Textos mejor valorados que contienen 'u' | pág. 24

Mostrando 231 a 240 de 7.535 textos encontrados.


Buscador de títulos

contiene: 'u'


2223242526

Makar Chudrá

Máximo Gorki


Cuento


Soplaba un viento húmedo y frío procedente del mar, que llevaba por la estepa la melodía ensimismada del chapoteo de las olas que barrían la orilla y el rumor de los matorrales del litoral. A veces, una racha nos traía unas hojas amarillentas y resecas, y las arrojaba en la hoguera, avivando la llama; alrededor, la neblina de la noche otoñal se estremecía y, retirándose asustada, nos mostraba fugazmente la estepa infinita a la izquierda y el mar inmenso a la derecha. Frente a mí tenía la figura de Makar Chudrá, el viejo gitano, encargado de vigilar los caballos de su campamento, emplazado a unos cincuenta pasos de donde estábamos nosotros.

Sin prestar atención a las frías rachas de viento que, agitando su chekmén, le desnudaban el velludo pecho y se lo azotaban sin piedad, estaba medio tumbado, en una postura airosa, con el rostro vuelto hacia mí, aspirando metódicamente el humo de su enorme pipa y expulsándolo por la boca y la nariz, en forma de espesas nubes. Con la mirada fija en algún punto lejano situado a mis espaldas, entre las mudas tinieblas de la estepa, me hablaba sin pausa, sin hacer el menor movimiento para protegerse de los bruscos embates del viento.

—¿Así que vas de camino? ¡Eso está muy bien! Has hecho una magnífica elección, halcón. Eso es lo que hay que hacer: caminar y ver. Y, cuando ya lo hayas visto todo, entonces podrás tumbarte y morir. ¡Así de sencillo!

»¿La vida? ¿La gente? —prosiguió, acogiendo con escepticismo mi objeción a su: “Eso es lo que hay que hacer”—. ¡Ajá! ¿Y a ti qué te importa? Tú mismo, ¿no formas parte de la vida? La gente vive sin ti y saldrá adelante sin ti. ¿De veras crees que alguien te necesita? Tú no eres pan, no eres un bastón, a nadie le haces falta.


Información texto

Protegido por copyright
18 págs. / 31 minutos / 227 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Mis Universidades

Máximo Gorki


Novela


I

Pues bien, ya voy a estudiar a la Universidad de Kazán, ni más ni menos.

La idea de la universidad me la sugirió N. Evréinov, alumno del liceo, muchacho bueno y guapo, con cariñosos ojos de mujer. Vivía en la buhardilla de la misma casa donde yo habitaba; me veía a menudo con un libro en las manos, y aquello despertó su interés; trabamos conocimiento y, poco después, Evréinov empezó a convencerme de que «yo poseía excepcionales dotes para la ciencia».

—Usted ha nacido para consagrarse a la ciencia —me decía, sacudiendo bellamente los largos cabellos.

Por aquel entonces, yo no sabía aún que a la ciencia se le puede servir en calidad de conejillo de indias, y Evréinov me demostraba con tanto acierto que las universidades necesitaban precisamente muchachos como yo… Ni que decir tiene que Mijaíl Lomonósov fue invocado, turbando su reposo. Evréinov me decía que yo viviría en Kazán en su casa y que durante el otoño y el invierno terminaría los estudios del liceo, aprobaría unos examencillos de tres al cuarto —así dijo: «de tres al cuarto»— en la universidad, recibiría una beca del Estado y, al cabo de unos cinco años sería ya un «hombre de ciencia». Todo aquello era tan sencillo porque Evréinov tenía diez y nueve años y un buen corazón.

Después de aprobar sus exámenes, se marchó y un par de semanas más tarde, partía yo en busca suya.

Al despedirnos, la abuela me aconsejó:

—No te enfades con la gente, no haces más que enfadarte, ¡muy severo y soberbio te has vuelto! Esto te viene del abuelo, ¿y qué es el abuelo? Después de vivir años y años, sólo ha llegado a tonto; es una pena el viejo. Recuerda una cosa: no es Dios el que condena a las personas, ¡al diablo es a quien le gusta hacerlo! Bueno, adiós…

Y luego de enjugarse unas parcas lágrimas de sus mejillas terrosas, ajadas, dijo:


Información texto

Protegido por copyright
159 págs. / 4 horas, 38 minutos / 783 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Quimera

Federico García Lorca


Teatro, Teatro breve


Personajes

ENRIQUE.
MUJER.
VIEJO.
NIÑA.
Voces.

