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Boy

Luis Coloma


Novela


En la vida del hombre, sólo dos mujeres tienen cabida legítima: su madre y la madre de sus hijos. Fuera de estos dos amores puros y santos, son los demás divagaciones peligrosas ó culpables extravíos.

I

Llegué al baile á las diez y cuarto, cuando comenzaba á excitar la animación la entrada del personaje político en cuyo honor se celebraba. Recorría éste las salones y las anchas y suntuosas galerías, guiado por el general Belluga, que hacía veces de cicerone, y le presentaba á los notables de la provincia. Venía detrás la personaja, con pujos y aires de gran dama de la antigua corte, dando el brazo á mi tío el Duque de Sos, rancia figura decorativa en todos los actos solemnes del partido de Isabel II; y rodeadas de pollos y damiselas, cerraban la marcha dos personajitas, hijas del personaje: morenilla la una y pintorescamente bizca; rubia desteñida la otra, con una boquita de que pudo decir Bussy lo que de Mlle. Mancini dijo:


“...aquel piquito amoroso.
Que llega de oreja á oreja.”


Sucedía esto en Marzo de 1869, cuando á raíz de la Revolución organizábanse isabelinos y carlistas, y tendían la caña con igual empeño, á fin de pescar entre sus filas los personajes políticos vacantes que las turbias olas desbordadas en el pasado Septiembre no habían zambullido del todo. Agasajábanles tirios y troyanos, y dejábanse ellos querer, comiendo con unos, cenando con otros, sacando el jugo á todos y no soltando prenda con ninguno, hasta ver, sin duda, de qué lado caían las pesas, y sacar entonces al mejor postor la consecuencia de su política y la firmeza de su lealtad.


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195 págs. / 5 horas, 41 minutos / 277 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Iconoclastia

José de la Cuadra


Cuento


(Página de un Diario)


Hoy hemos ido juntos a su iglesia. Ella es creyente ardorosa; su fe es adorablemente primitiva; y, me parece, al verla, que estoy en presencia de una de aquellas vírgenes patricias, que fueron las primeras flores arrancadas por San Pedro en los jardines de la paganía romana.

—¡Amada!

Al lado suyo mismo, no se daba cuenta de mí, absorta en el divino oficio. Seguí la mirada de sus ojos, que iba a clavarse como un rayo verde en el rubio Nazareno que desde Su altar preside, y sentí unos vagos celos absurdos, infantiles, que ahora —al escribir estas impresiones— me hacen sonreír. Maldije, entonces, de aquellos buenos padres del segundo Concilio de Nicea que restablecieron el culto de las imágenes... ¡Ah, hermosos tres siglos de iconoclasia en que la religión fue más pura por ser más abstracto su objeto, y cuando las mujeres no tuvieron dónde posar el milagro de sus ojos tiernamente, con un amor humano, que es el único que ellas entienden!

Habré hablado alto cuando ella se volvió a interrogarme.

—Pues, nada; que me siento mal, con no sé qué de raro.

Y abandonamos la iglesia, turbando con el ruido de nuestros pasos la dulce solemnidad de la liturgia.

En la calle, respirando la alegría de este buen sol nuestro, me sentí mejor, y traté de vengar en ella mi rivalidad loca con Él.

—¿Te parece, Amada, bello el Nazareno?

¡Ah, su voz, que yo sé bien cómo es suave, se musicalizó más para loar Su belleza!

Y yo saborée la venganza:

—Te engañas. Todo eso es una farsa torpe. Él era feo; Él desentonaba en la armonía galilea; Él sólo era bueno. Su belleza era interior. San Cirilo de Alejandría, el propio Tertuliano, y muchos doctores de la iglesia, creen que Su fealdad era horripilante y extraordinaria. Isaías lo deja presentir... Acaso yo, con mis pobres rasgos decadentes, sea más bello que Él lo fué nunca...


