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autor: Rudyard Kipling etiqueta: Cuento


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Georgie Porgie

Rudyard Kipling


Cuento


Georgie Porgie, pastel y budín
besaba a las niñas, llorar las hacía.
Y cuando los muchachos a jugar salían
Georgie Porgie muy veloz huía.

Si cree usted que un hombre no tiene derecho a entrar en el salón a primera hora de la mañana, cuando la criada está ordenando las cosas y quitando el polvo, estará de acuerdo en que la gente civilizada que come en platos de porcelana y posee tarjeteros no tiene derecho a opinar sobre lo que está bien o mal en una región sin colonizar. Sólo cuando los hombres encargados de dicha misión han preparado esas tierras para su llegada, pueden aparecer con sus baúles, su sociedad, el Decálogo y toda la parafernalia que los acompaña. Allí donde no llega la Ley de la Reina, es irracional esperar que se acaten otras normas menos imperiosas. Los hombres que corren por delante de los carruajes de la Decencia y del Decoro, y que abren caminos en medio de la selva, no se pueden juzgar con el mismo patrón que las personas apacibles y hogareñas que integran las filas del tchin corriente y moliente.

No hace muchos meses, la Ley de la Reina se detuvo a escasas millas al norte de Thayetmyo, a orillas del Erawadi. No existía una Opinión Pública muy desarrollada en esos límites, pero sí lo bastante respetable para mantener el orden. Cuando el gobierno sugirió que la Ley de la Reina debía extenderse hasta Bharno y la frontera china, se dio la orden, y algunos hombres cuyo deseo era ir siempre por delante de la corriente de Respetabilidad avanzaron desordenadamente con las tropas. Eran esa clase de individuos incapaces de aprobar exámenes, y demasiado osados e independientes para convertirse en funcionarios de provincias. El gobierno supremo intervino tan pronto como pudo, con sus códigos y reglamentos, y puso a la nueva Birmania exactamente al mismo nivel que la India; pero hubo un breve período de tiempo en el que se necesitaron hombres fuertes que araran la tierra para sí.


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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Ciudad de la Noche Atroz

Rudyard Kipling


Cuento


El calor denso y húmedo que cubría como un manto el rostro de la tierra aniquilaba de raíz cualquier esperanza de sueño. Las cigarras ayudaban al calor, y el aullido de los chacales a las cigarras. Era imposible estarse quieto en el eco de la casa oscura y vacía viendo cómo el abanico golpeaba el aire muerto. A las diez de la noche clavé la punta de mi bastón en el centro del jardín y esperé a ver cómo caía. Señaló directamente hacia el camino iluminado por la luna que conduce a la Ciudad de la Noche Atroz. El ruido del bastón al caer asustó a una liebre, que corrió a refugiarse en un cementerio mahometano en desuso, donde los cráneos sin mandíbulas y los fémures de cabeza roma, cruelmente expuestos a las lluvias de julio, refulgían como la madreperla en la tierra acanalada por el agua. El aire caliente y la tierra pesada habían hecho salir incluso a los muertos en busca de frescor. La liebre avanzó renqueando, olisqueó con curiosidad un trozo de cristal ahumado procedente de una lámpara rota, y se perdió en la sombra de unos tamariscos.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Extraña Galopada de Morrowbie Jukes

Rudyard Kipling


Cuento


O vivo o muerto: no hay otro modo.

Proverbio indio

No hay invención en este relato. Jukes topó por accidente con un pueblo de cuya existencia se tiene conocimiento cierto, aunque él tan sólo sea el inglés que estuvo allí. Floreció en otro tiempo un lugar en cierta manera similar en los alrededores de Calcuta, y se cuenta que si uno se adentra hasta el corazón de Bikanir, que es lo mismo que decir el corazón del gran desierto indio, se encontrará no ya con un pueblo, sino con una ciudad donde los muertos que no murieron pero que tampoco pueden vivir han establecido su cuartel general. Y, siendo del todo veraz que en ese mismo desierto existe una maravillosa ciudad a la que se retiran los acaudalados prestamistas tras amasar sus fortunas —fortunas tan vastas cuyos propietarios ni siquiera pueden confiar en la mano dura del gobierno para su protección, de ahí que se refugien en las arenas resecas—, quienes conducen suntuosas calesas, compran hermosas muchachas y decoran sus palacios con oro, marfil, madreperla y azulejos Minton, no veo razón alguna para que la historia de Jukes no sea real. Es ingeniero de caminos, entiende de mapas, distancias y asuntos parecidos, y no creo yo que se tomara la molestia de inventar trampas imaginarias. Podía ganar mucho más cumpliendo con su trabajo legítimo. Nunca introduce variaciones en su relato, y se enardece y enfurece cuando recuerda el infame trato que recibió. Lo escribió primero de un tirón, aunque ha retocado algunos pasajes y añadido reflexiones morales; así:


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Vigilia de Gow

Rudyard Kipling


Cuento


Acto V, escena tercera

Después de la batalla.

