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Simón el Mago

Tomás Carrasquilla


Cuento


Entre mis paisanos criticones y apreciadores de hechos es muy válido el de que mis padres, a fuer de bravos y pegones, lograron asentar un poco el geniazo tan terrible de nuestra familia. Sea que esta opinión tenga algún fundamento, sea un disparate, es lo cierto que si los autores de mis días no consiguieron mejorar su prole no fue por falta de diligencia: que la hicieron, y en grande.

¡Mis hermanas cuentan y no acaban de aquellas encerronas de día entero en esa despensa tan oscura donde tanto espantaban! Mis hermanos se fruncen todavía al recordar cómo crujía en el cuero limpio, ya la soga doblada en tres, ya el látigo de montar de mi padre. De mi madre se cuenta que llevaba siempre en la cintura, a guisa de espada, una pretina de siete ramales, y no por puro lujo: que a lo mejor del cuento, sin fórmula de juicio, la blandía con gentil desenfado, cayera donde cayera; amen de unos pellizcos menuditos y de sutil dolor con que solía aliñar toda reprensión.

¡Estos rigores paternales, bendito sea Dios, no me tocaron!

¡Sólo una vez en mi vida tuve de probar el amargor del látigo!

Con decir que fui el último de los hijos, y además enclenque y enfermizo, se explica tal blandura.

Todos en la casa me querían a cual más, siendo yo el mimo y la plata labrada de la familia; ¡y mal podría yo corresponder a tan universal cariño cuando todo el mío lo consagré a Frutos!

Al darme cuenta de que yo era una persona como todo hijo de vecino, y que podía ser querido y querer, encontré a mi lado a Frutos, que, más que todos y con especialidad, parecióme no tener más destino que amar lo que yo amase y hacer lo que se me antojara.


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Dominio público
22 págs. / 39 minutos / 2.760 visitas.

Publicado el 19 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Tradiciones en Salsa Verde

Ricardo Palma


Cuentos, Colección


La pinga del Libertador

Tan dado era Don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían dicho: ¡Vaya usted al carajo!, Bolívar decía: ¡Vaya usted a la pinga.

Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron: ¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolivar, que había presenciado las peripecias todas del combate, contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú!

Desde entonces fue popular interjección esta frase: ¡La pinga del Libertador!

Este párrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena interjección morirá junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, como desaparecerá también la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho: "¡Zambos del carajo! Al frente están esos puñeteros españoles. El que aquí manda la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben ustedes, no es ningún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos".


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Dominio público
20 págs. / 35 minutos / 5.511 visitas.

Publicado el 4 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Et Spiritu

Francisco A. Baldarena


fragmento


Al desprenderse del cuerpo mortal, ese otro Romualdo, se sintió flotar igual que un globo (la verdad, levitaba). Y esa otra cosa era impalpable y transparente y había estado vagando hasta ese momento, pegado al cielo raso de la sala, presenciando con más pena por los que quedaban, hijos, esposa, parientes, amigos, curiosos, y que ahora lo lloraban alrededor del ataúd, que por su muerte. Hubiera querido consolarlos (ganas no le faltaban); decirles que estaba todo bien; que en verdad lo peor no era morir, sino seguir viviendo y que, además, se sentía muy a gusto levitando como los genios (e incluso estaba seguro de que, a pesar de la falta de alas, también podría volar como las aves), pero no tenía ni sabía cómo hacer para comunicarles lo que pensaba. 

   Ni tendría oportunidad de descubrir una manera de hacerlo, porque de pronto, por la puerta principal que estaba abierta, irrumpió un espectro, oscuro. De alguna manera, Romualdo supo de inmediato que venía por él. Amagó salir por la ventana que daba a la calle, pero justo en ese momento otro espectro, este blanco como una tiza, se interpuso en su camino. Intentó abrazarlo con sus largos brazos como dos estelas de bruma espesa, pero Romualdo fue más rápido y consiguió esquivarlo y huir por otra ventana rumbo al bosque que comenzaba al final de la calle, volando, no como las aves, sino como los héroes de fantasía. Los dos espectros dispararon tras él, pero no tan velozmente como Romualdo, pues luchaban encarnizadamente entre sí en pleno desplazamiento.   


