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La Casa Lúgubre

Charles Dickens


Novela


Introducción

La Casa lúgubre no es, desde luego, el mejor libro de Dickens, pero quizá sea su mejor novela. Tal distinción no es un mero artificio verbal: no deberíamos dejar de contrastarla con su obra. Esta historia en particular representa el cenit de su madurez intelectual. Madurez no significa necesariamente perfección. Sería absurdo decir que una patata madura es perfecta: a algunas personas les gustan las patatas nuevas. Una patata madura no es perfecta, pero es una patata madura; la mente de un epicúreo inteligente quizá no se encuentre capacitada sobre este asunto en particular, pero la mente de una patata inteligente admitiría al instante, sin duda, ser un espécimen auténtico y completamente desarrollado de su propia especie, ni más ni menos. En cierto grado, sucede lo mismo incluso en la literatura. Podemos intuir cuándo un humano ha llegado a su pleno desarrollo mental, hasta el extremo de desear que nunca lo hubiese alcanzado. Los niños son mucho más simpáticos que las personas mayores, pero el crecimiento es algo que existe. Cuando Dickens escribió La Casa lúgubre, había crecido.

Como Napoleón, levantó su ejército sobre la marcha. Había avanzado al frente de su tropel de enérgicos personajes como lo hizo Napoleón al frente de sus improvisados batallones de la Revolución. Y, como Napoleón, ganó batalla tras batalla antes de conocer su propio plan de campaña; como Napoleón, tenía un ejército victorioso casi antes de tener un ejército. Después de sus decisivas victorias, Napoleón comenzó a poner su casa en orden; después de sus decisivas victorias, Dickens comenzó a poner también su casa en orden. La casa, cuando la hubo arreglado, era La Casa lúgubre.


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Publicado el 8 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Pequeña Dorrit

Charles Dickens


Novela


Prólogo a la edición de 1857

He dedicado a esta historia muchas horas de trabajo a lo largo de dos años. Muy mal las habría empleado si no pudiera dejar que sus méritos y defectos, en conjunto, hablaran por sí mismos al lector. Pero del mismo modo que no deja de ser razonable suponer que he prestado una atención más constante a los hilos que la recorren que la que haya podido prestarles nadie en el curso de su publicación intermitente, también es razonable pedir que se contemple como una obra completa y con el dibujo terminado.

Si tuviera que disculparme por las ficciones exageradas relacionadas con los Barnacle y el Negociado de Circunloquios, buscaría en la experiencia común de cualquier inglés y no me atrevería a mencionar el hecho irrelevante de que yo mismo falté a los buenos modales en los tiempos de la guerra con Rusia y del Tribunal Militar de Chelsea. Si tuviera la osadía de defender a un personaje tan extravagante como el señor Merdle, insinuaría que está inspirado en la época de las acciones ferroviarias, en los tiempos de determinado banco irlandés y en un par de empresas más igualmente admirables. Si tuviera que alegar algo para atenuar la absurda fantasía de que a veces una mala intención se presenta como buena y de carácter religioso, señalaría la curiosa coincidencia que ha llegado a su clímax en estas páginas en los días del examen público de los anteriores directores de determinado Banco Real Británico. Pero me someto a juicio en todos estos asuntos, si fuera necesario, y aceptaré el testimonio (procedente de una autoridad contrastada) de que nada semejante ha sucedido nunca en este país.


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1.087 págs. / 1 día, 7 horas, 42 minutos / 285 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Entrar en Sociedad

