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El Grisú

Baldomero Lillo


Cuento


En el pique se había paralizado el movimiento. Los tumbadores fumaban silenciosamente entre las hileras de vagonetas vacías, y el capataz mayor de la mina, un hombrecillo flaco cuyo rostro rapado, de pómulos salientes, revelaba firmeza y astucia, aguardaba de pie con su linterna encendida junto al ascensor inmóvil. En lo alto el sol resplandecía en un cielo sin nubes y una brisa ligera que soplaba de la costa traía en sus ondas invisibles las salobres emanaciones del océano.

De improviso el ingeniero apareció en la puerta de entrada y se adelantó haciendo resonar bajo sus pies las metálicas planchas de la plataforma. Vestía un traje impermeable y llevaba en la diestra una linterna. Sin dignarse contestar el tímido saludo del capataz, penetró en la jaula seguido por su subordinado, y un segundo después desaparecían calladamente en la oscura sima.

Cuando, dos minutos después, el ascensor se detenía frente a la galería principal, las risotadas, las voces y los gritos que atronaban aquella parte de la mina cesaron como por encanto, y un cuchicheo temeroso brotó de las tinieblas y se propagó rápido bajo la sombría bóveda.

Míster Davis, el ingeniero jefe, un tanto obeso, alto, fuerte, de rubicunda fisonomía en la que el whiskey había estampado su sello característico, inspiraba a los mineros un temor y respeto casi supersticioso. Duro e inflexible, su trato con el obrero desconocía la piedad y en su orgullo de raza consideraba la vida de aquellos seres como una cosa indigna de la atención de un gentleman que rugía de cólera si su caballo o su perro eran víctimas de la más mínima omisión en los cuidados que demandaban sus preciosas existencias.

Indignábale como una rebelión la más tímida protesta de esos pobres diablos y su pasividad de bestias le parecía un deber cuyo olvido debía castigarse severamente.


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20 págs. / 35 minutos / 438 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Hipólito

Eurípides


Teatro, Tragedia, Tragedia griega


Argumento

La diosa Afrodita, despreciada por Hipólito, hijo de Teseo, deseoso de conservar su virginidad, trama su ruina y la satisfacción de su venganza, inspirando a su madrastra Fedra un amor violento por él; pero no osando declarárselo, y víctima de su pasión vehemente, la confía a su nodriza en ausencia de su esposo Teseo, la cual comete la insigne imprudencia de participarla a Hipólito, que se indigna y la rechaza con toda su energía. La desdichada Fedra, sabedora del mal éxito de esta tentativa, resuelve suicidarse y ejecuta su proyecto ahorcándose, si bien se venga de su hijastro dejando al morir unas tablitas suspendidas de su cadáver, en las cuales dice que, contra su voluntad y forzada por Hipólito, ha manchado el lecho nupcial. Entonces Teseo, sin informarse con escrupulosidad de la certeza de esta acusación, y recordando que Poseidón le había prometido realizar tres votos suyos, le pide que mate a Hipólito, y lo destierra de su reino. El mísero e inocente joven, lleno de dolor, y no queriendo faltar a su juramento de no publicar la declaración de la nodriza, huye en su carro, acompañado de sus más fieles servidores, y perece en el camino acometido por un toro, que suscita contra él el dios marino. Cuando lo traen moribundo a la presencia de Teseo, se aparece Artemisa, su amiga y protectora, descubre su inocencia y lo consuela, profetizando los honores y fiestas que se le tributarán en lo sucesivo.


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Dominio público
40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 646 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Quien No te Conozca que te Compre

Juan Valera


Cuento


No nos atrevemos a asegurarlo, pero nos parece y queremos suponer que el tío Cándido fue natural y vecino de la ciudad de Carmona.

Tal vez el cura que le bautizó no le dio el nombre de Cándido en la pila, sino que después todos cuantos le conocían y trataban le llamaron Cándido porque lo era en extremo. En todos los cuatro reinos de Andalucía no era posible hallar sujeto más inocente y sencillote.

