Textos más vistos de Rudyard Kipling | pág. 5

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autor: Rudyard Kipling


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Sin Pasar por la Vicaría

Rudyard Kipling


Cuento


Antes de primavera coseché las ganancias del otoño;
a destiempo mi campo se vistió de grano blanco.
Y a mi pena le confió el año sus secretos.
Desflorada y forzada, una estación enferma a la otra sucedía,
dio misteriosamente la abundancia paso a la escasez;
vi llegar el ocaso antes de que otros contemplaran el día,
yo, que sé demasiado de lo que no debiera.

BITTER WATERS

I

—Pero ¿y si fuera niña?

—No, por Dios. Tantas noches he rezado y tantas ofrendas he enviado al altar de Sheij Badl, que estoy segura de que Dios nos dará un hijo… un varón que se convertirá en un hombre. Debes estar contento. Mi madre será su madre hasta que yo pueda ocuparme de él, y el mullah de la mezquita pastún anunciará su nacimiento… ¡Dios quiera que nazca en hora auspiciosa! Y entonces tú nunca te cansarás de mí, tu esclava.

—¿Desde cuándo eres tú una esclava, mi reina?

—Desde el principio… desde que esta bendición vino a mí. ¿Cómo podía estar segura de tu amor, sabiendo que me habías comprado con plata?

—No; eso fue la dote que le pagué a tu madre.

—Que la enterró y se pasa el día entero sentada encima de ella, como una gallina clueca. ¡Qué dices de dote! Me compraste como a una bailarina de Lucknow, no como a una muchacha.

—¿Y lamentas la compra?

—Lo he lamentado; pero ahora estoy contenta. ¿Verdad que nunca dejarás de amarme? Di, mi rey.

—Nunca… nunca. No.

—¿Ni siquiera cuando las mem-log, las mujeres blancas de tu propia sangre, te ofrezcan su amor? Recuerda que las he visto pasar en coche por las tardes, y son muy hermosas.

—Y yo he visto centenares de cometas. Y he visto la luna; y ya no quiero ver más cometas.

Amira aplaudió y rió.


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28 págs. / 49 minutos / 56 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Aficionados

Rudyard Kipling


Cuento


Como la astronomía es aún menos lucrativa que la arquitectura, fue una suerte para Harries que un tío suyo comprara un desierto en un país lejano que resultó contener petróleo. La consecuencia para Harries, su único sobrino, fue una inversión cercana a las mil libras que reportaba sus beneficios anuales.

Una vez que los albaceas se hubieron ocuparon de todo, Harries, a quien bien podría calificarse de ayudante casi sin sueldo del observatorio Washe, invitó a cenar a tres hombres tras evaluarlos y ponerlos a prueba bajo lunas refulgentes y hostiles en Tierra de Nadie.

Vaughan, auxiliar de cirugía en St. Peggoty’s, construía por entonces un consultorio cerca de Sloane Street. Loftie, un patólogo de incipiente reputación, era —pues se había casado con la inestable hija de una de sus antiguas patronas londinenses— asesor bacteriológico de un departamento público, donde ganaba quinientas setenta libras anuales y esperaba alcanzar la antigüedad necesaria para obtener una pensión. Ackerman, que también trabajaba en St. Peggotty’s, recibió en herencia unos cientos de libras al año nada más terminar su carrera y renunció a cualquier trabajo serio que no fuera la gastronomía y sus artes afines.

Vaughan y Loftie estaban al corriente de la suerte de Harries, quien les explicó todos los detalles durante la cena y señaló cuáles serían sus ingresos calculando por lo bajo.

—Tachuelas puede corroborarlo —dijo.

Ackerman se empequeñeció en su silla, como si se tratara del agujero del proyectil donde un día tramara la retirada para todos.

—Nos conocemos bastante bien —empezó a decir—. Nos hemos visto todos diseccionados hasta el último átomo con bastante frecuencia, ¿no es cierto? No necesitamos camuflaje. ¿Estáis de acuerdo? Siempre decís lo que haríais si fuerais independientes. ¿Habéis cambiado de opinión?


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23 págs. / 41 minutos / 176 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Alba Malograda

Rudyard Kipling


Cuento


C’est moi, c’est moi, c’est moi!
Je suis la Mandragore!
La fille des beaux jours qui s’éveille à l’aurore—
et qui chante pour toi!

