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El Amor y la Muerte

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


Con gran frecuencia ocurren los llamados crímenes de amor. Relatan los periódicos casi a diario sucesos dramáticos, en los que hiere la mano a impulso de los celos; describen suicidios, en los cuales una vida se suprime fríamente, abandonando las filas humanas por miedo a la soledad, después de las dulzuras del idilio, por el desesperado convencimiento de que ya no podrá marchar sintiendo el contacto de la carne amada, roce embriagador que mantiene lo que algunos filósofos llaman estado de ilusión y ayuda a soportar la monotonía de la existencia.

¡El Amor y la Muerte!… Nada tan antitético, tan opuesto, y, sin embargo, los dos caminan juntos, en estrecho maridaje, desde los primeros siglos de la Humanidad, tirando uno del otro, cual inseparables cónyuges, como marchan a través del tiempo la noche y el día, el invierno y la primavera, el dolor y el placer, no pudiendo existir el uno sin el otro.

«Te amo más que a mi vida», dice el jovenzuelo, despreciando su existencia, apenas formula los primeros juramentos de amor.. «¡Morir!, ¡morir por tí!», murmura el hombre junto a una oreja sonrosada, cuando, agotadas las frases de adoración, se esfuerza por concentrar en una definitiva y suprema frase todo su apasionamiento. «¡No volver a la vida! ¡Quedar así por siempre!», suspiran los enamorados, mirándose en el fondo de los ojos, mientras corre por sus nervios el estremecimiento del más dulce de los calofríos; y este deseo de anularse, de no despertar jamás del grato nirvana, surge inevitablemente, como si el amor sólo pudiera crecer y esparcirse a costa de la vida.

Tal vez reconoce su fragilidad, y adivinando que puede desvanecerse antes que acabe la existencia de los enamorados, implora, por instinto de conservación, el auxilio de la muerte.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 151 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Muertos Mandan

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


Al lector

En mis tiempos de agitador político, allá por el año 1902, los republicanos de Mallorca me invitaron a un mitin de propaganda de nuestras doctrinas que se celebró en la plaza de Toros de Palma.

Después de esta reunión popular, los otros diputados republicanos que habían hablado en ella se volvieron a la Península. Yo, una vez pronunciado mi discurso, di por terminada mi actuación política, para correr como simple viajero la hermosa isla que vio en la Edad Media los paseos meditativos del gran Raimundo Lulio—filósofo, hombre de acción, novelista—y en el primer tercio del siglo xix sirvió de escenario a los amores románticos y algo maduros de Jorge Sand y Chopin.

Más que las cavernas célebres, los olivos seculares y las costas eternamente azules de Mallorca, atrajeron mi atención las honradas gentes que la pueblan y sus divisiones en castas que aún perduran, a causa sin duda del aislamiento isleño, refractario a las tendencias igualitarias de los españoles de tierra firme. Vi en la existencia de los judíos convertidos de Mallorca, de los llamados chuetas, una novela futura.

Luego, al volver a la Península, me detuve en Ibiza, sintiéndome igualmente interesado por las costumbres tradicionales de este pueblo de marinos y agricultores, en lucha incesante durante mil quinientos años con todos los piratas del Mediterráneo. Y pensé unir las vidas de las dos islas, tan distintas y al mismo tiempo tan profundamente originales, en una sola novela.

Transcurrieron seis años sin que pudiese realizar mi deseo.


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311 págs. / 9 horas, 5 minutos / 254 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Mare Nostrum

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


I. EL CAPITÁN ULISES FERRAGUT

Sus primeros amores fueron con una emperatriz.

El tenía diez años y la emperatriz seiscientos. Su padre, don Esteban Ferragut—tercera cuota del Colegio de Notarios de Valencia—, admiraba las cosas del pasado.

Vivía cerca de la catedral, y los domingos y fiestas de guardar, en vez de seguir á los fieles que acudían á los aparatosos oficios presididos por el cardenal-arzobispo, se encaminaba con su mujer y su hijo á oír misa en San Juan del Hospital, iglesia pequeña, rara vez concurrida en el resto de la semana.

El notario, que en su juventud había leído á Wálter Scott, experimentaba la dulce impresión del que vuelve á su país de origen al ver las paredes que rodean el templo, viejas y con almenas. La Edad Media era el período en que habría querido vivir. Y el buen don Esteban, pequeño, rechoncho y miope, sentía en su interior un alma de héroe nacido demasiado tarde al pisar las seculares losas del templo de los Hospitalarios. Las otras iglesias enormes y ricas le parecían monumentos de insípida vulgaridad, con sus fulguraciones de oro, sus escarolados de alabastro y sus columnas de jaspe. Esta la habían levantado los caballeros de San Juan, que, unidos á los del Temple, ayudaron al rey don Jaime en la conquista de Valencia.

