Textos más populares este mes de Vicente Riva Palacio | pág. 3

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autor: Vicente Riva Palacio


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El Abanico

Vicente Riva Palacio


Cuento


El marqués estaba resuelto a casarse, y había comunicado aquella noticia a sus amigos, y la noticia corrió con la velocidad del relámpago por toda la alta sociedad, como toque de alarma a todas las madres que tenían hijas casaderas, y a todas las chicas que estaban en condiciones y con deseos de contraer matrimonio, que no eran pocas.

Porque eso, sí, el marqués era un gran partido, como se decía entre la gente de mundo. Tenía treinta y nueve años, un gran título, mucho dinero, era muy guapo y estaba cansado de correr el mundo, haciendo siempre el primer papel entre los hombres de su edad dentro y fuera de su país.

Pero se había cansado de aquella vida de disipación. Algunos hilos de plata comenzaban a aparecer en su negra barba y entre su sedosa cabellera; y como era hombre de buena inteligencia y de no escasa lectura, determinó sentar sus reales definitivamente, buscando una mujer como él la soñaba para darle su nombre y partir con ella las penas o las alegrías del hogar en los muchos años que estaba determinado a vivir todavía sobre la tierra.

Con la noticia de aquella resolución no le faltaron seducciones, ni de maternal cariño, ni de románticas o alegres bellezas; pero él no daba todavía con su ideal, y pasaron los días, y las semanas, y los meses, sin haber hecho la elección.

—Pero, hombre —le decían sus amigos—, ¿hasta cuándo vas a decidirte?

—Es que no encuentro todavía la muchacha que busco.

—Será porque tienes pocas ganas de casarte, que muchachas sobran. ¿No es muy guapa la condesita de Mina de Oro?

—Se ocupa demasiado de sus joyas y de sus trajes; cuidará más un collar de perlas que de su marido, y será capaz de olvidar a su hijo, por un traje de la casa de Worth.

—¿Y la baronesa del Iris?


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4 págs. / 7 minutos / 215 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Bendición de Abraham

Vicente Riva Palacio


Cuento


Como al mejor cazador se le va la liebre, a pesar de tan diligente y cuidadosa como era el ama del señor cura, una mañana de verano se olvidó de cerrar la puertecilla de la jaulica en que estaba prisionero un gorrioncillo alegre y cantador, que hacía más de un año formaba las delicias de los humildes habitantes de la casa cural.

El gorrioncillo se acercó cautelosamente hasta la puerta de la jaula, y dando saltitos y volviendo la cabeza y piando suavemente, examinó la salida y se puso a reflexionar en las probabilidades de éxito que podía tener la fuga.

La jaula estaba en una solana: el día se presentaba sereno y hermoso; había en derredor de la casa pocas calles, y a corta distancia se veía el campo cubierto de dorados trigales, que ondulaban mansamente al ligero soplo del vientecillo de la mañana.

Tentadoras eran las circunstancias, y el amor a la libertad decidió al prisionero; saltó fuera de la jaula y emprendió el vuelo en el momento mismo en que el ama aparecía en escena.

Como hacía tanto tiempo que el pobre gorrión no ejercitaba sus alas en el vuelo, pesadamente hendía el aire, desfallecía a cada instante, tropezaba con los tejados y se estremecía de terror oyendo los gritos del ama, que decía a los vecinos el rumbo que seguía el fugitivo y la torpeza con que volaba.

Por fin, cansado y sin poder ya continuar, cayó más bien que deteniéndose, de golpe en medio de un campo efe trigo. Allí permaneció largo rato, que él no supo saber cuánto tiempo fue, porque no llevaba reloj, pero es de suponer que fueran más de dos horas.

Se había salvado; había recobrado su libertad, pero tenía un hambre devoradora, porque el trabajo había sido extraordinario y emprendida la fuga antes de tomar el almuerzo.


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Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 48 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Dos Emparedadas

Vicente Riva Palacio


Novela


Libro I. Austriacas y nitardinas

I. Conoce el lector al hombre más poderoso, y al mismo tiempo al más desvalido, de la corte de España, en el año de gracia, de 1668

Antes de llegar con nuestra historia a México, necesitamos llevar a España a nuestros lectores, a fin de que conozcan mejor a los personajes que deben presentarse después en la colonia.

Suponemos que el viaje no los fatigará, porque ya hemos llegado.

En el año de 1665, por el mes de septiembre, entregó el alma al Criador, el célebre rey Felipe IV de España, llamado por sus contemporáneos el Grande, y dejó por heredero de su reino y extensa monarquía, a su hijo, no menos célebre, aunque por diversas causas, el tímido y fanático Carlos II, conocido en la historia con el sobrenombre de el Hechizado.