Quimera

Puerta.

ENRIQUE.— Adiós.

SEIS VOCES.— (Dentro.) Adiós.

ENRIQUE.— Estaré mucho tiempo en la sierra.

VOZ.— Una ardilla.

ENRIQUE.— Sí, una ardilla para ti y además cinco pájaros que no los haya tenido antes ningún niño.

VOZ.— No, yo quiero un lagarto.

VOZ.— Y yo un topo.

ENRIQUE.— Sois muy distintos, hijos. Cumpliré los encargos de todos.

VIEJO.— Muy distintos.

ENRIQUE.— ¿Qué dices?

VIEJO.— ¿Te puedo llevar las maletas?

ENRIQUE.— No.

(Se oyen risas de niños.)

VIEJO.— ¿Son hijos tuyos?

ENRIQUE.— Los seis.

VIEJO.— Yo conozco hace mucho tiempo a la madre de ellos, a tu mujer. Estuve de cochero en su casa; pero si te confieso la verdad, ahora estoy mejor de mendigo. Los caballos, ¡jajajá! Nadie sabe el miedo que a mí me dan los caballos. Caiga un rayo sobre todos sus ojos. Guiar un coche es muy difícil. ¡Oh! Es dificilísimo. Si no tienes miedo, no te enteras, y si te enteras, no tienes miedo. ¡Malditos sean los caballos!

ENRIQUE.— (Cogiendo las maletas.) Déjame.

VIEJO.— No, no. Yo, por unas monedillas, las más pequeñas que tengas, te las llevo. Tu mujer te lo agradecerá. Ella no tenía miedo a los caballos. Ella es feliz.

ENRIQUE.— Vamos pronto. A las seis he de tomar el tren.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 499 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

La Doncella, el Marinero y el Estudiante

Federico García Lorca


Teatro, teatro breve


Personajes

LA DONCELLA.
UNA VIEJA.
EL MARINERO.
EL ESTUDIANTE.
LA MADRE.

La doncella, el marinero y el estudiante

Balcón.

VIEJA.— (En la calle.) Caracoleeees. Se guisan con hierbabuena, azafrán y hojas de laurel.

DONCELLA.— Caracolitos del campo. Parecen amontonados en la cesta una antigua ciudad de la China.

VIEJA.— Esta vieja los vende. Son grandes y oscuros. Cuatro de ellos pueden con una culebra. ¡Qué caracoles! Dios mío, ¡qué caracoles!

DONCELLA.— Déjame que borde. Mis almohadas no tienen iniciales y esto me da mucho miedo... Porque, ¿qué muchachilla en el mundo no tiene marcada su ropa?

VIEJA.— ¿Cómo es tu gracia?

DONCELLA.— Yo bordo en mis ropas todo el alfabeto.

VIEJA.— ¿Para qué?

DONCELLA.— Para que el hombre que esté conmigo me llame de la manera que guste.

VIEJA.— (Triste.) Entonces eres una sinvergüenza.

DONCELLA.— (Bajando los ojos.) Sí.

VIEJA.— ¿Te llamarás María, Rosa, Trinidad? ¿Segismunda?

DONCELLA.— Y más, y más.

VIEJA.— ¿Eustaquia? ¿Dorotea? ¿Jenara?

DONCELLA.— Y más, más, más...

(La DONCELLA eleva las palmas de sus manos palidecidas por el insomnio de las sedas y los marcadores. La VIEJA huye arrimada a la pared, hacia su Siberia de trapos oscuros, donde agoniza la cesta llena de mendrugos de pan.)

DONCELLA.— A, B, C, D, E, F, G, H, I, J, K, L, M, N. Ya está bien. Voy a cerrar el balcón. Detrás de los cristales seguiré bordando.

(Pausa.)


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 919 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Noches Lúgubres

José Cadalso


Teatro, diálogo


Personajes

TEDIATO.
LORENZO.
NIÑO.
LA JUSTICIA.
SEPULTURERO.
CARCELERO.