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 353 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

Compendio del Derecho Público Romano

Theodor Mommsen


Historia, Derecho


Prólogo

El deseo que se me ha manifestado por diferentes y atendibles conductos, de ver expuesto el Derecho público romano en forma clara y suficiente para que lo conozcan los juristas que no son a la vez filósofos, es lo que me ha ofrecido ocasión para escribir este libro sobre aquel Derecho. Tan evidente es que para la concepción viva y la inteligencia fundamental del Derecho privado y del procedimiento privado romanos, no basta con saber que el pretor era un magistrado encargado de la administración de justicia, y que el jurado se llamaba iudex, como lo es también la inutilidad que para los prácticos del Derecho tienen la mayor parte de las particularidades del Derecho público del Estado romano y su tan necesario como fatigante aparato filológico-arqueológico. En este libro se ha intentado exponer ordenadamente los elementos esenciales del Derecho público de los romanos, haciendo caso omiso de las pruebas o documentos, que no corresponden a una reducción estricta. Es verdad que no está uno autorizado para hacer públicamente afirmaciones sin demostrarlas; pero cuando ya anteriormente se han presentado las pruebas en una obra extensa, según al presente ocurre (excepto en lo que hace referencia a la corta sección última), bien puede uno, en un trabajo sin pretensiones como es este, remitirse a tal obra.


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515 págs. / 15 horas, 1 minuto / 254 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

EL TAO DE LA FÍSICA

FRITJOF CAPRA


Este libro fue pasado a formato digital para facilitar la difusión, y con el propósito deque así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más. HERNÁN


EL TAO DE LA FÍSICA FRITJOF CAPRA Este libro fue pasado a formato digital para facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más. HERNÁN Para descargar de Internet: “ELEVEN” – Biblioteca del Nuevo Tiempo Rosario – Argentina Adherida a: Directorio Promineo: www.promineo.gq.nu Libros de Luz: http://librosdeluz.tripod.com 2 Escaneado por Germán Campos, Chile 2004 Tercera edición: Marzo 2000 Título original: THE TAO OF PHYSICS Traducido del inglés por Alma Alicia Martell Moreno Ilustración de la portada: Guillermo D. Elizarrarás de la versión original de Frjtjof Capra, 1975, 1983 © de la presente edición: EDITORIAL SIRIO, S.A. C/. Panaderos, 9 Tel. 952 22 40 72 - 29005 MALAGA ISBN: 84-7808-175-5 Depósito legal: B. 12.750 - 2000 Impreso en España en los talleres gráficos de Romanyá/Valls, S.A. Verdaguer, 1 08786 Capellades (Barcelona) Dedico este libro a: Ali Akbar Khan Carlos Castaneda Geoffrey Chew John Coltrane Werner Heisenberg Krishnamurti Liu Hsiu Ch'i Phiroz Mehta Jerry Shesko Bobby Smith Maria Teuffenbach Alan Watts, por haberme ayudado a encontrar mi camino, y a Jacqueline, que ha viajado conmigo sobre él la mayor parte del tiempo. Esta es la primera edición en español publicada por Editorial Sirio, S.A. de la obra El Tao de la Física, de Fritjof Capra. Incluimos los prefacios y apéndices a la P, 2" y 3° edición en lengua inglesa, para no alterar el contenido de la versión original. Los Editores. AGRADECIMIENTOS El autor y los editores agradecen la autorización para reproducir las ilustraciones que figuran en las páginas siguientes: Pág. 53: Foto Gary Elliott Burke. Págs. 108, 300 y 302: CERN, Ginebra, Suiza. Pág. 112: reproducciones de Zazen por E.M. Ilooykaas y B. Schierbeck, Ornen Press, Tucson, Arizona. Págs. 114, 191: Herederos de Eliot Elisofon. Pág. 123: Gunvor Moitessier. Pág.


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340 págs. / 9 horas, 56 minutos / 329 visitas.

Publicado el 29 de febrero de 2024 por luchojazmin.

