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Tragedia en Harlem

O. Henry


Cuento


Harlem. La señora Fink acaba de entrar en casa de la señora Cassidy, que vive en el piso debajo del suyo.

—¿Has visto qué hermosura? —dijo la señora Cassidy.

Volvió el rostro con orgullo para que su amiga la señora Fink pudiese verlo. Tenía uno de los ojos casi cerrado, rodeado por un enorme moretón de un púrpura verdoso. También tenía un corte en el labio, que le sangraba un poco, y a ambos lados del cuello se veían marcas rojas de dedos.

A mi marido no se le ocurriría jamás hacerme una cosa semejante —manifestó la señora Fink, tratando de ocultar su envidia.

—Yo no viviría con un hombre —declaró la señora Cassidy— que no me pegase al menos una vez a la semana. Eso demuestra que te tiene por algo. ¡Aunque esta última dosis que me ha dado Jack no se puede decir que haya sido con cuentagotas! Todavía veo las estrellas. Pero será el hombre más dulce de la ciudad durante toda la semana, como indemnización. Este ojo vale lo suyo a cambio de unas entradas de teatro y una blusa de seda.

—Me atrevo a esperar —dijo la señora Fink, simulando complacencia— que el señor Fink sea demasiado caballero para atreverse jamás a ponerme la mano encima.

—¡Venga ya, Maggie! —dijo riéndose la señora Cassidy, mientras se untaba el ojo con linimento de avellano—, lo que pasa es que tienes envidia. Tu viejo está demasiado cascado y es demasiado lento para darte un puñetazo. Se limita a sentarse y a hacer gimnasia con un periódico cuando llega a casa. ¿O no es verdad?

—Es cierto que el señor Fink se embebe en los periódicos cuando llega —reconoció la señora Fink, asintiendo con la cabeza—; pero también es cierto que jamás me toma por un Steve O'Donnell sólo para divertirse, eso desde luego que no.


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8 págs. / 14 minutos / 120 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Don Urbano

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Se hizo superior el año sesenta, en Julio, el día del eclipse. Por cierto que, dice él, muy orgulloso sin saber por qué, por cierto que hubo que suspender el ejercicio, porque no se veía, y el tribunal discutió si se traerían luces o no se traerían. El año sesenta y cinco, la Unión liberal, dice él también, me dio la escuela de párvulos; y lo dice de un modo que da a entender que no le pesará si alguien llega a creer que el mismo O'Donnell en persona vino al pueblo a darle la escuela de párvulos, a él, a don Urbano Villanueva.

Por lo demás, no crean ustedes que es fatuo, ni que tiene grandes aspiraciones políticas; su vanidad se reduce a eso, a encontrar una misteriosa relación entre el acto solemne de hacerse el maestro superior, y el famoso eclipse de sol del año sesenta… Con esto, u con suponer a la Unión liberal interesada en otorgarle la escuela de párvulos, se da por satisfecho su egoísmo. En todo lo demás es altruista; su existencia estuvo por mucho tiempo consagrada… no al prójimo sino a los árboles y a los edificios, principalmente a los árboles, sin que tampoco despreciase los arbustos, siempre y cuando que se tratara de los que son propiedad del concejo. En un principio, cuando la Unión liberal le dio la escuela, creyó que su vocación consistía en renovar el sistema de educación de los infantes, y hasta llegó en su audacia a imaginar una especie de reloj gráfico intuitivo, para que los niños de teta mamaran nada más a las horas debidas. Su idea era facilitar el desarrollo de las facultades físicas y anímicas de los niños llorones, dejándolo todo a la espontaneidad de la naturaleza… metódicamente enderezada. Los niños eran tiernas plantas. (De esta metáfora nació la afición de don Urbano al arbolado público). La savia natural, decía, se encarga de hacerlos física e intelectualmente; yo todo lo dejo a la intuición y al aire libre… pero… pero


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 66 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Psicología del Intruso

Joaquín Díaz Garcés


Cuento


El intruso para mí es el ser más misterioso de la creación. Cuando vi por la primera vez la osamenta gigantesca de un animal antediluviano, cuando leí las revelaciones que sobre los monstruos descubiertos en el fondo del océano por el príncipe de Mónaco hacían las revistas científicas, sufrí una sorpresa natural; pero luego olvidé esa novedad por otras, en la sucesión constante de preocupaciones que la vida nos ofrece. Pero el intruso me ha atraído siempre en forma permanente, y a pesar de los años no deja de preocuparme como en el primer día en que encontré uno. ¿Qué cosa es el intruso a punto fijo? ¿Es un hombre de buena o mala fe? ¿Sabe él mismo que es un intruso? Si lo sabe, ¿cómo insiste? ¿Con qué fin insiste? ¿La intrusión es un fenómeno físico o moral? ¿Es curable? Y, en fin, y para no abusar de las interrogaciones, la intrusión, ¿es consecuencia de excesivo orgullo y confianza en sí mismo o de timidez y desconfianza?

