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autor: Vicente Riva Palacio editor: Edu Robsy


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El Buen Ejemplo

Vicente Riva Palacio


Cuento


Si yo afirmara que he visto lo que voy a referir, no faltaría, sin duda, persona que dijese que eso no era verdad; y tendría razón, que no lo vi, pero lo creo, porque me lo contó una señora anciana, refiriéndose a personas a quienes daba mucho crédito y que decían haberlo oído de quien llevaba amistad con un testigo fidedigno, y sobre tales bases de certidumbre bien puede darse fe a la siguiente narración:

En la parte sur de la república mexicana, y en las vertientes de la sierra Madre, que van a perderse en las aguas del Pacífico, hay pueblecitos como son en lo general todos aquéllos: casitas blancas cubiertas de encendidas tejas o de brillantes hojas de palmera, que se refugian de los ardientes rayos del sol tropical a la fresca sombra que les prestan enhiestos cocoteros, copudos tamarindos y crujientes platanares y gigantescos cedros.

El agua en pequeños arroyuelos cruza retozando por todas las callejuelas, y ocultándose a veces entre macizos de flores y de verdura.

En ese pueblo había una escuela, y debe haberla todavía; pero entonces la gobernaba don Lucas Forcida, personaje muy bien querido por todos los vecinos. Jamás faltaba a las horas de costumbre al cumplimiento de su pesada obligación. ¡Qué vocaciones de mártires necesitan los maestros de escuela de los pueblos!

En esa escuela, siguiendo tradicionales costumbres y uso general en aquellos tiempos, el estudio para los muchachos era una especie de orfeón, y en diferentes tonos, pero siempre con desesperante monotonía; en coro se estudiaban y en coro se cantaban lo mismo las letras y las sílabas que la doctrina cristiana o la tabla de multiplicar.

Don Lucas soportaba con heroica resignación aquella ópera diaria, y había veces que los chicos, entusiasmados, gritaban a cual más y mejor; y era de ver entonces la estupidez amoldando las facciones de la simpática y honrada cara de don Lucas.


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3 págs. / 5 minutos / 468 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Ceros

Vicente Riva Palacio


Crítica, Artículo


Prólogo

«Caballero andante sin amores —decía don Quijote— es árbol sin hojas y sin frutos, y cuerpo sin alma.» ¿Qué diré yo, en los tiempos que corren, de un libro que no tenga prólogo y advertencia del editor? Y eso a buen componer, porque algunas veces sucede como en la Carmen de Pedro Castera, que el autor del libro hace descolgarse sobre el público de buena fe, amén de un prólogo con pretensiones de filosófico, escrito por un amigo del autor, un aguacero de cartas que, como certificados de buena conducta, y corroborando aquello de satisfacción no pedida, acusación manifiesta, llegan, a la sombra de más o menos conocidas firmas, a referir en todos los tonos, en todos los estilos, y casi en todos los idiomas (porque hay algunas que parecen escritas en francés y otras en inglés, y otras en italiano), que aquel libro es el mejor de los libros, aquel autor el mejor de los autores, y aquel público el mejor de los públicos.

Y nada voy a decir de nuevo (porque es seguro que muchos lo han de haber dicho ya) del prólogo de nuestro buen Vigil en su traducción de Persio; que va la obra del satírico latino, entre el prólogo y las notas, como un chico que ha roto un farol y camina entre dos gendarmes a la comisaría.

Hasta el amable Luis G. Ortiz arrima su prologuito a su traducción de Francesca de Rimini.

Libros hay, como el de Coquelin sobre el crédito y los bancos, en que vale tanto la introducción como la obra; y el pensador Renan dispara introducciones que, sólo por ser tan buenas, no parecen tan largas.


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319 págs. / 9 horas, 18 minutos / 204 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

Las Mulas de Su Excelencia

Vicente Riva Palacio


Cuento


En la gran extensión de Nueva España, puede asegurarse que no existía una pareja de mulas como las que tiraban de la carroza de su excelencia el señor virrey, y eso que tan dados eran en aquellos tiempos los conquistadores de México a la cría de las mulas, y tan afectos a usarlas como cabalgadura, que los reyes de España, temiendo que afición tal fuese causa del abandono de la cría de caballos y del ejercicio militar, mandaron que se obligase a los principales vecinos a tener caballos propios y disponibles para el combate. Pero las mulas del virrey eran la envidia de todos los ricos y la desesperación de los ganaderos de la capital de la colonia.