El Burro

Juan José Morosoli


Cuento


Umpiérrez se levantaba, empezaba el mate, encendía el fuego y ponía un churrasquito en las brasas. Después desayunaba y se iba al horno de ladrillos donde trabajaba. Al mediodía se apartaba del grupo de "cortadores" que hacían fuego común, encendía su propio fuego, tomaba mate, ponía un churrasquito y almorzaba. De tarde, al regresar del horno, pasaba por el matadero, levantaba unas achuras, las asaba, tomaba mate y cenaba. Luego se sentaba frente a la noche, fumando. Por el camino ciego que moría en el horno, no pasaba nadie. A sus espaldas las tunas y cina-cinas, borroneaban la noche. Después se iba a dormir.

Al otro día hacía lo mismo ... al otro día igual. La única excepción era el domingo, porque ese día no trabajaba y hacía comida de olla: puchero o guiso.


* * *


Una vez Anchordoqui le preguntó:

—¿Pero vos no vas nunca al boliche?

—¿Pa qué?

—A jugar un truco ... A tomar una caña...

—¿Para salir peliando después?

—¿Y las mujeres no te gustan?

—¿Pa qué? ¿Para llenarte de hijos?

Anchordoqui seguía preguntando. Esperaba dejarlo sin respuesta.

—¿Y perro no tenés?

—¿Pa qué?

—¿Cómo pa qué? —dijo Anchordoqui malhumorado—. ¿Pa qué?... ¡Para tenerlos nomás, para lo que se tienen los perros!

—Para tenerlos nomás, mejor no tenerlos...

—Pero alguna diversión tenés que tener —dijo Anchordoqui en retirada.

—¿Querés mejor diversión que vivir como yo vivo?

Esta vez fue Anchordoqui el que no contestó.


* * *


Con los vecinos se llevaba bien. A Nemesia la lavandera, vecina de metros más allá, la veía cuando se levantaba. Ella le daba los buenos días, arrimaba el carrito de manos, en el que llevaba las bolsas de ropa al arroyo y al fin las cargaba. Alguna vez Umpiérrez le ayudaba a levantar las bolsas.


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3 págs. / 5 minutos / 42 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2025 por Edu Robsy.

Rip Van Winkle

Washington Irving


Cuento


Obra póstuma de Diedrich Knickerbocker

Por Woden (Odin), Dios de los sajones, de quien procede Wednesday (miércoles) que es Wodensday (día de Odin). La verdad es algo que siempre conservaré hasta el día en que me arrastre hacia la tumba.

Cártwright.

EL CUENTO siguiente se encontró entre los papeles del difunto Díedrich Kníckerbocker, un viejo caballero de Nueva York, muy curioso respecto de la historia holandesa de la provincia y de las costumbres de los descendientes de sus primitivos colonos. Sus investigaciones históricas dirigíanse menos a los libros que a los hombres, pues que los primeros escaseaban lamentablemente en sus temas favoritos mientras que los viejos vecinos y, sobre todo sus mujeres, eran riquísimos en aquellas tradiciones y leyendas de valor inapreciable para el verídico historiador. Así, cuando le acontecía tropezar con alguna familia típica holandesa, agradablemente guarecida en su alquería de bajo techado, a la sombra del frondoso sicomoro, mirábala como un pequeño volumen de letra gótica antigua, cerrado y abrochado, y lo estudiaba y profundizaba con el celo de la polilla.

El resultado de todas estas investigaciones fué una historia de la provincia durante el dominio holandés, publicada hace algunos años. La opinión anduvo dividida con respecto del valor literario de esta obra que, a decir verdad, no vale un ápice más de lo que pudiera. Su mérito principal estriba en su exactitud, algo discutida por cierto en la época de su primera aparición, pero que ha quedado después completamente establecida y se admite ahora entre las colecciones históricas como libro de indiscutible autoridad.


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23 págs. / 41 minutos / 283 visitas.

Publicado el 25 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Guardia Blanca

Arthur Conan Doyle


Novela


Á QUIEN LEYERE.

