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La Herrumbre

Guy de Maupassant


Cuento


I

En toda su vida sólo sintió una pasión invencible: la caza. Cazaba todos los días, desde muy temprano hasta la noche, con ardor furioso. Cazaba en invierno como en verano, en primavera como en otoño, en los pantanos, cuando la veda prohibía la caza en campos y bosques; cazaba a la espera, en batida, con perro de muestra, con galgos, con liga, con espejuelos, con hurón. Sólo hablaba de cacerías y no soñaba con otra cosa, repitiendo sin cesar: "¡Deben de ser muy desgraciados los que desconocen los goces de la caza."

Había cumplido cincuenta años y se conservaba muy bien, robusto y erguido, aunque bastante calvo; grueso, pero vigoroso; llevaba los bigotes recortados para dejar libre el labio superior, con objeto de tocar fácilmente la trompa de caza.

En toda la comarca lo llamaban el señor Gontrán, a secas, a pesar de su título nobiliario, pues era el barón Héctor Gontrán de Coutelier.

Habitaba una casita de campo rodeada de bosques, y aun cuando conocía mucho a todos los aristócratas de la provincia, encontrando a veces en éstas cacerías a varios de su misma afición, sólo trataba asiduamente a los Courvilles, sus amables vecinos; amistad rancia, de familia.

En casa de los Courvilles lo cuidaban, lo querían, lo mimaban; y decía:

—Si yo no fuese cazador, pasaría mi vida entera con ustedes.

El señor de Courville era su amigo y compañero desde la infancia. Consagrado a la agricultura, vivía tranquilo con su mujer, su hija y su yerno, Darnetot, que no trabajaba, con el pretexto de dedicarse a estudios históricos.


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7 págs. / 13 minutos / 88 visitas.

Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Esmé

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Todas las historias de caza son iguales —dijo Clovis—, igual que todas las de carreras de caballos y todas las de...

—La mía no se parece para nada a ninguna que hayas escuchado —dijo la baronesa—. Sucedió hace bastante tiempo, cuando yo tenía unos veintitrés años. En ese entonces no vivía separada de mi esposo: ninguno de los dos podía darse el lujo de pasarle una pensión al otro. Digan lo que digan los refranes, la pobreza mantiene unidos más hogares de los que desbarata. Lo que sí hacíamos era salir de caza con jaurías distintas. Pero nada de esto tiene que ver con mi historia.

—Todavía no llegamos al encuentro antes de la partida. Supongo que hubo uno —dijo Clovis.

—Claro que sí —dijo la baronesa—. Estaban todos los de siempre, especialmente Constance Broddle. Constance era una de esas muchachotas rubicundas que cuadran tan bonito con los paisajes otoñales y los adornos navideños de la iglesia.

"—Tengo el presentimiento de que algo terrible va a pasar —me dijo—. ¿Estoy pálida?

"Lo estaba, casi tanto como una remolacha que acaba de recibir malas noticias.

"—Te ves mejor que de costumbre —le dije—; pero en el caso tuyo eso es tan fácil...

"Antes de que captara el correcto sentido de este comentario ya habíamos ido al grano. Los perros acababan de levantar una zorra que andaba agazapada en unos matorrales."

—Ya lo sabía —dijo Clovis—. En todas las historias de cacería de zorras siempre hay una zorra y unos matorrales.


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5 págs. / 9 minutos / 88 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Reticencia de Lady Anne

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Egbert entró en la amplia sala oscura con el aire de quien no sabe si entra a un palomar o a un polvorín y viene preparado para ambas contingencias. No habían rematado la pequeña disputa doméstica sostenida durante el almuerzo, y ahora la cuestión era tantear hasta qué punto lady Anne estaba de humor para renovar o abandonar las hostilidades. Su postura en el sillón junto a la mesa de té era más bien elaborada y tiesa; y en la penumbra de la tarde decembrina los anteojos de Egbert no ayudaban gran cosa a discernir la expresión de su cara.

Para romper el hielo superficial que pudiera existir, Egbert dijo algo sobre lo tenue y místico de la poca luz. Alguno de los dos solía hacer esta observación entre las 4:30 y las 6 en las tardes de invierno y finales de otoño; hacía parte de su vida conyugal. Carecía de respuesta fija, y lady Anne no adelantó ninguna.

