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El Cura de Vericueto

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Primera parte

I

»como nunca da nada… de barato,
»dicen que tiene gato
»de viejas peluconas bien repleto… »

Así empezaba el pequeño poema burlesco, parodia campoamoriana, que estaba escribiendo mi amiguito Higadillos, paisano de Campoamor, estudiante de medicina y colaborador de tres o cuatro periódicos con momos y sin religión positiva.

Higadillos era un badulaque, por supuesto, que se creía un sabio positivo y positivista a los veinte años, porque había leído a Spencer traducido, y leía el Gil Blas, periódico de parís, y la Revue des Revues; además había estado en París una temporada, y con esto y no pagar a la patrona, aunque se hundiera el mundo, se consideraba más esprit fort que un roble, y de vuelta, como decía él, de todas las neurosis místicas y evangelizantes, de que se reía con delicia. Le parecía a él que después de tantas diabluras como se discurrían para buscar nuevos idealismos, después de las misas sacrílegas y otras barbaridades por el estilo, el género nuevo más original, más oportuno, era… volver simplemente, decía, al kulturkampf, al volterianismo y al realismo pornográfico y escéptico. ¡Guerra al clero! Esta era la sencilla novedad que se la ocurría.

¡Yo soy un primitivo! gritaba, dando a ese adjetivo un sarcástico sentido, con que, por antífrasis además, significaba todo lo contrario de lo que querían decir los pintores al llamar primitivos a los cristianos artistas del misticismo italiano de la Edad Media. Era un primitivo porque suponía la sencillez, la sinceridad y la naturalidad en el sensualismo y en la impiedad, en la ligereza filosófica del siglo XVIII.


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Dominio público
41 págs. / 1 hora, 13 minutos / 92 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Devoción de la Cruz

Pedro Calderón de la Barca


Teatro, Drama


PERSONAS

Eusebio.
Curcio, viejo.
Lisardo.
Octavio.
Alberto, sacerdote.

Celio.
Ricardo.
Chilindrina, bandoleros.

Gil, villano gracioso.

Bras.
Tirso.
Toribio, villanos.

Julia, dama.
Arminda, criada.
Menga, villana graciosa.
Bandoleros.
Villanos.
Soldados.

La accion es en Sena y en sus contornos.

JORNADA PRIMERA

Arboleda inmediata á un camino que se dirige á Sena.

ESCENA PRIMERA

MENGA, GIL.

Menga.
(Dentro.) ¡Verá por dó va la burra!

Gil.
(Dentro.) Jo, dimuño; jo mohina.

Menga.
Ya verá por dó camina:
Arre acá.

Gil.
¡El diabro te aburra!
¿No hay quien una cola tenga,
Pudiendo tenella mil? (Salen.)

Menga.
¡Buena hacienda has hecho, Gil!

Gil.
¡Buena hacienda has hecho, Menga,
Pues tú la culpa tuviste!
Que como ibas caballera,
Que en el hoyo se metiera
Al oido la dijiste,
Por hacerme regañar.

Menga.
Por verme caer á mí,
Se lo dijiste, eso sí.

Gil.
¿Cómo la hemos de sacar?

Menga.
¿Pues en el lodo la dejas?

Gil.
No puede mi fuerza sola.

Menga.
Yo tiraré de la cola,
Tira tú de las orejas.


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Dominio público
42 págs. / 1 hora, 13 minutos / 343 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Una Posición Social

Stendhal


Cuento


Capítulo I

La señora duquesa de Vaussay tenía más de treinta años, pero si ocho días después hubieran dicho… etc. Rubia, un ser apasionado. Un temperamento ardiente la empujaba a entregarse con frenesí a todos los placeres, pero siempre había tenido un elevadísimo concepto del deber, no tenía de ese deber ni siquiera una idea sensata, pero se había hecho de él una idea supersticiosa, una idea que nunca había examinado a fondo y de la que se había adueñado su facilidad para emocionarse.

Nunca había consentido en tomar un amante tras haberlo proyectado; y cuatro veces (o más) la habían obligado a ello con hábiles maniobras.