Altas, con el pecho tan ancho como el del potro más poderoso; los cuatro remos finos y nerviosos como los de un reno; la cabeza descarnada, y las movibles orejas y los negros ojos como los de un venado. El color tiraba a castaño, aunque con algunos reflejos dorados, y trotaban con tanta ligereza que apenas podía seguirlas un caballo al galope.

Además de eso, de tanta nobleza y tan bien arrendadas, que al decir del cochero de su excelencia, manejarse podrían, si no con dos hebras de las que forman las arañas, cuando menos con dos ligeros cordones de seda.

El virrey se levantaba todos los días con la aurora; le esperaba el coche al pie de la escalera de Palacio; él bajaba pausadamente; contemplaba con orgullo su incomparable pareja; entraba en el carruaje; se santiguaba devotamente, y las mulas salían haciendo brotar chispas de las pocas piedras que se encontraban en el camino.

Después de un largo paseo por los alrededores de la ciudad, llegaba el virrey poco antes de las ocho de la mañana, a detenerse ante la catedral, que en aquel tiempo, y con gran actividad, se estaba construyendo.


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4 págs. / 8 minutos / 192 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Martín Garatuza

Vicente Riva Palacio


Novela


Primera parte. Los criollos

1. En que se ve que algunas cosas son, para unos, juegos de niños, y para otros, dramas del corazón

Por la plaza principal de México atravesaba, triste y pensativo, un joven como de veinticinco años, elegantemente vestido y embozado en una capa corta de terciopelo negro.

Cruzó por el puente que estaba frente a las casas de Cabildo, y se dirigió a la calle de las Canoas, como se llamaban entonces las que ahora se conocen con el de calles del Coliseo.

Comenzaba el mes de noviembre de 1621. La tarde estaba fría y nublada, y un viento húmedo y penetrante soplaba del rumbo del norte.

El joven procuraba cubrirse el rostro con el embozo de la capa, más bien como por precaución contra el frío, que por temor o deseo de no ser reconocido.

Así caminó largo tiempo hasta que se detuvo frente a una gran casa de tristísima apariencia.

En el alto muro que formaba la fachada de aquella casa, había sin cuidado ni orden, algunas ventanas guarnecidas de fuertes y dobladas rejas, todas cerradas por dentro, e indicando, por su poco aseo y por la multitud de telas de araña que las cubrían, que por mucho tiempo nadie se había asomado por allí.

La puerta de la casa tenía una figura rara también, y los batientes ostentaban gruesos clavos de fierro, que mostraban ya las señales de la vejez y del abandono.

El joven miró la casa con cierto aire de tristeza, lanzó un suspiro, y sacando la mano por debajo de la capa, llamó fuertemente a la puerta.

Al cabo de algún tiempo se oyó el ruido de los cerrojos y las cadenas, y la puerta se abrió rechinando sobre sus enmohecidos goznes.

Un anciano vestido de negro y con un gorro de lienzo blanco, recibió al joven.

—¿Qué manda usía? —dijo.

El joven se lo quedó mirando y luego le contestó con otra pregunta:

—¿Sois, por ventura, tío Luis?


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454 págs. / 13 horas, 14 minutos / 362 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

La Bestia Humana

Vicente Riva Palacio


Cuento


No en París, en toda Francia era imposible encontrar un corazón más limpio y un carácter más dulce que el del señor Ramón.

Aquel pantalón azul pálido; aquella levita color de castaña, descolorida por los años y abotonada a todas horas, pero dejando ver el cuello y los puños de la camisa irreprochablemente limpios y brillantes siempre, envolvían el compendio más perfecto de la bondad y de la mansedumbre.

Desde el director de la compañía, desde el empresario hasta el último de los tramoyistas del teatro de La Gaité, adonde tenía un empleo, todos le llamaban papá Ramón, y ni hubo superior que tuviera motivo de reñirle, ni compañero a quien diese ocasión de disgusto.

Papá Ramón vivía para servir a los demás, y a pesar de sus cincuenta y cinco años y de su exterior endeble, porque era de pequeña estatura, tenía resistencia para trabajar todo el día, y no contaba ni con hora fija siquiera para almorzar, pero en la noche, cuando terminaba la función, papá Ramón recobraba su autonomía y comenzaba a pertenecerse a sí mismo.

Todas las noches, y era ya costumbre inveterada, al salir del teatro entraba en un modesto pero aseado restaurante, ocupaba siempre la misma mesa, a la derecha de la puerta de entrada, y allí, instalándose cómodamente, sacaba del bolsillo El Fígaro del día, y comenzaba la lectura, en tanto que el criado, que conocía el invariable gusto de papá Ramón, después de darle las buenas noches, iba colocando unos tras otros los platos que constituían aquella cena cotidiana.