El tío Cándido tenía además muy buena pasta.

Era generoso, caritativo y afable con todo el mundo. Como había heredado de su padre una haza, algunas aranzadas de olivar y una casita en el pueblo, y como no tenía hijos, aunque estaba casado, vivía con cierto desahogo.

Con la buena vida que se daba se había puesto muy lucio y muy gordo.

Solía ir a ver su olivar, caballero en un hermosísimo burro que poseía; pero el tío Cándido era muy bueno, pesaba mucho, no quería fatigar demasiado al burro y gustaba de hacer ejercicio para no engordar más. Así es que había tomado la costumbre de hacer a pie parte del camino, llevando el burro detrás asido del cabestro.

Ciertos estudiantes sopistas le vieron pasar un día en aquella disposición, o sea a pie, cuando iba ya de vuelta para su pueblo.

Iba el tío Cándido tan distraído que no reparó en los estudiantes.

Uno de ellos, que le conocía de vista y de nombre y sabía sus cualidades, informó de ellas a sus compañeros y los excitó a que hiciesen al tío Cándido una burla.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 168 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Vida de Jesús

Ernest Renan


Historia, religión


Dedicatoria

Al alma pura de mi hermana Enriqueta
Muerta en Biblos el 24 de setiembre de 1861


¿Te acuerdas, desde el seno de Dios, donde reposas, de aquellos largos dias de Ghazir en que, solo contigo, escribia yo estas páginas, inspiradas por los lugares que acabábamos de recorrer? Silenciosa á mi lado, tú releias cada página y la copiabas apénas escrita, miéntras que á nuestros piés se extendian el mar, las aldeas, los barrancos y las montañas. Cuando á la sofocante luz de la tarde sucedia el innumerable ejército de estrellas, tus preguntas finas y delicadas y tus discretas dudas me hacian pensar en el objeto de nuestras comunes investigaciones. Un dia me dijiste que tú amarias este libro, por haber sido escrito en tu compañía, y porque te gustaba su espíritu. Y si algunas veces temias que le fuese contrario el juicio del hombre frívolo, siempre estuviste persuadida que al fin agradaria á las almas verdaderamente religiosas. El ala de la muerte nos hirió á entrambos en medio de aquellas dulces meditaciones; á la misma hora caimos en febril letargo... ¡Yo me desperté solo!... Tú duermes ahora en la tierra de Adónis, cerca de la santa Biblos y de las aguas sagradas, donde iban á mezclar sus lágrimas las mujeres de los misterios antiguos. Revélame ¡oh buen genio! á mí, á quien tanto amabas, esas verdades que dominan la muerte, que impiden temerla y casi nos la hacen amar.

Introducción

En donde principalmente se trata de las fuentes de esta historia


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Dominio público
290 págs. / 8 horas, 28 minutos / 908 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Ciudad Muerta

Abraham Valdelomar


Cuento, novela corta


Dedicatoria

A don Juan Bautista de Lavalle, enamorado de las glorias viejas, intérprete de los lienzos antiguos, admirador religioso de todo lo que el tiempo ha deshojado y ha tornado triste y marchito, dedico estas páginas escritas sobre una ciudad de ruinas. Sea bondadoso con ellas.


A. V.

Le passé...

Le passé, c’est un second coeur qui bat en nous…
Il bat. Quand le silence en nous se fait plus fort
cette pulsation mystérieuse est là
qui continue… Et quand on rêve il bat encor,
et quand on souffre il bat, et quand on aime il bat…
Toujours ! C’est un prolongement de notre vie…

Henry Bataille

I. En el Ática

sobre el mar de Río de Janeiro,
Brasil, febrero 12 de 1911.


