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Al Final del Viaje

Rudyard Kipling


Cuento


Está el cielo plomizo y rojos nuestros rostros,
las puertas del infierno divididas y abiertas:
los vientos del infierno, desatados, azotan;
se eleva el polvo hasta la faz del cielo,
y caen las nubes como un manto encendido,
que pesa, que no asciende, y no resulta fácil de llevar.
Se está alejando el alma de la carne del hombre,
atrás quedan las cosas por las que se ha esforzado,
enfermo el cuerpo y triste el corazón.
Y alza el alma su vuelo como el polvo del manto,
se arranca de su carne, desaparece, parte,
mientras braman los cuernos la llegada del cólera.

Himalayo

Cuatro hombres, con derecho a «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», se encontraban sentados a una mesa, jugando al whist. El termómetro marcaba para ellos 38o. Habían ensombrecido la habitación de tal modo que sólo era posible distinguir las cartas y los blancos rostros de los jugadores. Un punkah, un abanico de lienzo blanco maltrecho y podrido, batía el aire caliente lanzando gemidos lastimeros a cada golpe. El día era tan lúgubre como una tarde de noviembre en Londres. No había cielo, ni sol, ni horizonte; nada sino la bruma parda y púrpura que producía el calor. Se diría que la tierra se estaba muriendo de apoplejía.


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24 págs. / 42 minutos / 212 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Constructores del Puente

Rudyard Kipling


Cuento


Lo menos que esperaba Findlayson, funcionario del Departamento de Obras Públicas, era la distinción de compañero del Imperio indio, aunque soñaba con la de compañero de la Estrella india; de hecho, sus amigos aseguraban que merecía más. Había soportado por espacio de tres años el frío y el calor, la decepción y la ausencia de comodidades, el peligro y la enfermedad, y cargado con una responsabilidad casi excesiva para un solo par de hombros; y día tras día, a lo largo de ese período, el gran puente de Kashi sobre el Ganges había crecido bajo su dirección. En menos de tres meses si todo iba bien, su excelencia el virrey inauguraría el puente vestido de gala, un arzobispo lo bendeciría, el primer tren cargado de tropas pasaría sobre él y se pronunciarían discursos.


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41 págs. / 1 hora, 13 minutos / 205 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Judío Errante

Rudyard Kipling


Cuento


—Si das una vuelta al mundo en dirección al Oriente, ganas un día —le dijeron los hombres de ciencia a John Hay.

Y durante años, John Hay viajó al Este, al Oeste, al Norte y al Sur, hizo negocios, hizo el amor y procreó una familia como han hecho muchos hombres, y la información científica consignada arriba permaneció olvidada en el fondo de su mente, junto con otros mil asuntos de igual importancia.

Cuando murió un pariente rico, se vio de pronto en posesión de una fortuna mucho mayor de lo que su carrera previa hubiera podido hacer suponer razonablemente, dado que había estado plagada de contrariedades y desgracias. Es más, mucho antes de que le llegara la herencia, ya existía en el cerebro de John Hay una pequeña nube, un oscurecimiento momentáneo del pensamiento que iba y venía antes de que llegara a darse cuenta de que existía alguna solución de continuidad. Lo mismo que los murciélagos que aletean en torno al alero de una casa para mostrar que están cayendo las sombras. Entró en posesión de grandes bienes, dinero, tierra, propiedades; pero tras su alegría se irguió un fantasma que le gritaba que su disfrute de aquellos bienes no iba a ser de larga duración. Era el fantasma del pariente rico, al que se le había permitido retornar a la tierra para torturar al sobrino hasta la tumba. Por lo que, bajo el aguijón de este recuerdo constante, John Hay, manteniendo siempre la profunda imperturbabilidad del hombre de negocios que ocultaba las sombras de su mente, transformó sus inversiones, casas y tierras en soberanos sólidos, redondos, rojos soberanos ingleses, cada uno equivalente a veinte chelines. Las tierras pueden perder su valor, y las casas volar al cielo en alas de llama escarlata, pero hasta el Día del Juicio un soberano será siempre un soberano, es decir, un rey de los placeres.


