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Los Chin-Fú-Tón

Abraham Valdelomar


Cuento


o sea
La historia de los hambrientos desalmados


(Cuento chino)


Caminando, pausadamente, por la avenida de los melocotoneros y ciruelos que va desde la Gran Portada hasta el sagrado rincón donde se venera, bajo los floridos ramajes, la Grande, Divina y Noble figura de Buda, a la hora del Crepúsculo, encontramos a nuestro paso, mi anciano tío y yo, a muchos transeúntes. Pasaban viejos de enorme abdomen, cansados bajo el peso de sus múltiples ropajes; jóvenes que canturreaban canciones rituales; mujeres que con la mirada baja acusaban su estado matrimonial, y ciertos individuos, que caminaban con la cabeza levantada, insolentes, ostentando ricos vestidos, con la demacrada palidez que produce el uso del a-pi-hin, o sea el opio de la primera cosecha de amapolas, y por lo cual el más caro; y hube de interrogar a mi bueno y anciano tío sobre tales gentes, que parecían ser muy reverenciadas:

–Mi tío y gran señor, podrás decirme ¿quién es este señor que te saluda?

–Es un chin-fú-tón. Habrás observado que no le he contestado.

A poco pasó otro y dijo a mi tío:

–Buda te proteja, Gran Señor y conserve el largo de tus uñas curvas y transparentes, el color de tus mejillas que parecen a la flor del cáñamo que se copia en la tranquila corriente del lago azul...

–Y a ti el demonio te lleve a Chin Gau, se apodere de tu alma y seas vendedor de cuyes en los siete cielos, y te escupa un leproso, y te pida limosna tu mujer, asquerosa culebra, le respondió mi tío iracundo.

Yo me atreví a volver a interrogarle:

–Quién es este hombre, Gran Señor y Tío que así te saluda?...

–Es otro chin-fú-ton.

–Y quiénes son estos chin-fú-tón, Gran Señor? Son una secta? Una casta social? Un grupo político? Acaso profesores de la Academia?...

Mi tío respondió:


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 182 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Fondo del Alma

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El día era radiante. Sobre las márgenes del río flotaba desde el amanecer una bruma sutil, argéntea, pronto bebida por el sol.

Y como el luminar iba picando más de lo justo, los expedicionarios tendieron los manteles bajo unos olmos, en cuyas ramas hicieron toldo con los abrigos de las señoras. Abriéronse las cestas, salieron a luz las provisiones, y se almorzó, ya bastante tarde, con el apetito alegre e indulgente que despiertan el aire libre, el ejercicio y el buen humor. Se hizo gasto del vinillo del país, de sidra achampañada, de licores, servidos con el café que un remero calentaba en la hornilla.

La jira se había arreglado en la tertulia de la registradora, entre exclamaciones de gozo de las señoritas y señoritos que disfrutaban con el juego de la lotería y otras igualmente inocentes inclinaciones del corazón no menos lícitas. Cada parejita de tórtolos vio en el proyecto de la excelente señora el agradable porvenir de un rato de expansión; paseo por el río, encantadores apartes entre las espesuras floridas de Penamoura. El más contento fue Cesáreo, el hijo del mayorazgo de Sanin, perdidamente enamorado de Candelita, la graciosa, la seductora sobrina del arcipreste.

Aquel era un amor, o no los hay en el mundo. No correspondido al principio, Cesáreo hizo mil extremos, al punto de enfermar seriamente: desarreglos nerviosos y gástricos, pérdida total del apetito y sueño, pasión de ánimo con vistas al suicidio. Al fin se ablandó Candelita y las relaciones se establecieron, sobre la base de que el rico mayorazgo dejaba de oponerse y consentía en la boda a plazo corto, cuando Cesáreo se licenciase en Derecho. La muchacha no tenía un céntimo, pero... ¡ya que el muchacho se empeñaba! ¡Y con un empeño tan terco, tan insensato!


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 261 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Fariz

Serafín Estébanez Calderón


Cuento


Si no existiera la mujer hermosa
fuera un bridón el ídolo del moro.
Mas si los dos al orbe prestan lumbre,
los dos a un tiempo forman un tesoro.

Poesía árabe.

¡Cuán dichoso es el árabe cuando, montado en su corcel, se lanza, desde las rocas en el desierto; cuando los pies de su bridón, sumergiéndose en la arena, levantan el mismo murmullo que el hierro ardiendo mojado en el agua! Vedlo allá cuál nada en el Océano de arena, y cuál hiende las áridas ondas con su pecho del delfín.

