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autor: Vicente Blasco Ibáñez textos disponibles


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Luna Benamor

Vicente Blasco Ibáñez


Novela corta


I

Cerca de un mes llevaba Luis Aguirre de vivir en Gibraltar. Había llegado con el propósito de embarcarse inmediatamente en un buque de la carrera de Oceania, para ir a ocupar su puesto de cónsul en Australia. Era el primer viaje importante de su vida diplomática. Hasta entonces había prestado servicio en Madrid, en las oficinas del ministerio o en ciertos consulados del sur de Francia, elegantes poblaciones veraniegas donde transcurría la existencia en continua fiesta durante la mitad del año. Hijo de una familia dedicada a la diplomacia por tradición, contaba con buenos valedores. No tenía padres, pero le ayudaban los parientes y el prestigio de un apellido que durante un siglo venía figurando en los archivos del Ministerio de Estado. Cónsul a los veintinueve años, iba a embarcarse con las ilusiones de un colegial que sale a ver el mundo por vez primera, convencido de la insignificancia de los viajes que llevaba realizados hasta entonces.


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Dominio público
53 págs. / 1 hora, 33 minutos / 141 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Los Cuatro Hijos de Eva

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


I

Iba á terminar la siega en la gran estancia argentina llamada «La Nacional». Los hombres venidos de todas partes para recoger la cosecha huían del amontonamiento en las casas de los peones y en las dependencias donde estaban guardadas las máquinas de labranza con los fardos de alfalfa seca. Preferían dormir al aire libre, teniendo por almohada el saco que contenía todos sus bienes terrenales y les había acompañado en sus peregrinaciones incesantes.

Se encontraban allí hombres de casi todos los países de Europa. Algunos eternos vagabundos se habían lanzado á correr la tierra entera para saciar su sed de aventuras, y estaban temporalmente en la pampa argentina, unos cuantos meses nada más, antes de trasladar su existencia inquieta á la Australia ó al Cabo de Buena Esperanza. Otros, simples labriegos, españoles ó italianos, habían atravesado el Atlántico atraídos por la estupenda novedad de ganar seis pesos diarios por el mismo trabajo que en su país era pagado con unos cuantos céntimos.

Los más de los segadores pertenecían á la clase de emigrantes que los propietarios argentinos llaman «golondrinas»; pájaros humanos que cada año, cuando las primeras nieves cubren el suelo de su país, abandonan las costas de Europa, levantando el vuelo hacia el clima más cálido del hemisferio meridional. Trabajan duramente verano y otoño, y cuando el viento pampero empieza á azotar las llanuras, asustados por la proximidad del invierno, regresan á los lugares de procedencia, donde la tierra empieza á despertar entonces bajo las primeras caricias primaverales.


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Dominio público
27 págs. / 48 minutos / 88 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Lo que Será la República Española

Vicente Blasco Ibáñez


Panfleto, folleto


I. El espantajo rojo y la mentirosa propaganda de los monárquicos

El miedo a los trastornos que puedan ocurrir en lo futuro es lo que hace permanecer a muchos españoles vilmente resignados ante la tiranía que sufre nuestro país.

—Esto es malo —dicen—; Alfonso XIII y los generales eternamente derrotados del Directorio no valen gran cosa; pero si ellos se van, ¿qué es lo que vendrá después?…

Una propaganda de los monárquicos falsaria e ilógica explota la credulidad de la gente simple, recordando a cada momento el bolchevismo ruso para infundir miedo. El dilema que presentan todos ellos no puede ser más absurdo.

—Debes sostener la monarquía —dicen al país—. Alfonso XIII y Primo de Rivera son el orden y la tranquilidad. No oigas a los revolucionarios cuando afirman desde París que el rey te arruina haciéndote gastar cinco millones todos los días en la empresa de Marruecos, o que mata a miles de tus compatriotas en una guerra provocada por él para jugar a los soldados. Piensa que si la monarquía se derrumba vendrán los bolcheviques y se apoderarán de todo lo tuyo.

Y los ignorantes, los pobres de espíritu, aunque no sientan entusiasmo por el Gobierno actual, desean su continuación, viendo en ello la seguridad de que seguirán poseyendo su casa, su mesa, su lecho, la paz de su familia, y no serán repartidos sus bienes.