CHARLES NODIER

En los extraordinarios días que precedieron a los Juicios, un genio llamado Graydon anticipó que los progresos en la educación y en el nivel de vida provocarían una avalancha de lecturas normalizadas bajo la cual quedaría sepultado cualquier indicio de inteligencia, y a fin de satisfacer esta demanda decidió crear el Sindicato para el Suministro de Ficción.

Comoquiera que en un par de días trabajando para él ganaban más que en una semana en cualquier otra parte, su empresa atrajo a numerosos jóvenes, hoy eminentes. Graydon les pidió que no perdieran de vista esos libros baratos del género romántico, además del catálogo de pertrechos navales y militares (que les proporcionaría contexto y decorados a medida que las modas fueran cambiando) y El amigo del hogar, un semanario sin rival especializado en emociones domésticas. La juventud de sus colaboradores no fue óbice para que algunos de los diálogos amorosos incluidos en títulos como Los peligros de la pasión, Los amantes perdidos de Ena o el relato del asesinato del duque en La tragedia de Wickwire —por nombrar sólo algunas de las obras maestras que hoy nunca se mencionan por miedo al chantaje— no desmereciesen en absoluto los trabajos que sus autores firmaron con su nombre real en tiempos más distinguidos.

Figuraba entre estos jóvenes cuervos motivados por la ambición a posarse temporalmente en la percha de Graydon un muchacho del norte llamado James Andrew Manallace, pausado y lánguido, de esos que no se inflaman por sí solos sino que es necesario detonar. Resultaba inútil proporcionarle un esbozo de trama, ya fuese verbalmente o por escrito, pero con media docena de imágenes era capaz de escribir relatos asombrosos.


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26 págs. / 46 minutos / 115 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Jardinero

Rudyard Kipling


Cuento


Una tumba se me dio,
una guardia hasta el Día del Juicio;
y Dios miró desde el cielo
y la losa me quitó.

Un día en todos los años,
una hora de ese día,
su Ángel vio mis lágrimas,
¡y la losa se llevó!

En el pueblo todos sabían que Helen Turrell cumplía sus obligaciones con todo el mundo, y con nadie de forma más perfecta que con el pobre hijo de su único hermano. Todos los del pueblo sabían, también, que George Turrell había dado muchos disgustos a su familia desde su adolescencia, y a nadie le sorprendió enterarse de que, tras recibir múltiples oportunidades y desperdiciarlas todas, George, inspector de la policía de la India, se había enredado con la hija de un suboficial retirado y había muerto al caerse de un caballo unas semanas antes de que naciera su hijo. Por fortuna, los padres de George ya habían muerto, y aunque Helen, que tenía treinta y cinco años y poseía medios propios, se podía haber lavado las manos de todo aquel lamentable asunto, se comportó noblemente y aceptó la responsabilidad de hacerse cargo, pese a que ella misma, en aquella época, estaba delicada de los pulmones, por lo que había tenido que irse a pasar una temporada al sur de Francia. Pagó el viaje del niño y una niñera desde Bombay, los fue a buscar a Marsella, cuidó al niño cuando tuvo un ataque de disentería infantil por culpa de un descuido de la niñera, a la cual tuvo que despedir y, por último, delgada y cansada, pero triunfante, se llevó al niño a fines de otoño, plenamente restablecido a su casa de Hampshire.


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13 págs. / 23 minutos / 128 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Judío Errante

Rudyard Kipling


Cuento


—Si das una vuelta al mundo en dirección al Oriente, ganas un día —le dijeron los hombres de ciencia a John Hay.

Y durante años, John Hay viajó al Este, al Oeste, al Norte y al Sur, hizo negocios, hizo el amor y procreó una familia como han hecho muchos hombres, y la información científica consignada arriba permaneció olvidada en el fondo de su mente, junto con otros mil asuntos de igual importancia.

