Textos más populares este mes de Roberto Payró publicados el 1 de enero de 2021 | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 25 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Roberto Payró fecha: 01-01-2021


123

Para Barrabasadas...

Roberto Payró


Cuento


¡Cuánta serenata y qué golpear de puertas! Pago Chico está «desatado» y mientras en el club los patricios hacen destapar mucho vino espumante y un poco de champaña, entre risas, dicharachos y brindis, de las trastiendas de los almacenes y de los despachos de bebidas salen cantos broncos y desafinados en que se distingue algún «te l'o detto tante volte»... o acompasadas y estrepitosas vociferaciones de «morra», como martillazos secos, o la algarabía de alguna disputa nacida entre oleadas de carlón.

Por las calles vagan grupos de obreros con acordeón y guitarra, y de jóvenes calaveras, al uso pagochiquense, que repican los Hamadores, se cuelgan de las campanillas, hacen ronga-catonga alrededor de algún infeliz que se retira tropezando, medio chispo, y producen tal alboroto que parecen legión cuando son apenas un puñado.

Éstos se divierten apedreando las ventanas del Juez de Paz —sabiéndolo, en el Club— guarecidos tras de la tapia de un terreno baldío; aquéllos han atado un tarro de petróleo a la cola del perro de Silvestre, y allá va el pobre animal como una exhalación hasta el confín del pueblo, despertando a las supersticiosas comadres de los ranchos que se santiguan aterradas; los de más allá, inspirados por el hijo de Bermúdez, mozo «diablo» cuya viveza es legendaria, han puesto en práctica la genial idea de descolgar el letrero de Madama Chomblant, la partera —cuadro que representa una mujer de palo, vestida de hojalata, sacando un feto rojo de un rábano recortado en forma de rosa—, y colgarlo en la puerta del cura, que echará pestes sin saber a quién debe tal bromazo.

Al Club del Progreso, con motivo de tan magna fiesta, han acudido tirios y troyanos a pesar de las terribles disenciones. Hay armisticio, y el mismo comisario Barraba se ha dignado hacer acto de presencia —muy campechano— y codearse breves momentos con la oposición.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 45 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Con la Horma del Zapato

Roberto Payró


Cuento


«Tengo el honor y la satisfacción de comunicar a usted, por orden del señor Intendente, que desde la fecha queda suspendido y exonerado de su cargo de subdirector y segundo médico del Hospital municipal, por razones de mejor servicio, y agradeciéndole en nombre del municipio los servicios prestados. Tengo el gusto de saludarlo con toda consideración, etc., etc.»

Llegó esta nota a manos del doctor Fillipini al día siguiente de la elección que consagró, por su consejo, municipal a Bermúdez.

—¡Mascalzone! —exclamó, pensando en su protegido de un minuto.

Pero sin que el despecho le ofuscara el raciocinio, salió de casa en busca del firmante de la nota en primer lugar. Era éste el secretario de la Intendencia, Remigio Bustos, y podía aclararle muchos puntos, útiles para sus manejos ulteriores. Le encontró tomando café y copa en la confitería de Cármine. Haciendo un grande esfuerzo, un acto heroico, pagó la «consumación» y pidió «otra vuelta».

—Dígame, Bustos —preguntó por fin—; ¿por qué me destituye don Domingo?

—¡Hombre, no sé! —contestó el otro, paladeando su anis, y no por sutileza ni reserva política, sino por nebulosidad cerebral.

Viera, caracterizándolo, había publicado efectivamente, hacía poco, una parodia de la fabulilla de Samaniego:


Dijo Ferreiro a Bustos
después de olerlo:
—Tu cabeza es hermosa
pero sin seso.
¡Cómo éste hay muchos
que, aunque parecen hombres,
sólo son... Bustos!
 

—No sabe ¡bueno! Pero dígame cómo fue —insistió Fillipini, en su jerga ítalo-argentina, seguro de que por el hilo sacaría el ovillo—. ¿No le habló nadie?