Noche primera

TEDIATO y un SEPULTURERO

Diálogo

TEDIATO.—¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los lamentos que se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos..., ¡qué horrorosa! Ya truena. Cada trueno es mayor que el que le antecede, y parece producir otro más cruel. El sueño, dulce intervalo en las fatigas de los hombres, se turba. El lecho conyugal, teatro de delicias; la cuna en que se cría la esperanza de las casas; la descansada cama de los ancianos venerables; todo se inunda en llanto..., todo tiembla. No hay hombre que no se crea mortal en este instante... ¡Ay, si fuese el último de mi vida, cuán grato sería para mí! ¡Cuán horrible ahora! ¡Cuán horrible! Más lo fue el día, el triste día que fue causa de la escena en que ahora me hallo.

Lorenzo no viene. ¿Vendrá, acaso? ¡Cobarde! ¿Le espantará este aparato que Naturaleza le ofrece? No ve lo interior de mi corazón... ¡Cuánto más se horrorizaría! ¿Si la esperanza del premio le traerá? Sin duda..., el dinero... ¡Ay, dinero, lo que puedes! Un pecho sólo se te ha resistido... Ya no existe... Ya tu dominio es absoluto... Ya no existe el solo pecho que se te ha resistido.

Las dos están al caer... Ésta es la hora de cita para Lorenzo... ¡Memoria! ¡Triste memoria! ¡Cruel memoria! Más tempestades formas en mi alma que nubes en el aire. También ésta es la hora en que yo solía pisar estas mismas calles en otros tiempos muy diferentes de éstos. ¡Cuán diferentes! Desde aquélla a éstos todo ha mudado en el mundo; todo, menos yo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
24 págs. / 43 minutos / 694 visitas.

Publicado el 24 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

La Confianza

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Lo que más encargaba Berándiz el joyero a sus dependientes era que no se fiasen de las señoras guapas y muy bien vestidas, que además vienen en coche y hablan con desdén olímpico de las sumas que puede costar una alhaja.

—El que regatea es que piensa pagar... Cuando no conozcan ustedes a la gente, mucho cuidado... Las apariencias engañan.

Pero estas sabias advertencias (como todas las que se dirigen a subalternos) eran machacar en hierro frío. Especialmente perdía el tiempo el señor Berándiz (hombre de suma experiencia y que, bajo la capa de una afabilidad grave con las clientes, ocultaba la astucia del judío más cebado en la ganancia) al dirigirlas a Avelino Cordero, el guapín a quien, atraídas por su sonrisa halagadora, se dirigían por instinto las damas.

El caso es que el sistema de Cordero —Berándiz lo reconocía en sus adentros— no carecía de habilidad comercial. Aquel demontre de chico, con su labia melosa y su derretimiento extático ante todas las mujeres que pisaban la joyería, las embaucaba, especialmente si pertenecían a la clase equívoca, que se adorna con brillantes y perlas, más que las madres de familia honradas. Avelino sabía matizar su adoración: con las grandes señoras era religiosa, apasionada con las semimundanas, y, en cambio, se mostraba familiar y casi insolente con las que no ocultaban su profesión y sus hábitos. No había manera de rebajarle nada del precio a aquel chico tan insinuante, que tenía cara fina, de grabado inglés; pelo rubio bien atusado, talle elegante, manos largas y pulidas, que con tal amorosa delicadeza abrochaban los brazaletes y enganchaban los pendientes, acariciando, como el ala de una mariposa, el lóbulo de la oreja femenil, encendido de placer.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 207 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Boda

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El día era espléndido, primaveral, y la gente apiñada en el ómnibus, camino de los Viveros, iba del mejor humor posible, con el hambre canina que se despierta después de una mañana ajetreada, de emociones y aire libre. Se esperaban grandes cosas del yantar: bien rico y generoso era el novio, y bien pirrado estaba por la novia. Le constaba a Nicasio, el platero, que se lo había confiado a doña Fausta, la tintorera, y a sus niñas: habría champaña y langostinos, y hasta se esperaba una sorpresa, un plato de marqueses, que se llama ¡bestión de fuagrá!