Contaban que había tenido varios amantes y no me costaría creerlo. Tenía un alma vivaz y activa. Pero siempre la habían raptado las hábiles maniobras de algún hombre acostumbrado a tener mujeres o la pasión ciega de algún alma realmente tocada. Nunca fue la primera en amar, nunca quiso entregarse. Pero, rebosante de remordimiento por su falta, que no era capaz de mirar cara a cara con sangre fría, creía que podría borrarla y conjurar el remordimiento con una abnegación completa por el hombre que se había convertido en dueño suyo. Llevada por su buena fe, creía que aún la ataba un deber imperioso, siendo así que la inteligencia no podía ocultarle que el hombre para quien estaba reservando el corazón entero ya estaba asediando otro corazón.


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42 págs. / 1 hora, 13 minutos / 75 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Zurita

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


I

—¿Cómo se llama V.? —preguntó el catedrático, que usaba anteojos de cristal ahumado y bigotes de medio punto, erizados, de un castaño claro.

Una voz que temblaba como la hoja en el árbol respondió en el fondo del aula, desde el banco más alto, cerca del techo:

—Zurita, para servir a V.

—Ese es el apellido; yo pregunto por el nombre.

Hubo un momento de silencio. La cátedra, que se aburría con los ordinarios preliminares de su tarea, vio un elemento dramático, probablemente cómico, en aquel diálogo que provocaba el profesor con un desconocido que tenía voz de niño llorón.

Zurita tardaba en contestar.

—¿No sabe V. cómo se llama? —gritó el catedrático, buscando al estudiante tímido con aquel par de agujeros negros que tenía en el rostro.

—Aquiles Zurita.

Carcajada general, prolongada con el santo propósito de molestar al paciente y alterar el orden.

—¿Aquiles ha dicho V.?

—Sí… señor —respondió la voz de arriba, con señales de arrepentimiento en el tono.

—¿Es V. el hijo de Peleo? —preguntó muy serio el profesor.

—No, señor —contestó el estudiante cuando se lo permitió la algazara que produjo la gracia del maestro. Y sonriendo, como burlándose de sí mismo, de su nombre y hasta de su señor padre, añadió con rostro de jovialidad lastimosa—: Mi padre era alcarreño.

Nuevo estrépito, carcajadas, gritos, patadas en los bancos, bolitas de papel que buscan, en gracioso giro por el espacio, las narices del hijo de Peleo.


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42 págs. / 1 hora, 13 minutos / 157 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Capitán Pérez

Carlos-Octavio Bunge


Cuento


I

A modo de fiera en un redil, la desgracia se había encarnizado con la familia de Itualde. Primero perdió en especulaciones toda la fortuna el padre y jefe, don Adolfo. Poco después murió, dejando «en la calle» a su viuda, doña Laura, y sus cuatro hijos: Adolfo, Ignacio, Laurita y Rosa, la pequeña, a quien llamaban «Coca».

Doña Laura, que amaba a su esposo, lo lloró inconsolable. Y más todavía, si cabe, sintió su antigua fortuna, perdida precisamente entonces, cuando su hija mayor iba a ser una señorita. Cayó en profundo abatimiento y languideció un año más, al cabo del cual fue a reunirse con su esposo, en el sepulcro de la familia.

Adolfo, que fuera educado en la abundancia y la holgazanería, tomó sobre sí las deudas de su padre, púsose a trabajar empeñosamente, y casó con una niña modesta y bella... Pero estaba escrito que el destino probaría la paciencia de aquella familia. Al nacer el que sería primogénito de Adolfo, murió la madre y murió el chico...

«La desgracia no viene sola—pensaba Adolfo.—¿Qué nos esperará después de estos nuevos golpes? ¿O habrá terminado ya la «racha negra»?...

Pues la «racha negra» no había terminado, y otro golpe le esperaba todavía: fracasó en sus negocios y se enfermó del pecho...