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4 págs. / 7 minutos / 200 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Aficionados

Rudyard Kipling


Cuento


Como la astronomía es aún menos lucrativa que la arquitectura, fue una suerte para Harries que un tío suyo comprara un desierto en un país lejano que resultó contener petróleo. La consecuencia para Harries, su único sobrino, fue una inversión cercana a las mil libras que reportaba sus beneficios anuales.

Una vez que los albaceas se hubieron ocuparon de todo, Harries, a quien bien podría calificarse de ayudante casi sin sueldo del observatorio Washe, invitó a cenar a tres hombres tras evaluarlos y ponerlos a prueba bajo lunas refulgentes y hostiles en Tierra de Nadie.

Vaughan, auxiliar de cirugía en St. Peggoty’s, construía por entonces un consultorio cerca de Sloane Street. Loftie, un patólogo de incipiente reputación, era —pues se había casado con la inestable hija de una de sus antiguas patronas londinenses— asesor bacteriológico de un departamento público, donde ganaba quinientas setenta libras anuales y esperaba alcanzar la antigüedad necesaria para obtener una pensión. Ackerman, que también trabajaba en St. Peggotty’s, recibió en herencia unos cientos de libras al año nada más terminar su carrera y renunció a cualquier trabajo serio que no fuera la gastronomía y sus artes afines.

Vaughan y Loftie estaban al corriente de la suerte de Harries, quien les explicó todos los detalles durante la cena y señaló cuáles serían sus ingresos calculando por lo bajo.

—Tachuelas puede corroborarlo —dijo.

Ackerman se empequeñeció en su silla, como si se tratara del agujero del proyectil donde un día tramara la retirada para todos.

—Nos conocemos bastante bien —empezó a decir—. Nos hemos visto todos diseccionados hasta el último átomo con bastante frecuencia, ¿no es cierto? No necesitamos camuflaje. ¿Estáis de acuerdo? Siempre decís lo que haríais si fuerais independientes. ¿Habéis cambiado de opinión?


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23 págs. / 41 minutos / 186 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Colmena Madre

Rudyard Kipling


Cuento


La polilla de la cera jamás habría entrado si la colonia no hubiera sido vieja y no estuviese superpoblada, pero cuando se concentran demasiadas abejas en una colmena, es inevitable que aparezcan enfermedades y parásitos. El calor en las galerías aumentó en el mes de junio, con el trasiego de la miel, y aunque las ventiladoras trabajaban para refrescar la colmena hasta que les dolían las alas, todo el mundo sufría.

Una abeja joven trepó por la resbaladiza y pisoteada plancha de vuelo.

—Disculpa —empezó a decir—, es mi primer vuelo recolector. ¿Serías tan amable de indicarme si ésta es mi…?

—¿… colmena? —respondió el centinela con brusquedad—. ¡Sí! ¡Pasa y que te infecte ese asqueroso parásito! ¡La siguiente!

—¡Qué vergüenza! —exclamaron media docena de obreras con las alas y los nervios destrozados, y hubo protestas y zumbidos.

La pequeña polilla de la cera, agazapada en una grieta de la plancha de vuelo, llevaba todo el día esperando esta oportunidad. Se escabulló como un fantasma y, como sabía que las abejas adultas la expulsarían de inmediato, se escondió en una de las cámaras de cría, donde las más jóvenes que aún no habían visto a los vientos soplar ni a las flores asentir con sus cabezas, debatían sobre la vida. Allí estaría a salvo, pues las recién nacidas toleraban a cualquier extranjero. Llegó tras ella la abeja que había sido insultada por el centinela.

—¿Cómo es el mundo, Melissa? —preguntó una compañera.