Algunos españoles de las clases superiores creen que si desapareciese el comediante Alfonso XIII se verían pidiendo limosna inmediatamente en los bulevares de París, como los antiguos señores rusos, y eso les hace sostener al rey, a pesar de que conocen su carácter mentiroso, su falta de seriedad y los negocios audaces que realiza valiéndose de su cargo.


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Dominio público
42 págs. / 1 hora, 14 minutos / 54 visitas.

Publicado el 31 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Vuelta al Mundo de un Novelista

Vicente Blasco Ibáñez


Viajes


Volumen I

I. En el jardín de Mentón

Una de las primeras mañanas del otoño de 1923. Estoy sentado en un banco de mi jardín de Mentón. Árboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces, parecen esta mañana completamente distintos á los que veo diariamente.

Algo sobrenatural anima cuanto me rodea, como si durante la noche se hubiesen trastornado los ritmos y los valores de la vida. El jardín me habla. Esto no es extraordinario. También los muebles nos hablan en las habitaciones cerradas cuando estamos á solas con ellos, en momentos críticos de nuestra existencia. En fuerza de mirar las cosas inanimadas y los seres de vida rudimentaria, acabamos por poner en ellos una parte de nosotros mismos, con los ojos y con el pensamiento. Luego, cuando las emociones nos empequeñecen y necesitamos consejo ó auxilio, este mundo familiar y al mismo tiempo extraño nos devuelve de golpe el préstamo que le hicimos, día á día.

Balancean los túneles de rosales sus flores recién abiertas por la primavera otoñal. Pájaros de todas clases sostienen una lucha sonora de gorjeos flautinos en las alturas de la arboleda, oasis aéreo que les sirve de refugio contra los aguiluchos y gavilanes diurnos ó las aves de presa de la noche, ocultas en la vecina muralla, roja y gigantesca, de los Alpes Marítimos. Los peces colean inquietos en el agua cargada de sol, como si persiguiesen á sus mismas sombras que se deslizan por el fondo verdoso de estanques y fuentes. Cantan los surtidores al desgranar en el aire sus sartas de blandas perlas. Los abanicos verdes de plátanos y palmeras dejan caer las últimas lágrimas del rocío matinal. Y toda esta naturaleza cándida, fresca y pueril como la luz rosada de la aurora, me pregunta á coro:

—¿Por qué te vas?... ¿Es que te encuentras mal entre nosotros?...


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Dominio público
902 págs. / 1 día, 2 horas, 20 minutos / 182 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

La Vejez

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


¿Qué es lo que los hombres tememos y deseamos al mismo tiempo en el curso de nuestra vida?…

La vejez.

La tememos porque es signo de debilidad y decadencia, heraldo que pre-gona un próximo fin, mensaje de la destrucción y de la nada.

Nos sonrie la esperanza de ver llegar a esta huéspeda importuna, porque es una garantía de que nuestra existencia no se cortará brusca e inesperadamente. La animosidad con que pensamos en esta viajera odiada y deseada a la vez, que ha de llegar puntualmente cuando suene su hora, es producto, en gran parte, de un error.

Confundimos lamentablemente la vejez con la decrepitud.

Hombres hay que a los treinta años son decrépitos y agonizan lentamente. En cambio, viejos de ochenta gozan de la santa alegría de vivir.

—¿Qué es la vejez?…

La Humanidad ha pasado miles de años sin pensar en esto, como en tantos fenómenos de su existencia que ve de cerca todos los días con la distracción de la costumbre, sin sentir curiosidad ni preguntarse sus causas.

Ocurre con la vejez lo que con la muerte. Sabemos que ha de llegar, pero la vemos tan lejos, ¡tan lejos!, durante una gran parte de nuestra vida, que sólo nos inspira la falsa emoción de una catástrofe ocurrida en un lugar lejano del globo. Nos lamentamos, pero nuestro egoísmo, al ver que no nos toca de cerca el peligro, hace que las palabras no tengan eco en el pensamiento. También estamos seguros de que algún día ha de llegar el fin del mundo, la muerte de nuestro planeta; pero esto es tan remoto, que no turba ni por un instante la paz de nuestros días.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 94 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Tierra de Todos

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


I

Como todas las mañanas, el marqués de Torrebianca salió tarde de su dormitorio, mostrando cierta inquietud ante la bandeja de plata con cartas y periódicos que el ayuda de cámara había dejado sobre la mesa de su biblioteca.