Dejándose vencer del desaliento, pronto hubiera muerto también Adolfo, sin la enérgica y generosa decisión de su hermana Laura. Habían recetado al enfermo campo y descanso o trabajo metódico y moderado. Importándosele poco su vida, ya sin halagos, pensó él descuidar los consejos médicos... Pero Laura no lo permitió. Facilitó la liquidación de su casa en la ciudad. Solicitó y obtuvo para su hermano el destino de gerente de una pequeña sucursal del Banco de la Nación, en el Tandil, interesante pueblo de la provincia de Buenos-Aires. Y fuese con él y con Coca a establecerse en el pueblo.

Adolfo había protestado.


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42 págs. / 1 hora, 13 minutos / 56 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Lote Número 249

Arthur Conan Doyle


Cuento


Es posible que no pueda pronunciarse jamás un juicio absoluto y definitivo acerca de las relaciones de Edward Bellingham con William Monkhouse Lee, ni sobre la causa que motivó el gran terror de Abercrombie Smith. Es verdad que poseemos un relato completo y claro del propio Smith, así como determinadas corroboraciones que pudo encontrar en hombres como Thomas Styles, el sirviente; del reverendo Plumptree Peterson, miembro del Old College, y de otras personas que tuvieron oportunidad de obtener una visión pasajera de este o aquel incidente, dentro de una singular cadena de sucesos. No obstante, en lo esencial, la historia se apoya sólo en el testimonio de Smith, y la mayoría se inclinará a pensar que es más probable que un cerebro aparentemente sano sufra una sutil deformación en su textura, algún extraño defecto en su funcionamiento, que el hecho de que se haya transgredido el camino de la Naturaleza, a pleno día, en un centro de enseñanza tan afamado como la Universidad de Oxford. Sin embargo, cuando nos paramos a pensar en lo estrecho y tortuoso que es ese sendero de la Naturaleza, en lo confusamente que podemos trazarlo, a pesar de todas las luces de la ciencia, y en cómo surgen misteriosamente de la oscuridad que lo rodea enormes y terribles posibilidades, llegamos a la conclusión de que tiene que ser audaz y seguro de sí mismo el hombre capaz de poner un límite a los extraños senderos laterales por los que puede vagar el espíritu humano.


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42 págs. / 1 hora, 13 minutos / 229 visitas.

Publicado el 2 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Edgar Poe y sus Obras

Julio Verne


Crítica, Biografía


I

Escuela de lo extraño - Edgard Poe y el señor Baudelaire - La existencia miserable del novelista - Su muerte - Anne Radcliff, Hoffmann y Poe - Historias extraordinarias - Doble asesinato en la calle Morgue - Curiosa asociación de ideas - Interrogatorio de testigos - El autor del crimen - El marinero maltés

He aquí, mis estimados lectores, un novelista americano de alta reputación; ustedes conocen su nombre, muchos probablemente, pero pocos su obra. Permítanme por consiguiente contarles sobre el hombre y su obra; ambos ocupan un importante lugar en la historia de la imaginación, porque Poe ha creado un género aparte, que solo procede de él mismo, y del cual me parece que se ha llevado el secreto; se le pudiera identificar como el fundador de la escuela de lo extraño; ha hecho retroceder los límites de lo imposible; él tendrá imitadores. Éstos intentarán ir más allá, de exagerar su estilo; más de uno creerá que le sobrepasará, pero no logrará ni siquiera igualarlo.

Les diré en primer lugar que un crítico francés, el señor Charles Baudelaire, ha escrito, delante de su traducción de las obras de Edgard Poe un prólogo no menos extraño que la propia obra. Quizás este prólogo requeriría a su vez algunos comentarios aclaratorios. Sea como sea, se ha hablado de él en el mundo de las letras; se han fijado en él, y con razón: el señor Charles Baudelaire era digno de explicar al autor americano a su manera y yo no le desearía al autor francés otro comentarista de sus obras presentes y futuras que un nuevo Edgard Poe. Ambos fueron hechos para comprenderse. Además, la traducción del señor Baudelaire es excelente y le tomaré prestado los pasajes citados en el presente artículo.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Mano Encantada

Gérard de Nerval


Cuento


I. La plaza de la delfina

Nada hay tan hermoso como esos caserones del siglo XVII que la plaza Real nos ofrece en majestuoso conjunto. Cuando sus fachadas de ladrillos bien trabados y enmarcados por molduras y cantos de piedra, y sus ventanas altas se encienden con los resplandores espléndidos del sol del atardecer, siente uno al contemplarlas la misma veneración que ante un tribunal de magistrados vestidos con togas rojas forradas de armiño; y si no fuese una pueril comparación, podría decirse que la larga mesa verde alrededor de la cual esos temibles magistrados se sientan formando un cuadrado se parece un poco a esa diadema de tilos que bordea las cuatro caras de la plaza Real, completando su austera armonía.