Pero don Carlos el II era un niño, cuando acaeció la muerte de su padre, y éste nombró para regenta del reino, y tutora de su hijo, a la reina doña María Ana de Austria, su esposa, hija del Emperador de Alemania Fernando III.

Así pues, da principio nuestra historia durante el gobierno de Su Majestad la reina gobernadora doña María Ana de Austria en el año de 1668.

Era una mañana de invierno, por demás fría y nublada, un vientecillo delgado y molesto recorría las calles de Madrid, sin dignarse siquiera golpear las puertas o levantar el polvo de las calles, y todos los transeúntes procuraban evitar sus caricias, cubriéndose cuidadosamente el rostro con el embozo de sus capas.

Un joven esbelto, de grandes y negros ojos, de fino y atusado bigote, pobremente vestido, pero que tenía el garboso continente de un gran señor, caminaba apresuradamente hacia palacio, sin cuidarse del frío ni del viento y no llevando por toda precaución más que una capa corta y poco abrigadora.


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435 págs. / 12 horas, 41 minutos / 279 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

La Limosna

Vicente Riva Palacio


Cuento


Quizá para muchos no tenga interés lo que voy a contar; pero como a mi me conmovió profundamente, por nada de este mundo se me queda esta narración en el buche, y de soltarla tengo, sea cual fuere la suerte que deba correr, y arrostrando el peligro de que algunos llamen sensibilidad a lo que los más califiquen de sensiblería.

Pero los hechos son como los acordes de la música: algunos los escuchamos sin conmovernos, y hay otros que tienen resonancia inexplicable en las más delicadas fibras del corazón o del cerebro, y de los cuales decimos, o pensamos sin decirlo: esas notas son mías.

En una de las ciudades del norte de la república mexicana vivía Julián. No sé cómo se apellidaba, pues por Julián no más le conocíamos, y era un hombre feliz. Un herrero honrado y laborioso, mocetón membrudo y sano que, en su oficio, ganaba más que necesitar podía para vivir con su familia. Por supuesto que no era rico, o mejor dicho, acaudalado. Tenía una pequeña casita en los suburbios de la ciudad, y allí, como en un nido de palomas, habitaban la madre, la esposa y el hijo de Julián. Allí todo el mundo se levantaba antes que el sol; allí se trabajaba, se cantaba y se comía el pan de la alegría y de la honradez.

Julián volvía los sábados cargado con el producto de su trabajo semanal; íntegro lo ponía en manos de su mujer y ella sabía distribuirlo con tanta economía y tanto acierto, que el dinero parecía multiplicarse entre sus manos. Era el constante milagro de los cinco panes repetido sin interrupción, y no se olvidaban ni faltaban nunca los cigarros para Julián, ni la copita de aguardiente, antes de la comida, para la suegra.


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1 pág. / 3 minutos / 127 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Matrimonio Desigual

Vicente Riva Palacio


Cuento


Comenzaba a anochecer cuando llegamos a Covadonga. La luna, en creciente, estaba casi a la mitad del cielo, y su débil claridad se mezclaba con las últimas luces del crepúsculo, dando a todos los objetos un aspecto fantástico, aumentando sus proporciones con la indecisión de los perfiles.

Muchos días hacía que soñábamos con Covadonga. Sentíamos la fiebre de la impaciencia por conocer aquel lugar histórico, y revivíamos las tradiciones y las crónicas en nuestro cerebro, y multiplicábamos las leyendas que brotan de cada uno de los cantos que han inspirado aquellas rocas, sagradas para los españoles. Así es que, al llegar y penetrar en la cañada en aquella hora tan misteriosa, nuestra imaginación se exaltaba, y nos parecía que escuchábamos el alarido de los moros y el ronco grito de los cristianos; y con asombro contemplábamos aquellos enhiestos peñascos, y Covadonga nos parecía una inmensa concha de granito que había cerrado sus valvas gigantescas para abrigar como una perla a un grupo de héroes, y las abrió después para que de allí saliera el germen de un pueblo que debía crecer y robustecerse cada día, reconquistar su patria y pasear triunfante sus banderas en el siglo XVI por la mitad del mundo.

Nos dieron albergue en la hospedería, y a las ocho de la noche nos sentamos a comer, los pocos peregrinos que allí estábamos.

La conversación de sobremesa tomó un carácter de familiaridad muy agradable, porque éramos pocos y todos habíamos llegado en busca de la impresión que debía causarnos aquel lugar.


