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En el Nilo

José Antonio Román


Cuento


La bella Cleopatra, reina del Egipto, rodeada de esclavas, da la última mano á su regio tocado. Desde el balcón de su palacio de recreo, gallarda y viril, vese la flota romana. Marco Antonio llega en ella

En la terraza del intercolumnio de jaspe y balaustrada de mármol, reclinada en muelle triclinio y envuelta en real manto, está la hermosa Cleopatra, el mórbido brazo hundido en el almohadón, mientras una de sus manos ensortija, distraída, su ondulante cabellera. Sus pies, blandamente aprisionados en babuchas cuajadas de piedras preciosas, rasgan con las suelas claveteadas de oro, la sliciomática alfombra de Smirna. Una flotante y sedosa túnica con orlas argentadas y franjas exóticas, modela los encantadores escorzos de su carne de diosa.

A su alcance y pendiente del corolítico ábaco de una columna salomónica se balancea á impulsos de la brisa primaveral un grandioso abanico de plumas bizarras; Cleopatra lo abre, contemplando aburrida el bello paisaje. Su gacela, mimosa y ágil, penetra en la estancia, derriba dos ó tres negrillos y de un salto sube al triclinio apelonándose á sus pies; ella acaricia el suave y mullido pelaje del animal, y palmotea su coposa cabeza.

A su alrededor reina sepulcral silencio. El enjambre de esclavas, sentadas sobre pieles, las cabezas inclinadas, esperan silenciosas las órdenes de su señora. Tres griegas hermosísimas, semi-desnudas, destrenzadas las cabelleras, renuevan el aire con anchurosos abanicos mientras la guardia nubia, fornida y hercúlea, pasea por los anchos corredores A Cefis, la tebana, su esclava favorita, le hace un signo, y al punto multitud de braserillos tintinean al chocar contra el piso de pórfido, y volutas azuladas en caprichosas espirales ascienden lentamente perfumando la estancia.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 32 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

En el Nombre del Padre...

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A principios de este mismo siglo, que ya se acerca a su fin, algo después que echamos al invasor con cajas destempladas, y un poco antes que se afianzase, a costa de mucha sangre y disturbios, el hoy desacreditado sistema constitucional, había en la entonces pacífica Marineda cierto tenducho de zapatero, muy concurrido de lechuguinos y oficialidad, por razones que el lector malicioso no tendrá el trabajo de sospechar, pues se las diremos inmediatamente...

Llamábase el maestro de obra prima Santiago Elviña, y sería la más gentil persona del mundo si no adoleciese de dos o tres faltillas que, sin desgraciarle del todo, un tantico le afeaban. Eran sus ojos expresivos y rasgados; pero en el uno, por desdicha, tenía una nube espesa y blanca que le impedía ver; y su tez fuera de raso, a no haberla puesto como una espumadera las viruelas infames. El cabello (que en sus niñeces es fama lo poseyó Santiago muy crespo y gracioso) había volado, quedando sólo un cerquillo muy semejante al que luce San Pedro en los retablos de iglesia. Y aun con todas estas malas partes ostentaría el zapatero presencia muy gallarda, a no habérsele quedado la pierna izquierda obra de una pulgada más corta que la derecha y estar el pie correspondiente a la pata encogida algo metido hacia adentro y zopo. Hasta se asegura que de este defecto se originó la vocación zapateril de Santiago, puesto que necesitaba calzado especial, con doble suela de corcho, y por deseo de calzarse bien dio en aprender a calzar a los demás con igual perfección y maestría.


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Dominio público
10 págs. / 19 minutos / 65 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

En el Olivar del Tardío

Arturo Reyes


Cuento


I

Veinte años acababa de cumplir Toval, el Puchi, un chaval airoso y fuerte como un pino, cuando una mañana fría y luminosa en que el sol doraba las cumbres, en que el cielo despojábase, á sus besos, de sus brumas matutinales; en que piaban melancólicamente las alondras entre los riscos del monte; en que el laurel rosa lucía sus tintas más carmesíes en las risueñas cañadas donde destrenzábanse los arroyos en raudales cristalinos; en que los gallos se retaban de corral á corral con arrogantes cacareos; mañana en que se adornaba la vida con sus más bellos atavíos, cogió Toval, ya engalanado con flamante pantalón de pana, rojo ceñidor, entre marsellés y chaqueta de paño burdo, amplio pañuelo de seda blanco á guisa de corbata, sombrero de rondeña estirpe y recios zapatones de vaqueta; cogió Toval—repetimos—la reluciente vizcaína, los bordados bolsones de la pólvora y los plomos, y salió del lagar, tan alegre al parecer, como el día, y tan ágil como un corzo.