Adorable Francy:

Todavía me arrepiento de haber dejado bajar a tierra a ese hombre, pero le echo la culpa a la luna. Es ella la cómplice de todos los crímenes y, en muchos casos, la instigadora. Esté usted segura, mi adorable Francinette, que cuando ella tiene esas notas de luz casi verdes como si se copiara a través de una falsa esmeralda, algo extraño está pasando sobre la tierra. Yo soy médico y he podido observar el efecto de esas nubes de luna en esos enfermos de locura y en los alucinados, en los criminales, en los neuróticos, en los artistas. En los artistas sobre todo.


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Dominio público
28 págs. / 49 minutos / 388 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Los Perseguidos

Horacio Quiroga


Cuento


Una noche que estaba en casa de Lugones, la lluvia arreció de tal modo que nos levantamos a mirar a través de los vidrios. El pampero silbaba en los hilos, sacudía el agua que empañaba en rachas convulsivas la luz roja de los faroles. Después de seis días de temporal, esa tarde el cielo había despejado al sur en un límpido azul de frío. Y he aquí que la lluvia volvía a prometernos otra semana de mal tiempo.

Lugones tenía estufa, lo que halagaba suficientemente mi flaqueza invernal. Volvimos a sentarnos prosiguiendo una charla amena, como es la que se establece sobre las personas locas. Días anteriores aquél había visitado un manicomio, y las bizarrías de su gente añadidas a las que yo por mi parte había observado alguna vez, ofrecían materia de sobra para un confortable vis a vis de hombres cuerdos.

Dada, pues, la noche, nos sorprendimos bastante cuando la campanilla de la calle sonó. Momentos después entraba Lucas Díaz Vélez.

Este individuo ha tenido una influencia bastante nefasta sobre una época de mi vida, y esa noche lo conocí. Según costumbre, Lugones nos presentó por el apellido únicamente, de modo que hasta algún tiempo después ignoré su nombre.

Díaz era entonces mucho más delgado que ahora. Su ropa negra, color trigueño mate, cara afilada y grandes ojos negros, daban a su tipo un aire no común. Los ojos, sobre todo, de fijeza atónita y brillo arsenical, llamaban fuertemente la atención. Peinábase en esa época al medio y su pelo lacio, perfectamente aplastado, parecía un casco luciente.

En los primeros momentos Vélez habló poco. Cruzóse de piernas, respondiendo lo justamente preciso. En un instante en que me volví a Lugones, alcancé a ver que aquél me observaba. Sin duda en otro hubiera hallado muy natural ese examen tras una presentación, pero la inmóvil atención con que lo hacía, me chocó.


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Dominio público
24 págs. / 43 minutos / 259 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.

Ifigenia en Áulide

Eurípides


Teatro, Tragedia, Tragedia griega


Argumento

Detenida en Áulide la armada griega por vientos contrarios en su navegación a Troya, declara el adivino Calcas que no soplarán los favorables hasta que Ifigenia, hija de Agamenón y de Clitemnestra, sea sacrificada en el ara de Artemisa. Su padre, generalísimo del ejército, que está descontento e impaciente, instado por su hermano Menelao y por su propia ambición, accede a tan inhumana exigencia y escribe a su esposa mandándole que le envíe a Ifigenia para casarla con Aquiles. Pero se arrepiente después de su resolución, y le escribe otra carta diciéndole lo contrario. Carece de prólogo, y la acción comienza cuando el mensajero que ha de llevar la última carta se dispone a cumplir las órdenes novísimas de su señor. Pero esta última carta es interceptada por Menelao, y Clitemnestra e Ifigenia sobrevienen, deseosas de celebrar las bodas anunciadas. La mentira de Agamenón se descubre al fin; Ifigenia se conforma con su propio sacrificio, y al consumarse este, desaparece la víctima destinada a sufrirlo, siendo sustituida milagrosamente por una cierva.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 19 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2025 por Edu Robsy.