Y no mentía el platero Nicasio. Don Elías, dueño de varias fábricas de quincalla y del mejor bazar de la calle de Atocha, había perdido la cuenta del tiempo que llevaba cortejando a la desdeñosa Regina, hija de doña Andrea, la directora del colegio de niños de la plazuela de Santa Cruz. Regina era una rubia airosa, aseñoritada como pocas, instruidita, soñadora por naturaleza y también por haber leído bastante historia, novela, versos, cosas de amores...; amén de su afición al teatro, insaciable; no al teatro alegre ni sicalíptico: a los dramas y a las comedias serias y sentimentales. Sería exceso llamar hermosa a Regina; pero tenía atractivo, elegancia, un modo de ser muy superior a su esfera social, y su cuerpo mostraba líneas de admirable concisión, realzadas por el vestir sencillo y delicado, a la francesa. No pasaba inadvertida en ninguna parte, y tenía sus envidiosas y sus imitadoras.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 523 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Soy, Tengo y Quiero

Pedro Antonio de Alarcón


Cuento


I. La musa

Yo gusto de los poetas que no tienen un cuarto.

De las niñas pálidas y bellas que montan sobre su nariz unos aristocráticos quevedos.

De las tardes de otoño si hubo tormenta por la mañana.

Y de una ópera de Bellini oída desde el paraíso del teatro Real.

Pues este paraíso, como todos los prometidos en las religiones de que me acuerdo, es el consuelo de los pobres.

Y las tardes de otoño recuerdan al hombre la muerte.

Y las niñas con anteojos son muy coquetas.Y la pobreza pone al genio en su carro de dios terrenal. Divinidad, coquetismo, muerte y consolación y demás cosas mencionadas que soy, tengo y quiero.

II. Alonso ídem

Alonso Alonso vive en Madrid.

Su musa (porque todo poeta tiene su musa, y Alonso Alonso es poeta) lo encontró un día en la calle de Fuencarral.

—Adiós, Alonso... —dijo la musa.

—Adiós, muchacha... —contestó él.

—¿Adónde vas?

—A cualquier parte.

—¿Qué tienes?

—Voy muy triste.

—¿Por qué?

—Porque me aborrezo.

—¡Siempre lo mismo!

—¡Hoy más que nunca! Vengo de estar solo en el Paseo del Prado entre dos o tres mil personas.

—¿En qué trabajas?

—En nada.

—¿Por qué!

—Porque no tengo dinero.

—Razón de más para que trabajes.

—No tengo tiempo.

—Pues ¿qué haces?

—Pensar en que no tengo dinero.

—Compón una comedia.

—¿Y entre tanto?

—¿Qué importa? Comerás o ayunarás tantas veces como ayunarías o comerías sin componerla.

—Pero ¿la comprarás tú luego?

—Yo no. ¡Harto hago con hallar quien compre las quisicosas que tú te desdeñas en escribir; como, por ejemplo, la historia de esta conversación, que escribirá cierto amigo tuyo. Pero, si tu comedia es buena, no faltará un teatro que la represente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 468 visitas.

Publicado el 9 de enero de 2019 por Edu Robsy.

De Madrugada

Antón Chéjov


Cuento


Nadia Zelenina volvió, con su mamá, del teatro, donde se había representado Eugenio Oneguin, de Puchkin.

Cuando se halló sola en su cuarto, se desnudó de prisa, deshizo sus trenzas, y con la larga cabellera rubia cubriéndole la espalda, se sentó, en saya y peinador, ante la mesa. Quería escribir una carta parecida a la que Tatiana, la heroína de la obra que acababa de ver, escribe a Eugenio Oneguin.

«Le amo a usted—escribió—; pero usted no me ama.» Quería poner cara triste, compungida; pero sus esfuerzos fueron vanos, y se echó a reír.

Tenía no más diez y seis años, y no amaba a nadie. Sabía que era amada por el oficial Gorny y por el estudiante Grusdiev; pero entonces, al volver del teatro, quería dudar de su amor. ¡Es tan interesante ser desgraciada! Hay algo de poético en el amor no compartido. Si dos se aman y son felices, no ofrecen interés alguno; ¡eso es tan corriente y tan vulgar!


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 375 visitas.

Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

2223242526