Et Spiritu by Francisco A Baldarena 

© 2023 CC BY-SA 4.0 



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Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 639 visitas.

Publicado el 12 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Gato con Botas

Charles Perrault


Cuento infantil


Un molinero dejó como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio.

El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro, y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:

—Mis hermanos, decía, podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.

El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado:

—No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.

Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.

Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.

Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo:


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4 págs. / 8 minutos / 2.390 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cocos y Hadas

Julia de Asensi


Cuentos infantiles, Colección


El coco azul

Teresa era mucho menor que sus hermanos Eugenio y Sofía y sin duda por eso la mimaban tanto sus padres. Había nacido cuando Víctor y Enriqueta no esperaban tener ya más hijos y, aunque no la quisieran mas que a los otros, la habían educado mucho peor. No era la niña mala, pero sí voluntariosa y abusaba de aquellas ventajas que tenía el ser la primera en su casa cuando debía de ser la última.

A causa de eso Eugenio no la quería tanto como a Sofía; ésta, en cambio, repartía por igual su afecto entre sus dos hermanos.

Cuando Teresa hacía alguna cosa que no era del agrado de Eugenio, él la amenazaba con el coco y pintaba muñecos que ponía en la alcoba de su hermana menor para asustarla.

Teresa tenía miedo de todo y sólo Eugenio era el que procuraba vencer su frecuente e incomprensible terror.

No se le podía contar ningún cuento de duendes ni de hadas, ni hablarle de ningún peligro de esos que son continuos e inevitables en la vida. Los padres se disgustaban con que tal hiciera, y sólo su hermano procuraba corregirla por el bien de ella y el de todos, esperando aprovechar la primera ocasión que se presentase para lograrlo.

Rompía los juguetes de su hermana sin que nadie la riñese y Sofía había guardado los que le quedaban, que aun eran muchos y muy bonitos, donde Teresa no los pudiera coger.

—El día que seas buena te los daré todos, le decía.

—Y cuando seas valiente yo te compraré otros, añadía Eugenio.

Teresa se quedaba meditabunda durante largo rato, sin hallar el medio de complacerles.


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Dominio público
38 págs. / 1 hora, 6 minutos / 474 visitas.

Publicado el 27 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Hebaristo, el Sauce que Murió de Amor

Abraham Valdelomar


Cuento


I

Inclinado al borde de la parcela colindante con el estéril yermo, rodeado de yerbas santas y llantenes, viendo correr entre sus raíces que vibraban en la corriente, el agua fría y turbia de la acequia, aquel árbol corpulento y lozano aún, debía llamarse Hebaristo y tener treinta años. Debía llamarse Hebaristo y tener treinta años, porque había el mismo aspecto cansino y pesimista, la misma catadura enfadosa y acre del joven farmacéutico de El amigo del pueblo, establecimiento de drogas que se hallaba en la esquina de la Plaza de Armas, junto al Concejo Provincial, en los bajos de la casa donde, en tiempos de la Independencia, pernoctara el coronel Marmanillo, lugarteniente del Gran Mariscal de Ayacucho, cuando, presionado por los realistas, se dirigiera a dar aquella singular batalla de la Macacona. Marmanillo era el héroe de la aldea de P. porque en ella había nacido, y, aunque a sus puertas se realizara una poco afortunada escaramuza, en la cual caballo y caballero salieron disparados al empuje de un puñado de chapetones, eso, a juicio de las gentes patriotas de P., no quitaba nada a su valor y merecimientos, pues era sabido que la tal escaramuza se perdió porque el capitán Crisóstomo Ramírez, dueño hasta el año 23 de un lagar y hecho capitán de patriotas por Marmanillo, no acudió con oportunidad al lugar del suceso. Los de P. guardaban por el coronel de milicias recuerdo venerado. La peluquería llamábase Salón Marmanillo; la encomendería de la calle Derecha, que después se llamó calle 28 de Julio tenía en letras rojas y gordas, sobre el extenso y monótono muro azul, el rótulo Al descanso de Marmanillo; y por fin en la sociedad Confederada de Socorros Mutuos, había un retrato al óleo, sobre el estrado de la "directiva", en el cual aparecía el héroe con su color de olla de barro, sus galones dorados y una mano en la cintura, fieles traductores de su gallardía miliciana.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 5.464 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

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