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El Tesoro de Coco

Carlos Gagini


Cuento


(Publicado en el n.° 1983 de El Pacifico, del 26 de agosto de 1911).
 

Señor Redactor de El Pacífico:

Al retiro en donde vivo hace más de un año, olvidado de Dios y de los hombres, ha llegado el rumor de que se proyecta una expedición a la Isla del Coco para buscar el tesoro enterrado por los piratas. Ésta noticia me obliga a revelar un secreto que había pensado llevar conmigo al sepulcro. Helo aquí, señor Redactor: el tesoro fué encontrado el 3 de mayo de 1910 por dos individuos: uno de ellos es el que esto escribe; en cuanto al nombre del otro me lo reservo por razones que expondré más adelante. En Marzo de ese año me encontraba yo en la vega del río Jesús María excavando sepulturas de indios, y ya había recogido buena cantidad de cacharros, hachuelas e ídolos de piedra, cuando una mañana mis dos peones desenterraron un esqueleto que por su tamaño y por la forma del cráneo no parecía pertenecer a la raza indígena. Sorprendido por el hallazgo hice remover cuidadosamente la tierra de la sepultura y apareció una daga muy oxidada y luego un tubito de hojalata bien conservado.

Dentro de él encontré un pedazo de pergamino amarillento, como de dos decímetros cuadrados, sobre el cual estaba dibujado un mapa. Era el contorno de una isla, trazado con tinta azul, sin detalles ni más nombre que el de Wafer en la parte inferior y una calavera en el ángulo superior izquierdo. Debajo del mapa estaba escrito en tinta roja: h. boulder, 150 y N. 10 y E.; y luego estos tres nombres en columna: Wilson, Danbury, Mortimer.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 138 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Tiempo sobre una Roca

Isabel Petrus


Cuento


I

Ella había sido de las primeras en llegar a Es Murtar, cuando sólo había cinco casas, hacía más de cincuenta años. Los veranos de entonces eran mucho más largos, casi eternos, en un tiempo que aún no había inventado la prisa, y que disfrutaba del silencio y la tranquilidad. Se iba a la casita de la playa el fin de semana, solamente, con la comida de dos días preparada, con ganas de cantar, de reír, de disfrutar, y dispuestos para una larga caminata.

No había frigoríficos, televisores, ni artilugios que hoy consideramos imprescindibles. Todo ocurrió en uno de estos domingos alegres, que se rompió justo en la mitad con sus gritos, y rompió a la vez su vida, partiéndola en dos, antes y después de este mediodía.

No se dieron cuenta de nada, hasta que encontraron el cuerpecito del niño flotando, inerte, en el agua. No saben cómo pasó, y era inútil lanzar reproches, buscar culpables. Simplemente, había pasado. En un momento, en un descuido, se rompieron dos vidas: la de un niño, casi sin darse cuenta, y la de una madre, que dejó, en la orilla, su alegría y su sentido común. Tras el primer grito, no volvió a ser la misma. Notaba, por segundos, que se le escapaba la vida y la cordura por la boca.

Vivió la madre todavía varios años, a un paso siempre de recuperar la razón, una razón que estaba perdida definitivamente. Creo que ni intentó recuperarla jamás, pues la realidad de una vida sin su hijo era demasiado desastrosa. Nunca más, mientras vivió, volvieron a dejarla acercarse al mar, por temor a remover en ella un dolor demasiado terrible.

Al fin, murió de la misma forma que había pasado sus últimos años: sin darse cuenta, sin quejarse apenas. En realidad, murió su cuerpo, pues su alma hacía tiempo, años ya, que había muerto.


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Licencia limitada
2 págs. / 4 minutos / 73 visitas.

Publicado el 7 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Tonelero de Nuremberg

E.T.A. Hoffmann


Cuento


I

A principios de mayo del año 1580, el honorable gremio de toneleros de la ciudad libre de Nuremberg se reunía, según costumbre, para celebrar su fiesta anual. Poco antes de esta solemnidad había pasado a mejor vida el síndico de la corporación, y era preciso elegir un sucesor. Por unanimidad recayó la elección en maese Martín.

No había otro tan conocedor del oficio como él. Los toneles salidos de sus manos eran, a la par que sólidos, finamente acabados; y no tenía rival para montar una bodega según las reglas gremiales. Prosperaba de día en día su reputación, y cada vez eran más numerosos sus clientes entre la gente rica y distinguida; gracias al éxito que le favoreció en todas sus empresas, gozaba de una fortuna considerable para un hombre de su clase. Al hacerse pública la elección de maese Martín, el consejero Paumgartner, que presidía la asamblea, se puso en pie.