—Nadie.

—¿Le hizo escribir la nota así, sin más ni más?

—Sí, mientras estaban votando.

—¿Y nadie había ido a verlo?

—Nadie más que Gino, el pión de Cármine.

—¿Y a qué iba Gino?


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 52 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Libertad de Sufragio

Roberto Payró


Cuento


Cierta noche, poco antes de unas elecciones, el Club del Progreso estaba muy concurrido y animado.

En las dos mesas de billar, la de carambola y la de casino, se hacían partidas de cuatro, con numerosa y dicharachera barra. Las mesitas de juego estaban rodeadas de aficionados al truco, al mus y al siete y medio, sin que en un extremo del salón faltaran los infalibles franceses, con el vicecónsul Petitjean a la cabeza, engolfados en su sempiterna partida de «manille».

El grupo más interesante era, en la primera mesita del salón, frente a la puerta de la sala de billares, el que formaban el intendente Luna, presidente del Concejo, varios concejales y el diputado Cisneros, de visita en Pago Chico para preparar las susodichas elecciones. Entregábanse a un animado truco de seis, conversadísimo, cuyos lances eran a cada paso motivo de griterías, risotadas, palabrotas con pretensiones de chistes y vivos comentarios de los mirones que, en círculo alrededor, trataban más de hacerse ver por el diputado que de seguir los incidentes de la brava partida.

Junto a ellos, sentado en un sillón, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, acariciándose la bota, abrazándola casi, el comisario Barraba con el chambergo echado sobre las cejas y dejándole en sombra la mitad de la cara achinada, ancha y corta, de ralo y duro bigote negro, hablaba ora con los jugadores, ora con los mirones, lanzando frasecitas cortas y terminantes como cuadra a tan omnímoda autoridad.

Descontentos no había en el club más que tres o cuatro: Tortorano, Troncoso y Pedrín Pulci a caza de noticias, cuya tibieza les permitía andar por donde se les diera la real gana.

Los tres se hallaban cerca de la mesa del intendente y el diputado, podían oír lo que en ella se decía, y hasta replicar de vez en cuando —aunque con moderación naturalmente—, al comisario Barraba.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 76 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Ladrillo de Máquina

Roberto Payró


Cuento


La llamada «crisis de progreso» llegó hasta Pago Chico, provocando una especulación en tierras, bastante grande en relación a la importancia del pueblo.

La villa, hoy con honores nominales de «ciudad», cambió rápidamente de aspecto; pero la liquidación final de la aventura dejó a la mitad de los habitantes en la calle, cuando, después del 89, los pesos comenzaron a andar a caballo o a esconderse como los peludos.

Pero antes de esta semicatástrofe, no pasaba domingo ni día de fiesta sin diez o doce remates de sola. res, quintas y chacras, y un terreno cualquiera solía tener en un solo mes cuatro o cinco propietarios sucesivos, dejando apreciable ganancia a todos los vendedores.

Como consecuencia de esta embriaguez por el juego mal disimulado y de la intermitente abundancia de dinero, cundía la edificación, no quedaba prójimo sin amontonar ladrillos, levantábanse barrios enteros, y los albañiles acudían de todas partes al olor del trabajo bien remunerado.

Las «autoridades» de Pago Chico habían formado, naturalmente, sociedad para la compra-venta de tierras, la adquisición por testaferros de «sobrantes» municipales, tramitación y logro de «indemnizaciones» por solares no ubicados, y otras operaciones no menos honestas y lucrativas.

Estos negocios necesitan una rápida explicación, aunque no afecten al fondo de la verídica historia que narramos.

Ya se ha visto que el plano del pueblo estaba topográficamente muy mal aplicado y tanto que en medio de las manzanas, entre solar y solar, quedaba a veces una fracción de terreno sin dueño: esta fracción era el «sobrante».