Al atravesar un pasillo cubierto, desde la calle al patio interior, saludaba á la Virgen de la Reconquista traída por los freires de la belicosa Orden: imagen de piedra tosca, con colores y oros imprecisos, sentada en un sitial románico. Unos naranjos agrios destacaban su verde ramazón sobre los muros de la iglesia, ennegrecida sillería perforada por largos ventanales cegados con tapia. De los estribos salientes de su refuerzo surgían, en lo más alto, monstruosos endriagos de piedra, carcomida.


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460 págs. / 13 horas, 25 minutos / 317 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Teatro por Dentro

Eduardo Zamacois


Crítica


LA FORMACIÓN DE LA COMPAÑÍA

Para que una compañía de las llamadas «de verso» merezca francamente y sin limitaciones el calificativo de «buena», no basta que sean notables todos los artistas que la componen; importa también que entre unos y otros haya cierta proporción ó equilibrio, pues de ello inmediatamente se derivará una belleza nueva: belleza de síntesis, belleza de conjunto.

Parece que la formación de una compañía es tarea fácil, sobre todo cuando el empresario es persona inteligente y propicia á no regatear al negocio aquellos gastos que éste reclame. Nada, sin embargo, más difícil, más ingrave y quebradizo, más sujeto á imprevistas mudanzas.

El que la «campaña teatral» haya de celebrarse en Madrid, es detalle que favorece y allana eficazmente las dificultades con que el director ó empresario ha de luchar. Los artistas prefieren una contrata modesta en Madrid, á marcharse á provincias, donde las temporadas generalmente son cortas, con un buen sueldo. Ellos, gobernados como están por el pueril sentimiento de la vanidad, adoran los elogios de la Prensa cortesana, y en los pequeños rincones provincianos la Fama no hace vibrar nunca sus trompetas gloriosas. En Madrid, además, tienen «su casa», su familia, hostil casi siempre al molesto ambular de la farándula, y lo que pierden en sueldos, lo ahorran en viajes y en fondas...

La circunstancia de que la contrata sea para Madrid, es, por consiguiente, lo único que positivamente favorece los intereses del empresario. Todo lo demás, á pesar del dinero y de los probables honores que va ofreciendo, le es inhospitalario y adverso, como la playa de un país enemigo.


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99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 159 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

La Tribuna

Emilia Pardo Bazán


Novela


Prólogo

Lector indulgente: No quiero perder la buena costumbre de empezar mis novelas hablando contigo breves palabras. Más que nunca debo mantenerla hoy, porque acerca de La Tribuna tengo varias advertencias que hacerte, y así caminarán juntos en este prólogo el gusto y la necesidad.

Si bien La Tribuna es en el fondo un estudio de costumbres locales, el andar injeridos en su trama sucesos políticos tan recientes como la Revolución de Setiembre de 1868, me impulsó a situarla en lugares que pertenecen a aquella geografía moral de que habla el autor de las Escenas montañesas, y que todo novelista, chico o grande, tiene el indiscutible derecho de forjarse para su uso particular. Quien desee conocer el plano de Marineda, búsquelo en el atlas de mapas y planos privados, donde se colecciona, no sólo el de Orbajosa, Villabermeja y Coteruco, sino el de las ciudades de R***, de L*** y de X***, que abundan en las novelas románticas. Este privilegio concedido al novelista de crearse un mundo suyo propio, permite más libre inventiva y no se opone a que los elementos todos del microcosmos estén tomados, como es debido, de la realidad. Tal fue el procedimiento que empleé en La Tribuna, y lo considero suficiente—si el ingenio me ayudase—para alcanzar la verosimilitud artística, el vigor analítico que infunde vida a una obra.


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207 págs. / 6 horas, 2 minutos / 650 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Los Pazos de Ulloa

Emilia Pardo Bazán


Novela


Tomo I

I

Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabritas calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos desigualísimos de loco galope. Y era pendiente de veras aquel repecho del camino real de Santiago a Orense en términos que los viandantes, al pasarlo, sacudían la cabeza murmurando que tenía bastante más declive del no sé cuántos por ciento marcado por la ley, y que sin duda al llevar la carretera en semejante dirección, ya sabrían los ingenieros lo que se pescaban, y alguna quinta de personaje político, alguna influencia electoral de grueso calibre debía andar cerca.