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5 págs. / 10 minutos / 208 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Madreselvas

Vicente Riva Palacio


Cuento


Conocí a Ben-Hamín, a bordo del Scotia, en un viaje que hicimos de Liverpool a Nueva York. Estaba siempre sobre la cubierta envuelto en una especie de bata, mostrando unas babuchas de tela tan extraña como la de la bata, con el rojo tarbuch inclinado hacia atrás. No leía, pero meditaba; su larga y rizada barba blanca le cubría la mitad del pecho, y sus grandes ojos negros se escondían debajo de las cejas, tan largas y pobladas que parecían dos alas de pichón blanco.

No sé qué negocio le trajo a Madrid, porque jamás le pregunté, primero porque no me lo había dicho, y luego porque no me importaba; pero éramos viejos conocidos, y venía a comer conmigo algunas veces a mi casa, en la calle de Serrano.

Una noche, era en verano, le noté alguna preocupación, y durante toda la comida pude observar que evitaba cuidadosamente el contacto de las flores de madreselva que se colgaban fuera del ramo que adornaba el centro de la mesa.

Picó esto mi curiosidad, y no era hombre de quedarme con la duda; esperé que sirvieran el café, y cuando ya los criados se habían retirado, le dije:

—Si no lo tiene usted por indiscreción, le ruego que me diga por qué le causan disgusto las flores de la madreselva.

—¡Oh! —me dijo—, no son las flores las que me repugnan; es toda la planta.

—¿Y por qué?

—Es una historia que nada tiene de secreta; por el contrario, desearía que todos vosotros, europeos y americanos, la supieran; quizá os sea útil

—Cuéntela usted, cuéntela usted —dijimos todos.

—Pues voy a complaceros, refiriéndoosla tal como la aprendí en un viejo manuscrito.

Ben-Hamín cerró los ojos como para reconcentrarse en sí mismo, e inclinó la cabeza; la luz eléctrica daba a las canas de su barba el brillo de la plata bruñida.


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3 págs. / 6 minutos / 75 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Monja y Casada, Virgen y Mártir

Vicente Riva Palacio


Novela


Libro primero. El convento de Santa Teresa la Antigua

I. De lo que pasaba en la muy noble y leal ciudad de México la noche del 3 de julio del año del Señor de 1615

Hace dos siglos y medio México no era ni la sombra de lo que había sido en los tiempos de Moctezuma, ni de lo que debía ser en los dichosos años que alcanzamos.

Las calles estaban desiertas y muchas de ellas convertidas en canales; los edificios públicos eran pocos y pobres, y apenas empezaban a proyectarse esos inmensos conventos de frailes y de monjas, que la mano de la Reforma ha convertido ya en habitaciones particulares.

Se vivía entonces muy diferentemente de como hoy se vive. A las ocho de la noche casi nadie andaba ya por las calles, y sólo de vez en cuando se percibía el farolillo de un alcalde que iba de ronda, o la luz con que un escudero o un rodrigón alumbraban el camino de un oidor, de un intendente o de una dama que volvía de alguna visita. Los perros vagabundos se apoderaban de las calles desde la oración de la noche y atacaban como unas fieras a los transeúntes.

Los truhanes y los ladrones tenían carta franca para pasear por la ciudad; la policía de seguridad estaba sólo en las armas de los vecinos.

Era la medianoche del 3 de julio de 1615. Una menuda lluvia se desprendía sobre la ciudad y producía un rumor tenue y acompasado; no se veía en todas las calles ni una luz, las puertas y las ventanas estaban cerradas, y parecía no vivir ninguno de los treinta y siete mil habitantes que componían entonces la población.

De repente, en el silencio de la noche, se oyó el ruido de un gran cerrojo y poco después la puerta principal del palacio del arzobispo se abrió dando paso a una extraña comitiva.


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478 págs. / 13 horas, 56 minutos / 727 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

La Leyenda de un Santo

Vicente Riva Palacio


Cuento


Lo que es en algunos cuerpos la propiedad de reflejar la luz, y en otros la de repetir el sonido, es en la humanidad la tendencia de las generaciones para repetir a las posteriores lo que oyeron de sus antepasados, no valiéndose del libro ni de la escritura, sino del recuerdo y de la palabra. Viven así las tradiciones, y tienen por eso frescura que encanta e interés que subyuga; y estudiadas luego a la luz de la historia, se empañan con el polvo de los archivos, se amaneran con el buen decir de los literatos, y pierden su hechizo bajo el peso de los reflexivos estudios de los eruditos.

Hace muchos años —tantos ya, que aún era yo niño—, me contaban la historia del protomártir mexicano Felipe de Jesús; y evocando sus recuerdos, y sin recurrir a documentos históricos, voy a contarla como la oía con infantil atención de la boca de aquellas viejas, a las que la ignorancia daba la voz de la inocencia, llenas de fe y creyendo como una verdad incontrovertible todo lo que me referían.