Charles Dickens


Cuento


En una de sus malas épocas, la casa cayó en manos de un hombre de circo. Figuraba en calidad de arrendatario en los correspondientes registros parroquiales y, por tanto, no fue necesario indagar mucho para averiguar su nombre. Por el contrario, seguirle la pista no fue tan sencillo, pues, debido a la vida itinerante que llevaba, las gentes sedentarias lo habían perdido de vista y las que presumían de respetables se avergonzaban de reconocer que alguna vez hubieron sabido algo de él. Por último, entre los fangales que desde las orillas del río se extienden por los aledaños de Deptford y las huertas vecinas, se halló a un personaje canoso, vestido de pana, con la cara tan curtida por la vida a la intemperie que parecía un tatuaje, estaba fumando en pipa a la puerta de una casa de madera sobre ruedas. La casa, en la desembocadura de un arroyo lodoso, pasaba allí el invierno, y todo lo que la rodeaba —el neblinoso río, los brumosos fangales y las vaporosas huertas— echaba humo también, en compañía del hombre canoso. En medido de la reunión de ahumadores, no se quedaba atrás el humero de l chimenea de la casa de madera sobre ruedas, pues enristraba su pipa con camaradería, como todo lo de alrededor.

Cuando le preguntaron si era él quien en una ocasión había arrendado la casa de alquiler, el hombre canoso vestido de pana puso cara de asombro y respondió que sí. Y que si se apellidaba Magsman. Que sí, que se llamaba Toby Magsman…, de Robert, pero Toby desde pequeño. Y que no lo buscarían por nada malo, ¿verdad? Y que si era sospechoso de algo… ¡que se lo dijeran inmediatamente!

Que no era nada de eso, que se tranquilizase. Solamente estaban indagando algunos datos sobre la casa y que si no le importaría contar por qué la había dejado.

Que no, en absoluto, ¿por qué iba a importarle? Que la había dejado por lo del enano.

¿Qué por lo del enano?


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15 págs. / 27 minutos / 169 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Informe de Trottle

Wilkie Collins


Cuento


Es muy posible que la mayoría de los curiosos acontecimientos que se relatan en estas páginas no hubieran llegado a producirse jamás de no haberse atrevido una persona llamada Trottle, contrariamente a su costumbre, a pensar por si mismo.

La cuestión por la que esa persona se arriesgó por primera vez en su vida a formarse una opinión pura y enteramente personal había despertado previamente y en grado sumo el interés de su respetada señora. Por decirlo en lenguaje llano, la cuestión no era otra que el misterio de la casa deshabitada.

Puesto que veía inconveniente alguno en apuntarse un tanto, si es posible fuere, allí donde había fracasado el señor Jarber, un lunes por la noche Trottle se dedicó a comprobar hasta dónde podía llegar él por su propia cuenta en la resolución del misterio de la casa deshabitada. Avisadamente desechó la absurda idea de perseguir historias de inquilinos anteriores y, con un solo objetivo claro, se puso manos a la obra por el camino más corto: dirigirse sin pérdida de tiempo a la casa y ver quién era la primera persona que salía a abrirle la puerta.

Empezaba a oscurecer la tarde del lunes, día decimotercero del mes, cuando Trottle pisó los escalones de la casa por vez primera. Llamó a la puerta sin saber nada de lo que se disponía a investigar, excepto que el propietario era un viudo anciano y acaudalado que se apellidaba Forley. ¡Bien poca cosa, la verdad, para empezar!

Al golpear con la aldaba, lo primero que hizo fue mirar con cautela por el rabillo del ojo derecho, a ver qué consecuencias, de haberlas, se desencadenaban en la ventana de la cocina. Inmediatamente apareció allí la silueta de una mujer, que miró inquisitivamente al desconocido de los escalones, se alejó rápidamente de la venta y volvió con una carta abierta en la mano, la cual levantó hacia la última luz del día; tras echar una rápida ojeada al escrito, la mujer volvió a desaparecer.


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17 págs. / 30 minutos / 88 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Sentimental

Charles Dickens


Cuento


La señorita Crumpton, o, para citar con toda autoridad a la inscripción que aparecía en la verja del jardín del «Minerva House», en Hammersmith, «Las señoritas Crumpton», eran dos personas de una estatura fuera de lo común, particularmente delgadas y excesivamente flacas; tiesas como un palo y de color apergaminado.

La señorita Amelia Crumpton contaba treinta y ocho años y la señorita María Crumpton admitía tener cuarenta, confesión que era perfectamente innecesaria por cuanto era evidente que por lo menos tenía cincuenta. Vestían de la manera más interesante —como si fueran mellizas—; tenían un aire tan feliz y satisfecho como un par de clavelones a punto de echar grano. Eran muy precisas, tenían las ideas más estrictas posibles respecto de la propiedad, usaban peluca y siempre despedían un fuerte olor a lavanda.