Como es muy de temer que esta explicación no se entienda, apelamos a las rayas. Toda manzana pagochiquense era un cuadrilátero de ciento cincuenta varas de lado, dividido cada uno en cuatro solares de treinta y siete y media varas de frente por setenta y cinco de fondo, así:


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 58 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Beneficencia Pagochiquense

Roberto Payró


Cuento


De las sociedades de beneficencia formadas por señoras que había en Pago Chico, la más reciente era la de las «Hermanas de los Pobres», fundada bajo los auspicios de la augusta y respetable logia «Hijos de Hirám» que le prestaba toda su cooperación. La primera en fecha era la sociedad «Damas de Benefícencia», naturalmente ultra católica y archiaristocrática, como se puede —¡y vaya si se puede!— serlo en Pago Chico.

Las «Hermanas de los Pobres» se instituyeron «para llenar un vacío» según dijo La Pampa, y la verdad es que en un principio hicieron gran acopio de ropas y artículos de utilidad, cuyo reparto se practicó no sin acierto entre pobres de veras sin distinción de nacionalidades, religiones ni otras pequeñeces. Distribuían también un poco de dinero, prefiriendo, sin embargo, socorrer a los indigentes con alimentos y objetos dándoles vales para carnicerías, lecherías, panaderías, boticas, todas de masones comprometidos a hacer una importante rebaja. La sociedad prosperó con gran detrimento de la otra, que ni tenía su actividad ni usaba de los mismos medios de acción, ni aprovechaba útilmente sus recursos. Se hablaba muy mal de esta última. «Las Damas de Beneficencia» no servían ni para Dios ni para el Diablo según la opinión general. Es decir, esa opinión estaba conteste en que servía, pero no a las viudas, ni a los huérfanos, ni a los pobres, ni a los inválidos y enfermos, sino a su digna presidenta misia Gertrudis, la esposa del tesorero municipal, quien hallaba medio de ayudarse a sí misma, no ayudando a los demás, con los recursos que le llovían de todas partes. Pero, eso sí, la contabilidad de la asociación era llevada «secundum arte», limpia y con buena letra, como que de ello cuidaba el mismo tesorero, esposo fiel y servicial.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 86 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Poncho de Verano

Roberto Payró


Cuento


Desde meses atrás no se hablaba en Pago Chico sino de los robos de hacienda, las cuatrerías más o menos importantes, desde un animalito hasta un rodeo entero, de que eran víctima todos los criadores del partido, salvo, naturalmente, los que formaban parte del gobierno de la comuna, los bien colocados en la política oficial, y los secuaces más en evidencia de unos y otros.

La célebre botica de Silvestre era, como es lógico, centro obligado de todo el comentario, ardoroso e indignado si los hay, pues ya no se trataba únicamente de principios patrióticos: entraba en juego y de mala manera, el bolsillo de cada cual.

Por la tarde y por la noche toda la «oposición» desfilaba frente a los globos de colores del escaparate y de la reluciente balanza del mostrador, para ir a la trastienda para echar un cuarto a espadas con el fogoso farmacéutico, acerca de los sucesos del día.

—A don Melitón le robaron anoche, de junto a las mismas casas, un padrillo fino, cortando tres alambrados.

—A Méndez le llevaron un puntita de cincuenta ovejas lincoln.

—Fernández se encontró esta mañana con quince novillos menos, en la tropa que estaba preparando.

—El comisario Barraba salió de madrugada con dos vigilantes y el cabo, a hacer una recorrida...

Aquí estallaban risas sofocadas, expresivos encogimientos de hombros, guiños maliciosos y acusadores.

—El mismo ha'e ser el jefe de la cuadrilla —murmuraba Silvestre, afectando frialdad.

—¡Hum! —apoyaba Viera, el director de «La Pampa», meneando la cabeza con desaliento—. Cosas peores se han visto, y él no es muy trigo limpio que digamos...