No había en todo el barrio muchacho más levantisco, ni más pendenciero, ni más travieso que Felipe de Jesús. Víctima de su carácter inquieto y turbulento era su pobre madre, que estaba siempre llamándole y buscándole, porque el chico jamás estaba en su casa: vivía, como acostumbraba decirse en aquellos tiempos, con el «Jesús» en la boca cada vez que notaba la falta del muchacho; y no acertaba con un camino para alcanzar que Felipe hiciera, no alguna cosa buena, sino menores males de los que causaba.

Y era el caso que por más que la madre reñía y por más que una tras otra rezaba novenas a todos los santos del cielo, y, sobre todo, a Santa Rita, de quien dicen que es abogada de imposibles, Felipe, en vez de ir a la escuela, se iba con otros muchachos a los ejidos a perder el tiempo, y volvía a su casa, unas veces con la ropa hecha pedazos, otras con un ojo amoratado, la cabeza rota o una mano fuera de su lugar.


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2 págs. / 4 minutos / 149 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Voto del Soldado

Vicente Riva Palacio


Cuento


Allá por el año de gracia de 1521 pasó a las Indias en busca de fortuna, y a servir al emperador en las conquistas de Nueva España, un soldado español llamado Juan de Ojeda.

Érase Juan de Ojeda un mocetón en la flor de la edad, extremeño de nacimiento, y tan osado y valeroso como perverso y descreído, y tan descreído y perverso como murmurador y maldiciente. Pusiéronle por mote sus compañeros «Barrabás», tanto por lo avieso de su condición como para distinguirle de un Ojeda a quien «El Bueno» le llamaban por sus costumbres irreprochables, y de otro que llamaban «El Galanteador», porque andaba siempre en pos de las muchachas de los caciques y señores de la tierra.

Túvole Hernán Cortés gran afecto por su valor y por la presteza y diligencia con que todas las comisiones y trabajos del servicio desempeñaba. Pero mejor que los compañeros de Ojeda, conocía sus malas cualidades, y a esto debido, ni le dio nunca mando que importar pudiera, ni guarda le confió de prisioneros a quienes se atreviera a sacrificar o a poner en libertad a cambio de algunos cañones de pluma llenos de polvo de oro, moneda supletoria bien usada en aquellos días.

Una tarde, ya después de la toma de la capital del poderoso imperio de Moctezuma, y cuando el ejército de Cortés se había retirado a la ciudad de Coyoacán, mientras se trazaban y comenzaban a levantarse los suntuosos edificios que de núcleo debían servir a la moderna México, Juan de Ojeda departía alegremente con un grupo de soldados de caballería, hablando de sus recuerdos y sus esperanzas, sazonado plato de conversación entre soldados.


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4 págs. / 7 minutos / 73 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Cuatro Esquinas

Vicente Riva Palacio


Cuento


Los hombres más juiciosos no son más que locos mansos. Oigan ustedes esta historia. Tengo desde hace muchos años íntima amistad con el conde del Sarmiento; un hombre inteligente, instruido, caballeroso y del que puede decirse que si no es un genio, es por lo menos un escritor distinguido.

Una mañana entró en mi alcoba cuando acababa yo de despertar.

—Perdóname —dijo— que tan temprano venga a molestarte. Quiero que seas mi padrino.

—¿Pero vas a batirte?

—Sí; he tenido anoche algunas palabras con un caballero que se llama Román Santiurce.

—Le conozco bien. ¿Y qué palabras han sido ésas?

—Bueno…, cualquier cosa; pero yo necesito batirme con él.

—No, poco a poco; explícame primero, y después resolveré si te ayudo o no.

—Pues óyeme, y fíjate para que veas que me sobra razón. Tú sabes que tengo relaciones con Clotilde y estoy apasionado de ella hasta la locura. Clotilde tiene en el Real una butaca en el turno primero y como debes suponer, me encanta estarla mirando durante la representación. ¡Pues ahí va lo grande! Yo veo a Clotilde desde mi platea; pero en la butaca que está delante de ella se sienta ese hombre, y como le hace el amor a Lucía, ya la conoces, que está al lado de él, inclina la cabeza y me oculta siempre a Clotilde, me la eclipsa; dirijo para ella mis gemelos, y en vez de encontrarme el rostro de Clotilde, siempre es la horrible cara de ese hombre la que estoy mirando, y esa contrariedad cada turno primero, me ha hecho crear un fondo de odio contra él, que le mataría con mucho gusto por no volver a ver esa cara. Por su parte, él debe estar enamorado de Lucía, y se supone que yo miro para donde ellos están por hacerle el amor a ella, y me detesta; sí, me detesta; se lo conozco.


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2 págs. / 4 minutos / 83 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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