«Minerva House» —«La Casa de Minerva», diosa de la Sabiduría— dirigida bajo los auspicios de las dos hermanas, era un establecimiento dedicado a completar la educación de jóvenes señoritas, donde una veintena de muchachas, cuya edad oscilaba entre los quince y los diecinueve abriles, adquirían un conocimiento superficial de todo y un verdadero conocimiento de nada: enseñanza de los idiomas francés e italiano; lecciones de baile dos veces por semana y otras cosas convenientes para la vida. Era un edificio todo blanco, un poco apartado del camino, cercado por una valla. Las ventanas de los dormitorios estaban siempre entreabiertas para que, a vista de pájaro, pudieran admirarse las numerosas camas de hierro y unos muebles tapizados de blanquísima cotonada, e imprimir así en el transeúnte el debido sentido de la fastuosidad del establecimiento.


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15 págs. / 26 minutos / 221 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Bel-Ami

Guy de Maupassant


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo 1

Cuando la dependienta le entregó la vuelta de sus cinco francos, George Duroy salió del restaurante.

Presumido por naturaleza y por petulante reminiscencia de su época como suboficial, hinchó el pecho, se atusó el bigote con un gesto marcial que le era característico y arrojó sobre los comensales que llegaban con retraso una mirada rápida y circunspecta, una de esas miradas de gavilán que todo lo abarca y penetra.

A su paso, las mujeres levantaron la cabeza. Eran tres obrerillas, una profesora de música, de cierta edad, reñida con el peine, desaliñada, que solía llevar su sombrero polvoriento y un vestido hecho a zurcidos; finalmente dos señoras de medio pelo, con sus correspondientes maridos, todos ellos parroquianos asiduos de aquel bodegón con cubiertos a precio fijo.

Ya en la acera, Duroy permaneció un momento inmóvil, como si se preguntase qué haría. Era el 29 de junio, y, para terminar el mes, le quedaban en el bolsillo tres francos y cuarenta céntimos, lo cual valía por dos almuerzos, sin las respectivas comidas, o bien por dos comidas sin los almuerzos correspondientes, a elegir. Pensó que si las refacciones matinales le suponían un gasto de un franco y diez céntimos, en lugar del uno cincuenta que le costarían las colaciones vespertinas, aún podía disponer, si se contentaba con los almuerzos, de su superávit de un franco y veinte céntimos, lo que suponía dos bocadillos de salchichón y el supremo placer de sus noches. Y echó calle de Notre Dame de Lorette abajo.


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339 págs. / 9 horas, 54 minutos / 222 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Fogonero

Franz Kafka


Cuento


Al entrar en el puerto de Nueva York a bordo de un barco que se iba deteniendo, Karl Roßmann, un joven de diecisiete años al que sus padres pobres habían enviado a América por tener un hijo con una criada que lo había seducido, creyó ver la Estatua de la diosa Libertad, que divisaba desde hacía un buen rato, como si estuviera dentro de un rayo de sol que fulgurara de repente. El brazo con la espada parecía recién alzado y en torno a su silueta soplaban aires libres.

«Qué alta», se dijo. Y como no se había hecho aún a la idea de marcharse se vio empujado poco a poco hasta la baranda de cubierta por una creciente multitud de mozos de equipaje que se le adelantaban sin parar.


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35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 158 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Contemplación

Franz Kafka


Cuento


Para M. B.

Franz Kafka

Niños en un camino de campo

Yo oía pasar los coches junto a la cerca del jardín, muchas veces los veía a través de los intersticios apenas oscilantes del follaje. ¡Cómo crujía en el cálido verano la madera de sus ruedas y varas! Del campo volvían los labradores, y se reían escandalosamente.

Yo estaba sentado en nuestro pequeño columpio, descansando entre los árboles del jardín de mis padres.