—Vuestra elección —dijo—, mis queridos amigos, es acertadísima. A nadie podía ser conferida tan merecidamente esta dignidad. Maese Martín goza del aprecio de todos, y los que le conocen dan testimonio de su destreza en la profesión. A pesar de sus riquezas, ha conservado los hábitos y el gusto del trabajo, y su conducta en todo es un modelo digno de elogio. Saludemos, pues, a nuestro querido maese Martín y felicitémosle por haber merecido la elección unánime, que es honra y galardón de toda una vida de honradez y de laboriosidad.

Terminado su discurso, el consejero Paumgartner dio unos pasos con los brazos abiertos hacia el recipiendario. Pero maese Martín, levantándose por pura cortesía y con gran dificultad a causa de su corpulencia y obesidad, devolvió sin más ceremonias la reverencia al Consejero, y se dejó caer de nuevo en el sillón, importándole poco al parecer los abrazos fraternales del señor Jacobus Paumgartner.


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61 págs. / 1 hora, 47 minutos / 284 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Torso

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


El duque de Candelario tenía media provincia por suya; y no iba muy descaminado, porque a sus cotos redondos no se les veía el fin, y ejércitos de labradores le pagaban renta. Mucho había heredado de sus ilustres ascendientes; pero él también había adquirido no poco, y nadie podía decir que de mala manera y sin servir a la patria: era en su vejez, que casi se podía llamar florida por lo bien que en cosas que habían de dar fruto la empleaba, y por la lozana alegría de su humor y la constancia de sus fuerzas y alientos, era, digo, un agricultor de grandes vuelos, inteligente, activo, desinteresado con el pobre; pero atento a la legítima ganancia; y así se enriquecía más y más, ayudaba a los que le rodeaban a ganar la vida, y a quien le sacaba el jugo era a la tierra.

Si de este modo servía ahora a la patria, antes le había dado algo que valía más; su sangre y el continuo peligro de la vida; había sido bravo militar, llegando a general, y en todos los grados de su carrera había tenido ocasión de probar el valor en verdaderas hazañas. Aún más que por todo esto, le estimaban en su tierra por lo llano, alegre y franco del carácter. No se diga que despreciaba sus pergaminos, pero tenía la democracia del trato, como rasgo capital, en la sangre; y por algo le llamaban el duque de los abrazos. En los membrudos remos, como él decía, que no desdeñaban las armas del trabajo del campo, estrechaba con sincera hermandad a los humildes aldeanos, que adoraban en él y le acompañaban en su vida sana, activa, de cazador y labrador y buen camarada en honestas francachelas.

Vivía casi siempre en el campo, en un gran palacio, con aspecto de castillo feudal, donde el más aristocrático señorío se mostraba por todas partes.

El amo inspiraba confianza en cuanto se le veía; su regia mansión, situada en medio de sus dominios, rodeada de bosques, imponía frío respeto.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 74 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El tren especial desaparecido

Arthur Conan Doyle


Crónica


La confesión hecha por Herbert de Lernac, que se halla en la actualidad penado con sentencia de muerte en Marsella, ha venido a arrojar luz sobre uno de los crímenes más inexplicables del siglo, sobre un suceso que, según creo, no tiene precedente alguno en los anales del crimen de ningún país. Aunque en los medios oficiales se muestran reacios a tratar del asunto, por lo que los informes entregados a la prensa son muy pocos, existen, no obstante, indicaciones de que la confesión de este archicriminal está corroborada por los hechos y de que hemos encontrado, al fin, la solución del más asombroso de los asuntos. Como el suceso ocurrió hace ya ocho años y una crisis política que en aquellos momentos tenía absorta la atención del público vino, hasta cierto punto, a quitarle importancia, convendrá que yo exponga los hechos tal como me ha sido posible conocerlos. Los he examinado comparando los periódicos de Liverpool de aquella fecha, las actas de la investigación realizada acerca de John Stater, maquinista del tren, y los archivos de la compañía de ferrocarril de Londres y la Costa Occidental, que han sido puestos cortésmente a mi disposición. Resumiéndolos, son como siguen:


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23 págs. / 40 minutos / 369 visitas.

Publicado el 19 de enero de 2018 por Edu Robsy.

El Tren Ha Silbado

Luigi Pirandello


Cuento


Desvariaba. Los médicos habían dicho que se trataba de un principio de fiebre cerebral; y todos los compañeros de trabajo, que volvían de dos en dos del manicomio donde habían ido a visitarlo, lo repetían.