Papá Ramón no abandonaba el periódico; leía mientras estaba comiendo, o mejor dicho, comía instintivamente, mientras que saboreaba la lectura.


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4 págs. / 8 minutos / 444 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Horma de su Zapato

Vicente Riva Palacio


Cuento


Con sólo que hubiera tenido talento, instrucción, dinero, buenos padrinos y una poca de audacia, habría hecho un gran papel en la sociedad el amigo que me refirió lo que voy a contar. Pero aunque de escasa lectura, como es viejo y no ha salido de Madrid, tiene mucho mundo, y debe creer que es una verdad cuanto me dijo, y allá va ello.

Hay en el infierno jerarquías, lo mismo que en el cielo y en la tierra; y hay diablos que ocupan encumbrados puestos, mereciéndolos o no; al paso que hay otros que se llevan de cesantes, sin tener ni una mala alma de usurero a quien dar tormento, ni reciben siquiera la comisión de pervertir en el mundo, para llevar al reino de las tinieblas el espíritu de algún desesperado mortal.

Uno de éstos, de quien se decía que por pasarse de listo había sido dado de baja, andaba siempre en pretensiones sin poder alcanzar empleo; entre los diablos mejor informados y que estaban al corriente de las intrigas políticas, se aseguraba que este infeliz, que tenía por nombre Barac, que en hebreo tanto quiere decir como Relámpago, debía todos sus infortunios a la enemistad de otro diablo llamado Jeraní (engañador), que le tenía jurado odio mortal y que se había propuesto ponerle siempre en ridículo.

Pero a pesar de este odio y esa mala voluntad, Barac alcanzó al fin contar con buenos padrinos, seguro ya de burlar todas asechanzas de Jeraní, que con esto quedaba vencido.

Un día, Luzbel, aunque poniendo mal ceño, llamó a Barac y le dijo:

—Si usted quiere —porque también en el infierno hay urbanidad— que se le reponga en su destino de tostador de malcasadas, que yo sé que es bastante alegre y socorrido, va usted a salir al mundo, y dentro de quince días, a las doce en punto de la noche, del lugar en que usted estuviese, ha de traer usted un alma de mujer, joven y bonita.


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7 págs. / 12 minutos / 1.026 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Memorias de un Impostor

Vicente Riva Palacio


Novela


Prólogo del autor

Era yo niño, y estudiaba Filosofía en el Colegio de San Gregorio, cuando uno de mis compañeros, poco más o menos de mi edad, me contó que muchos años antes de que el cura Hidalgo hubiera proclamado la independencia de México, un hombre, de nación irlandés, había pretendido alzarse como rey de Anáhuac, libertando a México de la dominación española; pero que la conspiración había sido descubierta y el irlandés había muerto a manos de la justicia.

No puedo recordar quién fue aquel de mis condiscípulos que me refirió esto, y sólo sí que, con toda la buena fe de un niño, creí que era una verdad histórica aquel sencillo relato, suponiendo que él lo habría leído en alguna parte o lo habría oído contar a sus padres, que sin duda debían ser más instruidos que él, sobre todo en materia de historia. De todos modos, la narración me preocupó tanto y me impresionó de tal manera, que durante toda mi vida, siempre que oía hablar de la historia de México, o que meditaba yo sobre ella, el recuerdo del irlandés acudía a mi memoria al momento.

En vano busqué en lo que se ha escrito hasta hoy sobre la historia de los tres siglos de la dominación española en México, algo que pudiera darme alguna luz sobre este punto. Confieso, ingenuamente, que nada encontré, y que llegó un momento en que creí que toda la historia del irlandés no era sino una tradición, destituida de fundamento o una leyenda fantástica, inventada por un desconocido novelista.


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487 págs. / 14 horas, 13 minutos / 1.331 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

La Vuelta de los Muertos

Vicente Riva Palacio


Novela


Prólogo. La expedición a las Hibueras

1. La expedición a las Hibueras

Era uno de los primeros días del mes de octubre de 1524, y un gentío inmenso se hallaba reunido delante del palacio del infortunado emperador Moctezuma, ocupado ya, en la época a que nos referimos, por el muy magnífico señor Fernando Cortés.

Aquella muchedumbre se divertía mirando las vistosas danzas que delante del palacio ejecutaban varias comparsas de indios fantásticamente vestidos de leones, de tigres y de aves.

Apenas hacía tres años que la extensa monarquía azteca había caído en poder de los vasallos de Carlos V; aún estaba en prisión Cuauhtémoc el último de los emperadores de México, y los trajes y las costumbres españolas, ni dominaban ni eran dominados aún por los trajes y las costumbres de los naturales del país.