La PRINCESA junto al estandarte en el fortín.

Entra GOW, con la corona del reino.

GOW: He aquí la muestra de que la reina se ha rendido.
Presuroso la trajo su último emisario.

PRINCESA: Ya era nuestro. ¿Dónde está la mujer?

GOW: Huyó con su caballo. Con el albor partieron.
No ha dado el mediodía y ya eres reina.

PRINCESA: Por ti… gracias a ti. ¿Cómo podré pagarte?

GOW: ¿Pagarme a mí? ¿Por qué?

PRINCESA: Por todo… todo… todo…
¡Desde que el reino sucumbió! ¿Lo habéis oído? «Me pregunta ¿por qué?».
Tu cuerpo entre mi pecho y el cuchillo de ella,
tus labios en la copa con la que quiso ella envenenarme;
tu manto sobre mí, esa noche en la nieve
de vigilia en el paso de Bargi. Cada hora
nuevas fuerzas, hasta este inconcebible desenlace.
«¿Honrarlo?». Te honraré… te honraré…
Es tu elección.

GOW: Niña, eso queda muy lejos.

(Entra FERDINAND, como recién llegado a caballo).

Éste hombre sí es digno de todos los honores. ¡Sé bienvenido, Zorro!

FERDINAND: Y tú, Perro Guardián. Es un día importante para todos.
Lo planeamos y lo hemos conseguido.

GOW: ¿La ciudad se ha tomado?

FERDINAND: Lealmente. Ebrios de lealtad están en ella.
El ánimo virtuoso. Tus bombardeos han contribuido…
Pero traigo un mensaje. La Dama Frances…

PRINCESA: Enferma la he dejado en la ciudad. Ningún quebranto, espero.

FERDINAND: Nada que a ella así le pareciera. Muy poco, en realidad, lo que (a gow) vengo a decirte. Que estará aquí enseguida.

GOW: ¿Es ella quien lo ha dicho?

FERDINAND: Escrito.
Esto. (Le da una carta). En la noche de ayer.
En mis manos lo puso el sacerdote…
La acompañó en su hora.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Constructores del Puente

Rudyard Kipling


Cuento


Lo menos que esperaba Findlayson, funcionario del Departamento de Obras Públicas, era la distinción de compañero del Imperio indio, aunque soñaba con la de compañero de la Estrella india; de hecho, sus amigos aseguraban que merecía más. Había soportado por espacio de tres años el frío y el calor, la decepción y la ausencia de comodidades, el peligro y la enfermedad, y cargado con una responsabilidad casi excesiva para un solo par de hombros; y día tras día, a lo largo de ese período, el gran puente de Kashi sobre el Ganges había crecido bajo su dirección. En menos de tres meses si todo iba bien, su excelencia el virrey inauguraría el puente vestido de gala, un arzobispo lo bendeciría, el primer tren cargado de tropas pasaría sobre él y se pronunciarían discursos.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Zorritos

Rudyard Kipling


Cuento


Un zorro salió de su madriguera en las orillas del gran río Gihon, que fluye por Etiopía. Vio a un hombre blanco cabalgando entre los agostados campos de mijo y, para que el hombre pudiera cumplir su destino, el zorro aulló.

El jinete se detuvo entre los campesinos y se volvió, apoyándose en el estribo.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Eso —respondió el jefe de la aldea— es un zorro, su excelencia nuestro gobernador.

—¿No es un chacal?

—Nada de chacal. Es Abu Hussein, el Padre de la Astucia.

—Soy el mudir de esta provincia —dijo el hombre blanco alzando un poco la voz.

—Cierto —exclamaron los campesinos—. Ya, Saart el Mudir («su excelencia nuestro gobernador»).

El gran río Gihon, acostumbrado a los caprichos de los reyes, fluía entre sus riberas de más de un kilómetro de ancho en dirección al mar, mientras el gobernador alababa a Dios con un grito inquisitivo y sonoro jamás oído por el río.

Cuando el gobernador hubo retirado el dedo índice de detrás de la oreja derecha, los aldeanos le hablaron de sus cosechas de centeno, de mijo, de cebollas y otros cultivos similares. El gobernador estaba de pie sobre los estribos. Veía al norte una franja de sembrados verdes de varios metros de ancho, tendida como una alfombra entre el río y la línea rojiza del desierto. Esta franja se extendía por espacio de noventa kilómetros ante sus ojos y otros tantos a sus espaldas.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Puck de la Colina Pook

Rudyard Kipling


Cuento


CANCIÓN DE PUCK

¿Veis por ahí las sendas pisoteadas
que a través de los trigos aparecen?
Por ellas se arrastran los cañones
que a las naves del rey Felipe hundieron.

¿Y veis nuestro molino, tan pequeño,
que rechina y trabaja en el arroyo?
Muele su grano y paga su gabela
desde que se dictó el Domesday Book.