Iba el jinete colorado, no como un pimiento, sino como una fresa, encendimiento propio de personas linfáticas. Por ser joven y de miembros delicados, y por no tener pelo de barba, pareciera un niño, a no desmentir la presunción sus trazas sacerdotales. Aunque cubierto de amarillo polvo que levantaba el trote del jaco, bien se advertía que el traje del mozo era de paño negro liso, cortado con la flojedad y poca gracia que distingue a las prendas de ropa de seglar vestidas por clérigos. Los guantes, despellejados ya por la tosca brida, eran asimismo negros y nuevecitos, igual que el hongo, que llevaba calado hasta las cejas, por temor a que los zarandeos de la trotada se lo hiciesen saltar al suelo, que sería el mayor compromiso del mundo. Bajo el cuello del desairado levitín asomaba un dedo de alzacuello, bordado de cuentas de abalorio. Demostraba el jinete escasa maestría hípica: inclinado sobre el arzón, con las piernas encogidas y a dos dedos de salir despedido por las orejas, leíase en su rostro tanto miedo al cuartago como si fuese algún corcel indómito rebosando fiereza y bríos.


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Dominio público
268 págs. / 7 horas, 50 minutos / 2.877 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Libertad

Arturo Robsy


Cuento


Generalito Romero era delgado y nervioso y recordaba vagamente al gallo de pelea. Tenía ojos fieros y tras ellos ardía el amor a la Patria. A veces, cuando tomaba de más, el amor se le escapaba por la boca y proclamaba sus deseos de hacer un mundo mejor siguiendo unos planos urdidos por él en noches de claro en claro.

La Sociologic Research, benéfica empresa gringa, oyó aquellos cánticos patrióticos y fue a ver a Generalito Romero en su cuartel. Si él quería una Patria mejor y más moderna, la Sociologic Research también, pero con condiciones: le permitirían hacer tantas encuestas como quisiera.

Generalito Romeo, hombre del pueblo pero no para el pueblo, disponía de la División de Carros. ¿Qué tenía la Sociologic? Dinero y la seguridad de que no habría un boicot internacional, porque algo debía ajustarse antes de seguir hablando: Romero y Sociologic iban a hacer una verdadera democracia. En aquella tierra de dos millones de almas todos serían ricos y felices.

—¿Ricos? —dijo Generalito, que consideraba que la riqueza corrompe las sanas costumbres del pueblo.

—Es un decir: con una mano se lo daremos y con la otra se lo tomaremos. Pagarán más impuestos y comprarán las cosas más caras, pero serán ricos.

El objetivo de la Sociologic Research era crear la réplica de un típico Estado de la Unión: el mismo nivel de vida, las mismas costumbres, idéntica comida, empaquetada en plástico, semejantes películas y canales de televisión. También habría que meter la famosa religión electrónica por TV.

Generalito Romero, como futuro benefactor de la humanidad, no aprobaba el cambio de credo. Los curas se le alborotarían.

—Bah, bah. —dijo la Sociologic con calma— Se les enseña a desear más dinero, a cantar en las iglesias y todo lo demás sirve. Ellos se seguirán llamando católicos, pero serán protestantes.

—Si es así...


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Licencia limitada
3 págs. / 6 minutos / 75 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Rinconete y Cortadillo

Miguel de Cervantes Saavedra


Novela corta


En la venta del Molinillo, que está puesta en los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla a la Andalucía, un día de los calurosos del verano, se hallaron en ella acaso dos muchachos de hasta edad de catorce a quince años: el uno ni el otro no pasaban de diez y siete; ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos y maltratados; capa, no la tenían; los calzones eran de lienzo y las medias de carne. Bien es verdad que lo enmendaban los zapatos, porque los del uno eran alpargates, tan traídos como llevados, y los del otro picados y sin suelas, de manera que más le servían de cormas que de zapatos. Traía el uno montera verde de cazador, el otro un sombrero sin toquilla, bajo de copa y ancho de falda. A la espalda y ceñida por los pechos, traía el uno una camisa de color de camuza, encerrada y recogida toda en una manga; el otro venía escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le parecía un gran bulto, que, a lo que después pareció, era un cuello de los que llaman valones, almidonado con grasa, y tan deshilado de roto, que todo parecía hilachas. Venían en él envueltos y guardados unos naipes de figura ovada, porque de ejercitarlos se les habían gastado las puntas, y porque durasen más se las cercenaron y los dejaron de aquel talle. Estaban los dos quemados del sol, las uñas caireladas y las manos no muy limpias; el uno tenía una media espada, y el otro un cuchillo de cachas amarillas, que los suelen llamar vaqueros.