Cuando murió un pariente rico, se vio de pronto en posesión de una fortuna mucho mayor de lo que su carrera previa hubiera podido hacer suponer razonablemente, dado que había estado plagada de contrariedades y desgracias. Es más, mucho antes de que le llegara la herencia, ya existía en el cerebro de John Hay una pequeña nube, un oscurecimiento momentáneo del pensamiento que iba y venía antes de que llegara a darse cuenta de que existía alguna solución de continuidad. Lo mismo que los murciélagos que aletean en torno al alero de una casa para mostrar que están cayendo las sombras. Entró en posesión de grandes bienes, dinero, tierra, propiedades; pero tras su alegría se irguió un fantasma que le gritaba que su disfrute de aquellos bienes no iba a ser de larga duración. Era el fantasma del pariente rico, al que se le había permitido retornar a la tierra para torturar al sobrino hasta la tumba. Por lo que, bajo el aguijón de este recuerdo constante, John Hay, manteniendo siempre la profunda imperturbabilidad del hombre de negocios que ocultaba las sombras de su mente, transformó sus inversiones, casas y tierras en soberanos sólidos, redondos, rojos soberanos ingleses, cada uno equivalente a veinte chelines. Las tierras pueden perder su valor, y las casas volar al cielo en alas de llama escarlata, pero hasta el Día del Juicio un soberano será siempre un soberano, es decir, un rey de los placeres.


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4 págs. / 7 minutos / 190 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Kim

Rudyard Kipling


Novela


Capítulo 1

¡Oh, vosotros que tomáis la senda angosta,
guiados por el fulgor del Tofet al Juicio Final!,
¡sed afables cuando «los gentiles» oran
a Buda en Kamakura!

«Buda en Kamakura»

Se encontraba, desafiando las leyes municipales, sentado a horcajadas en el cañón de Zam-Zamma, que estaba montado sobre una plataforma de ladrillo ubicada justo enfrente de la antigua Casa de las Maravillas, como llaman los nativos al museo de Lahore. Quien detenta el control de Zam-Zamma, el «dragón escupefuego», detenta el control del Punjab pues la gran pieza de bronce verde siempre es lo primero en el botín del conquistador.,


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371 págs. / 10 horas, 50 minutos / 131 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Casa de los Deseos

Rudyard Kipling


Cuento


La nueva visitadora de la iglesia acababa de marcharse tras pasar veinte minutos en la casa. Mientras estuvo ella, la señora Ashcroft había hablado con el acento propio de una cocinera anciana, experimentada y con una buena jubilación que había vivido mucho en Londres. Por eso ahora estaba tanto más dispuesta a recuperar su forma de hablar de Sussex, que le resultaba más fácil, cuando llegó en el autobús la señora Fettley, que había recorrido cincuenta kilómetros para verla aquel agradable sábado de marzo. Eran amigas desde la infancia, pero últimamente el destino había hecho que no se pudieran ver sino de tarde en tarde.

Ambas tenían mucho que decirse, y había muchos cabos sueltos que atar desde la última vez, antes de que la señora Fettley, con su bolsa de retazos para hacer una colcha., ocupara el sofá bajo la ventana que daba al jardín y al campo de fútbol del valle de abajo.

—Casi todos se han apeado en Bush Tye para el partido de hoy —explicó—, de manera que me quedé sola la última legua y media. ¡Anda que no hay baches!

—Pero a ti no te pasa nada —dijo su anfitriona—. Por ti no pasan los años, Liz.

La señora Fettley sonrió e intentó combinar dos retazos a su gusto.

—Sí., y si no ya me habría roto la columna hace veinte años. Seguro que ni te acuerdas cuando me decían que estaba bien fuerte. ¿A que no?

La señora Ashcroft negó lentamente con la cabeza —todo lo hacía lentamente— y siguió cosiendo un forro de arpillera en un cesto de paja para herramientas adornado con cintas de algodón. La señora Fettley siguió cosiendo retazos a la luz primaveral que entraba entre los geranios del alféizar, y ambas se quedaron calladas un rato.

—¿Qué tal es esa nueva visitadora tuya? —preguntó la señora Fettley con un gesto hacia la puerta. Como era muy miope, al entrar casi se había tropezado con aquella señora.


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24 págs. / 42 minutos / 79 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Extraña Galopada de Morrowbie Jukes

Rudyard Kipling


Cuento


O vivo o muerto: no hay otro modo.