Y me hago esta última pregunta, porque el fenómeno contrario a la intrusión, es decir, el alejamiento de las personas, proviene en unos de orgullo y en otros de timidez. El arisco no va hacia los amigos o porque cree que deben buscarle o porque teme que su compañía no sea codiciable. No sería extraño que hubiera intrusos por soberbia y también por timidez.

Así como ocurre leyendo las memorias de los botánicos célebres, de los entomólogos, de los zoólogos, que cuando el sabio iba preocupado por la explicación de cierta planta extraña, del aguijón de un insecto o de las condiciones del estómago de un mamífero, se ha encontrado precisamente en ese momento con otra planta, con otro insecto u otro animal que le han contestado por inducción todas sus angustiosas interrogaciones; así me pasó con un intruso, hace muy pocos días, mientras viajaba hacia el sur.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 184 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Ver con los Ojos

Miguel de Unamuno


Cuento


Era un domingo de verano; domingo tras una semana laboriosa, verano como corona de un invierno duro.

El campo estaba sobre fondo verde vestido de florecicas rojas, y el día convidando a tenderse en mangas de camisa a la sombra de alguna encina y besar al cielo cerrando los ojos. Los muchachos reían y cuchicheaban bajo los árboles, y sobre estos reían y cuchicheaban también los pájaros. La gente iba a misa mayor, y al encontrarse los unos saludaban a los otros como se saludan las gentes honradas. Iban a dar a Dios gracias porque les dio en la pasada semana brazos y alegría para el trabajo, y a pedirle favor para la venidera. No había más novedad en el pueblo que la sentida muerte del buen Mateo, a los noventa y dos años largos de edad, y de quien decían sus convecinos: «¡Angelito! Dios se le ha llevado al cielo. ¡Era un infeliz el pobre…!». ¿Quién no sabe que ser un infeliz es de mucha cuenta para gozar felicidad?

Si todos estaban alegres, si por ser domingo bailoteaba en el pecho de las muchachas el corazón con más gana y alborozo, si cantaban los pájaros y estaba azul el cielo y verde el campo, ¿por qué solo el pobre Juan estaba triste? Porque Juan había sido alegre, bullicioso e infatigable juguetón; porque a Juan nadie le conocía desgracia y sí abundantes dones del buen Dios, ¿no tenía acaso padres de que enorgullecerse, hermanos de que regocijarse, no escasa fortuna y deseos cumplidos?

Desde que había vuelto de la capital en que cursó sus estudios mayores, Juan vivía taciturno, huía todo comercio con los hombres y hasta con los animales, buscaba la soledad y evitaba el trato.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 434 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Cuatro Bestias en Una: el hombre camaleopardo

Edgar Allan Poe


Cuento


Chacun a ses vertus.
—Crebillon, Jerjes

Por lo general, se considera a Antíoco Epifanes como el Gog del profeta Ezequiel. Cabe sin embargo atribuir con más propiedad este honor a Cambises, hijo de Ciro. De todos modos, el carácter del monarca sirio no necesita ningún embellecimiento suplementario. Su acceso al trono, o más bien su usurpación de la soberanía, en el año ciento setenta y uno antes de Cristo; su tentativa de saquear el templo de Diana, en Éfeso; su implacable hostilidad hacia los judíos; su profanación del santo de los santos, y su miserable muerte en Taba, después de un tumultuoso reinado de once años, constituyen circunstancias prominentes y, por tanto, mucho más tenidas en cuenta por los historiadores de su tiempo que las impías, cobardes, crueles, estúpidas y extravagantes acciones que forman la suma total de su vida privada y su reputación.


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8 págs. / 14 minutos / 291 visitas.

Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Jarra de Sirope

Ambrose Bierce


Cuento


Este relato comienza con la muerte de su protagonista. Silas Deemer falleció el dieciséis de julio de 1863 y, dos días después, sus restos recibieron sepultura. Su entierro, según el periódico local, fue «muy concurrido», pues todos los hombres, mujeres y hasta los más jóvenes de su pueblo le habían conocido personalmente. De acuerdo con una costumbre de la época, el féretro fue abierto junto a la tumba para que los amigos y vecinos asistentes desfilaran ante él y pudieran contemplar, por última vez, el rostro del finado. Después, a la vista de todos, Silas Deemer fue inhumado. Se puede afirmar que, aunque no todos los presentes estuvieran muy atentos, el sepelio no pasó inadvertido y cumplió las formalidades exigidas: Silas estaba indudablemente muerto y nadie podría mencionar un solo fallo en la ceremonia que hubiera justificado su regreso desde la tumba. Sin embargo, y a pesar de que el testimonio humano tiene siempre una gran validez en cualquier situación (incluso una vez consiguió acabar con la brujería en Salem), Silas regresó.

Olvidé señalar que estos hechos tuvieron lugar en el pueblecito de Hillbrook, donde Silas había vivido durante treinta y un años. Su profesión fue la que en algunas partes de la Unión (país libre reconocido) se conoce como tendero; es decir, tenía un comercio en el que vendía las mercancías propias de este tipo de negocios. Nadie puso nunca su honradez, al menos por lo que sabemos, en tela de juicio, pues todo el mundo le tenía en gran estima. Los más exigentes hubieran podido reprocharle un celo riguroso en su actividad. No lo hicieron, aunque a otros que mostraban menos interés en su trabajo se les juzgaba con más severidad. El negocio de Silas era, en su mayor parte, de su propiedad, y eso, probablemente, pueda haber supuesto una diferencia.