Cuando los sellos de los sobres eran extranjeros, parecía contento, como si acabase de librarse de un peligro. Si las cartas eran de París, fruncía el ceño, preparándose á una lectura abundante en sinsabores y humillaciones. Además, el membrete impreso en muchas de ellas le anunciaba de antemano la personalidad de tenaces acreedores, haciéndole adivinar su contenido.

Su esposa, llamada «la bella Elena», por una hermosura indiscutible, que sus amigas empezaban á considerar histórica á causa de su exagerada duración, recibía con más serenidad estas cartas, como si toda su existencia la hubiese pasado entre deudas y reclamaciones. Él tenía una concepción más anticuada del honor, creyendo que es preferible no contraer deudas, y cuando se contraen, hay que pagarlas.

Esta mañana las cartas de París no eran muchas: una del establecimiento que había vendido en diez plazos el último automóvil de la marquesa, y sólo llevaba cobrados dos de ellos; varias de otros proveedores—también de la marquesa—establecidos en cercanías de la plaza Vendôme, y de comerciantes más modestos que facilitaban á crédito los artículos necesarios para la manutención y amplio bienestar del matrimonio y su servidumbre.

Los criados de la casa también podían escribir formulando idénticas reclamaciones; pero confiaban en el talento mundano de la señora, que le permitiría alguna vez salir definitivamente de apuros, y se limitaban á manifestar su disgusto mostrándose más fríos y estirados en el cumplimiento de sus funciones.


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294 págs. / 8 horas, 35 minutos / 243 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

La Reina Calafia

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


I

Lo que hizo una mañana el catedrático Mascaró al salir de la Universidad Central


Cuatro veces por semana, después de explicar su lección de historia y literatura de los países hispano-americanos, don Antonio Mascaró volvía paseando á su casa, situada al otro extremo de Madrid.

En los primeros años de su existencia matrimonial, había vivido cerca de la Universidad. Luego, al crecer su hija única, doña Amparo su esposa, que se arrogaba un poder sin límites en todo lo referente á la administración y decoro de la familia, había creído oportuno trasladarse lejos de este barrio, frecuentado por los estudiantes. Él, además, había hecho algunos viajes al extranjero, acostumbrándose á las comodidades de otros países, y encontraba cada vez menos tolerable la vida en caserones construídos con arreglo á las necesidades del siglo anterior.

Don Antonio, después de lo que había visto en el «otro mundo»—así llamaba él á América—, aceptó con gusto la casa escogida por su esposa en los límites del barrio de Salamanca, cerca de la plaza de Toros, con teléfono en la portería, ascensor en la escalera (sólo para subir) y cuarto de baño, que, aunque pequeño, tenía los aparatos en uso corriente, no estando ocupada su bañera por cajas de sombreros, como ocurría en otras viviendas. Un «hombre de progreso» y que no era rico, debía contentarse con esto y no pedir más.

La casa quedaba muy lejos de la Universidad, pero esto le imponía la obligación de dar ocho largos paseos cuando menos todas las semanas, ejercicio oportuno y útil para un aficionado á la lectura que pasaba gran parte del día con los codos en la mesa, la frente entre las manos y los ojos algo miopes junto á las páginas de un volumen.


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Dominio público
218 págs. / 6 horas, 22 minutos / 196 visitas.

Publicado el 5 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

La Maja Desnuda

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


PRIMERA PARTE

I

Eran las once de la mañana cuando Mariano Renovales llegó al Museo del Prado. Algunos años iban transcurridos sin que el famoso pintor entrase en él. No le atraían los muertos: muy interesantes, muy dignos de respeto, bajo la gloriosa mortaja de los siglos, pero el arte marchaba por nuevos caminos y no era alli donde él podía estudiar, á la falsa luz de las claraboyas, viendo la realidad á través de otros temperamentos. Un pedazo de mar, una ladera de monte, un grupo de gente desarrapada, una cabeza expresiva, le atraían más que aquel palacio de amplias escalinatas, blancas columnas y estatuas de bronce y alabastro, solemne panteón del arte, donde titubeaban los neófitos, en la más estéril de las confusiones, sin saber qué camino seguir.