Proverbio indio

No hay invención en este relato. Jukes topó por accidente con un pueblo de cuya existencia se tiene conocimiento cierto, aunque él tan sólo sea el inglés que estuvo allí. Floreció en otro tiempo un lugar en cierta manera similar en los alrededores de Calcuta, y se cuenta que si uno se adentra hasta el corazón de Bikanir, que es lo mismo que decir el corazón del gran desierto indio, se encontrará no ya con un pueblo, sino con una ciudad donde los muertos que no murieron pero que tampoco pueden vivir han establecido su cuartel general. Y, siendo del todo veraz que en ese mismo desierto existe una maravillosa ciudad a la que se retiran los acaudalados prestamistas tras amasar sus fortunas —fortunas tan vastas cuyos propietarios ni siquiera pueden confiar en la mano dura del gobierno para su protección, de ahí que se refugien en las arenas resecas—, quienes conducen suntuosas calesas, compran hermosas muchachas y decoran sus palacios con oro, marfil, madreperla y azulejos Minton, no veo razón alguna para que la historia de Jukes no sea real. Es ingeniero de caminos, entiende de mapas, distancias y asuntos parecidos, y no creo yo que se tomara la molestia de inventar trampas imaginarias. Podía ganar mucho más cumpliendo con su trabajo legítimo. Nunca introduce variaciones en su relato, y se enardece y enfurece cuando recuerda el infame trato que recibió. Lo escribió primero de un tirón, aunque ha retocado algunos pasajes y añadido reflexiones morales; así:


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26 págs. / 46 minutos / 65 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Radio

Rudyard Kipling


Cuento


LA CANCIÓN DE RASPAR, EN «VARDA»

Alta la mirada ante los peligros,
los muchachos siguen el vuelo de Psyche,
vueltos hacia arriba los rostros sudorosos,
con redes azotan los vacíos cielos.

Sigue su caída entre los zarzales,
se pinchan los dedos con copas de pinos.
Tras mil arañazos y otros tantos golpes
enjugan sus frentes, y la caza cesa.

Viene luego el padre a tranquilizarlos
y calma el derroche de dolor y pena,
diciendo: «Hijos míos, id hasta mi huerto
y de él traedme una hoja de col.

»Hallaréis en ella montones de huevos
grises y sin lustre, que, bien protegidos
en larva se tornan y luego en docenas
de Pysches radiantes y resucitadas».

«El Cielo es hermoso; es fea la Tierra»,
dijo el sacerdote tridimensionado.
No busques a Psyche nacer donde yacen
babosa y lombriz… ¡Ésa es nuestra muerte!

ERIK JOHAN STAGNELIUS

—¿ No le resulta raro este asunto de Marconi? —preguntó el señor Shaynor, con tos ronca—. Al parecer no le afecta nada, ni tormentas, ni montañas… nada; si es verdad, mañana lo sabremos.

—Pues claro que es verdad —respondí, pasando detrás del mostrador—. ¿Dónde está el anciano señor Cashell?

—Ha tenido que irse a la cama por la gripe. Dijo que seguramente vendría usted por aquí.

—¿Y su sobrino?

—Dentro, preparándolo todo. Me ha contado que en su último intento instalaron una antena en el tejado de uno de los grandes hoteles; las baterías electrificaron el agua y —soltó una risotada— las damas recibieron calambrazos al tomar sus baños.

—No lo sabía.


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21 págs. / 38 minutos / 66 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Constructores del Puente

Rudyard Kipling


Cuento


Lo menos que esperaba Findlayson, funcionario del Departamento de Obras Públicas, era la distinción de compañero del Imperio indio, aunque soñaba con la de compañero de la Estrella india; de hecho, sus amigos aseguraban que merecía más. Había soportado por espacio de tres años el frío y el calor, la decepción y la ausencia de comodidades, el peligro y la enfermedad, y cargado con una responsabilidad casi excesiva para un solo par de hombros; y día tras día, a lo largo de ese período, el gran puente de Kashi sobre el Ganges había crecido bajo su dirección. En menos de tres meses si todo iba bien, su excelencia el virrey inauguraría el puente vestido de gala, un arzobispo lo bendeciría, el primer tren cargado de tropas pasaría sobre él y se pronunciarían discursos.


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41 págs. / 1 hora, 13 minutos / 203 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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