En la moderna literatura inglesa, menos quizás que en ninguna otra, espera encontrar el lector obras que por su carácter y forma le recuerden las narraciones históricas de tipos caballerescos, empresas aventuradas y altas hazañas, que han inmortalizado los nombres de escritores españoles, franceses é italianos. Diríase que esas novelas de capa y espada, galanas y airosas, en las que palpita la vida entera de hidalga tierra y se refleja el espíritu de toda una raza, son patrimonio exclusivo de otros pueblos y otros autores que los nacidos en la nebulosa Albión.

De aquí la novedad y el buen éxito merecidísimo de la obra de Conan Doyle cuya traducción castellana ofrecemos al público en este volumen. Con erudición y exactitud sorprendentes reproduce el escritor inglés en La Guardia Blanca una serie de episodios fidelísimos de la época en que se desarrolla el argumento de su novela. Época tan agitada como lo fué para Inglaterra la segunda mitad del siglo XIV, en la que á pesar de sus grandes y recientes victorias de Crécy y Poitiers y del tratado de Bretigny, volvía á encenderse, más fiera y sañuda si cabe, aquella lucha interminable conocida en la historia con el nombre de Guerra de los Cien Años.

Á imitación de las famosas Compañías Blancas de Duguesclín, personaje que también figura en esta obra de muy pintoresca manera, la Guardia Blanca inglesa se lanza de lleno en la contienda y tras breve permanencia en el Ducado de Aquitania, arrebatado por entonces á la corona de Francia, entra en España á la vanguardia del poderoso ejército que Eduardo de Inglaterra pusiera á las órdenes del Príncipe Negro para reinstalar en el solio de Castilla á su aliado Don Pedro el Cruel, á la sazón destronado por su hermano Don Enrique de Trastamara.


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Dominio público
313 págs. / 9 horas, 7 minutos / 721 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Príncipe Malvado

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un príncipe perverso y arrogante, cuya única ambición consistía en conquistar todos los países de la tierra y hacer que su nombre inspirase terror. Avanzaba a sangre y fuego; sus tropas pisoteaban las mieses en los campos e incendiaban las casas de los labriegos. Las llamas lamían las hojas de los árboles, y los frutos colgaban quemados de las ramas carbonizadas. Más de una madre se había ocultado con su hijito desnudo tras los muros humeantes; los soldados la buscaban, y al descubrir a la mujer y su pequeño daban rienda suelta a un gozo diabólico; ni los propios demonios hubieran procedido con tal perversidad. El príncipe, sin embargo, pensaba que las cosas marchaban como debían marchar. Su poder aumentaba de día en día, su nombre era temido por todos, y la suerte lo acompañaba en todas sus empresas. De las ciudades conquistadas se llevaba grandes tesoros, con lo que acumuló una cantidad de riquezas que no tenía igual en parte alguna. Mandó construir magníficos palacios, templos y galerías, y cuantos contemplaban toda aquella grandeza, exclamaban: «¡Qué príncipe más grande!». Pero no pensaban en la miseria que había llevado a otros pueblos, ni oían los suspiros y lamentaciones que se elevaban de las ciudades calcinadas.

El príncipe consideraba su oro, veía sus soberbios edificios y pensaba, como la multitud: «¡Qué gran príncipe soy! Pero aún quiero más, mucho más. Es necesario que no haya otro poder igual al mío, y no digo ya superior». Se lanzó a la guerra contra todos sus vecinos, y a todos los venció. Dispuso que los reyes derrotados fuesen atados a su carroza con cadenas de oro, andando detrás de ella a su paso por las calles. Y cuando se sentaba a la mesa, los obligaba a echarse a sus pies y a los de sus cortesanos, y a recoger las migajas que les arrojaba.