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8 págs. / 14 minutos / 63 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Biftec de Oso

Alejandro Dumas


Cuento


Llegué a la casa de Postas de Martigny hacia las cuatro de la tarde.

Cuando entré, los viajeros estaban ya sentados a la mesa; eché una ojeada rápida e inquieta sobre los comensales; todas las sillas estaban unidas y todas estaban ocupadas. ¡No tenía sitio!...

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo; me volví para buscar a mi hostelero. Estaba detrás de mí. Encontré en su cara una expresión mefistofélica. Se sonreía.

—¿Y yo? —le dije—, ¿y yo, desgraciado?

—Mirad —me dijo, indicándome con el dedo una mesita aparte; ahí tenéis vuestro sitio; un hombre como usted no debe comer con todas esas gentes.

—¡Oh ¡El buen hombre! ¡Yo que había sospechado de él!... Estaba maravillosamente servida mi mesita. Cuatro fuentes formaban el primer servicio y en medio estaba un biftec, con un aspecto como para avergonzar a un biftec inglés... Mi hostelero vio que él absorbía toda mi atención. Se inclinó misteriosamente a mi oído:

—No habrá otro semejante en todo el mundo —me dijo.

—¿De qué es, pues, ese biftec?


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8 págs. / 14 minutos / 216 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Uno de Gemelos

Ambrose Bierce


Cuento


Una carta encontrada entre los papeles del difunto Mortimer Barr

Me preguntas si en mi experiencia como miembro de una pareja de gemelos he observado alguna vez algo que resulte inexplicable por las leyes naturales a las que estamos acostumbrados. Tú mismo juzgarás; tal vez no todos estemos acostumbrados a las mismas leyes de la naturaleza. Puede que tú conozcas algo que yo no sé, y que lo que para mí resulta inexplicable sea muy claro para ti.


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8 págs. / 14 minutos / 285 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Última Rubia

Clemente Palma


Cuento


Cuento futuro


A don Antonio Rubió y Lluch


El oro se había agotado absolutamente en las entrañas y en la superficie de la tierra. Era tal la escasez de este precioso metal que sólo uno que otro erudito tenía noticias de que hubiera existido. En un museo de Chicago había dos monedas de diez dólares, guardadas en una urna de cristal, que se consideraban como una de las más valiosas curiosidades. En otro museo de Papeete (Tahití), se conservaba un idolillo primitivo, tallado en la extinguida substancia; en París, Tombuctú, Río de Janeiro, Estocolmo, guardaban los museos, con extrema vigilancia, dos luises, una moneda de 50 paras, una de 10.000 reis y una de 20 kroners respectivamente. Si no hubiera sido por todos estos museos la antigua palabra oro, auro, en esperanto, habría sido una palabra inútil, aún para expresar el recuerdo de una substancia que, repito, sólo conocían unos cuantos eruditos. En cambio, la elaboración del diamante se había perfeccionado tanto, que por cincuenta francos se conseguía en el año 3025 uno del tamaño de una naranja.


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8 págs. / 14 minutos / 237 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Sapo

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase un pozo muy profundo, y la cuerda era larga en proporción. La polea giraba pesadamente cuando había que subir el cubo lleno de agua; apenas si a uno le quedaban fuerzas para acabar de levantarlo sobre el pretil. Los rayos del sol nunca llegaban a reflejarse en el agua, con ser ésta tan clara; pero hasta donde llegaba el sol, crecían plantas verdes entre las piedras.

En el fondo vivía una familia de sapos; la madre era la primera que llegó allí, bien a pesar suyo, pues se cayó de cabeza en el pozo; era ya muy vieja, pero aún vivía. Las verdes ranas, establecidas en el lugar desde mucho antes y que se pasaban la vida nadando por aquellas aguas, reconocieron el parentesco y llamaron a los nuevos residentes los «huéspedes del pozo». Éstos llevaban el firme propósito de quedarse, vivían muy a gusto en el seco, como llamaban a las piedras húmedas.

Madre sapo había efectuado un viaje; una vez estuvo en el cubo cuando lo subían, y llegó hasta muy cerca del borde, pero el exceso de luz la cegó, y suerte que pudo saltar del balde. Se pegó un terrible batacazo al caer abajo, y tuvo que permanecer tres días en cama con dolores de espalda. No pudo contar muchas cosas del mundo de allá arriba, pero sabía, como ya lo sabían todos, que el mundo no terminaba en el pozo. La señora sapo podría haber explicado algunas cositas, pero nunca contestaba cuando le dirigían preguntas; por eso no le preguntaban nunca.

—Es gorda, patosa y fea —decían las verdes ranillas—. Sus hijos serán tan feos como ella.

—A lo mejor —dijo la madre sapo—, pero uno de ellos tendrá en la cabeza una piedra preciosa, a no ser que la tenga yo misma ya.


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8 págs. / 14 minutos / 165 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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