—¡Cruel! Vengo cargada hasta más no poder, con un material de primera, ¡y el centinela me dice que me infecte ese asqueroso parásito! —Se sentó en la corriente fresca que soplaba entre los panales.

—¡Tendríais que haber oído en qué tono insolente ha maldecido el centinela a nuestra hermana! —dijo la polilla de la cera con voz almibarada—. Ha suscitado la indignación de toda la comunidad.


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19 págs. / 34 minutos / 174 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Gato que Caminaba Solo

Rudyard Kipling


Cuento infantil


Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran salvajes. El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo y no le importaba estar aquí o allá.

También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje. No comenzó a domesticarse hasta que conoció a la Mujer y ella repudió su montaraz modo de vida. La Mujer escogió para dormir una bonita cueva sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena limpia sobre el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la cola hacia abajo, sobre la entrada; después dijo:

—Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar.

Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras calientes y sazonado con ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestres, y tuétano de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego, cuando el Hombre se durmió más feliz que un niño delante de la hoguera, la Mujer se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la gran paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él, arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer Conjuro Cantado del mundo.

En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron en un lugar desde donde se alcanzaba a divisar desde muy lejos la luz del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello.

Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:


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11 págs. / 20 minutos / 173 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Mejor Relato del Mundo

Rudyard Kipling


Cuento


Sepultados quedaron para siempre
el viejo mundo y los años de hidalguía, en los que yo fui rey de Babilonia
y tú una esclava cristiana.

WILLIAM ERNEST HENLEY

Se llamaba Charlie Mears; era el único hijo de una madre viuda, y vivía al norte de Londres, a cuyo centro acudía diariamente para trabajar en un banco. Tenía veinte años y estaba lleno de ambiciones. Lo conocí en un salón de billar, donde el árbitro lo llamaba por su nombre de pila y él llamaba al árbitro «Ojos de toro». Un poco nervioso, Charlie explicó que había ido sólo a mirar, y comoquiera que observar juegos de destreza no es una distracción barata para un muchacho joven, yo le sugerí que se fuera a casa con su madre.


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34 págs. / 1 hora, 1 minuto / 168 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Madonna de las Trincheras

Rudyard Kipling


Cuento


Diga lo que diga un hijo del hombre
A su corazón de los dioses del cielo,
Éstos han mostrado al hombre, con enorme celo,
Gracias maravillosas y amor infinito.

Oh, dulce amor; oh, vida mía, encanto,
Querida; aunque los días nos separen
Más allá de toda esperanza, y nos alejen tanto,
Los dioses no nos apartarán dos veces tan seguidas.

Swinburne, «Les Noyades».

Dado el número de excombatientes afectados todavía por sus experiencias que ingresaron en la Logia de Instrucción (afiliada a la I. E. 5837, Fe y Obras) en los años siguientes a la guerra, lo raro es que no hubiera más problemas con los Hermanos que al encontrarse de pronto con antiguos camaradas se veían retrotraídos a un pasado todavía reciente. Pero nuestro regordete médico local de barba puntiaguda —el Hermano Keede, Guardián Mayor— siempre estaba listo para atender los casos de histeria antes de que fueran a más, y cuando me tocaba a mí examinar a Hermanos desconocidos o no certificados del todo desde el punto de vista masónico, le pasaba todos los casos que me parecían dudosos. Keede había sido oficial de sanidad de un batallón del sur de Londres durante los dos últimos años de la guerra, y naturalmente solía encontrarse con amigos y conocidos entre los visitantes.

El Hermano C. Strangwick, recién ingresado en la masonería, joven y relativamente alto, nos llegó de una logia del sur de Londres. Sus documentos y sus respuestas parecían por encima de toda sospecha, pero tenía en los ojos enrojecidos una mirada de estupefacción que podría significar algo de los nervios, de manera que me ocupé de presentárselo especialmente a Keede, que descubrió que se trataba de un antiguo ordenanza de la Plana Mayor de su batallón, lo felicitó por haberse recuperado —lo habían licenciado por mala salud, no sé exactamente qué— e inmediatamente empezó a recordar cosas del Somme.