—Que no vengas mu tarde, Tovalico—le gritó su madre asomándose á la puerta de la casa.

—No tenga usté cuidiao, que estaré aquí á sol poniente.

—Que no eches por los Jerrizales—le gritó de nuevo aquélla, que no se apartó del umbral del edificio hasta ver perderse á lo lejos á su gallardo retoño.

Cuando la vieja penetró de nuevo en el lagar, su marido, ceñudo y con la mirada torva, entreteníase en contemplar el alegre chisporroteo de la leña húmeda, sentado junto al fuego que brillaba bajo la gran chimenea, sobre cuyo amplísimo alero parecían entonar los limpios peroles un canto á la condición hacendosa de su dueña.

—¿Qué tiées, Juan?—preguntó á éste su mujer, posando en él con interrogadora expresión sus ojillos obscuros y maliciosos.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 44 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

En el paseo de Sokólniki

Antón Chéjov


Cuento


El día 1 de mayo se inclinaba al anochecer. El susurro de los pinos de Sokólniki y el canto de los pájaros son ahogados por el ruido de los carruajes, el vocerío y la música. El paseo está en pleno. En una de las mesas de té del Viejo Paseo está sentada una parejita: el hombre con un cilindro grasoso y la dama con un sombrerito azul claro. Ante ellos, en la mesa, hay un samovar hirviendo, una botella de vodka vacía, tacitas, copitas, un salchichón cortado, cáscaras de naranja y demás. El hombre está brutalmente borracho... Mira absorto la cáscara de naranja y sonríe sin sentido.

—¡Te hartaste, ídolo! —balbucea la dama enojada, mirando confundida alrededor—. Si tú, antes de beber, lo pensaras, tus ojos son impúdicos. Es poco lo que a la gente le repugna verte, te arruinaste a ti mismo todo el placer. Tomas por ejemplo té, ¿y a qué te sabe ahora? Para ti ahora la mermelada, el salchichón es lo mismo... Y yo me esforcé pues, tomé lo mejor que había...

La sonrisa sin sentido en el rostro del hombre se convierte en una expresión de agudo pesar.

—M—masha, ¿a dónde llevan a la gente?

—No la llevan a ningún lugar, sino pasea por su cuenta.

—¿Y para qué va el alguacil?

—¿El alguacil? Para el orden, y acaso y pasea... ¡Epa, hasta donde bebió, ya no entiende nada!

—Yo... no estoy mal... Yo soy un pintor... de género...

—¡Cállate! Te hartaste, bueno y cállate... Tú, en lugar de balbucear, piensa mejor... Alrededor hay árboles verdes, hierbita, pajaritos de voces diversas... Y tú sin atención, como si no estuvieras ahí... Miras, y como en la niebla... Los pintores se empeñan ahora en reparar en la naturaleza, y tú como un curda...

—La naturaleza... —dice el hombre y mueve la cabeza—. La na—naturaleza... Los pajaritos cantan... los cocodrilos se arrastran... los leones... los tigres...


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2 págs. / 4 minutos / 115 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

En el Planeta Marte

Nilo Fabra


Cuento


Periódicos parlantes. — Supresión por inútil de la enseñanza del arte de leer y escribir. — Medios de locomoción. — Unidad política, lingüistica y religiosa. — Artículo de un periódico. — Noticias de la Tierra. — Parangón entre esta y Marte. — Prodigios de las ciencias. — Oración de los martícolas.


Resonancia Universal es el nombre del periódico más oído del planeta Marte.

Para los suscriptores hay fonógrafos a casa hita, que, sin más trabajo que oprimir un botoncito, repiten los telefonemas impresos o grabados en el peregrino confidente.