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 148 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Fiestas Patrias

Roberto Payró


Cuento


—¡Tatachin, chin, chin!, ¡Tatachin, chin, chin!

—Shuitzsjsss... ¡pum!

Y vuelta a empezar.

Uno que otro pilluelo desarrapado seguía a la charauga y a don Másimo, el viejo portero de la Municipalidad, cargado con un mortero y dos docenas de bombas de estruendo para la salva reglamentaria de veintiún cañonazos.

Porque, eso sí, lo que es cañones, Pago Chico no los tenía sino en la pasiva condición de postres, a la puerta del antiguo fuerte que, adobe por adobe, iba derrumbándose en plena plaza principal.

Era el amanecer de un día patrio.

Olvidados los vecinos de la gloriosa fecha, despertaban sobresaltados al oír los estampidos y la música marcial, a puro bombo y platillos, creyendo que por lo menos, la grave cuestión política había sublevado al pueblo en masa, y que los Krupps estaban haciendo estragos y sembrando de cadáveres el pueblo.

Es de advertir que, ya en aquel entonces, Pago Chico sentía del uno al otro extremo y sobre todo en su corazón —el pueblo propiamente dicho— los estremecimientos precursores de la honda y trascendental agitación que había de perturbarlo durante tanto tiempo, dando socorrido tema a los historiadores futuros.

«La grave cuestión política» no está puesta, pues, a humo de pajas, ni era ilógico el sobresalto de los pacíficos vecinos, despertados por las descargas sin malicia de don Máximo.

—¡Ah, sí! ¡Ahora caigo! Hoy es nueve.

Y dándose vuelta en el lecho abrigado, los pagochiquenses volvían al interrumpido sueño, fastidiados, renegando de esa música y esas bombas pluscuam-matinales, pero contentos en el fondo de ver disipados sus temores de guerra y exterminio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 61 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Justicia Salomónica

Roberto Payró


Cuento


He aquí, textualmente, la versión de uno de los más ruidosos escándalos sociales de Pago Chico, oída de los veraces labios de Silvestre Espíndola, en el «mentidero» —como él le llamaba— de su botica:

—Pero cuando Cenobita lo derrotó fiero al pobre Bermúdez fue el verano pasado. Sólo que la derrota tuvo complicaciones...

Estaban los dos en el comedor, que da a la calle, y Bermúdez, en mangas de camisa, daba la espalda a la ventana. Hacía un calor bárbaro, un viento norte de no te muevas; el gato en el suelo, hecho una rosca, dormía con un ojo, y Cenobita y su marido estaban de un humor de perros, como ya verán.

Era la hora del almuerzo; la chinita Ugenia trajo la sopera y Cenobita sirvió a Bermúdez, que, en cuanto probó la primera cucharada rezongó de mal modo:

—Esta sopa está fría.

—¿Qué decís? ¡Cómo ha de estar fría si el cucharón me abrasa los dedos! —retrucó Cenobita, furiosa sin razón.

—¡Bah! ¡Cuando yo te digo que está fría!

—¡Pues yo te digo que no puede estar fría, ¿entendés?

—Pero si vos no la has probado y yo acabo de probarla. ¡Qué sabés vos!

—¿Que qué sé yo? ¡Repetí, a ver!

—Sí, te repetiré hasta cansarme, que está fría, que está...

Pero Cenobita no lo dejó concluir:

—Pues si está fría, tomá, refrescate...

Y ¡zas! le zampó la sopera en la cabeza. Mi hombre le hizo una cuerpeada; la sopera, aunque se le derramara encima, lo tocó de refilón, ¡plan! pegó en el suelo, se hizo añicos y un pedazo de loza fue a lastimar al gato, que saltó a la calle todo erizado y con la cola tiesa, a tiempo que pasaba Salustiano Gancedo, que, como ustedes saben, por chismes y envidias nada más, siempre ha andado a tirones con Bermúdez.