Al decírselo a los compañeros que llegaban tarde y a los que se encontraban por la calle, parecían experimentar un placer peculiar, utilizando los términos científicos que acababan de aprender de los médicos:

—Frenesí. Frenesí.

—Encefalitis.

—Inflamación de la membrana cerebral.

—Fiebre cerebral.

Y querían parecer preocupados; pero en el fondo estaban tan contentos, saliendo tan saludables de aquel triste manicomio, hacia el azul alegre de la mañana invernal, tras cumplir su deber con la visita.

—¿Se va a morir? ¿Se va a volver loco?

—¡Quién sabe!

—Morir, parece que no…

—Pero, ¿qué dice? ¿Qué dice?

—Siempre lo mismo. Desvaría.

—¡Pobre Belluca!

Y a nadie se le ocurría que, por las muy especiales condiciones de vida que aquel infeliz sufría desde hacía tantos años, su caso podía incluso ser muy normal, y que todo lo que Belluca decía —y que a todos les parecía un delirio, un síntoma del frenesí— podía ser la explicación más sencilla de aquel caso suyo tan natural.

La noche anterior Belluca se había rebelado violentamente contra su jefe y, frente a los ásperos reproches de este, casi se le había lanzado encima, ofreciendo un firme argumento a la suposición de que se tratara de una verdadera alienación mental.

Porque hombre más manso y sumiso, más metódico y paciente que Belluca, no se podría imaginar.


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7 págs. / 13 minutos / 234 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Trueno Dorado

Ramón María del Valle-Inclán


Novela corta


I

La Taurina, de Pepe Garabato, fue famosa en los tiempos isabelinos. Era un colmado de estilo andaluz, donde nunca faltaban niñas, guitarra y cante. Aquella noche reunía a lo más florido del trueno madrileño. El Barón de Bonifaz, Gonzalón Torre-Mellada, Perico el Maño y otros perdis llegaban en tropel, después de un escándalo en Los Bufos. Venían huyendo de los guardias, y con alborozada rechifla, estrujándose por la escalera, se acogieron a un reservado de cortinillas verdes. Batiendo palmas pidieron manzanilla a un chaval con jubón y mandil. Entraron dos niñas ceceosas, y a la cola, con la guitarra al brazo, Paco el Feo.

II

Comenzó la juerga. Las niñas batían palmas con estruendo, y el chaval entraba y salía toreando los repelones de Luisa la Malagueña. La daifa, harta de aquel juego saltó sobre la mesa y, haciendo cachizas, comenzó a cimbrearse con un taconeo:

—¡Olé!

Se recogía la falda, enseñando el lazo de las ligas. Era menuda y morocha, el pelo endrino, la lengua de tarabilla y una falsa truculencia, un arrebato sin objeto, en palabras y acciones. Se hacía la loca con una absurda obstinación completamente inconsciente. En aquel alarde de risas, timos manolos y frases toreras advertíase la amanerada repetición de un tema. La otra daifa, fea y fondona, con chuscadas de ley y mirar de fuego, había bailado en tablados andaluces, antes de venir a Madrid, con Frasquito el Ceña, puntillero en la cuadrilla de Cayetano. Asomó cauteloso el Pollo de los Brillantes. Esparcía una ráfaga de cosmético que a las daifas del trato seducía casi al igual que las luces de anillos, cadenas y mancuernas. Susurró en la oreja de Adolfito:

—¡Estate alerta! A Paquiro le han echado el guante los guindas y vendrán a buscaros. Ahora quedan en el Suizo.

Interrogó Bonifaz en el mismo tono:

—Paquiro ¿se ha berreado?


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45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 249 visitas.

Publicado el 9 de enero de 2020 por Edu Robsy.

El Último Día

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


De todos los días de nuestra vida, el más santo es aquel en que morimos; es el último día, el grande y sagrado día de nuestra transformación. ¿Te has detenido alguna vez a pensar seriamente en esa hora suprema, la última de tu existencia terrena?

Hubo una vez un hombre, un creyente a machamartillo, según decían, un campeón de la divina palabra, que era para él ley, un celoso servidor de un Dios celoso. He aquí que la Muerte llegó a la vera de su lecho, la Muerte, con su cara severa de ultratumba.

—Ha sonado tu hora, debes seguirme —le dijo, tocándole los pies con su dedo gélido; y sus pies quedaron rígidos. Luego la Muerte le tocó la frente y el corazón, que cesó de latir, y el alma salió en pos del ángel exterminador.

