Textos más antiguos de Rubén Darío etiquetados como Cuento | pág. 3

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autor: Rubén Darío etiqueta: Cuento


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Bajo las Luces del Sol Naciente

Rubén Darío


Cuento


Era el país de oro y seda, y en el aire fino como de cristal volaban las cigüeñas, y se esponjaban los crisantemos del biombo. Los cerezos florecían, y entre sus ramas alegres se divisaba un monte azul. Una rana de madera labrada era igual a las ranas del pantano. Sobre la laca negra corría un arroyo dorado. Muñecas de carne, con la cabellera atravesada por alfileres áureos, hacían reverencias sonrientes, y gestos menudos. En las casas de papel, en la ignorancia feliz del pudor, se bañaban las niñas. Cortesanas ingenuas servían el té en tacitas de Liliput. En los «kimonos» historiados se envolvían cuerpos casi impúberes e inocentemente venales. Se hablaba de un viejo llamado Hokusai, que se llamaba a sí mismo «el loco del dibujo». Floreros raros se llenaban de flores extrañas ante los budhas risueños. Nobles daimios hacían lucir al sol curvos sables de largo puño. Los «netskes» y las máscaras reproducían faces joviales o aterrorizadas, caras de brujas o regordetas caras infantiles. Al amor de una naturaleza como de fantasía, se vivía una vida casi de sueño.


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Mi Domingo de Ramos

Rubén Darío


Cuento


Mi pobre alma, con una alegría de convaleciente, se despierta este día, domingo, sonríe a la luz del sol de Dios, se sacude como un ave húmeda del rocío de la aurora, y, a pesar de que quiero contenerla: «¡Mira que estás muy débil! ¡mira que casi no tienes alientos! animula, blandula, vagula, ¿a dónde vas?» no me hace caso, ríe como una locuela de catorce años, se va, bajo el esplendor matinal, al jardín de mi fantasía, al huerto de mi mente, y vuelve con dos verdes y frescos ramos de palma, alzando los brazos al cielo, en un divino ímpetu, como si quisiera volar.

—Animula, blandula, vagula, ¿a dónde vas?

—¡Voy a Jerusalén!—me dice mi pobre alma.

Y allá se va, camino de Jerusalén, sin bordón de peregrino, sin alforja de caminante, sin sandalias de romero. Ella va a la fiesta, arrastrada por su deseo, sin temor de las asperezas del viaje, sin miedo a los abismos, a las fieras y a las víboras.

Tal parece que fuese llevada por una ráfaga milagrosa, o sostenida por el amoroso cuidado de cuatro alas angélicas. Ella no sabe hoy de las tristezas, de las maldades y de las tinieblas de la vida. Deja la ciudad de los infames publicanos, de los odiosos fariseos, de las pintadas y ponzoñosas prostitutas. Ha sentido como el llamamiento de una sagrada primavera, y se ha abierto fresca y virginal como una blanca rosa. Un perfume celeste la baña, y ella a su vez exhala su perfume íntimo, su ungüento de fe y de amor. Un sol de vida le pone en su debilidad, fortaleza; en sus mejillas pálidas, una llama de niñez; en su frente, tan combatida por el dolor, una refrescante guirnalda florida. ¿Que vendrán las espinas después?...


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Hombres y Pájaros

Rubén Darío


Cuento


Al amor de la mañana, o cuando comienza la tarde, he aquí lo que suele verse en los jardines de París, especialmente en las Tullerías y en el Luxemburgo. Mientras al amparo de las alamedas saltan los niños o juegan con sus aros y las nodrizas cuidan de sus bebés, y en los bancos hay lectores de diarios, y más allá jugadores de «foot-ball», y paseantes que flirtean, o estudiantes que estudian, o pintores que cazan paisajes, y en las anchas filas de las fuentes, al ruido del chorro de agua, minúsculos marinos echan sus barquitos de velas blancas y rojas, unas cuantas personas cumplen con una obligación sentimental y graciosa que se han impuesto: dar de comer a los pajaritos. Generalmente, los únicos que aprovechan son los gorriones, los ágiles y libres gorriones de París. Hay también las palomas, pero las palomas no son las que más gozan de la prebenda. Parecen estar fuera de su centro, de lugares en donde reinan solas, sin competencia ni reparto: la plaza de San Marcos de Venecia, o las cercanías del palacio Pitti, en Florencia. Aquí, pues, son los gorriones, pequeños e interesantes vagabundos, opuestos a la vida normal de las abejas, por ejemplo, y que esperan por estudioso biógrafo un Maeterlinck alegre.

No lejos del Arco del Carrousel, en que la guerra y la Ley están representadas, un grupo de gente de diversas condiciones y edades, forma valla, mira en silencio. Un hombre de aspecto tranquilo y serio, cerca del césped, sobre el que salta y vuela una inmensa bandada de gorriones, saca de su bolsillo un pan y lo desmenuza. Luego, comienza a llamar: ¡Juliette!... Y una fina gorrioncita se desprende de la bandada chilladora y saltante, y se va a colocar en la cabeza, en los hombros, en la mano del hombre. «Louise, Jean, Friederic, Mimi, Toto, Mussette».


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Primavera Apolínea

Rubén Darío


Cuento


I

Una copiosa cabellera. Unos ojos de ensueño y de voluntad. Juventud, mucha juventud: un poeta. Habla:

—Yo nací del otro lado del Océano, en la tierra de las pampas y del gran río. Desde mi pubertad me sentí Abel; un Abel resuelto a vivir toda mi vida y a desarmar a Caín de su quijada de asno. Afligí a mis padres, puesto que muy temprano vieron en mí el signo de la lira. Se me rodeó de guarismos en el ambiente de las transaciones, y salté la valla. De todo el himno de la patria sólo quedó en mi espíritu, cantando, un verso: ¡Libertad! ¡libertad! ¡libertad! Y me sentí desde luego libre por mi íntima volición.

Y conocí a un hermano mayor, a un compañero, que tendiéndome la diestra me señaló un vasto campo para las luchas y para los clamores, me inició en el sentimiento de la solidaridad humana, aquel joven bello y atrevido de vida trágica y de versos fuertes. Mi bohemia se mezcló a las agitaciones proletarias, y aun adolescente, me juzgué determinado a rojas campañas y protestas. Fraseé cosas locamente audaces y rimé sonoras imposibilidades. Mi alma, anhelante de ejercicios y actividades, fluctuó en su primavera sobre el suburbio. No sabía yo bien adonde iba, sino adonde me llamaban lejanos clarines. Me imbuí en el misterio de la naturaleza, y el destino de las muchedumbres, enigma fué para mí, tema y obsesión. Ardí de orgullo. Consideréme en la solidaridad humana, vibrantemente personal. Nada me fué extraño, y mi yo invadía el universo, sin otro bagaje que el que mi caja craneana portaba de ensueños y de ideas.


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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