Capítulo I
Otros declararon a sus naturales las cosas extrañas y peregrinas
por interpretación, y perpetuaron las propias para un claro
ejemplar en la memoria de las letras, dando a cada cual su medida
como jueces de la fama y testigos de la verdad.
Luis del Marmol.
Fresca y apacible tarde del otoño hacía, y como domingo alegre después
de vísperas, por gustoso recreo se derramaban allá en los ruedos y
ejidos del lugar los habitantes rústicos de cierta aldea, cuyo nombre,
si no lo apuntamos ahora, es por hacer poco al propósito de la historia
que vamos relatando. Baste sólo decir que el tal lugar estaba en lo más
bien asentado de la Andalucía, para saber que era rico, y que no
distando sino poco trecho de la ciudad de Ronda, disfrutaba del sitio
más pintoresco y de más rústica perspectiva que pueden antojarse a los
ojos que se aficionan de las escenas de riscos, fuentes y frescuras.
Aquellas buenas gentes, digo, unas subían a las más altas crestas de
los montes, para divertir los ojos en la sosegada llanura del mar, que
allá al lejos se parecía; otras se entraban por entre las arboledas y
frutales de tanto huerto y jardín como cercaban la aldea, y aquí o allá
grupos de mancebos granados o muchachos de corta edad se entretenían en
jugar al mallo y en tirar la barra, o en soltar al aire pintadas
pandorgas con la mayor alegría del mundo.
Entretanto, ciertas personas más graves y de mayor autoridad, como
desdeñándose de participar de aquellos entretenimientos, o comunicarse
con tales gentes, buscaban separadamente su recreación, paseándose por
cierta senda muy sombreada de árboles y apacible por todo extremo.
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