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2 págs. / 4 minutos / 557 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Niño en la Tumba

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Había luto en la casa, y luto en los corazones: el hijo menor, un niño de 4 años, el único varón, alegría y esperanza de sus padres, había muerto. Cierto que aún quedaban dos hijas; precisamente aquel mismo año la mayor iba a ser confirmada. Las dos eran buenas y dulces, pero el hijo que se va es siempre el más querido; y ahora, sobre ser el único varón, era el benjamín. ¡Dura prueba para la familia! Las hermanas sufrían como sufren por lo general los corazones jóvenes, impresionadas sobre todo por el dolor de los padres; el padre estaba anonadado, pero la más desconsolada era la madre. Día y noche había permanecido de pie, a la cabecera del enfermo, cuidándolo, atendiéndolo, mimándolo. Más que nunca sentía que aquel niño era parte de sí misma. No le cabía en la mente la idea de que estaba muerto, de que lo encerrarían en un ataúd y lo depositarían en una tumba. Dios no podía quitarle a su hijo, pensaba; y cuando ya hubo ocurrido la desgracia, cuando no cabía incertidumbre, exclamó la mujer en la desesperación de su dolor:

—¡Es imposible que Dios se haya enterado! ¡En la Tierra tiene servidores sin corazón, que obran a su capricho, sin atender a las oraciones de una madre!

Así perdió su confianza en Dios; en su mente se filtraron pensamientos tenebrosos, pensamientos de muerte, miedo a la muerte eterna, temor de que el hombre fuese sólo polvo y de que en polvo terminase todo. Con estas ideas no tenía nada a que asirse, y así iba hundiéndose en la nada sin fondo de la desesperación.

En la hora más difícil no podía ya llorar, ni pensaba en las dos hijas que le quedaban; las lágrimas de su esposo le caían sobre la frente, pero no levantaba los ojos a él. Sus pensamientos giraban constantemente en torno al hijo muerto; su vida ya no parecía tener más objeto que evocar las gracias de su pequeño, recordar sus inocentes palabras infantiles.


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5 págs. / 9 minutos / 189 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Guardado en el Corazón, y No Olvidado

Hans Christian Andersen


Cuento infantil


Érase una vez un viejo castillo, con su foso pantanoso y su puente levadizo, el cual estaba más veces levantado que bajado, pues no todas las visitas son deseables. Había troneras bajo el tejado, y mirillas a lo largo de los muros; por ellos podía dispararse al exterior o arrojar agua hirviendo o plomo derretido sobre el enemigo, cuando se acercaba demasiado. Los aposentos interiores eran de alto techo, y así convenía que fuesen, por el mucho humo que salía del fuego del hogar, alimentado con troncos húmedos. De la pared colgaban retratos de hombres con sus armaduras, y de altivas damas en sus pesados ropajes. La más altiva de todas vivía y deambulaba por los recintos del castillo; era su dueña y se llamaba Mette Mogens.

Una noche vinieron bandidos. Mataron a tres de los servidores del castillo y al perro mastín, ataron luego a Dama Mette a la perrera con la cadena del animal e, instalándose en la gran sala, se bebieron el vino de la bodega y la buena cerveza.

Dama Mette permanecía encadenada en la caseta; ni siquiera podía ladrar.

En éstas se le acercó el más joven de los bandidos, deslizándose de puntillas para no ser oído, pues los demás lo hubieran asesinado.

—Señora Mette Mogens —dijo el mozo—, ¿te acuerdas de que un día mi padre, en vida aún de tu esposo, fue condenado a montar en el potro del tormento? Tú pediste piedad para él, pero en vano; hubo de cumplirse la sentencia. Pero tú te acercaste a hurtadillas como lo hago yo ahora, y le pusiste una piedra debajo de cada pie para procurarle un punto de apoyo. Nadie lo vio, o por lo menos hicieron como si no lo vieran; por algo eras la señora. Mi padre me lo contó, y yo he guardado el relato en mi corazón, mas no lo he olvidado. ¡Ahora te devuelvo la libertad, señora Mette Mogens!

Poco después los dos galopaban, bajo la lluvia y la tempestad, en busca de ayuda.


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3 págs. / 5 minutos / 106 visitas.

Publicado el 30 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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