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 52 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Juez de Paz

Roberto Payró


Cuento


Ya se ha visto que también Pago Chico tenía juez de paz y que éste era entonces, desde años, D. Pedro Machado, «pichuleador» enriquecido en el comercio con los indios, y a quien la política había llamado tarde y mal.

—¡A la vejez viruela! —decía Silvestre.

Y para desaguisados nadie semejante al juez aquel, famoso en su partido y en los limítrofes, por una sentencia salomónica que no sabemos cómo contar porque pasa de castaño obscuro.

Ello es que un mozo del Pago, corralero por más señas, tuvo amores con una chinita de las de enagua almidonada y pañolón de seda, linda moza, pero menor y sujeta aún al dominio de la madre, una vieja criolla de muy malas pulgas que consideraba a su hija como una máquina de lavar, acomodar, coser, cocinar y cebar mate, puesta a sus órdenes por la divina providencia.

Demás está decir que se opuso a los amores de Rufina y Eusebio, como quien se opone a que lo corten por la mitad, y tanto hizo y tanto dijo para perder al muchacho en el concepto de la niña... que ésta huyó un día con él sin que nadie supiera adónde.

Desesperación de misia Clara, greñas por el aire, pataleos y pataletas...

El vecindario en masa, alarmado por sus berridos, acudió al rancho, la roció con Agua Florida, la hizo ponerse rodajas de papas en las sienes, y por si el disgusto había dañado los riñones, la comadre Cándida, gran conocedora de males y remedios, le dio unos mates de cepa caballo...

Luego comenzó el rosario de los consuelos, de las lamentaciones y de los consejos más o menos viables.

—¡Será como ha'e ser misia Clara! ¡Hay que tener pacencia!... ¡Si es de lái háe golver!

—¡Usebio es un buen gaucho y no la v'a dejar! —observaba un consejero del sexo masculino, que atribuía muy poca importancia al hecho.

Pero misia Clara no quería entender razones, ni aceptar consejos, ni tener paciencia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 69 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Elección Municipal

Roberto Payró


Cuento


Aquella mañana, con grande asombro de Pago Chico entero, apareció en el diario oficial, El Justiciero, la siguiente inesperada noticia:


OTRA LISTA DE CANDIDATOS MUNICIPALES

«Con importantes elementos políticos, pertenecientes al partido provincial, acaba de formarse un nuevo comité que en las elecciones de hoy sostendrá la siguiente lista de candidatos para municipales.

Don Domingo Luna
Don Juan Dozo
Don José Bermúdez

Este comité, que funciona en la calle Buenos Aires, número 17, cuenta con numerosos miembros, y aunque formado a última hora puede disputar el triunfo a los demás partidos con bastantes probabilidades de éxito. En cuanto a los cívicos, demás parece repetir que tendrán que comer cola.»
 

¿Qué acontecimientos habían ocurrido? ¿Era la influencia de Bermúdez tan poderosa que su descontento producía la escisión del partido oficial? No debía ser así, pues él mismo se sorprendió al leer la noticia, y lleno de entusiasmo se encaró con su mujer, y golpeando el diario con el dedo, exclamó gozoso:

—¿No ves, china, cómo todavía me necesitan, cómo todavía tengo quien me apoye? ¡Yo también soy candidato, y del mismo partido oficial! ¡Mirá la lista! ¡Aquí estoy con Luna y Dozo, y El Justiciero dice que muy bien podemos triunfar!

—¡Alguna picardía de Ferreiro! Lo mejor será que no te metás —replicó Cenobita, siempre desconfiada—. Cuando menos, te quieren sacar unos pesos pa'l'asao con cuero y la pionada...

—¡Vos siempre agarrás pa lao del miedo! —replicó Bermúdez que se echó inmediatamente a la calle, vibrando de entusiasmo y de esperanza.

Eran las siete, y faltaba una hora para la apertura oficial del comicio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
19 págs. / 33 minutos / 53 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

123