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La Casa de Muñecas

Rosario de Acuña


Cuento


Acababan de regresar los niños Rafael y Rosario de sus respectivos colegios, y con la alegría propia de haber sacado en los exámenes notas de sobresalientes.

El niño tenía nueve años; la niña ocho: sus almas gemelas en sentimientos y en inteligencia, habían sufrido una lamentable desviación en los colegios a donde los habían llevado sus padres, que por sus muchos quehaceres, no pudieron dedicarse exclusivamente a la educación de sus hijos; pero la suerte había cambiado, y, por lo tanto, dueños ya de todo su tiempo, resolvieron sacar a sus hijos del colegio y terminar su educación en casa, y bajo su exclusiva dirección, porque hay que saber que los padres de Rafael y Rosario eran unas personas de mucho estudio, de muchos conocimientos y grandísima perspicacia para conocer lo más razonable y conveniente de todas las cosas. Había, pues, llegado el día en que los niños volvieron del colegio a la casa paterna, y puede calcularse la alegría de padres e hijos al encontrarse reunidos para siempre.


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32 págs. / 56 minutos / 187 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

La Gota de Agua y la Estrella

Rosario de Acuña


Cuento


El crepúsculo de una tarde de junio envolvía entre vagas sombras la hermosa vega de Córdoba; anchos festones de rojizas atmósferas acariciaban con sus flotantes pliegues la joya más preciada de la corona de Abd-er-rahman, joya que entre la filigrana de su ojivas enseña a nuestra generación la mano bárbara de los profanadores del arte o de los envidiosos de nuestras riquezas...


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3 págs. / 6 minutos / 103 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Cazador de Osos

Rosario de Acuña


Cuento


Estamos en Espinama. El escenario es digno de los personajes. Al norte, la gigantesca cordillera de los Picos de Europa, con sus lastrones de piedra cortados a pico sobre torrentes y ventisqueros coronados por el coloso morrón de Peña Vieja; bloque inmenso, de más de un kilómetro, que, como las antiguas esfinges egipcias, se eleva inmóvil sobre un basamento de granito, dominando con su majestad indescriptible las provincias de Santander, Oviedo, León y Palencia, gracias a sus 2605 metros de estatura, que a tanto alcanza su nevada cabeza sobre el nivel del Océano.

A derecha e izquierda del gigante, y en gradería monstruosa, escalonados hasta hundirse en los bosques, toda aquella familia de picos, conocidos por Las Granzas, Puerto Remoña, pico Riel, Peña Ándara, Alto de las Montañas, etcétera, cerrándose en anfiteatro sobre la verde y tersa pradera de Fuente De, en uno de cuyos repliegues burbujea y brota, filtrada desde las neveras inmediatas, el agua del Deva, cristalino arroyo sobre aquella meseta alpina y más tarde torrente espumoso que atraviesa todo el abrupto valle de La Liébana, para convertirse en ancho y profundo río en Buelles y Molleda, y formar en Unquera su abrazo con el mar, denominado ría de Tina Mayor.

Al sur, bosques inmensos y espesísimos revistiendo montañas que serían elevadísimas sobre otra cordillera que no fuese aquella espantosa mole de piedra.

Sobre los bosques, alzando sus crestones estriados de nieve, la masa conocida por Torre Cerrado, émula y rival de Peña Vieja, que, contando algunos metros menos de elevación que aquella reina de los Picos, se levanta enfrente de ella como provocándola a eterno desafío con sus pedrizas verticales y sus despeñaderos revestidos de finísimo heno, para hacer más peligrosos y más atractivos sus abismos inmedibles.


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8 págs. / 14 minutos / 141 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Melchor, Gaspar y Baltasar

Rosario de Acuña


Cuento


Érase una tarde del mes de noviembre; recios copos de nieve caían en las extensas llanuras de La Mancha, vistiendo de blanco ropaje los humildes tejados de un pueblecito, cuyo nombre no hace al caso, y cuyos habitantes, que apenas pasaban de trescientos, tenían fama por aquella comarca de sencillos y bonachones.

–Apresuremos el paso, que el tiempo arrecia y aún falta una legua –decía un jinete caballero en un alto mulo a un labriego que le acompañaba sobre un pollino medio muerto de años; arreó el labriego su cabalgadura, y con un mohín de mal humor, sin duda porque la nieve le azotaba el rostro, se arrebujó en su burda manta, encasquetándose el sombrero hasta la cerviz, y diciendo de esta manera:

–Vaya, vaya con don Gaspar, y qué rollizo y sano que se nos viene al pueblo; ya verá su merced qué contento se pone don Melchor cuando le vea llegar tan de madrugada; según nos dijo ayer, no se esperaba a su merced hasta esotro día por la tarde; nada, lo que yo digo, esta Nochebuena estamos de parabién; todas las personas de viso se nos van a juntar en la misa del gallo; digo, si no me equivoco, porque parece que también el señor don Baltasar está para llegar de un momento a otro…

–Es cierto, Martín –le contestó el llamado don Gaspar–. Mi hermano Baltasar ya estará en camino para el pueblo, según lo que me escribió a Santander… pero arrea, que tengo gana de abrazar a mi hermano Melchor, después de dieciocho años de ausencia.