Don Tarquinio se encontraba tendido sobre la alfombra persa, calentándose a la lumbre del hogar con majestuosa indiferencia por el posible mal humor de lady Anne. Su pedigrí era tan intachablemente persa como la alfombra, y su pelaje entraba ya en el esplendor de un segundo invierno. El criado, que tenía inclinaciones renacentistas, lo había bautizado don Tarquinio. De ser por ellos, Egbert y lady Anne de seguro le habrían puesto Pelusa; pero no eran personas obstinadas.

Egbert se sirvió el té. Como nada indicaba que el silencio fuera a ser roto por iniciativa de lady Anne, se dispuso a realizar otro esfuerzo heroico.

—Lo que dije al almuerzo tenía intenciones puramente académicas —anunció—; pero parece que le das un sentido innecesariamente personal.


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3 págs. / 5 minutos / 88 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Eróstrato: Incendiario

Marcel Schwob


Cuento


La ciudad de Éfeso, donde nació Heróstratos, se extendía en la desembocadura del Caistro, con sus dos puertos fluviales, hasta los muelles de Panorme, desde donde se veía, sobre el mar de abundantes colores, la línea brumosa de Samos. Rebosaba de oro y tejidos, de lanas y rosas, desde que los magnesios, sus perros de guerra y sus esclavos que lanzaban venablos, fueron vendidos a orillas del Meandro, desde que la magnífica Mileto fue arruinada por los persas. Era una ciudad de molicie, donde se festejaba a las cortesanas en el templo de Afrodita Hetaira. Los efesios llevaban túnicas amórginas, transparentes, telas de lino hilado al torno de colores violeta, púrpura y cocodrilo, sarápides color amarillo manzana y blancas y rosas, paños de Egipto color jacinto, con los fulgores del fuego y los matices móviles del mar, y calasiris de Persia, de tejido apretado, ligero, todos ellos tachonados en su fondo escarlata de granos de oro en forma de copelas.


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3 págs. / 6 minutos / 88 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Radical

Arturo Robsy


Cuento


Aunque es penoso decirlo, cuando Remigio descubrió que su mujer "también era adúltera" y que, encima, aquello no era motivo para divorciarse y que, si se divorciaba a pesar de todo, la otra pedía la mitad de cualquier cosa de Remigio, incluida la finca heredada de sus padres, se encontró en la tesitura de ser un permanente cornudo o destruir elmundo.

Puede que usted, que lee esta historia, piensa que hay otras opciones intermedias, de centro como quien dice, pero eso tendría que explicárselo a Remigio, cuyo remedio a mitad de camino no era otro que pegarle un tiro a la susodicha y pasarse entre quince y treinta años de huésped del Estado, salvo amnistías.

Así que el riesgo de perder quince o más años de su vida justificaba, para Remigio, la necesidad de destruir el mundo para quedar en paz con la zorra de su mujer y, de paso, cobrarse unos cuantos piquillos que le debían todos los seres humanos a coro.

Claro que entre tomar la decisión de destruir el mundo y estar en situación de hacerlo, hay un largo camino que tiene que andarse con imaginación o, como diría algún lapidario, "con la vvista puesta en lo grande y la confianza, en Dios."

Naturalmente que Remigio tenía sus dudas acerca de lo que Dios opinaría de este asunto. A fin de cuentas el Buen Dios había hecho el mundo, y, por bueno que fuese no era imaginable que se lo tomara como una broma inocente. Destruir una ciudad era cosa más que gorda ya, pero había sucedido. Y hasta naciones enteras perecieron por la espada o por el hambre, pero todo un mundo... Para eso haría falta un archicriminal — y Remigio no lo era — o un manitas.


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Publicado el 23 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Perverso Capitán Walshawe de Wauling

Joseph Sheridan Le Fanu


Cuento


I. Peg O’Neill paga las deudas del Capitán

A mi tío, el señor Watson de Haddlestone, le sucedió algo muy extraño; y para que pueda usted entenderlo tendré que empezar por el principio.