Aprisa, aprisa: apenas toca con sus pies la faz de las arenas: aguija, aguija: ya se lanza envuelto en un turbillón de polvo.

Es negro el corcel mío como nube de otoño; blanca estrella como la aurora brilla sobre su frente; da al viento su crin hermosa, como garzotas ondantes, y sus pies cuatralbos vibran centellas de fuego.

Vuela, vuela, bridón mío, el de la estrella blanca; selvas, montañas, abrid paso, dadme lugar.

En vano la verde palma se me brinda con sus dátiles y sombra; yo desprecio su hospedaje.

La palmera avergonzada huye de mí, se oculta en el Oasis, y en el susurro de sus hojas parece que se burla de la temeridad mía.

Sus altas rocas, custodios de la frontera del desierto, vuelven sobre mí su faz negra y torva, repiten la carrera de mi caballo, y parece que me amenazan así.

"El insensato, ¿dónde va? Su cabeza no encontrará ya amparo contra los dardos del sol, ni bajo la verde caballera de la palma, ni bajo el blanco pabellón de la tienda. Allí no hay más que una tienda, la bóveda del cielo. Allí las rocas solas pasan la noche; sólo las estrellas viajan por allí."

Yo corro más y más: vuelvo la cabeza y miro las rocas huir avergonzadas de mí, y que se ocultan y bajan sus crestas las unas tras las otras.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 42 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Frío

Pablo Palacio


Cuento


Para la buena hermana —no contada— de Víctor, Ramón y María. Es fina, pálida, morenuca. Y ha sido embrujada con un bebedizo de indiferencia.

—¡Víctor! ¡Ramón! ¡María! ¡Muchachos! Todos aquí. —Es la voz argentada de Rosario que llama a sus pequeñines. Juegan junto a la cancela del jardín.

Mariquita entra la primera. Es un angelito de Dios. Hecha de cielo y sol, áurea como la luz dorada del crepúsculo. Tiene el cabello rubio cortado en la nuca; las mejillas sonrosadas, manzanas maduras; los labios entreabiertos; los dientes finos y blancos, collar menudito de estrellas: la nariz pequeñina, carnosa y ligeramente levantada hacia arriba; gordita, blanca y los ojos de añil.

Como un rayo de luz, juguetona y frágil, zalamera y risueña, abriendo los bracitos de nácar, cae sobre el regazo de su mamacita. Levantándola en alto la hace mil de mimos, caricias y besos.

Víctor entra después corriendo como un gamo y colocándose detrás de Rosario se acurruca lo más que puede; ésta, maliciosa y sonriente, lo tapa de las miradas de Ramón que entra de puntillas y con la sonrisa en los labios. Daniel, el padre, le avisa con los ojos en donde se oculta Víctor; éste, que tiene el dedo sobre los labios, ve la indicación y lloriquea:

—No quiero. ¡Vaya! Fuera de avisadas.

Ramón, al oír la voz de Víctor, suelta la carcajada, y en esa carcajada, contenida a duras penas por un minuto, hay de todos los matices y todas las dulzuras.


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4 págs. / 7 minutos / 40 visitas.

Publicado el 17 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

El Armario

Guy de Maupassant


Cuento


Hablábamos de mujeres galantes, la eterna conversación de los hombres.

Uno dijo:

 Y era como sigue:

Un anochecer de invierno se apoderó de mí un abandono perturbador; uno de los terribles abandonos que dominan cuerpo y alma de cuando en cuando. Estaba solo, y comprendí que me amenazaba una crisis de tristeza, esas  tristezas lánguidas que pueden  conducirnos al suicidio.

Me puse un abrigo y salí a la calle. Una lluvia menuda me calaba la ropa, helándome los huesos. En los cafés no había gente. Y ¿adónde ir? ¿Dónde pasar dos horas? Me decidí a entrar en Folies—Bergére, divertido mercado carnal. Había escaso público; los hombres vulgares, y las mujeres, las mismas de siempre, las miserables mozas desapacibles, fatigadas, con esa expresión de imbécil desdén que muestran todas, no sé por qué.

De pronto descubrí entre aquellas pobres criaturas despreciables a una joven fresca, linda, provocadora. La detuve y brutalmente, sin reflexionar, ajusté con ella el precio de la noche. Yo no quería volver a mi casa.

Y la seguí. Vivía en la calle de los Mártires. La escalera estaba oscura. Subí despacio, encendiendo cerillas. Ella se detuvo en el cuarto piso,  y cuando entramos en su habitación, echando el cerrojo de su puerta, me preguntó:

—¿Piensas quedarte aquí hasta mañana?