Había ya entre los conquistados y los conquistadores algunos puntos de contacto; pero como dos líquidos de diferentes colores que se vierten en una sola vasija y que no se confunden, podía distinguirse sin dificultad, que aún eran dos pueblos distintos, dos razas diferentes, dos elementos heterogéneos.

Por eso cuando se celebraba una fiesta cualquiera, unos y otros, reunidos, se alegraban y se divertían cada uno a su manera, cada uno con sus trajes, con su música, con sus costumbres particulares.

En el día a que nos referimos, se trataba de celebrar una boda que había apadrinado el mismo Hernán Cortés.

Aquel día se había casado Martín Dorantes, paje favorito de Cortés, con doña Isabel de Paz, doncella mexicana hija de un cacique, grande amigo del conquistador, que había muerto hacía dos años, dejando a éste el cuidado de la joven.


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361 págs. / 10 horas, 31 minutos / 729 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

En una Casa de Empeños

Vicente Riva Palacio


Cuento


Enrique Granier era un francés de gran corazón, y, sin embargo, se había establecido en México abriendo una casa de empeños.

No quiere decir eso que yo juzgue hombres de malos sentimientos a los que tienen casa de empeños; pero hay, sin embargo, necesidad de tener un carácter especial para fundar la propia ganancia en la desgracia ajena; porque es seguro que solamente van a buscar el remedio en el empeño los perseguidos de la suerte, y allí se apuran hasta los últimos recursos, y ahí, tras lo superfluo, va lo necesario: después de la joya, llegan hasta el colchón y las prendas más indispensables. Se encuentra allí, es cierto, la salvación de momento, pero se prepara la angustia de lo por venir.

A pesar de eso, siempre el que sale de aquella casa muestra en el rostro algo de satisfacción; y es natural, pues si a dejar fue la prenda, sale con el dinero que remedia una necesidad o salva de un compromiso; si a recuperarla fue, sale contento con ella, porque vuelve a reconquistarla después de haberla creído perdida, y es ya un augurio de mejores tiempos. Pero, a pesar de todo, es triste contemplar aquella multitud de objetos, cada uno de los cuales es el símbolo de una angustia, de un sacrificio, de un dolor, y cada persona de las que vienen sueña que lleva un objeto de gran valía, que simboliza para él la esperanza de salvación, y se encuentra con el frío razonamiento del comerciante, que no ve en aquello el último recurso de una familia sin pan, sino una prenda que definitivamente no puede venderse para cubrir la suerte principal y el interés del préstamo.

Y yo le hacía todas estas reflexiones a Granier, y él me contestaba:


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2 págs. / 3 minutos / 562 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Calvario y Tabor

Vicente Riva Palacio


Novela


Dos palabras

Cuatro años de espantosa agonía, en que la víctima ha acabado por humillar al verdugo: he aquí el «Gólgota» del pueblo mexicano, de este pueblo mártir sobre cuya cabeza han dejado caer los farisaicos reyes de Europa, su anatema y el poder de su fuerza brutal.
¡La Victoria! he aquí el «Tabor» desde cuya altura, México, el atleta de las libertades americanas, se ha transfigurado delante del mundo, y muestra a sus enemigos su rostro que resplandece como el sol.
Este libro encierra la historia de esos dolores y de ese glorioso triunfo, revestida con las galas que la imaginación de un poeta ha sabido prestar a sus heroicos recuerdos, que son también los de la Patria.
¡Soldado de la República, valiente hijo del pueblo, que luchaste sin descanso defendiendo la tierra de tus padres! Tú que ahora ves flamear tu orgullosa bandera mecida por el viento de la gloria, y quitas de ella la corona de laureles para colocarla como ofrenda votiva en la tumba sagrada de los que murieron por la libertad; tú, hombre de corazón que conoces la grandeza de los sacrificios de la Patria: abre y lee.
Ahí está tu propia historia; ahí está el libro de tu alma; ahí están las hojas dispersas que escribiera el dolor con sus lágrimas de fuego, y que ha recogido el tiempo en sus armas de bronce para hacerlas leer a las generaciones futuras.
Abre y lee… y cuando en las calladas horas de la noche, sentado junto al hogar, las recites a los hijos de tu amor… orgullosos de tener tal padre, diles que ésta no es una fábula inventada para entretener el ocio; sino la verdad, aunque disfrazada con el atavío de la leyenda.
Y que la guarden en su memoria para que la evoquen cuando esté próxima a extinguirse en su corazón la llama del patriotismo.


IGNACIO M. ALTAMIRANO


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445 págs. / 12 horas, 59 minutos / 643 visitas.

Publicado el 2 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

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