Pero en los breves segundos que transcurrieron entre el momento en que sintió el contacto de la Muerte en el pie y en la frente y el corazón, desfiló por la mente del moribundo, como una enorme oleada negra, todo lo que la vida le había aportado e inspirado. Con una mirada recorrió el vertiginoso abismo y con un pensamiento instantáneo abarcó todo el camino inconmensurable. Así, en un instante, vio en una ojeada de conjunto, la miríada incontable de estrellas, cuerpos celestes y mundos que flotan en el espacio infinito.

En un momento así, el terror sobrecoge al pecador empedernido que no tiene nada a que agarrarse; tiene la impresión de que se hunde en el vacío insondable. El hombre piadoso, en cambio, descansa tranquilamente su cabeza en Dios y se le entrega como un niño:

—¡Hágase en mí Tu voluntad!


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4 págs. / 7 minutos / 117 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Último Mohicano

James Fenimore Cooper


Novela


Introducción

Los lugares geográficos donde transcurre este relato, deberían proveer de la necesaria información al lector. Sin embargo, ante tal profusión de nombres, razas y tribus, conviene dar algunas explicaciones.

Se cree que los aborígenes de América proceden de Asia. Hay hechos que lo corroboran. Cree el autor que el color del indio le es peculiar, y mientras sus pómulos muestran un notable indicio de origen tártaro, con sus ojos no sucede lo mismo. El clima puede haber ejercido gran influencia en el color, pero es difícil explicar cómo hubiera podido producirse la fundamental diferencia de los ojos.

La fantasía imaginativa del indio es oriental. Saca sus metáforas de las nubes, de las estaciones, de los pájaros, de los animales y del mundo vegetal. Su lenguaje posee tal riqueza, que expresa una frase con una sola palabra, y mediante una sola sílaba altera el sentido de toda una oración. Da diferentes significados por medio de las más simples inflexiones de la voz.

Los filólogos han dicho que entre todas las numerosas tribus que ocupan el territorio que constituye hoy los Estados Unidos no hay más de dos o tres lenguas. Atribuyen a los dialectos y a la corrupción del idioma la dificultad que tienen las tribus para entenderse entre sí. De aquí han surgido el gran obstáculo que existe para conocer su historia y gran parte de la incertidumbre acerca de sus tradiciones.

En gran medida, los hombres blancos han contribuido a que sean tan oscuras las tradiciones de los aborígenes.

En estas páginas, los lenni-lenapes, lenapes, delawares y los mohicanos designan a un mismo pueblo o a tribus del mismo tronco.


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97 págs. / 2 horas, 50 minutos / 444 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Último Pecado

Juan Valera


Cuento


I

El Sr. D. Emilio Cotarelo es un erudito de notable ingenio y de muy buen gusto, a quien debemos estar agradecidos y dar grandes alabanzas los aficionados a la amena literatura y a todas las artes de la palabra. Sus libros nos maravillan por la diligencia y el tino con que el autor ha sabido recoger noticias. Sus libros enseñan mucho y deleitan más. Natural es que sean leídos, comprados y celebrados.

Los ha compuesto ya el Sr. Cotarelo sobre don Enrique de Villena, sobre el conde de Villamediana y sobre el gran poeta Tirso. Pero lo que ahora me mueve a hablar de este escritor es la serie de estudios que está publicando sobre actores y actrices del siglo pasado. Ya han salido a luz la vida de la divina María Ladvenant, y más recientemente la vida de La Tirana. Ambas obras tienen mayor interés que las novelas, y más que novelas parecen intrincadas selvas de aventuras, lances y casos raros. Al leerlos, no podemos menos de exclamar casi con envidia. ¡Vamos, vamos, no dejaban de divertirse nuestros morigerados abuelos!

Y lo que es para mí el mayor mérito que tienen los libros de que voy hablando, es ser muy sugestivos. El autor no cuenta ni afirma nada sin probar su exacta verdad con documentos fehacientes. Quedan, pues, por contar o apenas indicados entre renglones, mil sucesos importantes y ocultos, los cuales explican o pueden explicar otros cuyas causas no vislumbramos, porque el Sr. Cotarelo, como historiador severísimo y veraz, tiene que dejarnos a media miel, sin decir como cierto lo que no está evidentemente demostrado, aunque se presuma y haya acerca de ello rastros e indicios. Siguiéndolos, voy a permitirme yo poner aquí algo muy importante de la vida de La Caramba, que el Sr. Cotarelo, por virtud de su severidad histórica, no ha podido menos de dejarse en el tintero, tal vez a pesar suyo.


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Dominio público
9 págs. / 17 minutos / 87 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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