Para Areli Robsy, mi única tía.
No entiendo qué diablos tiene que ver
con la LITERATURA el "Cambio Social
y reforma política" con que Don Franca
nos obsequiará en la "Semana Literaria"
Se ha muerto mi abuela, aquella, la del pelo blanco, el cuerpo
carcoido y la mirada tantas veces sorprendida. Y estoy triste porque se
ha muerto mi abuela, una mujercita que recordaba, sonriendo, mis proezas
de niños y mis salidas de tono. Cuando, por ejemplo, vino el pedicuro a
casa, para los pies de la abuelita, y mi prima (¡buena chica!) y yo nos
le quedamos mirando.
— Está pelón — dije yo.
— Está pelón — dijo ella.
El callista era, en efecto, calvo, y la abuela, con ese largo hábito de corregir a los niños cuando hablan mal, nos reconvino:
— No se dice pelón; se dice "calvo".
Supongo que nunca el callista se sintió tan importante y, a la vez,
tan corrido. Y, al final, claro, la cosa terminó en risas y alegría, que
es la forma mejor de acabar algo mal empezado.
Bien, pues aquella mujer, mi abuela, hoy está muerta. "Se ha ido" —
dicen algunos. "No está". "En el cielo nos cuida", pero la verdad es que
está muerta y yo no acabo de comprender por qué los seres queridos nos
abandonan alguna vez; y no sé, tampoco, qué se hace del cariño que nos
tenían.
Recuerdo, porque me lo han dicho, cómo nos cogía a puñados a mi prima
y a mí: los dos estábamos gordos y éramos naturalmente revoltosos. Los
dos teníamos nuestro temperamento y ella debía sofocárnoslo tantas veces
que...
Luego, en Madrid, nos llevó al zoológico: mi prima y yo, asustados y
curiosos delante de aquellos enormes animales salvajes, acabados detrás
de las rejas, vencidos por su misma furia ante la prisión. Pensé,
entonces, qué efecto haría un hombre metidito en su jaula y mirando con
los ojos apagados y tristes de los leones viejos. Se lo dije a mi
abuela.
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