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24 págs. / 42 minutos / 133 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Baratero

Rosario de Acuña


Cuento


El mocito se las traía. Vivía en un barrio popular, pero en una casona grande y vieja, cuyo piso principal lo tenía alquilado un clérigo, vara alta en la parroquia, con vistas a Roma, y bien cubierto de peluconas, y en el piso segundo vivía un retirado de la milicia, cojo de la pata derecha, por lo que andaba siempre torcido, y manco de la misma mano, por lo que se manejaba zurdamente; con un ojo menos, con lo que no veía más que a tres palmos de las narices, y lleno el pecho de cruces y de medallas, de tal manera, que vivía en grande con los que le rentaba.


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3 págs. / 5 minutos / 124 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Invierno

Rosario de Acuña


Cuento


El sol se inclina rápido al occidente, como si temiera que el soplo del cierzo enfriara su incandescente esfera. Grandes masas de nubes cenicientas, pesadas, aplomando el azul opaco de los cielos, cruzan por los espacios empujadas con violencia por encontrados aquilones. Allá, muy lejos, vibra el eco apagado de alguna esquila o el querelloso ladrido del perro del pastor que llama a las descarriadas ovejas al retirado aprisco, no siempre libres de los hambrientos lobos.

Los gorriones picotean ansiosamente sobre los helados rastrojos, contentos si algún grano de trigo mal sembrado quedó entre los surcos como providencia de su necesidad. El humo de la choza, describiendo espirales, satura el aire de los aromas acres de la resina y ahuyenta las palomas torcaces que en bandadas levantan su vuelo, llenando el espacio con el rumor de sus alas.

El campesino cruza de prisa la solitaria vega, arrebujado en su recio capote, llevando del diestro la bestia fatigada por cargar en sus lomos la leña del hogar, del hogar que más tarde, cuando las nieblas heladas de la noche caigan sobre la aldea, será el centro de sus amores y de sus esperanzas.

* * *

Mucho más lejos, a veces separados por abismos infranqueables, se ven otras escenas de brillante conjunto, pero iluminadas por los amarillentos resplandores del gas.

El ambiente lleno de aromas, lleno de armonías; sobre la blanca alfombra que se hunde mullida bajo la pesadumbre de tantas grandezas, se ven, como fantásticos regueros de gasas y flores, culebrear las colas de cien trajes, todos ricos, algunos elegantes.

Bellas o feas, las mujeres van oscurecidas por los destellos deslumbrantes de falsos o verdaderos diamantes, cruzan en la vertiginosa carrera del vals, de salón en salón, dejando tras de sí un rastro de perfumes, y arrastrando en su torbellino esplendente a la ciencia, a la política y a las artes.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Pedazo de Oro

Rosario de Acuña


Cuento


Allá por los años de la conquista americana, llegó de Nueva España un valiente y aguerrido soldado, natural de las montañas asturianas.

Venía del Nuevo Mundo, ya libre del servicio patrio, trayendo, por toda riqueza, una inmensa pepita de oro, que era, relativamente a la pobreza de su familia, una verdadera fortuna.

Estaba el buen soldado tan gozoso de su carga y tan impaciente por llegar a su aldea y sacar de la escasez a sus parientes y deudos, que no se paró en considerar que aquel pedazo tosco y grande del valioso metal, no podría ser cambiado fácilmente entre los solitarios habitantes de las montañas, y sin otro cuidado, gastando en mesones y posadas la poca moneda que traía, llegó a su aldehuela  por fin.

Era ésta como de una veintena de casas, reunidas allá en los picachos más altos de un monte sombrío y adusto, rodeado en sus faldas de nogales y castaños, y tan colgada materialmente estaba entre las breñas y peñones, que a no ser de las águilas, de nadie había sido visitada.

Llegó el soldado a su hogar, y después de aquellas justas y alegres expansiones de la familia, y después del paseo triunfal por entre vecinos y compañeros, llegó el turno de las especulaciones financieras, y contada la prosopopeya y engreimiento del caso, sacó nuestro viajero el colosal pedazo de oro.

Allí había que ver las exclamaciones de los muchachos, el persignarse de las viejas y el regocijo de toda la familia, que se juzgaba completamente poderosa al verse dueña de tan inmensa riqueza. Pasó también el turno de las alegrías inesperadas, y una vez sola la familia del soldado comenzaron los planes para su futuro engrandecimiento.

Hubo profunda deliberación sobre los medios, y al fin se convino en hacerse con buenos robledales y campos de manzanos que en la localidad se vendían, conformes todos en que, sin salir de aquellos queridos lugares, podían llegar a un completo bienestar.


