Aprende en mí, viajero fatigado por las asperezas del camino, pastor
que cruzas detrás del esparcido ganado los agrestes riscos de la sierra,
campesino que te inclinas afanoso sobre el profundo surco, que acaso no
te devuelva el fruto de tu trabajo; artista que terminas con febril
emoción la ímproba tarea… Aprende en mí, quien quiera que seas, y que al
salir el sol entre sus brumas de oro, resuenen los ecos de mis
recuerdos en las profundidades de tu alma.
La aurora, como ráfaga de abrasadora hoguera, como destello de
juventud, prendía en el oriente su pabellón de gualda: donde las ramas
de un laurel vi sus luces tornasoladas jugando entre las trasparentes
gasas del cielo, y ebria de amor, lanceme al océano batiendo sus olas
invisibles con las ligeras plumas de mis alas. Allá, muy lejos, se
dibujaban sobre la parda tierra las nieblas de la noche y en derredor de
mí se vestía la Naturaleza su manto de reina, para saludar con el
cántico de bienvenida al astro de la luz.
«¡Oh sol, bendito sea el fecundo beso de tus primeros rayos! ¡Dichosa
quien te mira encender la antorcha de la vida en los horizontes de la
tierra! ¡Feliz aquel que puede penetrar en las estelas luminosas de tu
carro, mandándote la primera nota del himno triunfal con que te recibe
el mundo!»
Así canté a los primeros destellos del sol: mis alas batían el aire
con rapidez vertiginosa, y a su impulso subía… subía cruzando el etéreo
azul del transparente cielo, como el ligero esquife del pobre pescador
la intensidad movible de los mares.
Leer / Descargar texto '¡Ilusión!'