Al público en general, para enterarse de las diarias noticias, le basta depositar una moneda en aparatos que abundan en calles, plazas y caminos. Apenas cae la moneda dentro del ingenioso fonógrafo, habla este en voz baja, a través de reducida abertura, de modo que solo pueda valerse de él una persona, y no resulten defraudados los intereses de la empresa.

Los decretos, órdenes, reglamentos y bandos de las autoridades son pregonados en todas partes por megáfonos, que sustituyen las campanas en las torres de los templos, y los relojes dan la hora imitando la voz humana.

Tanta perfección han alcanzado allí el fonógrafo y el teléfono, que el arte de leer y escribir está en desuso. El Supremo Consejo de Instrucción Pública acaba de suprimirlo de las escuelas, limitando su enseñanza a la Diplomática.

Compónense las calles, las carreteras, y aun los caminos vecinales, de dos series de plataformas que se deslizan en opuesto sentido; cada una de las últimas tiene velocidad diferente; de modo que cuando los martícolas quieren trasladarse de un punto a otro, se colocan sobre la más lenta, y si desean acelerar la marcha, pueden pasar sucesivamente a la más rápida, que tiene un movimiento de 250 kilómetros por hora.


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8 págs. / 14 minutos / 38 visitas.

Publicado el 20 de febrero de 2023 por Edu Robsy.

En el Polo Norte

Arturo Reyes


Cuento


I

No empiecen á tiritar nuestros lectores, que no nos proponemos conducirlos á tan glaciales latitudes; que para llegar al Polo de nuestra narración no se hace preciso ir más allá de los límites del barrio de Capuchinos, que antes de traspasarlos nos tropezaremos y nos detendremos, si es que en esto no tienen inconveniente alguno los que nos leen, en el ventorrillo que el señor Currito Cárdenas hubo de bautizar, al establecerse en él, con el título conque encabezamos esta verídica historia.

El día en que aconsejados por la curiosidad pasamos los umbrales del citado ventorrillo, que se eleva dando vista á la población, á los montes y al cementerio, ya el señor Currito habíase ido, á causa de un segundo acosón hemipléjico, al último indicado lugar, y Paco Cárdenas, su sobrino, era el que oficiaba de experto timonel en aquel barco, para el cual parecía que no había hecho la Divina Providencia más que mares en bonanza.

Y bien merecía su propietario que Dios lo mirase con ojos de misericordia, pues con sobra de razón pregonaban cuantos le conocían, su ingénita bondad, y su honradez sin tacha y su varonil entereza, que sólo sacaba á relucir cuando, ahito de razón, tenía que probarle á alguno de los muchos mozos de ácana que frecuentaban su mo de vivir que cuando eran llegadas las ocasiones, sabía él también jugarse á cara ó cruz la integridad de la gallarda persona.


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17 págs. / 30 minutos / 48 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

En el Prado

José Pedro Bellán


Cuento


Una tarde de agosto, fría y seca, paseaba por el Prado. Acababa de dejar el puente y me dirigía por la avenida, a paso lento, perdido, sintiendo una tranquilidad confortable que me hacía feliz.

Ya frente a los pabellones, me llamó la atención un transeúnte que venía por la misma acera. Era un hombre alto, fuerte, vestido con corrección. Un automóvil le seguía a corta distancia.

"¡Calla!... si es Fortuny, mi amigo, es decir, mi ex amigo, mi antiguo compañero de estudios", me dije.

Pareció reconocerme; pero dudaba. Nos contemplamos un instante y luego, Fortuny, levantando sus manoplas al cielo, exclamó:

—Pero... ¿y eres tú?...

Nos dimos un abrazo formidable.

—Nunca lo hubiera soñado,—decía movido por una reaparición espontánea de nuestra vida pasada.

Me soltó para mirarme. ¡Pero si estás lo mismo!... Mira que no haberte reconocido en seguid a... No has cambiado, no has cambiado...

—En cambio tú estás hecho un hércules.

—¿Un hércules?... ¡Ja... Ja!... Un hércules que tiene afectado un pulmón.

—¡Tú! ¡No creo...