En el año 1822, el señor James Walshawe, más conocido como Capitán Walshawe, murió a la edad de ochenta y un años. El Capitán fue en sus primeros tiempos, y lo siguió siendo mientras se lo permitieron la salud y las fuerzas, uno de esos tunantes activos y enredones; pasaba sus días, y sus noches, sembrando promiscuidad y disolución, que por lo visto poseía en cantidad inagotable. La cosecha de ese cultivo iba entremezclada, y en abundancia, con espinos, ortigas y cardos, que picaban desagradablemente a los esposos, y que a él no le enriquecían.

El Capitán Walshawe era muy conocido en la vecindad de Wauling, donde en general solían evitarle. Le daban el nombre de «capitán» por cortesía, pues nunca había alcanzado ese grado en el ejército. Abandonó la milicia en el año 1766, cuando tenía veinticinco años de edad; en el período inmediatamente anterior sus deudas se habían vuelto tan importunas que fue inducido a librarse de ellas escapando y casándose con una heredera.

Aunque ésta no resultó ser tan rica como él había imaginado, demostró ser una muy cómoda inversión para lo que quedaba de sus confundidas inclinaciones; y vivió y disfrutó muchísimo a su antiguo estilo, con las rentas de ella, metiéndose en interminables riñas y escándalos; y en bastantes deudas y problemas financieros.

Cuando se casó estaba viviendo en Irlanda, en Clonmel, y allí, en un pensionado de un convento de monjas residía la señorita O’Neill, o, tal como se la conocía en la comarca, Peg O’Neill: la heredera de la que he hablado.


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17 págs. / 29 minutos / 88 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Juicio de Dios

Ricardo Güiraldes


Cuento


(Cuadro de costumbres)

Dios meditaba en el sosiego paradisíaco del Paraíso. El ambiente de contemplación le sumía en estado simil y pensaba divinamente.

Como un nimbo de carnes rosadas y puras, una guirnalda de angelitos le revoloteaba en torno coreando el himno eterno.

De pronto, algo así como un crujido de botín perforó el ambiente beato. Un angelito enrojeció en la parte culpable, y, presas de súbito terror, las aladas pelotitas de carne se desvanecieron como un rubor que pasa.

Dios sonreía patriarcalmente; sentíase bueno de verdad, y un proyecto para aliviar los males humanos afianzábase en su voluntad.

Quejidos subían de la tierra, y en la felicidad del cielo eran más dolorosos. Había, pues, que remediar, y Dios, resuelto al fin, envió a sus emisarios trajeran lo más distinguido de entre la colonia de sus adoradores.

Así se hizo.

Reunidos, habló Jehová.

—¡Oíd!... un rumor de descontento sube de la tierra jamás el hombre miserable llevará con resignación su cruz, e inútil les habrá sido el ejemplo dado en mi hijo Cristo. Los rezos, hoy como siempre, importunan mi calma y quiero cesen. Mi voluntad es escuchar los deseos humanos y, según ellos, darle felicidad para al fin gozar de la nuestra.

¡Vosotros, ángeles negros, distribuidores de noche, embocad las largas cañas de ébano y soplad, por los ojos de los hombres, la nada en sus pechos!

¡Qué las almas tiendan hacia mí mientras conserváis los cuerpos así luego vuelve la vida a seguir su pulsación!

Como en los cielos carecen de tiempo, estuvieron muy luego los citados, míseros y ridículos en las multiformes y policromas vestimentas.


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Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

No lo Invento

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La muchacha más hermosa del pueblecillo de Arfe tenía el nombre tan lindo como el rostro; llamábase Pura, y sus convecinos habían reforzado el simbolismo de su nombre, diciendo siempre Puri la Casta. Esta denominación, que huele a azucena, convenía maravillosamente con el tipo de la chica, blanca, fresca, rubia, cándida de fisonomía hasta rayar en algo sosa, defecto frecuente de las bellezas de lugar, en quienes la coquetería se califica de liviandad al punto, y el ingenio y la malicia pasarían, si existiesen, por depravación profunda. En la región de España donde se encuentra situado Arfe, se le exige a la mujer que sea rezadora, leal, casera, fuerte, sencilla, y, para seguridad mayor, un tanto glacial. Así era la Casta, cerrado huerto, sellada fuente, llena tan sólo de agua clarísima. Por lo cual, y por su gallarda escultura, mozos y señoritos se bebían tras ella los vientos, y los ancianos la miraban con cariñosa admiración, mayor y más justificada que la de los viejos de Troya para Helena de Menelao.