¿Veis nuestros silenciosos robledales
y las tremendas zanjas a su lado?
Allí fueron dispersos los sajones
cuando Harold caía en la batalla.

¿Y veis esas llanuras azotadas
por el viento, extendidas ante Rye?
Allí fue donde huyeron los normandos
cuando llegara Alfredo con sus naves.

¿Veis nuestros pastos solos y anchurosos,
donde los rojos bueyes ramonean?
Hubo allí una famosa ciudad, antes
que Londres se jactara de una casa.

¿Y veis, cuando ha llovido, los indicios
de un montículo, un foso, una muralla?
Un día allí acamparon las legiones
cuando César marchó para las Galias.

¿Y veis aparecer vestigios pálidos
en las colinas, cual si fuesen sombras?
Son las líneas que el hombre primitivo
marcó para defensa de sus pueblos.

Perdidos campos, pueblos y caminos;
marismas fueron lo que son hoy mieses;
antigua guerra, antigua paz y antiguas
artes, cesaron; y nació Inglaterra.

No es una tierra igual a la de todos,
ni aguas, ni bosques, ni siquiera brisas;
es la isla de Merlin, la isla de Gramarye,
donde nosotros dos vamos a ir.


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Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Sin Pasar por la Vicaría

Rudyard Kipling


Cuento


Antes de primavera coseché las ganancias del otoño;
a destiempo mi campo se vistió de grano blanco.
Y a mi pena le confió el año sus secretos.
Desflorada y forzada, una estación enferma a la otra sucedía,
dio misteriosamente la abundancia paso a la escasez;
vi llegar el ocaso antes de que otros contemplaran el día,
yo, que sé demasiado de lo que no debiera.

BITTER WATERS

I

—Pero ¿y si fuera niña?

—No, por Dios. Tantas noches he rezado y tantas ofrendas he enviado al altar de Sheij Badl, que estoy segura de que Dios nos dará un hijo… un varón que se convertirá en un hombre. Debes estar contento. Mi madre será su madre hasta que yo pueda ocuparme de él, y el mullah de la mezquita pastún anunciará su nacimiento… ¡Dios quiera que nazca en hora auspiciosa! Y entonces tú nunca te cansarás de mí, tu esclava.

—¿Desde cuándo eres tú una esclava, mi reina?

—Desde el principio… desde que esta bendición vino a mí. ¿Cómo podía estar segura de tu amor, sabiendo que me habías comprado con plata?

—No; eso fue la dote que le pagué a tu madre.

—Que la enterró y se pasa el día entero sentada encima de ella, como una gallina clueca. ¡Qué dices de dote! Me compraste como a una bailarina de Lucknow, no como a una muchacha.

—¿Y lamentas la compra?

—Lo he lamentado; pero ahora estoy contenta. ¿Verdad que nunca dejarás de amarme? Di, mi rey.

—Nunca… nunca. No.

—¿Ni siquiera cuando las mem-log, las mujeres blancas de tu propia sangre, te ofrezcan su amor? Recuerda que las he visto pasar en coche por las tardes, y son muy hermosas.

—Y yo he visto centenares de cometas. Y he visto la luna; y ya no quiero ver más cometas.

Amira aplaudió y rió.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Tambores de Guerra

Rudyard Kipling


Cuento


En la nómina de las Fuerzas Armadas figuran todavía como «Los Destacados y Aptos de la Muy Regia y Muy Leal Infantería Ligera de la Princesa Hohenzollern-Sigmaringen de Anspach Merther-Tydfilshíre, adscritos al Regimiento del Distrito 392 A», pero en todos los barracones y las cantinas del ejército se les conoce ahora como los «Destacados e Ineptos». Acaso con el tiempo lleguen a hacer algo que honre su nuevo título, si bien por el momento han caído en un profundo oprobio, y el hombre que los llame «Destacados e Ineptos» sabe que corre el riesgo de perder la cabeza que reposa sobre sus hombros.

Dos palabras masculladas en los establos de un determinado regimiento de caballería bastan para que los hombres echen a la calle con palos y correas, lanzando improperios, pero si alguien se atreve siquiera a susurrar «Destacados e Ineptos», el regimiento empuñará los rifles.

La excusa es que volvieron e hicieron cuanto pudieron por concluir su tarea con elegancia, aunque todo el mundo sabe que fueron abiertamente derrotados, azotados, aplastados y amedrentados, y que se echaron a temblar. Lo saben los soldados, lo saben sus oficiales y lo sabe la Guardia Real, y también el enemigo lo sabrá cuando sobrevenga la próxima guerra. Hay en el frente dos o tres regimientos marcados por un negro estigma que quedará entonces borrado, y en un grave aprieto se verán las tropas a cuya costa consigan limpiarlo.


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39 págs. / 1 hora, 9 minutos / 135 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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