—¡Eh!... ¿no crees?... Pero no hablemos de esto ahora... Vaya... acompáñame. Es un trayecto que hago cuatro veces en la semana... por prescripción de la ciencia. Míe bajo del coche a la entrada del Prado y sigo a pie hasta al casino. Allí siempre bebo algo.

Nos tomamos del brazo y empezamos a andar hacia el hotel. Pero él caminaba de prisa: me llevaba a remolque.

—¿Por qué te apuras tanto? —pregunté.—¿Tienes algún asunto?

—No, no... es que lo hago sin darme cuenta. Es una costumbre en mí, una costumbre que se traduce en el menor acto. Como de prisa, bebo de prisa, vivo de prisa. El tiempo me asedia de tal modo que, aun cuando no tenga nada que hacer, no puedo desprenderme de esta rara sensación de vencimiento o plazo fijo.

—Pero... ¿y qué haces, a qué te dedicas?

—Gano dinero.


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4 págs. / 8 minutos / 43 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

En el Presidio

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El hombre era como un susto de feo, y con esa fealdad siniestra que escribe sobre el semblante lo sombrío del corazón. Cuadrado el rostro y marcada de viruelas la piel, sus ojos, pequeños, sepultados en las órbitas, despedían cortas chispas de ferocidad. La boca era bestial; la nariz, chata y aplastada en su arranque. De las orejas y de las manos mucho tendrían que contar los señores que se dedican a estudios criminológicos. Hablarían del asa y del lóbulo, de los repliegues y de las concavidades, de la forma del pulgar y de la magnitud, verdaderamente alarmante, de aquellas extremidades velludas, cuyos nudillos semejaban, cada uno, una seca nuez. Dirían, por remate, que los brazos eran más largos de lo que correspondía a la estatura. En fin, dibujarían el tipo del criminal nato, que sin duda era el presidiario a quien veíamos tejer con tal cachaza hilos de paja de colores, que destinaba a una petaca, labor inútil y primorosa, impropia de aquellas garras de gorila.

El director del penal, que me acompañaba, me llevó a su despacho con objeto de referirme la historia del individuo.

—¡Un crimen del género espeluznante! Lo que suele admirarme en casos como el de este Juanote, que así le llamaban en su pueblo, es eso de que toda una familia se ponga de acuerdo para cometer algo tan enorme y no la arredre consideración alguna. Se comprende más lo que haga una persona sola. Unirse en sentimientos y exaltaciones tales tiene algo de extraño; pero el caso es que sucede.


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4 págs. / 8 minutos / 101 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

En el Pueblo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Desde que habían tomado aquella criada, los esposos no podían evitar cierta inquietud, que se comunicaban en frases embozadas y agoreras, en alusiones intencionales y hasta, sin necesidad de palabreo, con un enarcar de cejas o un leve guiño.

¿Qué tenía de particular la Liboria para que se justificase tal impresión? Ahí está lo raro: mirándolo bien, nada. Era una zagalona de veintidós a veintitrés años, de buenas carnes y ojinegra, que había venido recomendada por el señor maestrescuela de la catedral de Toledo; porque en el pueblo casi no se encontraba servicio, y además las «chicas» parecían hechas de corteza de alcornoque, y ni tenían idea de cómo se enhebra la aguja. Los amos de Liboria debían, eso sí, confesarlo: era modosa, en el coser revelaba la enseñanza de las monjitas. Cogía de un modo invisible los puntos de las medias, y hacía con el ganchillo tapetes, colchas y respaldos de sillón, que daban gozo. Guisaba medianamente platos de cocina pobre, sin malicia, pero sartenes y cazos relucían de limpieza, lo cual, dígase lo que se diga, no deja de contribuir a despertar el apetito. De manera que, en suma, la sirviente cumplía su obligación como ninguna de sus predecesoras la había cumplido jamás. Don Lucas, el amo, farmacéutico con pujos de ilustración, no acertaba a negarlo; pero doña Flora, su mujer, mantenía en él la escama, la desconfianza indefinible. No pudiendo dar otras razones, sostenía los principios de esa endogamia que de pueblo a pueblo se mantiene viva, como en los tiempos de las tribus.

—No es deaquí. ¡Eso hay que mirarlo, hijo! Debimos pensarlo.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 213 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

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