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Dominio público
9 págs. / 17 minutos / 88 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

El Buey Cebado

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Theophil Eshley era artista de profesión y pintor de ganado por fuerza del entorno. No ha de suponerse que viviera de la cría de reses o de la lechería, en una atmósfera saturada de cuernos y pezuñas, banquillos para ordeño y hierros de marcar. Residía en una zona que parecía un parque salpicado de quintas y que escapaba por un pelo al deshonor de los suburbios. Un lado del jardín lindaba con un pradito pintoresco, en donde un vecino emprendedor apacentaba unas vaquitas pintorescas de pura cepa Jersey. En las tardes de verano, hundidas hasta las rodillas en el pasto crecido y a la sombra de un grupo de nogales, las vacas descansaban mientras la luz del sol caía en parches sobre sus lisas pieles leonadas. Eshley había concebido y ejecutado una linda pintura de dos vacas lecheras reposando en un marco de nogales, pasto y rayos de sol filtrados, y la Real Academia la había colgado como correspondía en las paredes de la Exhibición de Verano. La Real Academia fomenta hábitos ordenados y metódicos en sus pupilos. Eshley había pintado un cuadro pasablemente bien logrado de unas vacas que dormitaban de modo pintoresco bajo unos nogales; y así como empezó, así, por necesidad, hubo que continuar. Su Paz del mediodía, un estudio de dos vacas pardas a la sombra de un nogal, fue seguido por Refugio canicular, un estudio de un nogal que daba sombra a dos vacas pardas. A su debido turno aparecieron Donde los tábanos dejan de fastidiar, El asilo del hato y Sueño en la vaquería, todos ellos estudios de vacas pardas y nogales. Los dos intentos que hizo por romper con su propia tradición fueron grandes fracasos: Tórtolas espantadas por el gavilán y Lobos en la campiña romana fueron devueltos a su taller bajo el baldón de abominables herejías; y Eshley fue elevado otra vez al favor y la gracia del público con Un rinconcito umbrío donde sueña el letargo de las vacas.


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5 págs. / 10 minutos / 87 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Desde el Pescante del Cochero

O. Henry


Cuento


El cochero tiene su punto de vista. Quizá sea más unilateral que cualquier otro profesional. Desde el alto y oscilante asiento de su cabriolé, con el pescante en la zaga, considera a sus prójimos unas partículas nómadas que carecen de importancia, a menos que las posean deseos migratorios. Él es Jerry y el lector una mercancía de tránsito. Uno podrá ser un presidente o un vagabundo: para el cochero sólo es un Viaje. Lo carga, hace restallar su látigo, le sacude a uno las vértebras y lo vuelve a depositar en el suelo.

Cuando llega la hora de pagar, si uno revela familiaridad con los aranceles descubre qué es el desprecio: si nota que se ha olvidado la cartera, verá lo suave que es la imaginación del Dante.

Si afirmamos que la unidad de propósitos del cochero y su unilateral punto de vista provienen de la peculiar construcción del cabriolé con el pescante en la zaga, ello no implica sentar una teoría extravagante. El campeón del gallinero está instalado en lo alto como Júpiter, en un asiento incompartible, manteniendo nuestro destino entre dos correas de inconstante cuero. Imponente, ridículo, confinado, saltarín como un mandarín de juguete, el pasajero, todo un caballero ante quien los mayordomos se inclinan abyectamente, está acurrucado como una rata en una trampa y debe enviar un chillido por una ranura de su peripatético sarcófago si quiere que se sepan sus débiles deseos.

De modo que, en un cabriolé, uno no es siquiera un ocupante: es el contenido. Sólo es un cargamento en alta mar y el “querubín sentado en lo alto” se conoce de memoria el domicilio del demonio de los mares.


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5 págs. / 9 minutos / 87 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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