampa, ni anunciaba en ella, ni encargaba trabajos tipográficos en la imprenta cívica. No había más que seguir apretando el torniquete y aumentar el ya crecido número de los confabulados contra el periodista. De la tarea se encargaron cuantos pagochiquenses estaban en el candelero, dirigidos por el escribano que les hizo emprender una campaña individual activísima, no de abierta hostilidad, pues eso no hubiera sido diplomático, sino de empeñosa protección a El Justiciero.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Metamorfosis

Roberto Payró


Cuento


Terminada la tarea de los recibos para fin de mes, don Lucas Ortega se dispuso a salir en busca de las noticias municipales y policiales, a pesar de la opinión del regente.

—¡No hay que descuidarse! —le había dicho éste—. Manolito nos la ha jurado y es capaz de cualquier barbaridad.

Don Lucas púsose el sombrero, tomó como de costumbre su bastón de estoque, y salió a las calles silenciosas de Pago Chico en plena siesta, diciéndose que él no se metía con nadie, y que mal podía nadie meterse con él. Olvidaba el pobre y manso administrador y reporter de El Justiciero una malhadada y peligrosa modalidad de su carácter: la inclinación a darse lustre.

Llegado muy joven de La Coruña, don Lucas no había sido siempre «periodista», como se declaraba enfáticamente. La instrucción recibida en una escuela de lugar no le dio para tanto en los primeros años. Se estrenó con toda modestia en una trastienda de almacén, despachando copas; luego ascendió a vendedor, y más tarde a habilitado; a los diez o doce años de estar en la casa, ya era socio, a los quince pudo establecerse por su cuenta, en pequeña escala... Pero de pronto, cuando ya esperaba reunir una fortunita y todo el mundo le llamaba «don Lucas» (el don le quedó para siempre) sobrevino una crisis, los deudores no pagaban, los acreedores se le echaban encima, y desde lo alto del que creyera inconmovible pedestal, rodó nuestro héroe, se encontró en la calle, y rodando, rodando, llegó por fin a Pago Chico, y encalló en la administración de El Justiciero.

En tan deslumbrante posición comenzó para él otra era de grandeza, no ya material y pecuniaria, sino social e intelectual, cosa que estimaba muchísimo más, aunque a veces lamentara a sus solas el sueldo escaso y tardo, y la brillante miseria.


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La Escena y los Actores

Roberto Payró


Cuento


Fortín en tiempo de la guerra de indios, Pago Chico había ido cristalizando a su alrededor una población heterogénea y curiosa, compuesta de mujeres, de soldados, —chinas— acopiadores de quillangos y plumas de avestruz, compradores de sueldos, mercachifles, pulperos, indios mansos, indiecitos cautivos —presa preferida de cuanta enfermedad endémica o epidémica vagase por allí.

El fortín y su arrabal, análogo al de los castillos feudales, permanecieron largos años estacionarios, sin otro aumento de población que el vegetativo —casi nulo porque la mortalidad infantil equilibraba casi a los nacimientos, pero cuyos claros venían a llenar los nuevos contingentes de tropas enviados por el gobierno.

Mas cuando los indios quedaron reducidos a su mínima expresión —«civilizados a balazos»—, la comarca comenzó a poblarse de «puestos» y «estancias» que muy luego crecieron y se desarrollaron, fomentando de rechazo la población y el comercio de Pago Chico, núcleo de toda aquella vida incipiente y vigorosa.

Cuando ese núcleo provincial adquirió cierta importancia, el gobierno provincial de Buenos Aires, que contaba para sus manejos políticos y de otra especie con la fidelidad incondicional de los habitantes, erigió en «partido» el pequeño territorio, dándole por cabecera el antiguo fuerte, a punto ya de convertirse en pueblo. El gobierno adquiría con esto una nueva unidad electoral que oponer a los partidos centrales, más poblados, más poderosos y más capaces de ponérsele frente a frente para fiscalizarlo y encarrilarlo.

Como por entonces no existían ni en embrión las autonomías comunales, el gobierno de la provincia nombraba miembros de la municipalidad, comandantes militares, jueces de paz y comisarios de policía, encargados de suministrarle los legisladores a su imagen y semejanza que habían de mantenerlo en el poder.


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Justicia Salomónica

Roberto Payró


Cuento


He aquí, textualmente, la versión de uno de los más ruidosos escándalos sociales de Pago Chico, oída de los veraces labios de Silvestre Espíndola, en el «mentidero» —como él le llamaba— de su botica:

—Pero cuando Cenobita lo derrotó fiero al pobre Bermúdez fue el verano pasado. Sólo que la derrota tuvo complicaciones...

Estaban los dos en el comedor, que da a la calle, y Bermúdez, en mangas de camisa, daba la espalda a la ventana. Hacía un calor bárbaro, un viento norte de no te muevas; el gato en el suelo, hecho una rosca, dormía con un ojo, y Cenobita y su marido estaban de un humor de perros, como ya verán.

Era la hora del almuerzo; la chinita Ugenia trajo la sopera y Cenobita sirvió a Bermúdez, que, en cuanto probó la primera cucharada rezongó de mal modo:

—Esta sopa está fría.

—¿Qué decís? ¡Cómo ha de estar fría si el cucharón me abrasa los dedos! —retrucó Cenobita, furiosa sin razón.

—¡Bah! ¡Cuando yo te digo que está fría!

—¡Pues yo te digo que no puede estar fría, ¿entendés?

—Pero si vos no la has probado y yo acabo de probarla. ¡Qué sabés vos!

—¿Que qué sé yo? ¡Repetí, a ver!

—Sí, te repetiré hasta cansarme, que está fría, que está...

Pero Cenobita no lo dejó concluir:

—Pues si está fría, tomá, refrescate...

Y ¡zas! le zampó la sopera en la cabeza. Mi hombre le hizo una cuerpeada; la sopera, aunque se le derramara encima, lo tocó de refilón, ¡plan! pegó en el suelo, se hizo añicos y un pedazo de loza fue a lastimar al gato, que saltó a la calle todo erizado y con la cola tiesa, a tiempo que pasaba Salustiano Gancedo, que, como ustedes saben, por chismes y envidias nada más, siempre ha andado a tirones con Bermúdez.


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