El maestro Renovales detúvose unos instantes al pie de la escalinata. Contemplaba con cierta emoción—como se contempla después de larga ausencia los lugares de la juventud—la hondonada que da acceso al palacio, con sus declives de césped fresco, adornados á trechos por débiles arbolillos. En lo alto de estos desmontes, la antigua iglesia de los Jerónimos, de gótica mampostería, marcaba sobre el espacio azul sus torres gemelas y sus arcadas ruinosas. El invernal ramaje del Retiro servia de fondo á la blanca masa del Casón. Renovales pensó en los frescos de Giordano que adornaban sus techos interiores. Después se fijó en un edificio de muros rojos y portada de piedra que cerraba el espacio pretenciosamente, en primer término, al borde de la pendiente verdosa. ¡Puá! ¡La Academia! Y el gesto despreciativo del artista encerró en una misma repugnancia la Academia de la Lengua y las demás Academias; la pintura, la literatura, todas las manifestaciones del pensamiento, amojamadas y agarrotadas, con una inmortalidad de momia, en los vendajes de la tradición, las reglas y el respeto á los precedentes.


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Dominio público
297 págs. / 8 horas, 40 minutos / 570 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

La Condenada (narraciones breves)

Vicente Blasco Ibáñez


Cuentos, Colección


La condenada

Catorce meses llevaba Rafael en la estrecha celda.

Tenía por mundo aquellas cuatro paredes, de un triste blanco de hueso, cuyas grietas y desconchaduras se sabía de memoria; su sol era el alto ventanillo cruzado por hierros que cortaban la azul mancha del cielo; y del suelo de ocho pasos apenas si era suya la mitad, por culpa de aquella cadena escandalosa y chillona, cuya argolla, incrustándosele en el tobillo, había llegado casi a amalgamarse con su carne.

Estaba condenado a muerte, y mientras en Madrid hojeaban por última vez los papelotes de su proceso, él se pasaba allí meses y meses enterrado en vida, pudriéndose, como animado cadáver, en aquel ataúd de argamasa, deseando, como un mal momentáneo que pondría fin a otros mayores, que llegase pronto la hora en que le apretaran el cuello, terminando todo de una vez.

Lo que más le molestaba era la limpieza; aquel suelo barrido todos los días y bien fregado, para que la humedad, filtrándose a través del petate, se le metiera en los huesos; aquellas paredes, en las que no se dejaba tener ni una mota de polvo. Hasta la compañía de la suciedad le quitaban al preso. Soledad completa. Si allí entrasen ratas, tendría el consuelo de partir con ellas la escasa comida y hablarlas como buenas compañeras; si en los rincones hubiera encontrado una araña, se habría entretenido domesticándola.


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Dominio público
110 págs. / 3 horas, 14 minutos / 140 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Cencerrada

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


I

Todos los vecinos de Benimuslim acogieron con extrañeza la noticia.

Se casaba el tío Sento, uno de los prohombres del pueblo, el primer contribuyente del distrito, y la novia era Marieta, guapa chica, hija de un carretero, que no aportaba al matrimonio otros bienes que aquella cara morena, con su sonrisa de graciosos hoyuelos y los ojazos negros que parecían adormecerse tras las largas pestañas, entre los dos roquetes de apretado y brillante cabello que, adornados con pobres horquillas, cubrían sus sienes.

Por más de una semana esta noticia conmovió al tranquilo pueblecito que, entre una inmensidad de viñas y olivares, alzaba sus negruzcos tejados, sus tapias de blancura deslumbrante, el campanario con su montera de verdes tejas y aquella torre cuadrada y roja, recuerdo de los moros que, destacaba, soberbia, sobre el intenso azul del cielo, su corona de almenas rotas o desmoronadas como una encía vieja.

El egoísmo rural no salía de su asombro. Muy enamorado debía de estar el tío Sento para casarse, violando tan escandalosamente las costumbres tradicionales. ¿Cuándo se había visto a un hombre que era dueño de la cuarta parte del término, con más de cien botas en la bodega y cinco mulas en la cuadra, casarse con una chica que de pequeña robaba fruta o ayudaba en las faenas de las casas ricas para que le diesen de comer?

Todos decían lo mismo: «¡Ah, si levantase cabeza la siñá Tomasa, la primera mujer del tío Sento, y viese que su caserón de la calle Mayor, sus campos y su estudi, con aquella cama monumental de que tan orgullosa estaba, iba a ser para la mocosuela que en otros tiempos le pedía una rebanada de pan!»


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Dominio público
22 págs. / 39 minutos / 75 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

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