Las Guerras de los Judíos

Flavio Josefo


Crónica, Historia


Prólogo de Flavio Josefo a los Siete Libros de las Guerras de los Judíos

Porque la guerra que los romanos hicieron con los judíos es la mayor de cuantas muestra edad y nuestros tiempos vieron, y mayor que cuantas hemos jamás oído de ciudades contra ciudades y de gentes contra gentes, hay algunos que la escri­ben, no por haberse en ella hallado, recogiendo y juntando cosas vanas e indecentes a las orejas de los que las oyen, a manera de oradores: y los que en ella se hallaron, cuentan cosas falsas, o por ser muy adictos a los romanos, o por abo­rrecer en gran manera a los judíos, atribuyéndoles a las veces en sus escritos vituperio, y otras loándolos y levantándolos; pero no se halla m ellos jamás la verdad que la historia re­quiere; por tanto, yo, Josefo, hijo de Matatías, hebreo, de linaje sacerdote de Jerusalén, pues al principio peleé con los romanos, y después, siendo a ello por necesidad forzado, ‑me hallé en todo cuanto pasó, he determinado ahora de hacer saber en lengua griega a todos cuantos reconocen el imperio romano, lo mismo que antes había escrito a los bárbaros en lengua de mi patria: Porque cuando, como dije, se movió esta gravísima guerra, estaba con guerras civiles y domésticas muy revuelta la república romana.


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Dominio público
560 págs. / 16 horas, 21 minutos / 1.736 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Pájaro Azul

Rubén Darío


Cuento


París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al café Plombier, buenos y decididos muchachos —pintores, escultores, poetas— sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde!, ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable, bravo improvisador.

En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones, guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de futuros Clays, versos, estrofas enteras escritas en la letra echada y gruesa de nuestro amado pájaro azul.

El pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamaba así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.

Ello no fue un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respondía sonriendo con cierta amargura...

—Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente...

* * *

Sucedía también que gustaba de ir a las campiñas nuevas, al entrar la primavera. El aire del bosque hacía bien a sus pulmones, según nos decía el poeta.

De sus excursiones solía traer ramos de violetas y gruesos cuadernillos de madrigales, escritos al ruido de las hojas y bajo el ancho cielo sin nubes. Las violetas eran para Nini, su vecina, una muchacha fresca y rosada que tenía los ojos muy azules.

Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era un ingenuo que debía brillar. El tiempo vendría. Oh, el pájaro azul volaría muy alto. ¡Bravo! ¡bien! ¡Eh, mozo, más ajenjo!

* * *

Principios de Garcín:

De las flores, las lindas campánulas.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 4.330 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Regreso de Anaconda

Horacio Quiroga


Cuento


Cuando Anaconda, en complicidad con los elementos nativos del trópico, meditó y planeó la reconquista del río, acababa de cumplir treinta años.

Era entonces una joven serpiente de diez metros, en la plenitud de su vigor. No había en su vasto campo de caza, tigre o ciervo capaz de sobrellevar con aliento un abrazo suyo. Bajo la contracción de sus músculos toda vida se escurría, adelgazada hasta la muerte. Ante el balanceo de las pajas que delataban el paso de la gran boa con hambre, el juncal, todo alrededor, empenachábase de altas orejas aterradas. Y cuando al caer el crepúsculo en las horas mansas, Anaconda bañaba en el río de fuego de sus diez metros de oscuro terciopelo, el silencio circundábala como un halo.

Pero no siempre la presencia de Anaconda desalojaba ante sí la vida, como un gas mortífero. Su expresión y movimientos de paz, insensibles para el hombre, denunciábanla desde lejos a los animales. De este modo:

— Buen día — decía Anaconda a los yacarés, a su paso por los fangales.

— Buen día — respondían mansamente las bestias al sol, rompiendo dificultosamente con sus párpados globosos el barro que los soldaba.

— ¡Hoy hará mucho calor! — saludábanla los monos trepados, al reconocer en la flexión de los arbustos a la gran serpiente en desliz.

— Sí, mucho calor... — respondía Anaconda, arrastrando consigo la cháchara y las cabezas torcidas de los monos, tranquilos sólo a medias.


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Dominio público
17 págs. / 30 minutos / 355 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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