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Los Pinceles

Rosario de Acuña


Cuento


A la señora doña Amalia Segni

Dedicatoria

Mi buena Amalia:

Tú no puedes quedar olvidada en este libro, cuyas páginas son testimonio de amistad  y gratitud para los pocos seres que, llevando en sus almas un dolor sincero, velaron a la cabecera de mi cama en aquellas terribles noches en que el frío penetrante de la infección palúdica, al llegar a mi corazón, lo avecinó en las teleras de la muerte. Tú también, con lágrimas de penas en los ojos, pasaste tu pañuelo por mi frente cuando el sudor de nieve me dejaba en mortales síncopes, y entre aquellas contadísimas almas que se agrupaban a mi lado, pensando con infinita amargura que pronto dejarían de verme, tu nobilísima y tierna alma ocupó dignamente un lugar. Aquí en estas páginas, primeros escarceos que hace la imaginación al salir del mundo del dolor físico para tomar otra vez puesto de viviente en el mundo del dolor moral, tienes también tu sitio. Que te sea grato este cuento que te dedica como brevísima prueba del afecto  y gratitud que te guarda, tu amiga

Rosario

Septiembre 1892
 

Todos tenían un alma; un alma pequeñita, sutil, indivisible e impalpable que no se sabe cómo había ido formándose cuando las varillas de pino se habían encontrado con aquellas borlitas de pelo de marta, sedosas y flexibles, sujetas por un canutito de metal.

Entonces, del contacto de aquellos tres productos de la Naturaleza, puestos en vibración simultánea, había surgida un átomo consciente, pensante, y he aquí las almitas de aquellos pinceles que, en apretado haz, estaban tendidos sobre una paleta rebosante de hermosísimos colores.


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5 págs. / 9 minutos / 89 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Periquín

Rosario de Acuña


Cuento


Dedicada a las niñas Amparo y Luisa Calleja
 

¡Cuánto lloráis a vuestro pequeño gorrión! ¡Y en verdad que mereció esa pena! ¡Pobre Periquín! ¡Cómo aleteaba, entonando al compás de sus alegrías de pájaro el dulce «pío pío» de criatura mimada! ¡Qué bien os conocía y con qué mohines de ternura recibió de vuestras frescas y virginales bocas la migajas de pan y el sabroso cañamón! ¡Qué nidito tan blando y caliente encontraba cuando se arrebujaba bajo vuestro cuello! ¡Pobrecito! ¡Tan manso, tan cariñoso, tan dulce, tan confiado! Todo él era un destello de virtudes celestes encerrado en el pequeño núcleo de un corazón alado y, sin embargo, era un gorrión. Pertenecía a esa especie brava, audaz e impúdica que triunfa por fuerte en la lucha por la vida del mundo de las aves; era hijo, nieto, descendiente de esos tiranuelos que son gigantes fieros en la república de los pájaros pequeños. Su pico duro, arma resistente para combatir y herramienta para triturar, ¡parece mentira cómo sabía imitar el beso! Sus alas, llenas de fibras, estaban hechas para huir rápidamente del peligro o lanzarse con furia sobre la presa, no para acoclarse con temores de amor en torno a vuestro rostro.

¡Hoy reposa entre las raíces de un heliotropo, quién sabe si víctima de una debilidad, de una abdicación, por placidez y apocamiento, de sus herencias de gorrión soberbio y egoísta!... ¡La historia de siempre! El amor crucificado, la abnegación enterrada con los huesos de un pájaro, cuya existencia fue tan breve que aún dura la primavera que le dio vida... y la soberbia y el egoísmo triunfantes en los demás gorriones que canturrean sus alegrías cruzando libres montes y valles.


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

A Vista de Araña

Rosario de Acuña


Cuento


Allá por el Oriente empezaban a iluminarse con las vagas tintas de la aurora, los contornos de la tierra.

Toda la creación se estremecía con esos albores que traen a la naturaleza nuevos efluvios de vida y calor.

La Naturaleza comenzaba a vivir ansiando levantar el himno de bienvenida al sol, alma del mundo, que, con sus rayos de fuego, marca el paso del tiempo en el reloj de la existencia.

Descendamos; no es en el oscuro retiro de intrincada floresta donde hemos de asentar la huella, que, al fin allí, entre arbustos y zarzas, aún se podría vislumbrar un átomo de Dios, reflejado en la Naturaleza.

No  es en los sombríos antros de profunda caverna donde el pensamiento ha de buscar su inspiración, que allí también se podría hallar, en medio de la terrorífica sombra, el luminoso espectro de Dios.

No es tampoco en el abrupto laberinto de algún hondo abismo, donde habrán de sumirse los destellos del espíritu, que, también entre las ennegrecidas y dislocadas rocas, y en medio del silencio y la soledad de una naturaleza; muerta para la luz, podría encontrarse el reflejo del alma divina, fulgurando con incesante alma y recreándose en sus obras.

Descendamos más hondo que a la floresta, más hondo que a la gruta, más que al abismo; busquemos algo que nos aleje del principio universal de la vida, y en alas de la fantástica imaginación, penetremos en uno de esos alcázares de barro que se alzan sobre nuestro mundo de granito y de fuego, átomos de polvo en los remotos siglos del porvenir, gigantes de sillería en las edades presentes.

Hela allí; es muy negra, muy redonda; sus patas extendidas en semicírculo, finas como hebras de seda, revestidas interiormente de un pelo suave y lustroso, forman, en derredor de su abultado cuerpo, una corona de rayos.


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4 págs. / 8 minutos / 252 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

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