—Eso me propongo; eso convinimos.

—Bien, mi vida, lo pregunté por curiosidad. Aguárdame un minuto que enseguida vuelvo.

Y me dejó a oscuras. Oí cerrar dos puertas; luego me pareció que aquella mujer hablaba con alguien. Quedé sorprendido, inquieto. La idea de un chulo me turbó, aun cuando tengo bastante fuerza para defenderme.

«Veremos lo que sucede», pensé.


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4 págs. / 7 minutos / 110 visitas.

Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Barco del Tesoro

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


El gran galeón yacía semienterrado bajo la arena, los yuyos y el agua de la bahía septentrional donde los azares de la guerra y el tiempo lo habían instalado. Habían pasado tres siglos y un cuarto desde que había navegado en alta mar como una importante unidad de un escuadrón de guerra; precisamente en qué escuadrón era el punto en que los expertos no se ponían de acuerdo. El galeón no había aportado nada al mundo, pero según la tradición y la información, se había llevado mucho de él. ¿Pero cuánto? En esto nuevamente los expertos estaban en desacuerdo. Algunos eran tan generosos en sus cálculos como un asesor de impuestos, otros aplicaban una crítica más fuerte a los cofres del tesoro sumergidos, y otros rebajaban su contenido a una moneda de oro ficticio. A la primera clase pertenecía Lulú, duquesa de Dulverton.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Novia Fiel

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Fue sorpresa muy grande para todo Marineda el que se rompiesen la relaciones entre Germán Riaza y Amelia Sirvián. Ni la separación de un matrimonio da margen a tantos comentarios. La gente se había acostumbrado a creer que Germán y Amelia no podían menos de casarse. Nadie se explicó el suceso, ni siquiera el mismo novio. Solo el confesor de Amelia tuvo la clave del enigma.

Lo cierto es que aquellas relaciones contaban ya tan larga fecha, que casi habían ascendido a institución. Diez años de noviazgo no son grano de anís. Amelia era novia de Germán desde el primer baile a que asistió cuando la pusieron de largo.

¡Que linda estaba en el tal baile! Vestida de blanco crespón, escotada apenas lo suficiente para enseñar el arranque de los virginales hombros y del seno, que latía de emoción y placer; empolvado el rubio pelo, donde se marchitaban capullos de rosa. Amelia era, según se decía en algún grupo de señoras ya machuchas, un «cromo», un «grabado» de La Ilustración. Germán la sacó a bailar, y cuando estrechó aquel talle que se cimbreaba y sintió la frescura de aquel hálito infantil perdió la chaveta, y en voz temblorosa, trastornado, sin elegir frase, hizo una declaración sincerísima y recogió un sí espontáneo, medio involuntario, doblemente delicioso. Se escribieron desde el día siguiente, y vino esa época de ventaneo y seguimiento en la calle, que es como la alborada de semejantes amoríos. Ni los padres de Amelia, modestos propietarios, ni los de Germán, comerciantes de regular caudal, pero de numerosa prole, se opusieron a la inclinación de los chicos, dando por supuesto desde el primer instante que aquello pararía en justas nupcias así que Germán acabase la carrera de Derecho y pudiese sostener la carga de una familia.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 140 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Sed de Cristo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Cuando desde la altura de su patíbulo, abriendo las desecadas fauces, exhaló Cristo la más angustiosa de las Siete Palabras, María Magdalena, que estaba como idiota de dolor, estrechamente abrazaba al tronco de la cruz, se estremeció y, recobrando energía y actividad, a impulsos de una compasión que la penetraba toda, se lanzó en busca de agua que aplacase la sed del moribundo Maestro.

No muy lejos del Calvario, sabía Magdalena que manaba, entre peñascos, purísimo y cristalino manantial. Pidió prestada una taza de arcilla a un hombre del pueblo de Jerusalén, de los que en tropel rodeaban la cruz, y se encaminó hacia la escondida fuente. Poco tardó en encontrarla, sintiendo profundo regocijo al pensar que aquella linfa fresquísima calmaría, siquiera momentáneamente, los sufrimientos del mártir. Surtía el chorro, más claro que cristal, de una grieta tapizada de musgo y finos helechos, y el rumor de su corriente lisonjeaba el oído y el corazón. Al recoger en el cuenco de barro el agua, Magdalena notó que estaba fría, helada, casi, y de nuevo se alegró, pensando lo refrigerante que sería para Jesús el sorbo. Con su taza rebosante corrió al lugar del suplicio, y a fuerza de ruegos logró que le permitiesen los sayones amontonar unas piedras y encaramarse hasta acercar el agua a los labios cárdenos del crucificado. Y cuando esperaba verle paladear el agua consoladora, he aquí que Jesús la rechaza, moviendo la cabeza y repitiendo en un soplo imperceptible: «Sed tengo».