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Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Guerra de Sahibs

Rudyard Kipling


Cuento


¿Un pase? ¿Un pase? ¿Un pase? Ya tengo un pase que me permite ir en el rêl de Kroonstadt a Eshtellenbosch, donde están los caballos, donde me tienen que pagar y desde donde me vuelvo a la India. Soy soldado del Gurgaon Rissala (regimiento de caballería) n.° 141 de la Caballería del Panyab. Que no me metan con esos cafres negros. Yo soy un sij, un soldado del Estado. ¿No entiende el teniente-sahib mi forma de hablar? ¿Es que hay algún sahib en este tren que esté dispuesto a interpretar a un soldado del Gurgaon Rissala que se ocupa de sus cosas en este endemoniado país en el que no hay harina, ni aceite, ni especias, ni guindilla, ni se respeta a un sij? ¿No me quiere ayudar nadie?… ¡Dios sea loado, aquí viene uno de esos sahibs! ¡Protector de los pobres! ¡Hijo del cielo! Dile al joven teniente-sahib que me llamo Umr Singh; que soy —era— el asistente de Kurban Sahib, ya muerto, y tengo un pase para ir a Eshtellenbosch, donde están los caballos. ¡Que no me metan con esos cafres negros!… Sí, me quedaré sentado junto a este camión hasta que el Hijo del cielo haya explicado el asunto a ese joven teniente-sahib que no entiende nuestro idioma.

¿Qué órdenes? ¿El joven teniente-sahib no va a detenerme? ¡Muy bien! ¿Voy a Eshtellenbosch en el próximo terén? ¡Muy bien! ¿Voy con el Hijo del cielo? ¡Bien! Entonces, por el día de hoy soy el asistente del Hijo del cielo. ¿Querrá el Hijo del cielo llevar el honor de su Presencia a un asiento? Aquí hay un camión vacío; voy a poner mi manta en un rincón, así, porque cae un sol muy fuerte, aunque no tan fuerte como en nuestro Panyab en mayo. La coloco así y pongo la paja así para que la Presencia pueda sentarse con comodidad hasta que Dios nos envíe un terén para Eshtellenbosch…


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24 págs. / 42 minutos / 148 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Tambores de Guerra

Rudyard Kipling


Cuento


En la nómina de las Fuerzas Armadas figuran todavía como «Los Destacados y Aptos de la Muy Regia y Muy Leal Infantería Ligera de la Princesa Hohenzollern-Sigmaringen de Anspach Merther-Tydfilshíre, adscritos al Regimiento del Distrito 392 A», pero en todos los barracones y las cantinas del ejército se les conoce ahora como los «Destacados e Ineptos». Acaso con el tiempo lleguen a hacer algo que honre su nuevo título, si bien por el momento han caído en un profundo oprobio, y el hombre que los llame «Destacados e Ineptos» sabe que corre el riesgo de perder la cabeza que reposa sobre sus hombros.

Dos palabras masculladas en los establos de un determinado regimiento de caballería bastan para que los hombres echen a la calle con palos y correas, lanzando improperios, pero si alguien se atreve siquiera a susurrar «Destacados e Ineptos», el regimiento empuñará los rifles.

La excusa es que volvieron e hicieron cuanto pudieron por concluir su tarea con elegancia, aunque todo el mundo sabe que fueron abiertamente derrotados, azotados, aplastados y amedrentados, y que se echaron a temblar. Lo saben los soldados, lo saben sus oficiales y lo sabe la Guardia Real, y también el enemigo lo sabrá cuando sobrevenga la próxima guerra. Hay en el frente dos o tres regimientos marcados por un negro estigma que quedará entonces borrado, y en un grave aprieto se verán las tropas a cuya costa consigan limpiarlo.


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39 págs. / 1 hora, 9 minutos / 138 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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