Hay otra plaza en París que no es menos agradable por su regular y normal estilo; así como la plaza Real tiene la forma de un cuadrado, ésta, aproximadamente, ofrece la de un triángulo. Fue construida en el reinado de Enrique el Grande, que la llamó plaza de la Delfina; admiró a las gentes de entonces el tiempo escaso que precisaron sus edificios para cubrir todo el terreno inculto de la isla de la Gourdaine. Fue un dolor cruel la invasión de este terreno para los curiales, que iban allí a divertirse ruidosamente, y para los abogados, que meditaban en él sus alegatos: ¡un paseo tan verde y florido al salir de la infecta audiencia del palacio!


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Publicado el 23 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Cómo Debe el Joven Escuchar la Poesía

Plutarco


Tratado, Filosofía


1

Querido Marco Sedacio, si como decía el poeta Filóxeno, de las carnes las más sabrosas son las que no son carnes, y de los peces los que no son peces, dejemos que lo demuestren aquellos de los que Catón decía que tenían el paladar más sensible que el corazón. Porque de las cosas que se dicen en la filosofía está claro para nosotros que, con las que no tienen aspecto filosófico, los jóvenes precisamente se complacen más y se ofrecen a sí mismos obedientes y sumisos. En efecto, ellos no sólo se entusiasman con placer cuando leen las fábulas de Esopo y las sentencias poéticas y el Ábaris de Heráclides y el Licón de Aristón, sino también cuando leen las doctrinas sobre las almas, si están mezcladas con mitología. Por ello, conviene vigilar cuidadosamente que ellos sean comedidos no sólo en los placeres de la comida y de la bebida, sino, aún más, que se acostumbren a serlo en las audiciones y lecturas, como usan con moderación de un companage que agrada, y tomen de ellas lo útil y saludable, pues ni las puertas cerradas guardan a una ciudad de su conquista, si por una de ellas se deja entrar a los enemigos, ni la continencia en los demás placeres salva al joven, si se entrega, sin darse cuenta, al que viene de la audición.

Pero cuanto más se apegue este placer al hombre que es dado por naturaleza a sentir y razonar, tanto más daña y destruye, si es descuidado, a aquel que lo acepta. Por tanto, ya que no es, quizá, posible ni provechoso apartar de la poesía a un joven de la edad que tienen ahora mi Soclaro y tu Cleandro, debemos vigilarlos muy bien, porque están más necesitados de dirección en las lecturas que en las calles.


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Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Canto Errante

Rubén Darío


Poesía


El don de arte es un don superior que permite entrar en lo desconocido de antes y en lo ignorado de después, en el ambiente del ensueño o de la meditación. Hay una música ideal, como hay una música verbal. No hay escuelas: hay poetas. El verdadero artista comprende todas las maneras y halla la belleza bajo todas las formas. Toda la gloria y toda la eternidad están en nuestra conciencia.


Rubén

Dedicatoria

A los nuevos poetas de las Españas

Rubén Darío

Dilucidaciones

I

El mayor elogio hecho recientemente a la Poesía y a los poetas ha sido expresado en lengua «anglosajona» por un nombre insospechable de extraordinarias complacencias con las nueve musas. Un yanqui. Se trata de Teodoro Roosevelt.

Ese Presidente de República juzga a los armoniosos portaliras con mucha mejor voluntad que el filósofo Platón. No solamente les corona de rosas; mas sostiene su utilidad para el Estado y pide para ellos la pública estimación y el reconocimiento nacional. Por esto comprenderéis que el terrible cazador es un varón sensato.


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Publicado el 8 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

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