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Dominio público
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Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Sin Respuesta

Emilia Pardo Bazán


Cuento


He aquí la relación que hizo el viudo —uno de los poquísimos inconsolables que se encuentran:

De Águeda Salas corría un rumor: que no se casaría jamás, y que si por caso improbable llegase a encontrar marido, sería infinitamente desgraciada, abandonada al día siguiente.

Quien la viese en la calle o en el teatro no se explicaría estas voces. ¿Por qué había de ser incasable Guedita? Mire usted este retrato: conmigo lo llevo siempre. Me parece que es toda una hermosa mujer, y que no me ciega la pasión. Ahí no ve usted sino las facciones: falta el color, lo más notable que tenía. Los ojos eran verdes y claros como el agua del mar en los huecos de las peñas, el pelo castaño y con resplandores rubios y la tez tan fina y tan blanca, que no he visto otra como ella. Lo más particular era la oposición que hacían en aquella blanca piel los labios acarminados, de un color de sangre viva, que, según las malas lenguas, se debía a la pintura. Y no se debía: ¡me consta!

En la calle, por las aceras de Recoletos y el pinar de Alcalá, seguía a Guedita infinidad de moscones. Eso también es positivo: como que lo presencié. Y me extrañó, porque recordaba lo que decían de ella. Entonces empecé a fijarme, a seguirla yo, sin darle importancia a la cosa, por todos los sitios públicos, y a enterarme de sus condiciones. Los informes redoblaron mi curiosidad: se desprendía de ellos que Guedita, lejos de ser incansable, reunía todas las condiciones que facilitan la colocación de una muchacha. Sin que descendiese de la pata del Cid, era de familia estimadísima; sin contarse entre las millonarias, tenía suficiente hacienda, heredada ya de su madre, y para más ventaja, sólo un hermano, que seguía la carrera de Marina, y que sería cuñado poco molesto. A mí, personalmente esto no me hubiese decidido: si algo me arrastró, fue el contraste entre tales noticias y las profecías contra Águeda.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 49 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

El Sabio Piquirrí

José Fernández Bremón


Cuento


(Continuación)


Y escribo continuación, porque lo va a ser este cuento, de una anécdota muy conocida; la siguiente:

Enseñaba su padre a un pollo de gorrión el arte de vivir, y le decía:

—Cuando veas que un muchacho se inclina para tomar una piedra, huye, que es para tirártela.

Y replicó el polluelo:

—Padre, ¿y si el muchacho lleva la piedra en el bolsillo?

—Anda, hijo, y vive por tu cuenta —contestó el gorrión padre—, que quien hace esa observación no necesita lecciones de vivir.

Concluyen algunos sus cuentos firmando un chascarrillo ajeno; empiezo el mío con una anécdota que no sé de quién es, pero no me la atribuyo.

I

He averiguado el nombre de aquel gorrioncillo: se llamaba Piquirrí, y fue uno de los doctores más famosos del claustro madrileño que celebra sus juntas en los tejados de la Universidad Central. Expongan otros el plan de estudios de esos pájaros, que es siempre el mismo, porque se hizo bien desde el principio y no hay necesidad de variarlo: sólo diré que el profesor explica e interroga a sus discípulos, y es preguntado por ellos a capricho; hay exámenes de fin de curso, pero empiezan por examinar los alumnos al maestro: pocos resisten a la prueba. La facultad más apreciada es la de Experiencia, por ser la más aplicable a la vida y la que más falta a los jóvenes.

II

El sabio Piquirrí acabó así su lección, haciendo cátedra del caballete de un tejado:

—Toda precaución es poca con el hombre; comparado con él, es inofensivo el gato, y el milano es un pardillo. A ver, señor Plumillas, ¿qué haría usted para precaverse de una pedrea?

—Irme a otro barrio.

—¿Y usted, pájaro Pinto, qué método seguiría para picotear los cañamones de una jaula?

—Vería si estaban cerradas las vidrieras del balcón.

—¿Nada más?

—Y si lo estaban las maderas.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 10 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

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