Del otro lado de la cerca el ruido no cesaba. Los pasos de los niños que corrían desaparecían en un instante; carros de cosechadores, con hombres y mujeres arriba y alrededor, oscurecían los canteros de flores; hacia el atardecer veía a un señor con un bastón, que se paseaba, y a un par de muchachas que venían cogidas del brazo en dirección opuesta, y se hacían a un lado sobre el césped, saludándole.

Luego los pájaros se lanzaban al espacio, como salpicaduras; yo los seguía con los ojos, los veía subir de un solo impulso, hasta que ya no me parecía que ellos subieran, sino que yo caía; debía sostenerme de las sogas, y comenzaba a balancearme un poco, de debilidad. Pronto me columpiaba con más fuerza, el aire refrescaba y en vez de los pájaros en vuelo aparecían temblorosas estrellas.

Cenaba a la luz de una bujía. A menudo apoyaba ambos brazos en la madera, y ya cansado, comía mi pan con manteca. Las agujereadas cortinas se hinchaban bajo el cálido viento, y muchas veces alguno que pasaba por afuera las sujetaba con la mano, como si quisiera verme mejor y hablar conmigo. Generalmente la bujía se apagaba de golpe y en el humo oscuro de la vela seguían girando un rato los insectos. Si alguien me interrogaba desde la ventana, yo le miraba como se mira una montaña o el vacío, y tampoco a él le importaba mucho que yo le respondiera.


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19 págs. / 34 minutos / 317 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Voto compensatorio.Redefinición del contrato social desde una perspectiva Latinoamericanista

Francisco Tomás González Cabañas


filosofía, política, democracia, sociología, contrato social.


Voto compensatorio. Redefinición del contrato social desde una perspectiva Latinoamericanista

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Voto compensatorio. Redefinición del contrato social desde una perspectiva Latinoamericanista

 

Francisco Tomás Gonzales Cabañas
franciscotgc@hotmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Índice

 

 

 

 

 

 

Introducción.....................................................................................5
Primera Parte...................................................................................11
Segunda Parte...................................................................................45

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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67 págs. / 1 hora, 58 minutos / 87 visitas.

Publicado el 12 de febrero de 2017 por Francisco Tomas González Cabañas.

Mont Oriol

Guy de Maupassant


Novela


Primera parte

I

Los primeros bañistas, los madrugadores que ya habían salido del agua, se paseaban despacio, de dos en dos o solos, bajo los altos árboles, a lo largo del arroyo que baja de la hoz de Enval.

Otros llegaban desde el pueblo y entraban en el balneario como si llevaran prisa. Era éste un edificio grande cuya planta baja se reservaba para el tratamiento termal, mientras que el primer piso se usaba como casino, café y sala de billar.

Desde que el doctor Bonnefille había descubierto en los confines de Enval el copioso manantial al que había dado el nombre de manantial Bonnefille, algunos terratenientes de la zona y su entorno, tímidos especuladores, se habían decidido a edificar en el corazón de aquel espléndido valle de Auvernia, agreste pero alegre, poblado de nogales y gigantescos castaños, una espaciosa construcción con varios usos, que lo mismo valía para curar que para divertir, donde se vendían, abajo, agua mineral, duchas y baños, arriba, cerveza, licores y música.

Habían cercado en parte el barranco siguiendo el curso del arroyo para crear el parque indispensable en toda ciudad termal, y, en él, habían trazado tres paseos, uno casi recto y dos festoneados. Al final del primero habían hecho brotar un manantial artificial, desviado del manantial principal, que manaba entre espumas en una amplia cubeta de cemento cubierta por un tejado de paja, bajo la custodia de una mujer impasible a la que todo el mundo llamaba campechanamente Marie. Aquella sosegada auvernesa, tocada con un gorrito siempre blanquísimo y envuelta casi por completo en un gran delantal muy limpio que le ocultaba el uniforme, se ponía calmosamente de pie en cuanto divisaba por el sendero a un bañista que se le acercaba. Tras ver de quién se trataba, escogía el correspondiente vaso en un armario portátil y acristalado, luego lo llenaba despacio con un cacillo de zinc con mango de madera.


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268 págs. / 7 horas, 49 minutos / 59 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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