Saliéronse los dos a sestear en un portal, o cobertizo, que delante de la venta se hace; y, sentándose frontero el uno del otro, el que parecía de más edad dijo al más pequeño:

­¿De qué tierra es vuesa merced, señor gentilhombre, y para adónde bueno camina?

­Mi tierra, señor caballero ­respondió el preguntado­, no la sé, ni para dónde camino, tampoco.


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43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 3.525 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Las Dos Doncellas

Miguel de Cervantes Saavedra


Novela corta


Cinco leguas de la ciudad de Sevilla, está un lugar que se llama Castiblanco; y, en uno de muchos mesones que tiene, a la hora que anochecía, entró un caminante sobre un hermoso cuartago, estranjero. No traía criado alguno, y, sin esperar que le tuviesen el estribo, se arrojó de la silla con gran ligereza.

Acudió luego el huésped, que era hombre diligente y de recado; mas no fue tan presto que no estuviese ya el caminante sentado en un poyo que en el portal había, desabrochándose muy apriesa los botones del pecho, y luego dejó caer los brazos a una y a otra parte, dando manifiesto indicio de desmayarse. La huéspeda, que era caritativa, se llegó a él, y, rociándole con agua el rostro, le hizo volver en su acuerdo, y él, dando muestras que le había pesado de que así le hubiesen visto, se volvió a abrochar, pidiendo que le diesen luego un aposento donde se recogiese, y que, si fuese posible, fuese solo.

Díjole la huéspeda que no había más de uno en toda la casa, y que tenía dos camas, y que era forzoso, si algún huésped acudiese, acomodarle en la una. A lo cual respondió el caminante que él pagaría los dos lechos, viniese o no huésped alguno; y, sacando un escudo de oro, se le dio a la huéspeda, con condición que a nadie diese el lecho vacío.

No se descontentó la huéspeda de la paga; antes, se ofreció de hacer lo que le pedía, aunque el mismo deán de Sevilla llegase aquella noche a su casa. Preguntóle si quería cenar, y respondió que no; mas que sólo quería que se tuviese gran cuidado con su cuartago. Pidió la llave del aposento, y, llevando consigo unas bolsas grandes de cuero, se entró en él y cerró tras sí la puerta con llave, y aun, a lo que después pareció, arrimó a ella dos sillas.


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46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 492 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Un Extranjero

Leónidas Andréiev


Cuento


I

Desde las once de la mañana hasta las ocho de la noche, el estudiante Chistiakov daba lecciones a domicilio. Sólo un día a la semana, el miércoles, retrasaba un poco el principio de su primera lección y hacia un breve acto de presencia en la Universidad, a fin de que le viesen los inspectores.

No iba nunca a clase ni sabía siquiera dónde estaban las aulas del primer año de Derecho, pues las explicaciones de los profesores no le interesaban y estaba decidido a irse la primavera próxima al extranjero. Por eso trabajaba tanto y ahorraba todo el dinero que podía. Por la noche, al volver a casa, se ponía a estudiar alemán. Pensaba irse a Berlín, donde se encontraba, desde hacía un año, un antiguo amigo suyo, que le escribía largas cartas entusiásticas, y en todas ellas le llamaba.

Pero con frecuencia Chistiakov, inclinado sobre su gramática alemana, sentía en la cabeza un ruido semejante al de un salto de agua y unas punzadas dolorosas en el costado izquierdo. Parecíale ver desfilar ante sus ojos fatigados las caras antipáticas de susdiscípulos. No pudiendo seguir estudiando, se tendía en la cama y se distraía en contar mentalmente sus ahorros o en planear su próxima vida en Berlín. Algunas noches bajaba un rato al número 64 del «Polo Norte»—que tal era el nombre de su hospedería—y echaba un párrafo con los estudiantes que después de cenar se reunían allí.

Los estudiantes no le inspiraban ningún afecto, como no se lo inspiraba nada de lo que le rodeaba: las calles por donde pasaba, la habitación donde vivía, toda aquella vida caótica, inculta, grosera y estúpida. La gente le parecía peor que la de un país bárbaro; los bárbaros, al menos, eran audaces, y aquella gente—capaz de las violencias y las crueldades más insensatas—era pusilánime y mezquina.


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Dominio público
16 págs. / 28 minutos / 121 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2020 por Edu Robsy.

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